El Departamento Casto.

 

 

La noche había vertido su manto negro sobre la fría ciudad. El aire helado arrastraba consigo un aroma a praliné caliente y a café. Los vendedores ambulantes gritaban sus últimas ofertas. Ellos debían retirar sus instalaciones antes de las 22 horas.

Algunas vidrieras poco vendedoras apagaban sus luces, dejando los carteles luminosos encendidos, como para marcar presencia. Las veredas sucias, con rincones llenos de papeles, hollín y charcos de agua helada con lodo, esperaban la mañana siguiente para ser limpiadas.

Pocas personas se habían atrevido a caminar esa noche por las calles invernales. Escasos transeúntes esperaban el colectivo buscando el reparo de algún alero; otras, con las solapas levantadas, mantenían diálogo por sus celulares, mientras cruzaban rápidamente las calzadas.

 

Analía y Franco, dos jóvenes de aproximados 21 años, reían ajenos a la brisa gélida. Caminaban abrazados por la calle Rioja y Buenos Aires, envueltos en una charla risueña y entretenida. Se dirigían al altísimo edificio de departamentos en la esquina diagonal de Neuquén y Pampa. Las calles del centro de la ciudad, estaban bastante desiertas, pero las confiterías, cafés, y pizzerías estaban llenas. Era viernes por la noche.

 Franco había pasado a buscar por la facultad a su novia, quien estudiaba ciencias económicas y salía a las 21 horas. Los enamorados caminaban con entusiasmo meloso, sin sentir el frío. El candor que les otorgaba su sentimiento, los hacía vibrar y arder hasta el punto máximo del deseo. Tenían hambre, llevaban pizzetas para hacer.

El frío se hacía sentir cada vez más. Se estaba formando hielo en la calzada y algunos autos frenaban con dificultad. El kiosco de Pampa y Semorile todavía vendía bebidas alcohólicas, eran las últimas, porque se aproximaba la hora de la ley seca que prohibía el expendio de las mismas.

Don Vicente, no daba abasto con la venta de vinos reservas, coñac y chocolates. Los chicos se detuvieron a charlar con el kiosquero (con el que mantenían una muy buena relación) y compraron una cerveza.

Franco y Analía esa noche estaban decididos. Llevaban dos años de noviazgo en un marco de pureza y respeto mutuo. Pero faltaba demasiado tiempo para la concreción de sus planes. Lo comentaban esa noche en la esquina del kiosco.

 

Analía vivía momentáneamente sola en un departamento mediano, entre seis más, en un 5º piso. La vivienda pertenecía a su abuelo paterno. El edificio era antiguo, unos de los primeros de la ciudad, con ascensores aéreos de rejas con arabescos de hierro y bronce, ascensores que tenían muchas historias que contar. Los pisos eran muy altos con molduras y hermosas cornisas. Los halls tenían pisos con baldosas en damero y dibujos en blanco y negro. Todas las paredes del edificio estaban pintadas de blanco y tenían ventanales con vitraux en cada entrepiso dando a jardines internos.

Toda la edificación estaba muy cuidada por el consorcio que, celoso de los detalles, controlaba todo los movimientos de sus habitantes a través de un portero indiscreto.

El apartamento de Analía tenía la puerta de entrada en ochava, era de madera de roble lustrada con tallas profundas y manijones de bronce bien pulidos. El living era muy amplio y alfombrado, con una moquet de suave color canela al igual que las cortinas. Los hermosos muebles estaban perfectamente conservados y cuidados, con sus tapizados de gobelino en la gama de tonalidades en armonía con la alfombra y las cortinas. Las paredes estaban luciendo obras de arte pictóricas de artistas europeos y argentinos, entre los cuales se destacaban Varios óleos. Estos cuadros, eran todos originales y de diferentes tiempos del siglo XX.

El dormitorio principal de la vivienda, también alfombrado, tenía un somier muy amplio, con hermosos cobertores y almohadones de raso. Los apliques de las luminarias muy bellas, le daban un candor muy acogedor al ambiente siempre perfumado del dormitorio femenino.

La habitación principal esperaba… Siempre esperaba algún acontecimiento diferente que hiciera darle argumentos a las paredes para referir. Nunca ningún adorno de la cómoda, algún velador, cuadro o mesita, tuvo algo que relatar. Ningún amor se pudo expresar allí. Jamás se escuchó algún gemido o alguna emoción de amor manifiesto.

