EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS.

 

Era aquél un curioso, “un drôle país”. Para sus dirigentes, el mejor de los mundos posibles. Los problemas internacionales no podían afectarlo al igual que a otros porque, la sublime previsión de mentes privilegiadas, lo habían dotado de magnífica protección, suficiente y adecuada. Ni qué decir tiene que las dificultades internas eran menudencias, vamos no existían en el pensamiento único de cerebros tan preclaros. Era un país plural, pluralísimo, abiertamente plurinacional, tanto, tanto que se deslizaba alegremente, con todo talante, hacia una especie de medievalismo regional o novedosa “confederación” de reinos de taifas, por cuanto el unitarismo del estado moderno era una antigualla inconcebible para tan elocuente progresismo.

Era un país incomparable con cualquiera de su entorno. Su bandera: la comprensión. Su icono: la sonrisa permanente. Tenía una Constitución, ¡claro!, pero, al fin y al cabo, ¿qué es una constitución?, ese papel no goza de sensibilidad, ductilidad, maleabilidad. En defensa de la querida enseña de la comprensión se permitían nombres de terroristas –“defensores de la libertad”, “hombres de paz”- en la nomenclatura de calles de determinadas zonas de ese maravilloso país.

La gramática de su lengua estatal, el conjunto de signos lingüísticos utilizado por una Comunidad de trescientos millones de hablantes extendidos por todo el orbe, era zarandeada por la suave y delicada brisa de competentísimos e influyentes personajes y “personajas” en aras de la modernidad defensora de la igualdad entre los sexos, mientras la Academia de la Lengua –anciana ya, con cerca de trescientos años de edad- comprendía y comprendía en honor de la insigne enseña nacional. ¡Qué fantástica pluralidad!, sexo y género, categorías léxicas y gramaticales en un divertidísimo totum revolutum. Así debería ser. Aquel curioso –drôle país- era super divertido, super moderno, mega guay.

Miles de niños eran instruidos en idiomas pequeñitos, pequeñitos. Más aún, la generosidad de los jefes de algunas comunidades, pseudo países o pseudo naciones                  llegaba a tal magnitud que estaban dispuestos a dilapidar el gran capital del idioma común, sí el de los trescientos millones, e invertir en el minúsculo mercadito de tan sólo varios miles. De tal manera el extraordinario ejemplo de la delicada sonrisa, la comprensión, el talante, el “a todo que sí”, había cundido favorablemente entre los habitantes.

¿Libertad?, ¿para qué?, -a mí me suena-.  En aquel formidable país no cabían los fachas, fanáticos defensores de la lengua común, imperialistas y anticuados.

Evidentemente la comprensión llegaba hasta el límite. Ciertos gobernantes de los “taifas” convocaban referéndum o anunciaban procesos de independencia para un próximo futuro, algo absolutamente normal y lógico en el seno de un sistema tolerante hasta imprevisibles y emocionantes extremos.

El crecimiento económico gozaba, digo bien ¡gozaba!, de un encefalograma plano en virtud de ciertas contingencias, sin la menor duda, ajenas al bienhacer de los prestigiosos gobernantes de aquel reino feliz. Por lo demás, dichos problemillas coyunturales, contribuían grandemente a combatir el aburrimiento insoportable que entraña la burguesa seguridad. Los admirables economistas del sistema eran muy completos  y sus cabezas actuaban según las pautas de Adam Smith o del neoliberalismo de Hayek, ¿qué hacer, si no, en el seno de una sociedad capitalista y globalizada? En dicho espíritu de justicia social se había creado una llamada “ley de dependencia”, muestra de la magnanimidad oficial hacia los incapacitados. No acababan de llegar los fondos por la imprevisible dificultad de las citadas contingencias. ¡No importaba!, afectados y familiares sabían aguantar con la misma sonrisa del icono y la esperanza inquebrantable en las promesas electorales. ¡Mundo feliz éste…!

En el ámbito formativo, aquella “cosa pública” estaba interesada en un programa de “educación para la ciudadanía”, muy propio de la “res publica” eso de ciudadanía y, en ese sentido, la memoria histórica era considerada fundamental para una correcta formación, naturalmente como debe ser, es decir, sabiendo seleccionar los aspectos más convenientes de la historia para proteger al honrado pueblo de ideas perniciosas.

Pues sí, era muy divertido dicho país. Pan y circo, movidas, fiestas y saraos a gogó. Convocatorias de oposiciones, más de méritos que de otra cosa, vengan y vayan méritos aunque, no crean, hasta aprobaban algunos novatos. ¿Ciudadanos libres e iguales en el contexto estatal….? , ¿justicia distributiva…?, ¿adaptación de la situación al contrato social, constitución o lo que sea…? ¿Cómo se llamaba aquel país?, ¿lo ha averiguado ya el sufrido y curioso lector…?

 

Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

 

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