Un perfil en Instagram.

 

Me enamoré como nunca. Si, es menester confesarlo desde ya, no porque así se me juzgue de manera más compasiva, sino porque teniendo esto presente, el lector comprenderá si es que se ha enamorado, las cosas que hice y dejé de hacer.

Y claro, por ahí en algún libro leí que quien se enamora pierde. Y si, perdí. Y no solo tiempo, oportunidades y valiosos momentos. Perdí amigas, amigos y personas que tal vez hubiesen podido ser algo más que simples transeúntes en mi vida.

Todo empezó un aburrido domingo de mayo. Me encontraba sola como siempre en mi apartamento. Me había acabado una serie en Netflix y como aún no tenía sueño, me puse a mirar redes. Desde que la vi, me gustó. Se mostraba en traje de baño, con un cuerpazo que ya lo quisiera yo, que siempre he sido flaca, flaquísima. Y allí estaba ella. Posando al pie de una piscina, en traje de baño y con la actitud más relajada posible. La foto transmitía algo de envidia no solo por verla así, tan tranquila en la vida, sino también, por ese cuerpo y esa promesa de conocerla.

Empecé a seguirla en Instagram. Allí se hacía llamar Estefanía Zuleta. Desde siempre creí que este era su nombre pues muy curioso sí era, que apareciera en dicha red con apellido y todo. Durante una semana me dediqué a ver sus fotos y a hurgar en su perfil. Le encantaba mostrarse y tenía con qué. Yo no me cansaba de ver ese cuerpo perfecto. Me excitaba de solo pensar en sus pechos de modelo, su lindo rostro, su piel dorada como de vacaciones permanentes.

Pero quise trascender pues mi idea era conocerla. Le escribí por privado y la respuesta no se hizo esperar. Empezamos a hablar por WhatsApp. Me enviaba muchas fotos. Ella en la playa, ella en un restaurante, ella posando frente a una pintura, ella en la sala de su casa y por fin, ella en su cuarto en ropa interior. Realmente creo que me obsesioné por esos días. En mi trabajo, cada vez que tenía un momento, me pasaba por Instagram a ver qué de nuevo había montado. Veía constantemente sus estados de WhatsApp para que me contaran algo suyo.

Y bueno, tengo que reconocer que sus estados a ratos me daban risa, porque constantemente caía en lugares comunes con frasecitas cursis, de esas que se encuentran en los libros de autoayuda, pero para mí en ese momento, era toda una delicia verla o leerla así fuera con mala ortografía.

Después de hablar largas noches por teléfono, me decidí a plantearle que nos viéramos cara a cara; y fue un viernes de principios de julio. Nos citamos en el centro comercial donde trabajo, a eso de las 4 y media, hora en la que yo pudiese salir. Recuerdo que mis compañeros de oficina me hacían pequeñas burlas porque decían que estaba muy arreglada. Incluso mi mejor amiga, estaba feliz, pero me aconsejó muy sinceramente que tuviera cuidado pues en verdad, solo llevaba un mes hablando con Estefa y que eso, no era ninguna garantía. Yo le agradecí el consejo de amiga, pero quería lanzarme, pues llevaba mucho tiempo sintiéndome sola, desde que me dejó Natalia y quería de nuevo, saberme enamorada pues siempre he sido soñadora. Hoy, después de todo lo que viví, más me hubiera valido hacerle caso.

Y aunque siempre me he considerado prudente, en ese momento fui arriesgada, imprudente y si se quiere, estúpida.

Cuando bajé a la plazoleta de comidas, ya me estaba esperando. Como siempre, regia con sus blue jeans y una camiseta ombliguera que parecía más un brasier. Pero no me importó. La vi linda y provocativa. Y creo que finalmente ese era su objetivo en ese momento. Antojarme, y bien que lo logró.

Comimos, hablamos mucho, se interesó por mi trabajo. Le conté que era la coordinadora jurídica del centro comercial, me contó que estudiaba en la universidad nacional, ciencias políticas. Yo me alegré por ello, pues tendríamos muchos más temas en común. Luego, la invité a un bar cercano al centro comercial. Allí nos tomamos unos cócteles. Reímos, nos besamos y hablamos más.

Yo estaba feliz con mi vestido negro, con el que siempre me he sentido linda y poderosa. A eso de las 11 le propuse irnos a mi apartamento. Ella me dijo que si, pero que tenía que avisar en su casa. Yo lo vi muy normal, pues era de suponerse que si vivía con sus padres por más mayor de edad que fuera, por lo menos debía ponerlos en contexto. Se retiró un poco, habló largo rato por su móvil mientras yo me hacía la desentendida.