Esa noche prometía ser diferente, Analía y Franco estaban decididos ya. Su fogosidad los había sobrepasado, sentían entre sí el máximo de los deseos físicos. El departamento llevaba más de 65 años de construido y nunca alguna pareja había podido refugiar su amor en su acogedor interior. Era la noche propicia, fría, tranquila, sin obstáculos aparentes. Las condiciones estaban dadas.

La noche se ponía cada vez más fría, el hielo había congelado ya todos los charcos. Don Vicente, continuaba su entretenida conversación con los chicos…

 

Ocurrió de repente, los ruidos aturdieron por largo tiempo a Analía, los gritos y llantos habían invadido el aire fío de ese espacio del centro.

Don Vicente y Franco corrieron hacia el nudo del caos desatado. Analía no comprendía, sólo pasaban ante su sorpresa  imágenes aterradoras.

-¡Una ambulancia!, ¡Una ambulancia, por favor!

-¡Hay!, ¡Me quemo!, ¡Ayúdenme por favor!

Gritos, sangre, fuego, hierros retorcidos de lo que fueron autos incendiándose, tumultos de gente cerrando el paso, por su curiosidad, a los médicos de la emergencia código rojo, que en plena actividad pretendía actuar con dificultad. Los bomberos con sus ruidosas sirenas acudían velozmente para rescatar a las víctimas que se encontraban entre los hierros destrozados.

Franco cursaba el último año de la carrera de medicina, y el impulso fue inevitable. Actuó a la par con los médicos de la emergencia, a algunos los conocía del hospital.

El entusiasmo le hizo olvidar por el momento sus planes con su novia.

Analía, tomó sus paquetes de pizzetas, sus carpetas, y caminó la media cuadra hacia el edificio, obviando los curiosos e intrusos. Las piernas le temblaban en el ascensor y pudo ver en el espejo su palidez, mezcla de cansancio, frío, y la desagradable impresión de lo recientemente vivenciado.

Ingresó agotada, se dirigió a la cocina, traspasó la puerta vaivén vaquera y guardó en la heladera las pizzetas y la cerveza. Calentó un poco de café, le agregó canela y coñac. Se sentó a mirar por la ventana balcón que daba al jardín interior del edificio. Quedó observando el oscuro cielo plomizo, totalmente cubierto de nubes espesas que amenazaban nieve. Y comenzó a recordar…

 

¡Cuántas veces durante su infancia se sentaba en esa hamaca mirando hacia el jardín! Cuando niña jugaba con las muñecas y observaba las plantas del patio cinco pisos más abajo, le gustaba el verdor del césped como un tapete, las rosas de todos colores, las boinas de vasco, con sus hojas tan erguidas, brillantes y turgentes.

Su tía, hermana de su abuelo paterno, la invitaba a menudo a pasar unos días con ella allí. Ella había fallecido hacía cuatro años ya, y la recordaba como si su presencia nunca hubiera abandonado el lugar. El verdadero propietario del departamento era su abuelo de 94 años que residía hacía mucho tiempo en España, en una bella campiña en Aragón, con su anciana también esposa, quien no era abuela de Analía.

Recostada en la hamaca, comenzó a recordar el pasado y el origen de su casa actual… Y su historia. El señor Férguson había adquirido a fines del año 1939 un hermoso departamento a estrenar en ese edificio recién construido de 10 pisos de la esquina de Pampa y Neuquén. Llevaba dos años de matrimonio con la abuela de Analía, y felices de habitar en pleno centro, donde se estaban inaugurando confiterías muy paquetas que le encantaban a la señora María, esperaban el parto de su primer hijo. Las contracciones habían ya dado el anuncio del nacimiento próximo, haciendo que el Sr. Férguson llamara con urgencia a la partera.

La tristeza se había impregnado en lo más profundo del alma y la mente del abuelo, cuando la privación de  poder continuar una vida con su adorada mujer era un hecho desgraciado y real. María había fallecido durante el parto, la hemorragia provocada por su placenta previa la había transportado lentamente a otras vidas. El hijo varón, único del Sr. Férguson, continuó creciendo en la antigua casa del distrito Mayor Drummond en Luján.

El abuelo de Analía no quiso mudarse nunca al departamento donde las ilusiones familiares que había construido con María habían muerto. Le prestó la vivienda a estrenar a su hermana soltera, única hermana que hacía manualidades para la caridad de sociedades de beneficencia que agrupaba la iglesia. La mujer vivió allí por más de sesenta años, entre oraciones, puntillas, estampas y recuerdos de la vieja Europa. De tradición inglesa, no faltaban sus tés a las cinco en punto de la tarde, sus mantelitos bordados, sus amistades eclesiásticas y sus reuniones sociales para las colectas en concomitancia con el arzobispado.

