Comentario de una novela.

 

“Los miserables” de Víctor Hugo fue una novela que me hizo llorar. Es difícil que en estos tiempos una obra literaria emocione tanto a una persona. Acostumbrados a tanta información por Internet, a libros electrónicos, audio libros, blogs, etc.; el exceso de estímulos nos impide concentrarnos de verdad en una sola cosa.

Hace algún tiempo apareció por ahí un estudio donde se decía que “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, era la mejor novela que alguna vez se había escrito. No dudo de que lo sea.

Pero el año pasado cayó en mis manos “Los miserables” de Víctor Hugo, en formato electrónico y empecé a leerlo. Lo hice porque era una de las pocas novelas importantes que no había leído todavía.

Al principio empieza como la mayoría de las novelas del siglo XIX; describiendo a un obispo francés y su tranquila vida provinciana. Hasta que llega al pueblo un vagabundo a quien nadie desea recibir. Ni en las hospederías, ni en ninguna parte aceptan a Jean Valjean. Era un ex presidiario.

Después nos damos cuenta de que Jean Valjean era tan bueno, que cayó preso sólo por su origen y su ingenuidad. No es que no hubiese cometido delito; pero entre ladrones y asesinos, su único delito había sido haber intentado robar una pieza de pan desde una vidriera, para dar de comer a su familia ya que había perdido el trabajo.

Después se va envolviendo en intentos de fuga y fugas efectivas, haciéndose de un prontuario que otros no tenían.

Finalmente Jean se enamora pero ella muere dejando una niña. La historia transcurre en contar cómo Jean huyendo de la policía, cuida y educa bien a su hija. Huye y al mismo tiempo la educa.

Concluyendo les digo que es bueno leerla, porque desarrollaremos nuestra afectividad.

A continuación un extracto:

 

La alondra

 

No basta ser malo para prosperar. El bodegón marchaba mal.

Gracias a los cincuenta francos de la viajera, Thenardier pudo evitar un protesto y hacer honor a su firma. Al mes siguiente volvieron a tener necesidad de dinero y la mujer empeñó en el Monte de Piedad el vestuario de Cosette en la cantidad de sesenta francos. Cuando hubieron gas­tado aquella cantidad, los esposos Thenardier se fueron acostumbrando a no ver en la niña más que una criatura que tenían en su casa por cari­dad, y la trataban como a tal. Como ya no tenía ropa propia, la vistieron con los vestidos viejos desechados por sus hijas; es decir con harapos. Por alimento le daban las sobras de los demás; esto es, un poco mejor que el perro, y un poco peor que el gato. Cosette comía con ellos debajo de la mesa en un plato de madera igual al de los animales.

Su madre escribía, o mejor dicho hacía escribir todos los meses para tener noticias de su hija. Los Thenardier contestaban siempre: "Cosette está per­fectamente". Transcurridos los seis primeros me­ses, la madre remitió siete francos para el séptimo mes, y continuó con bastante exactitud haciendo sus remesas de mes en mes. Antes de terminar el año, Thenardier le escribió exigiéndole doce. La madre, a quien se le decía que la niña estaba feliz, se sometió y envió los doce francos.

Algunas naturalezas no pueden amar a alguien sin odiar a otro. La Thenardier amaba apasionada­mente a sus hijas, lo cual fue causa de que detes­tara a la forastera. Es triste pensar que el amor de una madre tenga aspectos tan terribles. Por poco que se preocupara de la niña, siempre le parecía que algo le quitaba a sus hijas, hasta el aire que respiraban, y no pasaba día sin que la golpeara cruelmente. Siendo la Thenardier mala con Coset­te, Eponina y Azelma lo fueron también. Las niñas a esa edad no son más que imitadoras de su madre.

Y así pasó un año, y después otro.

Mientras tanto, Thenardier supo por no sé qué oscuros medios que la niña era probablemente bastarda, y que su madre no podía confesarlo. Entonces exigió quince francos al mes, diciendo que la niña crecía y comía mucho y amenazó con botarla a la calle.

De año en año la niña crecía y su miseria también. Cuando era pequeña, fue la que se lleva­ba los golpes y reprimendas que no recibían las otras dos. Desde que empezó a desarrollarse un poco, incluso antes de que cumpliera cinco años, se convirtió en la criada de la casa.

A los cinco años, se dirá, eso es inverosímil. ¡Ah! Pero es cierto. El padecimiento social empie­za a cualquier edad.

Obligaron a Cosette a hacer las compras, ba­rrer las habitaciones, el patio, la calle, fregar la vajilla, y hasta acarrear fardos. Los Thenardier se creyeron autorizados para proceder de este modo por cuanto la madre de la niña empezó a no pagar en forma regular.

Si Fantina hubiera vuelto a Montfermeil al cabo de esos tres años, no habría reconocido a su hija. Cosette, tan linda y fresca cuando llegó, estaba ahora flaca y fea. No le quedaban más que sus hermosos ojos que causaban lástima, porque, sien­do muy grandes, parecía que en ellos se veía mayor cantidad de tristeza.

Daba lástima verla en el invierno, tiritando bajo los viejos harapos de percal agujereados, ba­rrer la calle antes de apuntar el día, con una enorme escoba en sus manos amoratadas, y una lágrima en sus ojos. En el barrio la llamaban la Alondra. El pueblo, que gusta de las imágenes, se complacía en dar este nombre a aquel pequeño ser, no más grande que un pájaro, que temblaba, se asustaba y tiritaba, despierto el primero en la casa y en la aldea, siempre el primero en la calle o en el campo antes del alba.

Sólo que esta pobre alondra no cantaba nunca.

Y así continúan las páginas de esta novela. Se habla en ellas un poco de la revolución francesa, de Luis XVI, pero el centro de la historia son Jean Valjean y su hija Cosette.

Si a alguien le interesa, puedo enviársela como archivo adjunto de Word escribiéndome a mi correo electrónico.

 

 

Autor: Luis Alberto Méndez Quezada. Santiago de Chile, Chile.

 

Primer Premio Especial Tiflos de Poesía, España 2005

lamq_57@yahoo.es

 

 

 

Regresar.