La palabra a través del tiempo

Primera de dos partes.

 

Como bien sabemos, Esperanza está de plácemes por la llegada de su X Aniversario: un hecho venturoso que se logra a base esfuerzo y perseverancia de sus fundadores, es cierto, pero también de todos aquellos que creyeron en un proyecto noble y trascendente; que se sumaron a él y, valiéndose de la palabra, esa facultad inherente sólo en el género humano, envían al mundo su mensaje, bien sea de aliento, de propuesta; un reclamo, una historia, un poema… pero todo ello haciendo uso de la palabra, que como nunca antes dispone de cauces ilimitados. De ella; de su majestad la palabra, trata este artículo.

Para la juventud y la niñez de hoy en día, es muy difícil figurarse que no siempre fue tan sencilla y rápida la forma de comunicarse por medio de la palabra escrita. Para ellos resulta por demás natural enviar un escrito recién redactado hasta los confines del planeta y obtener de inmediato la respuesta… sin siquiera moverse de casa; un trámite que en el pasado era muy diferente, dependiendo de la época y el lugar, por ejemplo: En tiempos de Alejandro Magno, a un mensajero le podía llevar semanas y aún meses viajar de un extremo a otro del imperio (De Alejandría, en Egipto a Alejandría Nicaia, en la frontera con la India). O ya en el Nuevo Mundo, una vez conquistado el Oeste, era muy poco lo que se había avanzado, sino es que se había retrocedido, de lo que nos dan cuenta las aventuras de Lucky Luke, en el genial “comic” de Morris y Goscinny, El hilo que canta.

 En 1848 un joven recién instalado en San Francisco, envió una carta a su novia que permanecía en Nueva York, invitándola a seguirlo y casarse con él. La carta primero fue a parar a los navíos de la U. S. Mail Steamship Co. y de la Pacific Mail Steamship Co

De 1851 a 1852 habría sido transportada a lomo de mula y en 1856 en una caravana de camellos; para finalmente depender de las diligencias y llegar a su destino en 1861. Como final feliz, hay una viñeta donde cuatro chiquillos corren en fila anunciando: Mamá, ¡una carta para ti!, a lo que la señora de la casa responde: No tengo tiempo, estoy atendiendo al bebé; dásela a papá. El relato puede que sea exagerado, aunque de ningún modo inverosímil.

En México el correo fue establecido a partir de 1519, cuando Hernán Cortés despachó por Veracruz una carta que la flota española llevó a través del Atlántico, dirigida a los reyes católicos. Pero debió pasar más de un siglo para que fuera debidamente organizado, mediante el empleo de cabalgaduras, correos, peones y carteros que entregaban las misivas en propia mano.

Así transcurrieron cerca de 500 años --en la Colonia y el México independiente--, de invaluables beneficios que el Servicio Postal Mexicano ha prestando a la nación, toda una era de esplendor que irremediablemente, como es bien sabido, toca a su fin (1). El mundo cambia y el progreso es el progreso. Ya lo decía Manuel Payno en 1891: “Lo que los políticos, con gran entusiasmo y agarrándose de él para medrar, llaman progreso, es una cosa que efectivamente existe y que empuja unas veces a la gloria y otras al precipicio; pero no importa, empuja siempre, y no hay medio de evitarlo”.

Vino también el telégrafo con su lenguaje de puntos y rayas… y después el teletipo, el fax, y toda esa tecnología espacio-temporal que sirvió de preámbulo, o como ensayo para la irrupción de la red global que hoy nos avasalla.

No obstante, la palabra escrita nunca ha sido ni será desplazada; sigue vigente, vigorosa, incontenible. Por la red va y viene, y su vigencia será efímera o perdurable, pero nunca podrá ser vista con indiferencia. Quizá lo que nos falte es tiempo y disciplina para atender lo realmente importante y saber apartar la paja, lo trivial… el “spam”, como ahora se le llama.

Y en ese vértigo informativo; dentro del torrente de palabras, existe un oasis donde siempre podrá abrevarse de las más bellas obras del pensamiento universal; joyas que dieron inmortalidad a sus autores y perduran a través de los siglos. Nada, pues, como los libros viejos; literalmente, oro viejo. Leer sus páginas amarillentas es como escuchar a sus protagonistas y aún a quienes los escribieron, como afirmaba el laureado escritor michoacano Rubén Romero: De los anaqueles de mi biblioteca surgían los personajes de los libros para charlar en sus lenguas de origen, convirtiéndose la estancia en una torre de babel.