Ya en mi casa, preparé una sencilla merienda y nos sentamos en mi sala a seguir hablando y conociéndonos. A mí me parecía increíble estar ahí, en ese momento con ella; una persona que hasta hace un mes ni conocía. Nos tomamos media de ron que saqué de mi licorera pues, aunque no soy de beber con frecuencia, me gusta tener algo para atender las visitas. Y bueno, en ese momento la visita era ella. Ya casi al amanecer, y después de hacernos el amor varias veces, el sueño nos venció.

Horas más tarde a eso de las 10 me desperté, preparé el desayuno pues mi diva seguía soñando. ¿Acaso conmigo? No quería despertarla pero a la vez, quería tener un detalle llevándole el café a la cama. Pero no. Opté por dejarla dormir. Los detalles serían para más adelante. Mejor desayuné, me duché, arreglé el apartamento y me puse a leer un poco. Luego, ya al medio día y viendo que mi invitada aún dormía, hice pastas para almorzar.

Ella sin ninguna pena, a eso de las dos se levantó arrastrando los pies, y pidiendo comida como cualquier mascota. Sonreí, almorzamos y de nuevo las caricias y una deliciosa tarde de sexo.

Ese fin de semana para mí fue espléndido, aunque debí alarmarme pues con razón reza el refrán que de eso tan bueno no dan tanto. Se fue el domingo por la noche no porque quisiera irse, sino porque, según ella, su mamá ya estaba preocupada. Y así empezó a transcurrir mi vida. El trabajo en semana, pero con ella los días de descanso.

Pero justo cuando cumplíamos 3 meses con ese ritmo, algo empezó a fallar. Nuestros encuentros se sucedían unas veces en el centro comercial o en mi apartamento y aunque salíamos mucho, estos lugares eran emblemáticos pues siempre decidíamos encontrarnos hora en la plazoleta de comidas cuando yo terminaba mi jornada, o ya fuera porque ella llegaba a mi casa que ya se estaba convirtiendo en la suya. ¡Si hasta llaves le había dado!

Pues bien. Ese día yo quise darle una sorpresa. Iría a recogerla a la universidad, pues era jueves y ella me había manifestado que esos días tenía clase. Pedí la tarde libre y a eso de las dos, emprendí el viaje hasta la nacional. Y era perfecto pues Estefa había dicho que quedaba libre a las 4. Yo compré una torta pequeña, e hice un letrero de felices noventa días. Compré una vela muy bonita y le llevaba además de regalo, un tratado de filosofía política que por lo menos a mí, me gustaba muchísimo. Creí que era el súper regalo y el súper detalle ir hasta la Universidad por ella. Pero cuando hacemos todo por nuestra cuenta, solemos equivocarnos más de lo que quisiésemos.

Llegué a la Nacional y casi no encuentro donde parquear eso sí, después de hacerle caritas a los vigilantes, pues no se me ocurrió nada que decir cuando me preguntaron para donde iba. En un arranque de improvisación ya en el último momento dije que para la biblioteca. Empecé a caminar por el campus, con la ilusión de verle la cara de felicidad y sorpresa por verme allí. Le escribí. Preguntándole donde andaba. Me contestó al instante que estaba en clase. Sonreí para mis adentros ¡pues se acercaba el momento de verla!

Le envié una foto, sentada junto al bloque de ciencias políticas. La respuesta me desconcertó. ¿Dónde estás? En ese momento varios estudiantes salían de un cambio de clase, entonces le respondí con otra pregunta. ¿En qué salón estás?

-          No, es que estoy virtual

-          ¿en serio? Pero si esta mañana me dijiste que estabas aquí.

Hecha la pregunta por mi parte, no volvió a responderme en todo el día. Mejor dicho, me quedé vestida y arreglada.

No supe en ese momento que hacer. Me quedé sentada un rato, mirando la gente pasar y valorando la situación. Luego me tomé un café y decidí ir para mi casa, pues al fin de cuentas, ya tenía la tarde libre.

Ya en el apartamento y habiéndola llamado más de 40 veces sin obtener respuesta, me resigné a que por lo menos ese día no la vería y lo que yo había pensado como algo especial, definitivamente no iba a ser.

Al día siguiente a las preguntas de mi amiga, tuve que contestar con un “no sé nada de ella”. Mi amiga volvió a advertirme de lo peligroso de la situación pero nada. Yo en ese momento justificaba a Estefa diciendo que tal vez, tenía muchos deberes académicos. Mi amiga me dijo que no me confiara y que estuviera muy alerta. ¿Qué tal si en ese momento le hubiera dicho que ya tenía acceso hasta a mi apartamento?

