Gastronómicos.

 

Los empleados del bar restaurante, se quejaban porque cobraban poco y no les permitían servirse nada para ellos, hacía varias horas que no comían. Los clientes siempre dejaban algo sin tocar y, ellos aprovechaban en la cocina, para distraer sus estómagos con lo que sobraba en algunos platos; Pero en las últimas semanas nadie dejaba nada, se comían todo, todo.

 Ahí estaba ese sándwich de milanesa, con dos láminas de jamón, dos de queso, rodajas de tomate y las hojas de lechuga que sobresalían hacia los costados.

Pedro volvía de limpiar una de las mesas y preguntó:

“¿Y esto?”.

Juan intentó bromear y le respondió:

“¡Es tuyo, lo hice para vos!”.

Empezaron a reír los dos, porque como chiste, estaba muy bueno. Pasaron unos minutos limpiando, llevando bebidas a las mesas, sirviendo algún café, ordenando las mesas que estaban sobre las veredas, saludando clientes… Y… el sándwich de milanesa completo continuaba ahí, sobre una de las mesadas, varias veces lo cambiaron de lugar… hasta imaginaban que más tarde, caería la mayonesa por los costados.

Pedro preguntó de nuevo:

“¿Qué haremos con esto?".

Observaron a su patrón, que estaba en la caja haciendo números. Miraba hacia los dos empleados con sus ojos azules y con cara seria. Pero tenía el rostro vacío, sin ninguna expresión de nada. ¿Qué le estaría pasando?

Los miraba, pero sin verlos, estaba sacando cuentas, birome en mano haciendo garabatos, rayas, números y más números, su mirada seguía apuntando a Pedro y Juan, pero era evidente que no los estaba mirando a ellos, seguía con sus cuentas, con sus números, hasta se le notaba en los labios, que pronunciaba algún número en voz muy baja, afirmaba o negaba moviendo levemente su cabeza; cada tanto miraba el papel, anotaba algo, sacaba alguna cuenta con su calculadora y, si se trababa, nuevamente los enfocaba a ellos para continuar con sus cuentas.

Los dos notaron esa mirada ausente, que los miraba sin verlos, con su cabeza llena de números, estaba y no estaba.

Uno de ellos sentía que su estómago vacío hacía ruido.
Miró a su compañero y sin pensarlo tomó el sándwich y lo llevó hasta el fondo de la cocina. Lo partió por la mitad y de un bocado comió su parte.
Le hizo una seña a su compañero para que vaya a comer el pedazo que le correspondía. Sobre todo estaba el compañerismo, aunque con gusto se lo habría engullido él solo.
El segundo lo probó y le sintió gusto raro…

"A caballo regalado…", pensó y lo devoró.
Siguieron trabajando como si nada. La tentación ya no estaba.
En ese momento, Juan, uno de los empleados, se dijo:

"¿Y si era del patrón?".

Sigilosamente preparó otro y lo dejó en la mesada.
Justo el gordo jefe estiró la mano para tomarlo.
Le dio un mordisco y puso cara de tareas. Continuó con las cuentas todo el día.
Pedro, el empleado que primero había caído ante esa sabrosa comida, le dijo:

“Que bueno Juan que te avivaste. Nos salvamos”.
El día pasó como siempre. Clientes, vecinos y la limpieza pulcra de todo el local.
Al cerrar el tipo dejó los números y dijo:
“Muchachos, mañana no vengo porque tengo que hacerme una colostomía. Le puse sal inglesa al sándwich porque no soporto los purgantes”.

“Juan, abrí vos”, y le tiró las llaves.

Los empleados se miraron sabiendo que el negocio no abriría y ellos tendrían una descompostura.
“Quien nos quita lo bailado”, murmuró Pedro…

 

Autores: Laura Trejo. Buenos Aires, Argentina.

agostinapaz2016@gmail.com

y Mario Gastón Isla. Bariloche, Argentina.

marioisla@bariloche.com.ar 

 

 

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