El interior del departamento, estaba iluminado con luces tenues, con apliques de bronce antiguos y tulipas de alabastro. Las luminarias y los antiguos muebles, habían sido elegidos y adquiridos por Férguson y su difunta esposa. Comprados en remates y anticuarios de Buenos Aires, en San Telmo. No había estilo definido en el mobiliario, sino que el fracasado matrimonio hizo hincapié en adquirir objetos muy antiguos y europeos.

La tía abuela solterona de Analía, invitaba cada tanto a su única sobrina nieta, a pasar unos días en su departamento. El padre de Analía continuó viviendo en el antiguo caserón de Mayor Drummond. Su abuelo rehizo su vida casándose nuevamente en España, donde se trasladó a vivir muchos años atrás. Le dejó el caserón a su hijo (padre de Analía), quien hacía una vida disipada. Nunca terminó una carrera universitaria pese a iniciar varias al intento. Se dedicaba al comercio, a la compraventa de automóviles. Había tenido varias parejas con las que había convivido, pero nunca había formalizado, hasta que el destino le entregó una hija. Hermoso regalo de la vida que le hizo detenerse en forma obligada. La madre de la niña, una joven de 22 años, le dejó al hombre de obsequio a Analía una hermosa mañana de primavera a los 46 años.

El hombre  se encontró, en ese entonces, solo, a la mitad de su vida, con un balance negativo de sus acciones, y con la inesperada realidad de una vida pequeña a su cargo. Jamás había sido responsable de nada, ni tenía idea de lo que era un niño. Buscó ayuda.

Rearmó su casa en Mayor Drummond, con una nursery, tomó en serio su trabajo, y aprendió a invertir el dinero en realidades concretas.

Analía creció feliz, sin mayores conflictos. Tuvo estudios, juegos, y nunca soportó necesidades económicas. Su abuelo la invitaba a España en varias ocasiones y le enviaba regalos y dinero para estudio y ahorros. La tía solterona le daba cariño maternal, y la tenía varias veces al año en su departamento pasando a veces semanas.

Cuando murió la tía, Analía había terminado sus estudios secundarios, y el padre la autorizó a trasladarse a vivir al centro, al departamento del abuelo.

A pesar del transcurrir del tiempo, nunca se modificó ningún objeto de la vivienda. Solamente se lo pintó en varias ocasiones. La tía había cuidado celosamente cada objeto de su hermano y cuñada finada. Esto motivó a Analía continuar de la misma manera, y no se atrevió  a hacer cambios, pese a que lo deseaba fervientemente debido a la antigüedad de los objetos y los ambientes, aunque reconocía el buen gusto y lo exquisito y delicado de la decoración. Además ese departamento no le pertenecía, respetaba la autoridad de su abuelo, y estaba decidida a cuidarlo al igual que lo hiciera durante tantos años su tía.

 

Ahora hacía frío, estaba sola con sus recuerdos. La nostalgia de los años vividos por ella y otros, la habían invadido…

El portero eléctrico chillaba agresivamente. La hicieron sobresaltar.

-¡¿Hola?!

-¡¿Analía?!

-¡Sí!... ¿Franco?... ¿Qué pasó?

-Un accidente terrible. Muchos heridos… Tuve que acompañar a algunos al hospital. Vos sabés cómo me gustan estas cosas… Me encontré compañeros de la guardia en las ambulancias.

-Está bien…-Replicó apocada Analía.-

-¿Qué te pasa?, ¿Puedo subir?

-¿A estas horas de la noche?, ¿Estás loco?

- Bien …bien,bien, tenés razón, hasta mañana… Te quiero…

-Yo igual… Buenas noches.

Ya eran las tres de la madrugada. Analía pese al frío y la soledad con su silencio, no podía conciliar el sueño. Estaba de mal humor, molesta, triste también. La mezcla de sentimientos no tenía causa aparente. Solo estaba segura de sentir la sensación desagradable de estar insatisfecha.

La mañana del sábado apareció por la ventana dando su color blanco níveo y mostrando su continuo salpicar de livianos copos de nieve. La sorpresa fue grande para Analía, nunca había visto nevar en la ciudad.

Pese al reflejo blanco del fenómeno, los ambientes internos  del departamento estaban grises y tristes. Puso café a calentar, no tenía hambre, sólo sentía una opresión en el pecho con palpitaciones. Se sentó otra vez en la hamaca junto a la ventana, y, el ring del teléfono la sacó del aletargado estado.

