EL TREN DE LA MUERTE.

 

Por Carlos Cáceres R.

 

ccaceresr@prodigy.net.mx

 

La angustia se les ve en el rostro porque no pasa el tren y tienen tres días esperándolo. Hombres y mujeres se agrupan a nuestro alrededor pues me acompañan

oficiales del Grupo de Protección a Migrantes Beta de Tapachula, Chiapas, y les tienen confianza. Nadie deja de contar una historia. Algunos se refieren

a la necesidad de llegar al norte. Otros exageran sus aventuras y no falta quien diga mentiras sobre el viaje, pero todos coinciden en señalar al factor

económico y sus implicaciones de pobreza, como aspecto prioritario para dejar su querencia, atravesar México y llegar al "sueño dorado" de Estados Unidos.

 

Su ropa maltratada, sudorosos y una pequeña mochila los identifica: son emigrantes centroamericanos. Hombres, mujeres y menores de edad esperan en la antigua

estación del tren de Tapachula. A ese lugar también le dicen La Bombilla y nadie sabe por qué. La mayoría oye los consejos de los Beta para no subirse

al tren en marcha cuando va rápido, amarrarse si están arriba de los vagones y trasladarse en grupos. Todos mueven la cabeza afirmando, pero nadie hará

caso. Cualquier inconveniente será recompensado –dicen– cuando ganen los verdes (dólares) allá con los gringos. En el arrastrar de palabras se escuchan

acentos donde se confunden diversas nacionalidades, en especial guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.

 

Las fondas pegadas a las vías del tren venden comida a quien puede pagarla, aunque visiblemente nadie tiene dinero. Las personas indocumentadas duermen

en las banquetas o casas de la zona que alquilan cuartos donde se alojan con gran incomodidad. Algunos están elevaditos pues han tomado trago u otra cosa.

Ahí están quienes abandonaron familia y amigos por la ilusión de vivir mejor. Varios aseguran que un tío, primo o amigo los irá a traer cuando lleguen

a la frontera del norte de México. "Vieras brody –me dice un menor de edad– cuantos paisas me han ofrecido ayuda"; sin embargo, hay dudas en los rostros

cuando afirman que cuates y familiares les dijeron: "pónganle ganas al viaje y nosotros nos encargamos del resto". Pero todos saben que deben pasar solos

o con la ayuda de un coyote, es decir, los traficantes de seres humanos.

 

Un joven empieza a improvisar cantos tarareando "me voy al norte aunque se me deporte". Sólo una persona –se tardó 25 días en llegar– acepta haber ingresado

a Estados Unidos, donde trabajó 15 días y fue capturado en una redada. Los demás lo intentan por segunda o tercera vez y los nuevos escuchan las peripecias.

Entre los matorrales se ven bultos que se esconden. Un agitado joven guatemalteco se anima a hablar del viaje y, ya en confianza, se decide a ir por su

esposa a quien tiene escondida arriba de un árbol.

 

Hombres y mujeres se refieren a los riesgos del camino. Pasar a Chiapas –indican– no fue problema pues se realiza con el pase local, a nado, pagando lancheros

o jalados en cámaras (tubos en Guatemala) infladas. Cuando el río no está hondo hasta lo hacen a tuto (en la espalda) de algún pasador. Ir de un lado al

otro del río Suchiate no es difícil. Lo confirma el contrabando, a la vista de todos y ninguna autoridad lo detiene.

 

Es en las márgenes mexicanas donde realmente empieza la emigración, pues son varios los retenes. En 2004 México devolvió (antes el término era expulsados)

a 93 mil 667 guatemaltecos, 73 mil 46 hondureños y 35 mil 270 salvadoreños, luego de haber sido asegurados (detenidos). Si las personas indocumentadas

salvan esta situación, deben transitar más de cuatro mil kilómetros hasta el río Bravo, superando los retenes migratorios, asaltos de todo tipo y el grave

peligro al caer del tren. Nada importa. Ni siquiera haber perdido casi todo el dinero inicial pues fueron extorsionados por la policía de su país y de

las naciones donde transitaron. Es una red de corrupción donde una gran cantidad de personas viven de los emigrantes.

 

En cualquier parte del camino, hombres, mujeres y menores de edad indocumentados enfrentan otro peligro: cuando el tren baja la velocidad o se detiene,

surgen grupos de delincuentes llamados maras. Ellos también son producto de la pobreza, inestabilidad política y crisis socioeconómicas que ha padecido

Centroamérica, pero se organizaron en pandillas y su objetivo es la violencia. Matar y robar se integra a su cotidianidad, junto al consumo y tráfico de

droga. Están armados y en las estaciones, vías o trenes golpean, hieren o asesinan. Violar y vender mujeres forma parte de sus actividades en la trata

de seres humanos. Es una delincuencia que se moviliza en los corredores migratorios de México, en especial en el tren.

 

En su inicio las maras fueron integradas por jóvenes salvadoreños procedentes o deportados de Estados Unidos. Se denominan así por una plaga migratoria

de hormigas –marabunta– sumamente agresivas. Las denominadas Mara Salvatrucha, Mara 13 y Mara 18 no deben ser ignoradas por quienes tienen la responsabilidad

de la seguridad pública. Han exportado la violencia. En El Salvador se les adjudica la responsabilidad de 100 muertes mensuales; la prensa de Guatemala

informa que aterrorizan en colonias de la capital y en el municipio fronterizo de Tecún Umán; en Honduras, sus integrantes llegan a 36 mil miembros.