Como era viernes, pensaba no hacer nada. Simplemente llegar, ver algo de televisión y dormir porque andaba bastante cansada. Pero una cosa es lo que se piensa y otra lo que efectivamente pasa. Casi me muero del susto cuando llegué a la casa y la vi, muy simpática viendo televisión, con uno de mis pijamas puesto ¡y con la actitud más relajada de la vida!

-          ¿y a qué hora llegaste?

-          Vine desde el medio día ¡a esperarte y pedirte perdón por haberme perdido ayer!

-          ¿y que fue lo que pasó? Porque te llamé muchas veces.

-          ¿en serio? ¡no tengo llamadas perdidas! Posiblemente este celular se me está dañando.

-          ¿Pero, entonces? Cómo es eso de que estabas virtual pero por la mañana me dijiste que estabas en la Universidad?

-          Si, lo que pasa es que me tuve que ir a la casa porque tenía cólicos y después de la clase me acosté a dormir.

Para mí, esa explicación fue suficiente y además, tomé nota de su queja con respecto a su móvil. Pasamos un fin de semana delicioso. Cociné, que es una de las actividades que más me dan placer y mi diva encantada, se dejó atender.

El lunes, cuando me iba a trabajar, mi niña todavía dormía en mi cama. Le dejé el desayuno listo, con una nota de amor. En la oficina, yo feliz y todo el mundo lo notó. Lo que estaba viviendo me encantaba y en ese momento no me cambiaba por nadie. Al medio día la llamé y con voz de recién levantada me dijo que la había pasado muy bien. Le pregunté por sus clases y me dijo que si, justo ya se iba a arreglar para irse a la universidad.

En cuanto al libro que le compré de regalo, ni siquiera lo miró. Pero no le di importancia en ese momento.

Algo muy curioso empecé a notar. Y era que ella, tan activa como lo era en Instagram, tenía su perfil quieto y jamás volvió a montar nada nuevo; o por lo menos, que yo me diera cuenta puesto que como ya pasábamos tanto tiempo juntas, en las fotos ya estábamos las dos y aunque a mi no me interesaba mostrarme, sí me parecía extraño que no presumiera en la red social de nuestros viajes, comidas y placeres. Al preguntarle por lo visto, me dijo que era que ya no le interesaban las redes sociales. Como siempre, ello fue suficiente para mí.

Poco a poco se iban sumando los indicios que de forma grandilocuente me advertían lo espurio de la situación, pero nunca los vi y cuando lo hice, ya había pasado mucha agua debajo de este puente. Pero sigamos.

Yo ganaba bien y como siempre he sido generosa, pues he pensado que el dinero va y viene, no me importó y me lo gasté a manos llenas con mi diva a la que literalmente, le di de todo. Desde un celular nuevo, hasta una moto para “transportarse”. Y eso sin contar el vestuario, las joyas, los viajes que hicimos, los lugares que conocimos y todo un sinfín de cosas en las que gasté y que sin arrepentirme de lo vivido, creo que me faltó mesura y mucha prudencia…

Como era de esperarse, andaba feliz conmigo. Como se dice por acá, no sabía donde ponerme. Y yo feliz de que ella lo fuera. Me sentía como en un sueño; pero todo sueño se acaba y casi siempre cuando estamos pasando más bueno, es cuando nos despertamos. Y así me pasó. De la manera más casual pero más impactante, empecé a despertarme de ese plácido sueño que tenía con mi diva.

A mediados de abril, vino al centro comercial un amigo al que no veía desde la época de la universidad. Me puse muy contenta pues siempre lo quise mucho y nos llevábamos muy bien. Pero hacía mucho que no nos veíamos porque los distintos trabajos y en parte la pandemia, nos habían alejado. Pero es el destino el más cruel y charlatán de los amigos. Manuel me llamó un jueves para hacerme una consulta sobre propiedad horizontal y, como es mi tema, quedamos de almorzar al día siguiente en el centro comercial para saludarnos y resolver su duda.

Pues bien, después del almuerzo y evacuado el tema jurídico, nos quedamos hablando de nuestras respectivas vidas al calor del tinto post-almuerzo; le pregunté por sus novias pues, dicho sea de paso, es un tipo muy bonito. Y si a mi me gustaran los hombres, seguro que en algún momento me hubiese involucrado con él. Me dijo que por ahora andaba solo, pues la última novia que había tenido lo había dejado muy mal, pues era una, en sus propias palabras, “sacadora y mentirosa”.

-          ¡esa mujer tiene como 3 o 4 vidas a la vez!

-          ¿pero por qué? ¿cómo te diste cuenta?