-Hola… ¿Analía?

-Sí, ¿Quién habla?

-Te hablo desde España, soy un familiar de la esposa de tu abuelo…

-¿Qué  pasa, le sucedió algo al abuelo?, ¿Y mi papá?

-Lo siento… Tuvieron un accidente... El río estaba embravecido, habían salido a dar un paseo en un catamarán, y el accidente fue inevitable…

 

El padre de Analía había viajado a España. Tenía muchas ilusiones de ver a su muy anciano padre. El verano de Europa se prestaba para gozar vacaciones, y seguramente estarían en algún tour. A ambos le gustaban los ríos y paseos por el agua.

La noticia del fallecimiento de su padre y de su abuelo le provocó un shock emocional.

Sintió como si hubieran pasado 20 años más por su vida… Tomó conciencia de que estaba con 21 años y totalmente sola.

Las horas transcurrieron sin que la corporalidad de la joven se inmutara sobre la hamaca. Se mecía suavemente mirando caer la nieve en el absoluto silencio. El cuerpo lo tenía helado. No había ni siquiera abierto las llaves de la calefacción, ni bebido ni comido absolutamente nada.

Al caer la noche, los golpes de la puerta sonaban muy insistentemente.

Franco tuvo que acudir al portero, quien placenteramente ayudó al joven, le apasionaban los inconvenientes y la curiosidad indiscreta le agilizaron a buscar las llaves del departamento de Analía.

Cuando la joven despertó, ya había dejado de nevar. Encontró a su novio sonriente a su lado. Le pareció extraño el ambiente.

-Te deshidrataste, llevabas varias horas sin tomar ni comer nada…

-¿Qué es esto?

-Es sólo suero, mi amor. Serán algunas horas, que estarás en el Hospital, aquí en la guardia hasta que te recuperes. Necesitarás descanso. ¿Te impresionó el accidente de anoche?

 

Ya habría tiempo para explicaciones, sólo quería dormir.

Franco quedó mirando el rostro somnoliento y demacrado de su novia, mientras trataba de encontrar alguna explicación coherente a su estado. De pronto fue interrumpido en sus pensamientos por un camillero que ingresó a la habitación abruptamente.

-¿Analía Férguson?, ¿es ella?

-Sí… ¿Por?

-Tengo órdenes de trasladarla al piso.

-¿Cómo? El Dr. Gómez de la guardia me dijo anoche, cuando la traje que sólo estaría unas horas, en el Hospital,  hasta que se hidrate… ¿Quién dio la orden?

-Yo recibo órdenes de la caba. La tengo que trasladar a la sala 205, en Clínica Médica. Permiso… ¿Me ayuda con el suero?

Una vez trasladada Analía, se dirigió rápidamente al office, para ubicar al médico responsable. Eran ya las 6, 30 Hs.

El Dr. Gómez terminaba y entregaba la guardia a las 8 Hs., y había controlado en dos oportunidades a Analía. Fue encontrado por Franco tomando un desayuno en el comedor de la guardia, acababa de despertarse luego de dos horas varias veces interrumpidas de sueño.

-Perdón, doctor, ¿puedo hablar un momento con usted?

-¡Qué mala cara tiene muchacho!, ¿pasa algo?

Le llamó la atención al Dr. Gómez el rostro de preocupación del joven quien no había dormido y se había sorprendido con el traslado de Analía al piso.

Cuando Franco transmitió su inquietud, el doctor explicó paternalmente…

-Vos me dijiste que eras estudiante de medicina… ¿no?

-Sí, doctor  y… No entiendo qué es lo que pasa.

-La chica no está tan deshidratada. No es precisamente un día cálido como para que suceda algo así. La paciente ha sufrido un shock. Un shock emocional. Necesitamos ínter consulta con el psiquiatra, ya lo dejé indicado en la carpeta al médico de planta que se haga cargo de la cama hoy por la mañana… No te preocupes… ¿Me dijiste tu nombre?

-No… Franco… Franco Gijón. No comprendo, la otra noche presenciamos el accidente del centro y… vio a todos los heridos. ¿Puede haber sido eso la causa?

-Puede ser, de todos modos el psiquiatra la interrogará, y todo se va a aclarar, quedate tranquilo, Franco. Bueno te dejo, tengo que entregar la guardia. ¡Chau, suerte!

 

Franco quedó mirando absorto cómo el médico desaparecía por el final del pasillo… Ahora le quedaban los interrogantes…

El psiquiatra entrevistó a Analía cerca de las 11 Hs. Luego llamó a Franco y le preguntó por los familiares de la paciente. Franco explicó la situación de su novia. Le manifestó al facultativo el viaje de su padre desde hacía más de un mes.