En efecto, esa es la sensación que deja a los amantes de la lectura un buen libro; un deleite que no se compara con las opciones infinitas que ofrecen los cauces modernos de la palabra. El redactor desea hoy franquear el acceso a su estudio a los amables amigos de Esperanza, e invitarlos a una conversación, al azar, con dos o más de sus favoritos; con quienes, sin lugar a duda, se identifica plenamente.

¿Cómo no admirar a Erró doto, de quien sus biógrafos dicen que fue primero viajante que historiador? El llamado padre de la historiografía que vivió cuatro siglos antes de Cristo, recorrió desde las colonias griegas de Asia hasta la Tracia, desde Lidia hasta Persia, atravesó todo Egipto y visitó diversas provincias de Europa (2). De cuantos países conoció, nos da cuenta, por el puro gozo de narrar y gran amor al detalle. Así anotaba: Tal fue su orden; la razón de enfrentar a los camellos a la caballería era la siguiente: el caballo teme al camello y no puede soportar ni su vista ni su olor. Por esta razón se valió de aquel ardid, para inutilizar la caballería en la cual Creso cifraba todas sus

Esperanzas.

Heródoto también era sabio y lo demostraba siempre que algún poderoso lo interrogaba. A Creso, el rey de Lidia, que pretendía ser el hombre más rico y más feliz del mundo, le dijo: Un hombre por ser muy rico, no es más feliz que otro que tiene la subsistencia diaria, si la fortuna no le concede, gozando de todos sus vienes, terminar bien la vida. Porque muchos hombres inmensamente ricos son infelices, y muchos con fortuna moderada, felices. Pero es imposible que un hombre abarque todos los bienes, como ninguna tierra produce todo cuanto necesita, abundando de unas cosas y careciendo en otras. Así también no hay una sola persona provista de todo lo bueno: tiene una cosa y le falta otra; pero el que posee el mayor número de bienes y muere después con toda felicidad, ese es el hombre ¡oh rey! Que merece el nombre de dichoso. Porque debemos ver el final de todo asunto, ver cómo termina.

Otro libro fascinante escrito por un viajero, éste ya de finales del siglo XIX, es el de Fritz de Graff, un ingeniero neoyorquino que vivió 84 meses en selvas de Sudamérica, “por puro amor a la aventura”. Y vaya que las encontró, lo cual le permitió escribir de regreso a la civilización su fiel testimonio: Cazadores de cabezas del Amazonas.

De Graff arriba a Panamá en diciembre de 1894 y de ahí continúa hacia Ecuador, y es una pena que no podamos seguir aquí paso a paso su fantástica narración. Veamos sin embargo unos párrafos: recorrimos treinta millas diarias. Al llegar al cuarto día, el camino atravesaba uno de los paisajes más bellos del mundo: el de la gran cordillera de los Andes, que rodea la capital del Ecuador, la cual se levanta en la meseta situada entre la serie de cumbres orientales y occidentales, que son las más altas de la cordillera, a unos tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Vimos el magnífico cono truncado del Antisana, cubierto de nieves perpetuas, del que dicen los indios que era el más alto de los Andes antes de que la cumbre fuera destrozada por una tremenda erupción, hace muchos siglos. Actualmente se eleva a más de seis mil metros de altura; la circunferencia de su base es mayor que las del Cotopaxi y del Chimborazo y si los lados del cono se prolongaran hasta su vértice, rivalizaría en altitud con el Monte Everest (3).

De Ecuador, Graff pasó a Perú y después a Brasil; navegó por los ríos Marañón, Santiago, Yasuní, Pongo de Manseriche; el Napo, el Amazonas y otros a los que nadie antes había penetrado. Y aquí dvierte: Conviene saber, aunque esto parezca imposible a quien ha nacido en un país totalmente civilizado, que las fronteras de Brasil, Ecuador, Perú y Colombia en el Amazonas, cuya longitud es de muchos miles de millas, son puramente imaginarias. En los mejores atlas modernos se ven a veces las grandes extensiones de aquella región señaladas con la anotación de “sin explorar”. Los límites de aquellas tierras varían según la procedencia del mapa; así un mapa brasileño, comprenderá dentro de las fronteras de Brasil vastísimos territorios que en un mapa peruano constarán como pertenecientes al Perú, y así ad infinito. (4)

En otra ocasión, Graff y un compañero llamado Jack, permanecieron una larga temporada dedicados a recolectar caucho. Al cabo de ella, llegaron a Iquitos con sus dos barcas colmadas del producto. Con aspecto de ermitaños, descalzos y con la barba de dos años, lograron vender la carga a un precio razonable, luego de que los comerciantes pretendían pagarla más bajo. Como en Iquitos no circulaba el papel moneda, fue necesario el empleo de un carro para llevarse el dinero, que pesaba ciento veinte libras. “Allí era costumbre ir de compras con una carretilla”, según Graff.

