IDILIO EN EL CHIMBORAZO.

 

Las angostas calles de la Sultana de los Andes se encontraban llenas de bullicio, la gente pasaba a toda prisa sin mirar lo que brillaba en la Montaña.

El Chimborazo se mostraba muy altivo y majestuoso. Su encanto hacía temblar a los turistas que trémulos lo contemplaban pero, también se enorgullecían de él.

 

Era noviembre, época de grandes aventuras y, de muchos peligros; pues, la nieve engalanaba la montaña y, las lluvias caían torrencialmente formando grandes copos de granizo, que colgaban como enredaderas sobre los techos.

Sin embargo, los Alpinistas no dejaron de escalar; era su deporte, su gran empresa, eran sus grandes triunfos.

En el día el cielo destellaba un paisaje cubierto de belleza pero arriba, en la Montaña el sol ya se escondía, tan sólo se escuchaba el trinar de unas cuantas aves, pajarillos de todas las especies que se tranquilizaban porque la Montaña les daba la paz que necesitaban.

 

Así, fue que un día como tantos, una pareja de andinistas quisieron subir tan alta montaña, querían alejarse de la ciudad para vivir su amor a plenitud ése amor que sólo pueden sentirlo los seres que realmente, albergan sentimientos de nobleza en su corazón.

Ese amor que no le hace mal a nadie y, que hace crecer al alma cuando se encarna desde su raíz.

Ellos, anhelaban que el silencio mañanero los deleite en una cálida armonía, querían que Dios y el viento sean testigos de la tan nombrada felicidad que en sus ojos se veía.

Esta pareja siempre se dijeron lo que sienten a través del diálogo, o por medio de sus silencios; sonreían al encender el fuego para hacer una fogata, pero su sueño, su gran sueño era seguir encumbrando hasta llegar a la cúspide.

Encontraban se en el primer refugio platicando un poco con los cuidadores y, así entablaban amistad con otros andinistas que en aquél entonces, vinieron a conocer y a fotografiar la Montaña más alta del Ecuador.

 

Felipe era muy conocido por su amplia y vasta experiencia, como gran alpinista se sabía que había llegado a trepar otras montañas de importancia, hasta el Haconcagua entre Chile y Argentina pudo lograrlo, no obstante, quería probar a ver cómo le iba con el Chimborazo que conjuntamente con el Eberes eran las únicas montañas que le faltaban por avanzar

 

Camila en cambio era una joven inexperta y temerosa empero, el espíritu de lucha, de optimismo y de confianza que Felipe le infundía le hacía sentir más segura, sobre todo, porque ella lo amaba intensamente y eso hizo que lo acompañara en ésta aventura sin saber si quiera el mágico misterio que envuelve la montaña.

Reían, cantaban, se besaban se amaban y expresaban su amor de la forma que lo sentían sus cuerpos y sus almas.

En definitiva, estaban alejados del mundo, su dicha era indescriptible.

Ellos no alcanzaban a comprender el por qué sus familias y mucha gente se oponían a su relación hasta que de pronto, Camila rompió el silencio y exclamó:

¡Qué va hacer de nosotros, pronto tendremos que regresar y, ya no podremos vernos tan seguido!; entonces, los verdes ojos de Felipe la miraron dulcemente, mientras sus labios en un leve susurro exclamaron:

¡si se oponen a nuestra felicidad!, Lucharemos contra el mundo por defenderla y que Dios y la Montaña sean fieles testigos de lo que pase entre nosotros.

Camila tomó su mano y repuso:

Sabes, a tu lado nada temo, por eso hago mis versos recordando tus caricias y entregada a ése amor que Dios quiera sea eterno.

Así, seguían juntos jugando con la nieve exponiéndose al peligro sin que nada, ni nadie les importe, mientras sus familiares en la Ciudad buscaban la forma de separarlos.

Los prejuicios, las barreras cerraban el círculo de la felicidad y, de la unión para la joven pareja, mientras más trampas urdían para alejarlos era cuando más juntos estaban, cada padre de familia quería lo mejor para sus hijos o lo que ellos creían que era bueno para ellos; los padres de Camila la cuidaban y sobreprotegían pues para ellos su hija debía ser la compañera de toda su vida y la que cuide de su vejez.