 

Son las 12 de la noche del cuarto día de espera. El ruido de los durmientes va creciendo y la llovizna no estorba la visión de la luz del ferrocarril. Es

un tren de carga, sin horarios ni pasajeros. ¡Ahí viene! El grito circula y pone a todos en movimiento. Las sombras se convierten en seres humanos y más

de 300 hombres y mujeres se lanzan hacia el convoy. Resbalan y se levantan. Se escuchan voces llamando a amigas o amigos. Apresurándolos. Quienes están

en el tren procedentes de Ciudad Hidalgo, se afianzan en sus lugares. No ayudan, pero tampoco son agresivos. Con jadeos y penurias, muchos logran subir

a algunos vagones o se meten a los espacios que hay entre ellos. Otros se aferran al tren y se sostienen con lo que sea.

 

¿Cuántos llegarán? Es un dato ignorado pues son múltiples los registros de la migra mexicana. Cuando esto sucede, los indocumentados se bajan apresuradamente

del tren para esconderse y no ser asegurados. Al iniciar el ferrocarril su recorrido, se repite la historia de la estación en Tapachula. Quienes no logran

subirse, esperan el próximo tren que nadie sabe cuando pasará.

 

Si en un lapso que oscila entre 20 y 25 días llegan 10 será una suerte, afirman los conocedores. Y todavía falta pasar la frontera norte. Ahí está el muro

de la tortilla, donde las autoridades migratorias de Estados Unidos utilizan técnicas muy sofisticadas para detener a quienes se internan a su territorio

en forma indocumentada. O la perspectiva de trasladarse por el desierto y sus implicaciones de muerte. La necesidad los puede ayudar para salir adelante

y encontrar del otro lado mejores condiciones económicas, pues como dijo en las vías de Tapachula un menor de edad: "Lo que pasa es que el hambre camina".

 

Indocumentados e indocumentadas inician el viaje sin desconocer la incierta perspectiva del destino. Su semblante es de preocupación pues el trayecto es

largo y peligroso. Cuando el tren ha tomado velocidad, caerse puede significar la muerte o perder cualquier miembro del cuerpo por la succión que generan

las ruedas. Esto lo recuerda el salvadoreño Carlos Hernández Pineda, al comentar en el albergue Jesús el Buen Pastor del Pobre y Migrante, que funciona

desde hace varios años en Tapachula: "Un grupo de 20 individuos integrantes de la Mara Salvatrucha subieron al tren para asaltar y por no darles dinero

me tiraron desde arriba. Perdí las dos piernas". El sueño de ir a Estados Unidos se quedó en los rieles y ahora está en espera de ayuda para sus prótesis.

 

La señora Olga Sánchez Martínez dirige el albergue, el cual es una casa muy sencilla. Ella realiza esfuerzos para ayudar a quienes salieron heridos durante

el trayecto del ferrocarril o en cualquier otro lugar. Ha pedido dinero en las calles y toca cualquier puerta con el propósito de lograr ayuda. Se apoya

en su fe religiosa. Por esta razón, Mario Hernández, de Honduras, le tiene un gran aprecio. "Desde mi accidente –dice– nunca me ha abandonado. En Tapachula,

traté de subir al tren cuando iba rápido. Por eso no lo pude agarrar. Me caí y perdí una pierna". También de nacionalidad hondureña es Mayra Virginia Vanegas

Funes. Entró por El Naranjo, en Petén, Guatemala. Luego, se subió al vagón de un tren y viajó 21 días. "En Tierra Blanca (Oaxaca), hubo un retén. Me tiré

y al caer se me fracturó la pierna en dos partes. Iba con mi hermana quien continuó el viaje. No sé nada de ella. Quiero regresar a mi país".

 

En el albergue encuentro a una joven. Se acerca con cautela. No tiene temor pues están presentes oficiales Beta. Empieza a hablar con pausas. "Tiene amnesia",

explican sus compañeras de habitación y añaden: "Sus familiares no saben donde está". No recuerda su nombre. "Un grupo de maras subió al tren –dice– pero

no se por qué me golpearon".

 

La ayudante de doña Olga es Mercedes Serrano. Siempre amable y risueña. A su lado, el hondureño César Iván Cáceres recuerda con disgusto a sus amigos de

viaje. Lo dejaron solo y herido. "Estábamos en Tenosique, Tabasco –indica–, cuando traté de agarrar la escalera del tren. Resbalé y perdí una pierna".

También es hondureño Guillermo Benítez Miranda. Con calma expone: "Cuando el tren llegaba a Mapastepec, la rama de un árbol me golpeó. Al caer, las ruedas

me quitaron un brazo. Qué me pasó, fue lo único que alcancé a decir. Hoy espero una prótesis".

 

Para quienes están en el albergue es difícil regresar a sus casas y enfrentar el hecho de que no se pudo llegar. Esto le sucede a Ena Alicia Luna Flores,

también de Honduras. Hay tristeza en sus ojos cuando empieza a hablar: "Trabajaba en una maquila pero ganaba muy poco y tengo dos hijos. Se quedaron con

sus abuelos. Con un amigo y una amiga, llegamos a la frontera y pasamos el Suchiate en una balsa. Subimos al tren en Tapachula. Fue difícil pero lo logramos;

sin embargo, en Huixtla me caí del tren y perdí los dos pies".

 

La migración indocumentada centroamericana a México no se detendrá a corto plazo. Sus causas se encuentran en la miseria, pobreza y discriminación, entre

otros. Los que no llegaron a Estados Unidos lo volverán a intentar o regresarán más pobres a sus tierras. Con problemas sicológicos. Son seres humanos

en busca de mejores perspectivas de vida en otro país pues en el suyo se les niega.

 

 

 

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