Diego Rivera no es sólo uno de los grandes muralistas
mexicanos, el autor de El Cárcamo, que se puede ver en
Hablar y pensar en Diego es también mirar al hombre, ese
ser humano lleno de defectos y virtudes que obligan a descubrirlo en la
intimidad de sus tórridas relaciones con las mujeres.
Vinculado a Frida Kahlo, casi para la eternidad, han
quedado prácticamente en el ostracismo otras grandes mujeres, eclipsadas por
esta gran pintora de angustias y desventuras.
Angelina Beloff, es una de ellas. Fue su primera mujer.
“Te conocí en
La vida los unió en la pre-guerra, en Bélgica. Era 1909.
Dos primaveras después se casaron y vivieron 12 años juntos. Ella fue la
columna sólida que requirió durante su estancia en Europa para desarrollar y
crecer, encontrar su camino y proseguir por él sin mirar atrás.
“Aún te veo con tus zapatos sin bolear, tu viejo sombrero
olanudo, tus pantalones arrugados, tu estatura monumental, tu vientre siempre
precediéndote y pienso que nadie absolutamente, podría llevar con tanto señorío
prendas tan ajadas. Yo te escuchaba quemándome por dentro, las manos ardiente
sobre mis muslos, no podía pasar saliva y sin embargo parecía tranquila y tú lo
comentabas: “¡Qué sedante eres Angelina, qué remanso, qué bien te sienta tu
nombre, oigo un levísimo rumor de alas!” Yo estaba como drogada, ocupabas todos
mis pensamientos, tenía un miedo espantoso de defraudarte.”
De esta rusa nacida en San Petersburgo, la escritora
mexicana Elena Poniatowska recrea en su libro epistolar “Querido Diego, te
abraza Quiela” una serie de cartas amargas que el pintor nunca respondió. De
Angelina Beloff, que es apenas un par de líneas en la biografía de Diego
Rivera, se sabe que migró de Rusia, donde había estudiado pintura en la
prestigiosa Academia Imperial de Bellas Artes de San Petersburgo, a París, para
continuar su educación en
“En los papeles que están sobre la mesa, en vez de los
bocetos habituales, he escrito con una letra que no reconozco: ‘son las seis de
la mañana y Diego no está aquí’.” (p. 41)
Con la imaginación de Elena y la voz de Angelina, es
posible acercarse al hombre, sentir su desdén y el desamor del que fue capaz
para con esta grabadora y pintora con la que se casó y tuvo un hijo que
falleció a los 14 meses víctima de las penurias de
“Hoy en la mañana al alimentar nuestra estufita pienso en
nuestro hijo. (...) Más tarde viajaríamos a Biarritz, los tres juntos, el niño,
tú y yo cuando tuvieras menos trabajo. Imaginaba yo a Dieguito asoleándose, a
Dieguito sobre tus piernas, a Dieguito frente al mar. Imaginé días felices y
buenos (...)”. (p. 11 y 13)
Entre 1909 y 1921, año en que Diego Rivera regresó a
México definitivamente, éste tuvo amoríos con otras mujeres, como la pintora
Marie Vorobieff conocida como Marevna y con la que procreó una hija que nunca
reconoció; pero Angelina se mantuvo incólume. Ella era su mujer y como tal
esperó con toda paciencia a que Diego cumpliera su promesa de enviarle dinero
para volar a México y proseguir la vida en pareja.
“Mira Diego, durante tantos años que estuvimos juntos, mi
carácter, mis hábitos, en resumen, todo mi ser sufrió una modificación
completa: me mexicanicé terriblemente y me siento ligada par procuration a tu
idioma, a tu patria, a miles de pequeñas cosas y me parece que me sentiré
muchísimo menos extranjera contigo que en cualquier otra tierra (...) me
adapto muy bien a los tuyos y me siento
más a gusto entre ellos. Son nuestros amigos mexicanos los que me han animado a
pensar que puedo ganarme la vida en México, dando lecciones.” (p. 46)
No obstante, se sabe que Diego nunca volvió a establecer
contacto con ella. Con el pesar del silencio, Angelina se dedicó a seguir
pintando y perfeccionando sus técnicas como grabadora en metal y madera. Once
años después, cuando pudo juntar el dinero suficiente compró su boleto para
cruzar el Atlántico y buscar a Diego. Para entonces, éste se había vuelto a
casar dos veces. Una, con Guadalupe Marín, y la segunda, con la pintora Frida
Kahlo.
“Hoy como nunca te extraño y te deseo Diego, tu gran
corpachón llenaba todo el estudio. No quise descolgar tu blusón del clavo en la
entrada: conserva aún la forma de tus brazos, la de uno de tus costados. No he
podido doblarlo ni quitarle el polvo por miedo a que no recupere su forma
inicial y me quede yo con un hilacho entre las manos.” (p. 15)
Angelina quiso a México como propio. Aquí se desistió de
buscar a Diego, rehizo su vida, se vinculó y fue integrante activa de
“La cosa es que no me escribes, que me escribirás cada
vez menos si dejamos correr el tiempo y al cabo de unos cuantos años,
llegaremos a vernos como extraños, si es que llegamos a vernos.” (p. 42)
Angelina Beloff murió a los 90 años en
El propio muralista admitió, muchos, muchos años después,
que Angelina “me dio todo lo que una mujer puede brindar a un hombre. En
cambio, ella recibió de mí, toda la miseria que un hombre puede infligir a una
mujer”.
“Son las once de la mañana, estoy un poco loca, Diego
definitivamente no está, pienso que no vendrá nunca y giro en el cuarto como
alguien que ha perdido la razón. No tengo en qué ocuparme, no me salen los
grabados, hoy no quiero ser dulce, tranquila, decente, sumisa, comprensiva,
resignada, las cualidades que siempre ponderan los amigos. Tampoco quiero ser
maternal; Diego no es un niño grande, Diego sólo es un hombre que no escribe
porque no me quiere y me ha olvidado por completo.” (p. 41)
Autora:
Yoloxóchitl Casas Chousal. México,
Distrito Federal.