Por ello, no querían que nadie le haga daño, porque para ellos, todo aquél que se le acercaba le iba ha arruinar la vida.

Pensaban que el amor era dañino para ella sin preguntarle si quiera cuáles eran sus sentimientos, sin dejarla amar, ni ser amada como si eso fuera prohibido para ella.

 

En tanto, que los padres de Felipe querían que su hijo se casara con una dama de dinero, distinguida y elegante.

No como la pobre de Camila quien sólo podía dar amor, y aunque no podía ver muy bien con un ojo, tenía bien puestos los ojos del corazón, era muy dulce y linda, pero a la altura de ellos no podía estar.

A pesar de que Felipe Castro era un hombre hecho y derecho su familia, en especial sus hermanos trataban de meterle todas ésas vanas fantasías en su cabeza y, por poco lo consiguen.

A sí, fue como por un tiempo se separaron mas, Camila puso todo su empeño y voluntad para estar cerca de él y finalmente, lo se merendó.

Los familiares de Felipe sabían que él iba de excursión con un grupo de Alpinistas Extranjeros y Ecuatorianos puesto que el iba hacer el guía principal en quien confiaban todos y los empresarios de Sierran evada radicados en Quito sentían se orgullosos por la fama de gran líder la que siempre lo caracterizó.

No obstante, ni si quiera pasó por su mente la idea de que Camila viajaba con él. Para ella fue su primera experiencia porque aunque siempre lo apoyó en sus ideales cuando él le decía que iba a escalar ella le recomendaba que se cuide y pedía a la virgen del Cielo que no lo alejase de su lado.

De ésta manera, los padres de Camila se enteraron de que estaban juntos ella había acudido a la mentira porque no tenía otra salida.

Mentir por amor, no creo sea un pecado, simplemente es el temor de contar a sus padres porque muchas de las veces los padres tienen sus reglas, pero no muestran amistad con sus hijos.

Para ella, faltar a la verdad era lo más triste, quería confiar en la gente y, mucho más en su familia, pero ellos le dieron la espalda, tan sólo esperaban su regreso para ponerle fin a ésta situación.

Mientras tanto, en el Chimborazo los amigos de Felipe compartían ése maravilloso idilio sin comprender, ni entender la inmensa capacidad que tiene el hombre para amar cuando todo en él es sincero y puro, cuando no engañan cayendo en la falsedad.

Ellos veían con alegría como él arreglaba la carpa con su martillo de montaña y con sus mochilas al hombro caminaban en una larga hilera muy arropados por el frío, iban descubriendo nuevas cosas; mientras, Camila muy pegadita a él hablábale al oído frases tiernas repletas de cariño hasta que tuvo ganas de gritar y su voz como un eco se escuchó diciendo:

Nadie podrá separarnos,

No sé que nos promete el cielo

Si en la tierra quisieron alejarnos:

Para nosotros sí abra un lugar en el universo.

Todos se quedaron sorprendidos, de ver tanta desesperación en el rostro de Camila.

Felipe acariciando sus negros y rizados cabellos brillantes le preguntó:

¿Qué te pasa mi chiquita, por qué gritas de ése modo?, ¡tienes algún presentimiento y no me lo quieres decir?

-No te preocupes, nadie nos apartará ya verás que al llegar a Quito nos casaremos como es tu deseo en la Iglesia de nuestra Señora de Fátima la que tanto tú prefieres.

¿Te gustaría, verdad?

-La verdad, sí mi amor y sinceramente me siento muy emocionada. Todas las noches oraban y rezaban con devoción a Dios y a San Martín de Porres que era el Santo preferido de Camila

Ella le decía siempre a Felipe: Sabes, mi negro iluminará nuestras vidas.

El se ha aparecido en mis sueños y, te cuento que cariñosamente en Lima lo llamaban “Fray Escoba”, porque siempre estaba barriendo y a él le gustaba mucho que lo llamen así.

Felipe disfrutaba de la historia que Camila le contaba arrimando su cabeza en el hombro de ella para que Camila retozase con el trigal de sus cabellos y, entre sus dedos envuelva su ensortijada cabellera.

