Poemas de Agustín Labrada Aguilera

LA PAZ ENTIGRECIDA.

Miro en el charco la tarde en que me entierran

                   y reverdece

la paz entigrecida en torno a mi cadáver,

donde no se despuebla ni una nube,

ni se escucha  un solo girasol entre las almas.

 

Oigo volar por el sauce a los perros

                 que en una lágrima

entonan su liturgia mientras llueve la tierra,

                  y afianzan ese grito

cuando todo naufragio va lamiendo el paisaje.

 

Me acosa el temporal que presagia al silencio

                  y entristecen

             ésos que me despiden,

      sumergidos y ocres en su guerra,

sobre un lánguido charco en medio de la tarde.

 

 

 

 

DI NOMBRE A UN ASTRO

Di nombre a un astro

y oscureció mi pez como ese lirio,

negro para su estirpe,

frágil ante los soles,

borrado en el desierto por la luna.

 

Morirá una cigüeña,

si permito volar frente a este muelle

cuerpos y mares

que no navegaré,

cuando sean deseados y no vuelvan sus olas.

 

Doy mi pecho a las dagas

si arrastro a los demás hacia el naufragio

y pago cada reino

(su ballet y su pólvora)

sin atarme al verdor de una sola aventura.

 

Pero los epitafios

no rozarán mi sangre con su arena

mientras cruce el perfume

que refugia en sus alas

el placer insondable del más profundo estío.

 

 

 

VIENDO CAER EL TIEMPO

                                    A José Martí

Viendo caer el tiempo,

la alameda devuelve tus pasos como fin de la imagen,

ahora que la ceniza se dispersa en el río

y sólo tus palabras lo trascienden.

Palabras que se marcan en la niebla.

Se confunden los signos

entre el arco que lanza su verdad

y un hombre eternizado en lo más verde.

 

No es el mar nuestra casa,

aunque nos sea dada la sal todos los días.

 

Más pavoroso que esas aguas es pensar en el tiempo,

su círculo que se rompe en tu voz,

y avanzamos por ella

y soñamos algunas claridades.

Viendo caer las tardes al filo de la nada,

intentamos llegar a tu humildad

y borrar para siempre los homenajes mudos.

 

 

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Tampoco yo he encontrado un signo

para indagar qué somos,

qué dejamos de ser,

qué arboleda beberá nuestra sequía;

ni al cerrar este cofre

en cuya cima se dibuja un mapa

con su trono, su ardiente litoral y su tragedia.

 

El ocaso se me ahonda en el pecho

 y hace lenta la magia

de recordar tu cuerpo enrojeciendo el llano.

 

Veo caer el tiempo

Con que viajan los trenes y es ya nuestra costumbre,

como esperar así por un milagro

mientras nos transfigura la profecía

de ese viento letal,

que nos condena a ver

cómo se adensa en tu nación de vidrio la penumbra.

 

Autor: Agustín Labrada Aguilera. Chetumal, Quintana Roo. México.

agustinlabrada@hotmail.com

 

 

 

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