EL VALOR DE
Con tanto “lenguaje coloquial” nos estamos cargando
materialmente lo agradable y auténtico del verdadero coloquio. “Coloquialmente”
se califica al prójimo –o a la “prójima” de turno- con lindezas tales como
“hijo de p…”; claro que no pasa absolutamente nada porque ipso facto se crea el
MARCO ADECUADO para la circunstancia y, cual si de “coloquio de perros” se
tratase, oímos decir: “fue dentro de un ambiente totalmente coloquial…”, y ahí
queda todo.
Con este maravilloso medio humano de comunicación que
es el lenguaje se cometen verdaderos dislates. Hay quien intenta elevarlo a un
nivel culto, buscando para ello alturas científicas innecesarias o fuera de
lugar y obteniendo una mezcolanza de términos que suenan más a jerigonza que a
otras cosas. Oyendo y observando –que esto de oír y observar es un buen
procedimiento para percibir la realidad que nos envuelve- hemos logrado captar
el galimatías lingüístico en el que estamos inmerso. ¿A que en más de una ocasión
hemos leído u oído algo semejante?:
“Es preciso OBVIAR lo anterior porque así,
INCARDINÁNDOLO en su CONTEXTO, lograremos OPTIMIZAR la cuestión.
¿Qué tal…?, ¿se entiende algo? Sin embargo, oyendo la
televisión, la radio, o leyendo declaraciones textuales de ciertos elementos de
la “escena política”, principalmente, veremos cómo se repiten hasta la saciedad
bastantes de los términos mezclados a su antojo, más arriba, por el que esto
suscribe, quien se ha limitado únicamente a plasmar aquello que su curiosidad
crítica ha percibido en múltiples ocasiones.
Lamentablemente la clara belleza de la sencillez ha
dejado sitio al oscurantismo literario, absurdo, feo, ininteligible y hasta
cursi. Porque no se trata de barroquismo, ni de exceso de imágenes; se trata
sólo del rebusco a ultranza de piezas que parecen recogidas de la sección más
burda de una rebaja. La cosa no queda ahí, no obstante. Siempre creí que la
palabra dada era algo sagrado, no sé si por educación –creo que sí-, formación,
deformación, transmisión genética, o simplemente por haberlo oído cientos de
veces. Podría citar múltiples ejemplos en los que la palabra empeñada se ponía
como modelo de honradez y necesario cumplimiento. Lo cierto es que hoy
asistimos boquiabiertos a un cúmulo de promesas hechas ante miles de testigos
que luego no se cumplen, y lo peor de todo es ver cómo las personas
supuestamente engañadas, o no se dan cuenta, o creen que así debe ser, o
disculpan generosamente la mezquindad de los mentirosos. ¿Qué ocurre…?, ¿se
está institucionalizando el papanatismo…?
En cualquier círculo social de un cierto nivel
cultural se plantean las mismas cuestiones que conducen a una respuesta común:
esta sociedad está excesivamente dirigida, manejada, manipulada…; y son
precisamente los más débiles intelectualmente los receptores máximos del
“manejo” organizado. Decía, creo recordar, Pío XII, que la paz no es sólo la
ausencia de guerra; de la misma manera se podría aseverar que la libertad
humana no es sólo la abundancia de partidos políticos, ni la posibilidad de
discrepar, ni la frecuencia de confrontaciones electorales… Es evidente todo
eso, pero es necesario algo más….
Hay quien afirma que uno de los agentes opresores del
individuo es el lenguaje. Como teoría es muy atractiva e inquietante, habiendo
encontrado un importante ambiente transmisor en el Nuevo Teatro –le Nouveau
Théatre- cultivado por el rumano-francés Ionesco, entre otros. Ese esencial
medio, cuyo fin es la comunicación, puede en muchos casos impedirla; por eso es
conveniente desconfiar del lenguaje que frecuentemente sirve de vehículo a
ideas falsas, dando lugar a las llamadas palabras sin sentido –tan aplicadas en
política-; de esta manera el que domina el lenguaje tiene un enorme poder sobre
los demás.
Hace ya bastantes años tuve ocasión de presenciar una
obra teatral del citado autor, titulada Le roi se meurt –El rey se muere-. Fue
en la deliciosa ciudad francesa de Angers, plena de la “douceur angevine”
ronsardiana. En ella el verdadero protagonista es el antihéroe, el ser sin
nombre, sin familia, ni oficio,
representante de una humanidad convertida en marioneta; se implanta la ausencia
de lógica porque ya no hay tiempo presente, pasado o futuro; se establece como
cada personaje es prisionero de sí mismo…; es decir una especie de síntesis de
la dificultad actual de comunicación, pese a que jamás en la historia ha habido
mejores posibilidades de transmisión de mensajes. A pesar de la creciente
incomunicación –aparente o real-, subsiste, paradójicamente, la característica
especial del lenguaje cual es su creatividad. Lo que ocurre es que dicha
creatividad, unida a la facilidad de los medios, se pone en ocasiones al
servicio de un poder mediatizador de
voluntades. En el “gran teatro” del mundo parecemos marionetas movidas por
hilos cada vez más sutiles.
Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.