 

Fue 10 de noviembre cuando finalmente llegarían a coronar el Chimborazo, Felipe los había organizado de tal manera a fin de que los guías Ecuatorianos tendrían que ir con Extranjeros, tenían que seguir el cordel a una considerable distancia; de manera que la persona que iba delante les avisaba los obstáculos que habían.

A las 3 de la madrugada de aquél día lunes, todos se levantaron silenciosos, el frío congelaba el alba haciéndo de la montaña una roca dura y firme.

Tenían que salir por grupos y, el que guiaba, Felipe fue el primero mas, quiso que Camila no despertase porque no quería exponerla. Sin embargo, Camila despertó y con lágrimas en los ojos le pidió, le suplicó, le imploró que no la deje.

Ella decía sentir un dolor tan fuerte que presionaba su pecho, una angustia y ansiedad inexplicables invadían todo su cuerpo entonces, Felipe a regañadientes aceptó llevarla.

 

Caminaron largamente iban subiendo y subiendo hasta coronar la montaña lo lograron, era un triunfo para ellos mas, la gran sorpresa fue al descender porque ellos no pudieron darse cuenta que unos grupos se dispersaron, mientras unos miembros del club de andinistas Extranjeros tomaban fotografías aprovechando la hermosura del paisaje. Repentinamente, cuando iban bajando una gigantesca avalancha de hielo envolvió sus cuerpos lentamente.

Camila y Felipe se aferraban a la vida ellos sentían que se ahogaban más, a pesar de todo ella alcanzó a decirle a su amado.

Allá, en el Paraíso hay un lugar para vivir sin que nadie nos separe, despertarán nuestras almas y la montaña que hoy nos quita la vida será la que revele ésta leyenda.

Entonces, Felipe haciendo un gran esfuerzo supremo y entre palabras cortadas dijo:

“Dios, el mar la montaña tú y yo, a acompáñame a escalarla y tú lo hiciste mi dulce Camila porque física y espiritualmente estuviste conmigo, a hora el Cosmos nos detiene porque otra vida vamos a empezar.

 

Así, Felipe y Camila con otros 10 andinistas se fueron de éste mundo, en Quito sus familiares y la gente que los conoció y los quiso vistieron se de luto, algunos recordaban los versos de Camila y otros se acordaban de las citas de libertad, de montaña y de aire puro que Felipe escribía a cada instante.

Cuando al fin fueron encontrados y sus familiares fueron a sepultar sus cuerpos escucharon las risas de ellos dos por toda la Montaña y los gritos angustiados de Camila temiendo que la separen de su amado.

Las personas que sobrevivieron contaron con tristeza y al mismo tiempo tenían alegría, pues habían compartido con ésta joven pareja el recuerdo de un amor inolvidable.

Desde ése entonces, el lugar donde fueron enterrados tanto Felipe, como Camila y sus compañeros de aventura y, muchos de los cuales no fueron encontrados fue declarado Campo Santo y cuentan los cuidadores de los Refugios que cada diez de noviembre se escucha la voz de Felipe diciendo:

“El amanecer en la montaña es como si uno se estuviera muy cerca de Dios” y, cuando los familiares de los fallecidos visitan las lápidas encuentran una flor que nadie sabe quien les pone.

El Chimborazo conoció la verdad de un amor que ya no existe, se llevaron el mejor premio de estar, bajo el manto divino.

 

 

Esta historia es parte de una realidad que se a vivido y se vive muchas veces.

A menudo las aprensiones son cadenas infranqueables que nos quitan la oportunidad de experimentar y vivir plenamente lo que la vida nos ofrece. Esta historia jira en torno de dos seres que se amaron; sobre todo ella quien tuvo que buscar un buen pretexto para obtener permiso e ir en pos de su amado.

El que esperó ansiosamente el gran encuentro, encuentro sublime que terminó en la montaña, la en galardonaron de ilusiones que en algún rincón han de brillar.

El Chimborazo los vio partir hacia el lugar donde nadie vuelve, hace mucho tiempo ellos se fueron para siempre.

Que ésta leyenda resumida del dolor que yo viví simbolice en ustedes el recuerdo de un amor dulce y maravilloso porque para mí será un recuerdo imborrable en mi vida.

Autora: María Augusta Granda. Quito, Ecuador.

magusgranda@cablemodem.com.ec

 

 

 

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