-Algo le sucedió a su novia. No ha sido el accidente que presenció… Hay algo más, Sr. Gijón…

-¿Qué quiere insinuarme, doctor?

-El shock emocional la ha dejado en un estado muy indiferente. Se muestra desinteresada por todo lo que la rodea, está catatónica casi… al menos esto durará un tiempo. Tendrán que tener paciencia, tanto usted, como su padre cuando vuelva de viaje.

-¿Cuánto tiempo estará así?

-No lo sé, será cuestión de las circunstancias.

-Está bien doctor, gracias.

-Bien, hasta luego.

Franco pensó por el momento que los locos eran todos los de ese hospital. Analía sería la de siempre. Pronto la llevaría a su departamento y todo estaría como antes.

Cuando volvió a la habitación, se sorprendió sobremanera al ver sentada en una silla junto a Analía, a una mujer de aspecto antiguo y muy pálido quien la miraba con devoción ignorando totalmente la presencia que acababa de entrar. Notó la sala muy helada, con un frío sepulcral.

Al notar que la extraña presencia no lo consideraba, se dirigió a las ventanas, pero éstas estaban totalmente cerradas. Colocó sus manos sobre el radiante de la calefacción y éste emanaba su calor habitual. No le encontraba ninguna explicación al frío de la habitación, tampoco vislumbraba que la acompañante de su novia sintiera frío… y eso que solo tenía un sayo liviano, como de gasa.

Quedó mirando a la extraña mujer, de aspecto distante pareciéndole conocida… Quizás en alguna foto en el departamento de Analía.

No soportó más la baja temperatura y se dirigió a la enfermería a buscar alguna mucama. Cuando volvió con ella a la sala, Analía descansaba sola. Ni rastros de su acompañante, ni rastros del frío… La temperatura del ambiente era por demás muy agradable.

Franco comenzó a creer, entonces, que las cosas ya escapaban a su probable control… las cosas ya estaban comandadas por lo sobrenatural.

Tuvo, finalmente que resignarse a su alejamiento  definitivo.

 

El tiempo transcurrió.

Analía comprendió que debía estudiar, afortunadamente los ahorros que su abuelo le dejara a través de los años le serían muy útiles. Cumpliría el sueño de sus mayores. También seguiría la ejemplificadora vida casta de su tía.

El apartamento continuaba misteriosamente en perfectas condiciones como lo instalaran oportunamente sus antiguos dueños. Cada rincón, cada mueble, adorno o luminaria, conservaban su estado original.

En varias oportunidades, mientras estudiaba, Analía sentía la presencia acompañante del espíritu de su tía. Ella solo la observaba con cariño, como cuidándola. En otras oportunidades, la veía pasar rápidamente por los pasillos del edificio cuando llegaba de la facultad. Esta situación inusual no le disgustaba, sino que por el contrario, comprendía la preocupación de su tía por su soledad.

Supo también, que varios en el edificio se habían molestado con el desagradable encuentro espectral.

Comprendió la joven, que el deseo principal de su tía y de su abuela, era la perpetuidad de la castidad insertada definitivamente en ese departamento.

Esto aumentó aún más la rigidez en el carácter y la actitud hostil de Analía. Nadie quería entablar con ella ni siquiera una amistad, creyéndola anormal en su personalidad y conducta.

Analía se recibió y trabajó con ahínco y fervor constante. Su soltería fue siempre un misterio para sus pretendientes, compañeros y amigos.

Los descendientes de los integrantes del consorcio del edificio, alimentados de habladurías de los porteros en turno, aseguraban el andar nocturno y permanente de la solterona finada. Ésta cuidaba los alrededores y alejaba todo aquél hombre capaz de interrumpir la virginidad destinada para siempre para el departamento en ochava del 5º piso de Pampa y Neuquén.

Al espíritu de la Sra. María Férguson, que tanto anhelaba ir a vivir a ese edificio, también aseguraban haberlo visto deambular desconforme y vigilante por los ascensores. Muchos habitantes antiguos del edificio, evitaban recalar en el 5º piso a altas horas de la noche, por temor a algún desagradable encuentro.

Analía Ferguson fusionó su vida al invierno estacional. La soledad, la frialdad, y la adormecida infertilidad árida de su alma se eternizaron; Finalmente… para plasmarse en la belleza inútil de una vivienda con las ilusiones muertas, para siempre.

Invierno 2007 .-

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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