EL VINO: DE NÉCTAR DIVINO A MONEDA DE
CAMBIO.
Para el comercio, para el amor, para los
ritos religiosos, para las fiestas, para la política.
Los mediterráneos llevan miles de años
fermentando la uva. El vino ya corre por sus venas y por las nuestras.
En una tablilla egipcia del siglo VI
antes de Cristo colocada sobre un recipiente, se lee: “En el año 30, los buenos
vinos de las buenas tierras regaladas del templo de Ramsés II, en Per Amun”. Y
aparece debajo la firma: “Bodeguero Tutmes”. Ésta, que tiene su denominación de
origen, el año y el nombre de la bodega parece ser la primera etiqueta
conocida.
Pero además de historia, el vino tiene
también mucho de mito. Se asegura que el pecado de Adán y Eva en el Paraíso no
fue morder la manzana, sino beber el fruto fermentado de la vid. La primera
borrachera de la que se tiene noticia fue la de Noé, relatada en la Biblia.
Según la leyenda, el patriarca judío
poseía viñas en España e iba allí a vigilarlas. Igual de fantástica es la
historia de Baco, el equivalente romano del Dios griego Dioniso, nacido del
muslo de Zeus y escondido por su padre en la cueva de las ninfas de Nisa, una
gruta repleta de pámpanos y vides, cuyo jugo bebió un día, quedando para
siempre prendado de la dulce embriaguez. Porque el encanto del vino ha sido
siempre asociado a la seducción amorosa: es el caso de Cleopatra y Marco
Antonio, cuyo idilio se desarrolló entre efluvios de vino egipcio Mareotide.
Y, además de con el amor, el vino ha
estado relacionado con la economía: sirvió como moneda de cambio y para la
expansión de los países. Entre los ríos Tigris y Éufrates, los antiguos
sumerios tuvieron viñas, costumbre que pasó a Egipto donde el vino encontró a
su más fuerte competidora: la cerveza. En Grecia, esta bebida ya tenía industria,
pues había unos recipientes hechos para contenerla. Desde las grandes cánteras
y ánforas hasta las oinojé y ritones (botellas), pasando por las medianas
cráteras y acabando en las copas. Los sofisticados patricios romanos inventaron
las mezclas y dieron al vino unos toques de pimienta, canela y pétalos de
rózasela nuez vómica, la piedra pómez e incluso una pizca de veneno tipo
cicuta; aumentaban sus ya poderosos efectos euforizantes. Con razón, los
borrachos y las tabernas han sido temas predilectos de los poetas satíricos y
cada vez que un romano volvía a su casa, olía la boca de su esposa. Dicen que
éste es el origen del beso, pero no se trataba de una broma, ya que el marido
podía matar a su mujer si la encontraba ebria. Porque, paralela a la cultura del
vino, siempre ha crecido la limitación de su consumo.
En los primeros momentos de la España
musulmana se arrancaron viñas. Luego, aflojó la prohibición y España puede
jactarse de haber sido uno de los pocos lugares donde el Islam no acabó con la
vid. El bondadoso –lo que era poco frecuente- califa malagueño Idris II (año
1055) tomaba públicamente un vino dulce al que llamaba para disimular y que
pareciera una medicina. “xarab almalaqui” (jarabe malagueño).
La España cristiana, al contrario,
extendió la costumbre a través de los peregrinos del camino de Santiago, aunque
tanto el exceso como el fraude siguieron estando mal vistos: en las Siete
Partidas de Alfonso X el Sabio (año 1260) hay penas para los borrachos y para
los bodegueros adulteradores. El fruto fermentado de la vid estaba tan
enraizado en la cultura cristiana que pasó a formar parte del rito principal
del catolicismo: La Eucaristía. En los Concilios florentinos y tridentino de
los siglos XV y XVI se estableció como verdad de fe el principio de la
transubstanciación o conversión real (no simbólica) del vino en la sangre de
Cristo. Según algunos historiadores, el vino no sólo penetra en las sociedades
antiguas, sino que se convierte en elemento sacral de aquellas. Este rito
provocó que, para elaborar el vino de misa, los monasterios empezaran a
cultivar viñas. Por la misma razón, la vid llega a América de manos de los
misioneros. Así como el imperio romano, la extensión del cultivo de la vid es
una forma usada por los europeos para colonizar América, que requiere
poblaciones estables. Las primeras cepas de “vidis selvática” (su nombre
antiguo), traídas aquí por los frailes franciscanos retornaron siglos después a
Europa en forma de vinos. El vino no sólo cambió la economía sino también la
forma de cerrar tratos comerciales, que solían sellarse con un chasquido de
copas. Pero a mediados del siglo pasado, el preciado líquido sufrió su mayor
crisis. La culpa la tuvo un pulgón de milímetro y medio llamado Phylloxena
vastratrix. Este parásito llegó en 1863 en un viaje de América a Europa. El
malvado polizón apareció en 1865 en la provincia francesa de Gard. Veinte años
más tarde, las tres cuartas partes de los viñedos franceses estaban dañadas y
la economía de ese país se tambaleaba. La mancha avanzaba 40 kilómetros por
año. Apareció en Portugal, Alemania, Suiza, Italia y España.
Sólo se detuvo en Colares, cerca de
Lisboa, porque las viñas estaban plantadas en la arena de la playa. Para salvar
un país y parte de su industria y su cultura, Francia gastó 1800 millones de
francos de principios de siglo en repoblar las zonas devastadas por la plaga,
con viñas chilenas.
COSECHA MUY ANTIGUA
Los profesores Gluske, McGovern, Exner y
Voigt, de la Universidad de Pensylvania, han descubierto los restos de vino más
antiguos que se conocen. Datan del Neolítico y han sido hallados dentro de una
jarra que estaba en el poblado de Haiji Firuz Tepe, situado en las montañas de
Zagros, al norte de Irán. La cerámica se fabricó entre los años 5400 y 5000
antes de Cristo, dos mil años antes de las primeras grandes civilizaciones del
cercano Oriente (es decir, hace unos 7000 años. La jarra contiene en su
interior las sales cálcicas de un ácido tartárico, compuesto que solo se
encuentra en las uvas. También se ha identificado el residuo amarillento de un
árbol terebinto, el Pistacia Atlántica, muy común en la zona y cuya resina se
utilizaba en la antigüedad como aditivo para que el vino no se avinagrara.
Estos dos compuestos –ácido tartárico y resina- se han encontrado juntos en varias
jarras posteriores y en ánforas egipcias con inscripciones que eran las
etiquetas del vino.
En Europa se obtienen excelentes vinos,
pero en nuestro país “Argentina” tenemos unos vinos muy finos, de calidad y se
comercializan en todo el mundo. Tenemos buenas viñas en Mendoza, San Juan, La
Rioja, hay innumerables bodegas donde se pueden probar todos los vinos y
también comprarlos. No debemos despreciar nuestros productos y si los
adquirimos, ayudaremos al desarrollo de la industria nacional; los dueños de
bodegas también tienen que poner su granito de arena, no aumentar los productos
así tendrán mayor venta.
Enviado por: Elsa Graciela Antognini. La
plata, argentina.