EL ROBO DE PANCHITO

 

 A Panchito le molestaba que su papá sólo le diera diez pesos para gastar en la escuela. Pensó y pensó qué podría hacer para llevar más dinero y dijo:

 -Bueno, si mi papá no me quiere dar más dinero, yo se lo voy a agarrar.

 Panchito decidió vigilar en las mañanas a su papá cuando se metiera a bañar para intentar tomar dinero de su pantalón. Como su mamá a esa hora ya estaba preparando el desayuno, no le vería.

 Pasaron días en que Panchito no podía dormir bien. No le atinaba a la hora en que su papá se levantaba. A veces el niño despertaba mucho antes y otras después.

 -Panchito, ¿por qué te quedas dormido en clases? Preguntó su amigo Luis.

 -Es que no he podido dormir bien.

 -¿Tienes problemas?

 -Un poco.

 Panchito llevaba más de una semana haciendo el intento y no lo lograba, hasta que le pidió a su hermano mayor el celular para poner el despertador a las seis de la mañana, que era la hora en que su papá se metía al baño.

Por fin, en el día número catorce Panchito lo logró. Pudo sacar de la bolsa del pantalón un billete de cincuenta y cinco monedas de a diez. Cuando entró a su cuarto, le temblaban las rodillas y las manos. Pensó en varios sitios donde guardar su dinero, pero ninguno le pareció seguro, así que, colocó todo el dinero en la bolsa del uniforme.

 Cuando su mamá le llamó para desayunar sintió que era más temprano que otros días y que había gritado muy fuerte.

-¿Sabrá algo mamá? ¿Por qué me está gritando así?

 Bajó a desayunar muy serio, notaba a la mamá un poco enojada con él y decidió no hablar.

 - ¿Me vería? ¿Sospechará?

 A Panchito le dolía un poco el estómago y ya no pudo terminarse su taza espumada de chocolate Abuelita.

 -Termínate el chocolate. Mira que no estamos para desperdiciar, pues el litro ya cuesta diez pesos.

 Panchito se metió la mano a la bolsa, cogió una moneda y ya le iba a decir: Yo te doy para un litro.

 -Esposo mío, déjame para el lonche de los niños, porque ya no tengo nada de dinero.

 -Se me han perdido cincuenta pesos y algunas monedas. No recuerdo haberlos gastado.

 Panchito sintió que la silla se le hundió, la boca se le secó, el corazón se le aceleró y los cachetes se le pusieron calientes, calientes. Rápido se empinó su chocolate y salió corriendo para lavarse los dientes.

 Cuando Panchito atravesaba el patio de la escuela llevaba su mano metida en el pantalón agarrando bien fuerte su billete de cincuenta y sus cinco monedas. En eso lo alcanzó su amigo Luis.

 -Panchito, ¿cuánto traes ahora para gastar?

-¿Por qué me preguntas eso? Dijo con la voz temblorosa.

 -Porque hoy a mí no me dieron nada. ¿Podrías compartir conmigo algo?

 -Claro que sí. Yo traigo cinco monedas de a diez.

 -¿Cinco monedas de a diez? ¿Quién te las dio?

 -Mi papá.

 -Pero a ti nunca te dan tanto.

 -Bueno, te voy a dar una, pero ya cállate y no hagas más preguntas.

 A la hora del recreo Panchito se compró un refresco, una torta, un mazapán, un pelón pelorrico, una paleta de chilito, unos cacahuates japoneses, una paleta de hielo.

 Cuando entraron del recreo se retorcía del dolor de estómago.

 -Panchito, ¿por qué no estás trabajando?

 -Me duele mucho el estómago, maestra, ¿me podría dar una pastilla?

 -Pues cómo no le va a doler el estómago, maestra, si se comió un refresco, una torta, un mazapán, un pelón pelorrico, una paleta de chilito, unos cacahuates japoneses y una paleta de hielo. Dijo Luis.

 -Panchito, y ¿te dan todo ese dinero para comprar todas esas guzgueras?

 -Sí, bueno, no.

-Hablaré con tu mamá para que no te dé tanto dinero para gastar, mejor que te ponga lonche.

 -No hace falta, yo se lo diré.

 -¿Me lo prometes?

 -Si.

 Llegando a su casa, no pudo comer porque se vomitó.

 -Panchito, ¿¡qué te pasa!?

 -No lo sé, mamá. Seguramente algo que comí en la escuela.

 -Pues, ¿qué comiste?

 -Sólo un refresco y una torta.

 -Seguro los frijoles estaban agrios.

 -Sí, yo creo que eso fue.

 -Tómate este té, hijo.

 -¡Mamá, sabe a rayos!

 -No es tan malo el istafiate, pero cura muy bien el dolor de estómago.

 -No lo quiero.

-No me iré hasta que no lo tomes.

 Esa noche Panchito no hallaba el mejor escondite para guardar su billete de cincuenta. Si lo dejaba en el pantalón su hermano podía quitárselo; si lo metía a la mochila, los compañeros se lo podían robar. Mejor decidió ponerlo debajo del colchón, y nadie se lo quitaría ya que él estaba arriba.

 -Panchito, ya te dan más dinero para gastar.

 -A veces, maestra.

 -Ayer y hoy has andado muy dineroso.

 -Es que fue mi cumpleaños y me dieron dinero.

 Ahora Panchito no compró tantas golosinas y le quedaron tres monedas de a diez.

 -Y si mi mamá me descubre las monedas que traigo, no debo arriesgarme.

 Se encontró a un limosnerito y le dijo:

 -Tenga, señor, para que coma.

 -Ay niño, Dios te dé el cielo por esta moneda.

 Las monedas que le quedaron las colocó cada una en un zapato. Le calaban al caminar, pero ahí tenían que permanecer para que no lo descubrieran.

 -Panchito, ven acá, siéntate, que quiero hablar contigo.

 -¿Por qué me regañas si yo no he hecho nada malo?

-¿Quién te dijo que te iba a regañar? Hace una hora tu maestra me llamó diciéndome que ayer habías llevado bastante dinero para gastar y hoy también. Me puedes decir, ¿de dónde agarraste ese dinero?

-¿No que no me ibas a regañar?

 -Te estoy preguntando, hijo.

 Panchito se soltó a llorar.

 -Perdóname, mamá, perdóname.

 -¿De qué te perdono?

 -Ya no puedo más.

 Se sacó los zapatos, los sacudió y le entregó a la mamá las dos monedas.

 -Le robé a papá un billete de cincuenta y cinco monedas de a diez.

 -Hijo, ¿fuiste feliz robando?

 -No.

 -¿Fuiste feliz gastándolo?

 -No.

 -Hijito, cuando Dios nos da un mandamiento como el de no robarás, es para darnos alegría si lo obedecemos. Entonces, cuando lo desobedecemos desaparece la alegría.

-Es verdad, mamá. Han sido los días más tormentosos de mi vida desde que estuve planeando cómo robar. Noches sin dormir, nervios, dolor de estómago, vómitos, sustos y ni poder comer a gusto, y deja de eso, todas las mentiras que me eché.

 -¿Cuándo fuiste más feliz? Cuando llevaste diez pesos a la escuela o cien.

 -Cuando llevé sólo diez.

 -¿Por qué?

 -Porque estaba obedeciendo a Dios.

 

-Fin-

 

Autora: Norma Márquez Ávila. Colotlán, Jalisco. México.

norbautista@gmail.com

 

 

 

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