El pasaje más impactante de este increíble testimonio, es donde se describe el encuentro de Graff con los jíbaros, los temibles cazadores de cabeza del Amazonas. Este tuvo lugar en la región de Borja, lo más intrincado de la selva, en las cuencas del Marañón y del Santiago: “Es preciso que concurra una serie de circunstancias extrañas, en las cuales no entrará poco la casualidad, para que un hombre blanco pueda ser testigo de los nosotros presenciamos”.

Tras un enfrentamiento entre dos tribus enemigas, los huambisas y los aguarunas, el aventurero anotó: “Habiendo el enemigo abandonado a sus muertos y agonizantes, los vencedores avanzaron para apoderarse de los despojos más valiosos de la batalla: las cabezas. Con hacha de piedra, cuchillos de caña de bambú, machetes de madera de chonta y conchas afiladas en la arena, iban de un cadáver al otro y cortaban sus horrendos trofeos de victoria”.

Las diez páginas del capítulo XXII dan cuenta de los pormenores de tan crueles costumbres. Para los nativos no había tal crueldad, solamente un estilo de vida, según sus conclusiones “Después de la fiesta los guerreros cortan de las cabezas las cabelleras, que convierten en trofeos permanentes, llevándolas a modo de cinturones alrededor de los paños que se ciñen en las caderas. Pero solo los usan en las batallas y en las fiestas. La posesión de un trofeo así confiere a sus poseedores una consideración especial. Pero las cabezas desprovistas de cabellera han perdido ya su valor, como sucede con las perlas muertas y sin brillo. No deja de ser curioso el hecho de que el fanático celo con que las cabezas se conservan hasta el momento del festival se convierta luego en una indiferencia absoluta, de tal manera que se entregan a los niños como juguetes y terminan perdiéndose en algún río o pantano”.

 

(Continuará) (5)

 

NOTAS:

(1)             Sobre el Palacio Postal de la ciudad de México, está circulando por Internet un excelente video que muestra la historia y el esplendor del majestuoso edificio, pero lo mismo de su condición actual, en la que tan poco se le utiliza. Otro archivo de la red, es un artículo de Ellen Brown, publicado en la magnifica edición argentina El Peso, en la que se propone el restablecimiento de servicio bancarios dentro del sistema postal, como ya se hace con éxito en China y Nueva Zelanda. En el pasado, en México también funcionó la cartilla del ahorro con buenos resultados. En la actualidad sería estupendo que el Correo ofreciera el servicio bancario, como una forma eficaz de combatir la usura que practica la banca extranjera, Elektra, los rentistas como Slim y el comercio trasnacional.

(2)             Heródoto, posiblemente el primer “pata de perro” de la historia. Saludos Enriqueta Adriana, de Almería, de quien este redactor está agradecido y se siente orgulloso por haber sido quien la invitó a ser parte de la gran familia de Esperanza.

(3)             Fritz de Graff, quien no se cansa de ponderar las maravillas del paisaje ecuatoriano, tal como las vio en el siglo antepasado. Saludos Luis Eduardo Cueva, de Quito, que en presente nos deleita con la descripción de las mismas bellezas naturales y las aventuras del Viejo Aviador y su Correo del Chagra.

(4)             Es asombrosa la concordancia de los datos de Graff, redactados en una época en que aún no había ni siquiera máquinas voladoras, y los de la actualidad, disponibles para todo mundo, captados desde un satélite… “Desde ella se domina el Aguarico, que en aquel punto tiene una milla de anchura”… Ríos prodigiosos como el Amazonas y el Paraná. Saludos Clara Sofía, de Paraná, que con cada nueva participación en Esperanza, colma de satisfacción al reportero que sirvió de enlace entre la escritora y la revista que dirige Bulmaro Landa.

(5)             Saludos Raúl espinosa Gamboa, de Cancún por haberme invitado a ser parte de esta excitante aventura del pensamiento y la palabra. Feliz X Aniversario para todos.

 

Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.

bautistaperezf@yahoo.com.mx     

 

 

 

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