-          La historia es muy larga pero te la voy a resumir. Resulta que andaba desparchado y me dio por mirar nenas en Instagram y bueno, así la conocí. Con un cuerpazo que mejor dicho, llama la atención ahí mismo. Nos hicimos novios al poco tiempo y todo iba muy bien, hasta que empecé a notar que había momentos en los que sencillamente, se me perdía. Yo como he sido un poco obsesivo, empecé a hacerle seguimientos y a descubrir así sus mentiras. Empezando porque con el nombre que se me había presentado no era, siguiendo porque tampoco vivía donde dijo que lo era, ni siquiera estudiaba y en fin, tenía una vida llena de mentiras.

-          ¿y hace cuanto te pasó?

-          Eso fue el año pasado. Pero te digo que fue mucha la plata que me gasté con ella.

Yo indignada escuchaba porque nunca me han gustado las mentiras, pero en ningún momento me sentí aludida en pensar siquiera que eso me podría pasar. Seguimos hablando de la timadora, hasta que en un momento dado abrimos la red social y ahí fue.

Mi niña, la que decía llamarse Estefanía, aparecía en otro perfil totalmente distinto, pero luciendo su mismo cuerpo, su misma actitud y desparpajo, ahora llamándose Paulina. Manuel me contó que ese había sido solo uno de los 4 perfiles que logró encontrarle a esta mujer. Había otro que por estos días no movía en el que se llamaba Estefanía, en otro se llamaba Sandra y ese era para adultos, porque las fotos allí eran totalmente explícitas.

Yo no lo podía creer. Se me revolvía el estómago pues por lo que Manuel había averiguado, era una mujer que se dedicaba a conseguir amantes de todos los sexos a través de Instagram, darse gusto con ellos y después cuando se veía descubierta, emprender la huida para volver a empezar; yo no pude más y le confesé que yo era su más reciente víctima y que lo peor, era que me sentía totalmente enamorada. Manuel me consoló diciendo la manida frase que de amor nadie se muere, pero que a la larga tenía razón.

¿Pero qué iba a hacer? Mi futuro inmediato lo había planeado con ella. Pero amargamente descubrí que a quien le había dado las llaves de mi apartamento y casi que de mi vida, no sabía quien era en verdad. No sabía donde vivía, ni su verdadero nombre, ni su cédula. ¡Nada! Me había enamorado de una puesta en escena, de un personaje fabricado. Ahora sí, me sentí estúpida y como una adolescente, caí en una trampa como dice la canción, “hecha de labios”

Claro, ahora sí, todo tenía sentido. Su indiferencia cuando le hablaba de política, el libro que le regalé que nunca siquiera desempacó, su negativa a hablar de sus compañeros o profesores de universidad, sus fines de semana en los que simplemente no aparecía y que después remediaba con besos y caricias, su proceder extraño al no querer deshacerse de su antiguo móvil sabiendo que yo le había dado uno nuevo y mucho mejor, su rotundidad a la hora de no llevarme a su casa aduciendo que era muy fea y en fin, un sinnúmero de detalles que en ese momento me hirieron como cuando la luz lo baña todo.

Soy una convencida de que hay que afrontar las dificultades y que al mal paso, hay que darle prisa. Por eso, esa noche después de la pasión en mi cama le pregunté directamente.

-          ¿Cuéntame en verdad, quien eres? A mi diva esa pregunta la cogió por sorpresa y como era de esperarse, se hizo la desentendida.

-          ¡No te me hagas la bobita, Estefanía, o como quiera que te llames! ¡Porque ya ni siquiera sé con quien es que hago apasionadamente el amor! Y como la mejor defensa es el ataque, mi niña se envalentonó y trató por todos los medios de hacerme sentir mal. Pero no. No le creí su pose de víctima fabricada. Pero lejos de aclararme las cosas, más se enojó y se fue.

Y se fue de mi vida desde ese día, porque jamás me volvió a contestar el teléfono y como yo no tenía más datos, salvo un perfil en Instagram, perfil que por cierto había abandonado por completo. Jamás la volví a ver.

Haciendo averiguaciones posteriores con Manuel, supimos que su verdadero nombre era Luz Dary, que vivía en Moravia con su abuela, que su familia había sido desplazada del aro en Ituango, que no tenía profesión conocida salvo la de conquistar incautos e incautas por redes sociales, que nunca había siquiera entrado por curiosidad a la nacional, ni mucho menos leído nada. En fin, toda una quimera; aunque a decir verdad, nadie me quita lo bailado con la que en su momento fue “mi diva”

Y esta historia termina como empezó. Reconociendo mis culpas y pérdidas, una noche de mayo del año siguiente, después de terminar una serie, una noche sin sueño. ¿Redes sociales? No, no creo. Por lo menos, no por el momento.

 

Autor: Mauricio ceballos Montoya. Envigado Antioquia, Colombia.

 cmauricio.ceballos@udea.edu.co

 

 

 

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