EL ROBLE CENTENARIO
(Relato)
Ahora que soy viejo, que mi tronco y mis
ramas, están encallecidas por el tiempo...ahora que siento el crujir de mi
corpachón desvencijado, cuando es agitado por el viento...
Os contaré mi historia.
Mi vida se ha prolongado durante más de
200 años, tal vez muchos más... ya no recuerdo con exactitud...son tantas las
cosas que me han ocurrido...tantos los acontecimientos que presencié, que si
pudiera hablar... ¿cuántos misterios se aclararían? cuántos hechos, que ya
permanecen en el olvido, muchas historias familiares, que se desconocen,
saldrían a la luz... desvelando verdades insondables, que se
ignoran...volverían a revivir viejas tradiciones que ya parecen obsoletas y
faltas de sentido, se llenarían los campos de alegres canciones, se escucharían
las esquilas del rebaño, pasando junto a mí, precedidas de hermosos perros, que
cuidan que este se agrupe en torno a su pastor...y no se disperse ninguna
oveja; yo recuerdo mis primeros meses de vida, cuando el campesino que me
plantó, me puso una estaca, para que mi tronco creciera derecho...
Me colocaron junto a un camino, estrecho
y sinuoso, que bordeaba una pequeña finca sembrada de trigales, que permitía
que el pobre labriego, tuviera pan para sus hijos...junto a mí pasaban, las
mujeres que iban y venían, de lavar sus ropas en el río cercano... cargadas,
con sus grandes canastos, otras veces, pasaban las carretas de chirriantes
ruedas, tiradas por un par de bueyes, huncidos al mismo yugo...también pasaban
parejas de novios, cogidos de la mano, mirándose a los ojos y sonriendo, se
arrimaban a mí, y cogidos trataban de abrazarme y rodear con sus brazos, mi
tronco, ya robusto y fuerte, de árbol adulto, que cobijaba en sus ramas,
multitud de pajarillos, insectos, y ardillas, que revoloteaban y trepaban,
llenando mi entorno, de bulliciosa inquietud... aquellos jóvenes, grababan en
mi tronco todavía blando, sus nombres, o un corazón atravesado por las flechas
del amor que sentían... sellaban con cálidos besos y abrazos, sus promesas que,
tal vez nunca llegaron a cumplirse... en torno a mí, se juntaba un corro de
niñas, que cantaban hermosas canciones, girando como avecillas silvestres,
juguetonas y traviesas...de pronto aparecía un grupo de muchachos, con sus juegos
varoniles, tirando piedras, subiéndose a mis ramas, para alcanzar algún
nido...y las niñas se dispersaban cual bandada de gorriones, asustados, por el
ímpetu y la violencia, que los muchachotes ponían en todos sus juegos...
Un día, sobrevino una gran tempestad,
con rayos y truenos, uno de los cuales, me hirió de muerte, como una saeta que
atraviesa de parte a parte, con fuego abrasador, que todo lo quema y lo
destruye... aquella herida quedó marcada en mí para siempre, dejando un gran
hueco entre mis ramas; pero yo sobreviví. No así el pobre campesino, que quiso
protegerse, de aquella horrenda tempestad, bajo mis ramas, y fue alcanzado por
un rallo quedando muerto en el acto. Recuerdo como le buscaron, asta hallarle
tendido junto a mí, y con qué dolor le lloraban su mujer y sus hijos,
desamparados, sin la presencia y protección de aquél desdichado padre.
En los veranos, ebrios de sol, cuando
los segadores, cortaban las rubias espigas, llenas de granos de trigo, se
refugiaban bajo mi sombra, para comer sus pobres viandas, y descansar de aquél
sol abrasador. Pasaban junto a mí, los jabalíes, liebres y conejos, perseguidos
por perros de caza, cuyos dueños, gritaban sin cesar, azuzando a los canes,
para que redujeran a su presa.
En cierta ocasión, un mozo que había
sido acusado de robar en casa de su señor, iba a todo correr, por el camino,
seguido por hombres armados con estacas y palos, él trepó sobre mí, cada vez
más arriba, hasta que una de mis ramas, se quebró, y el infeliz, cayó, con tan
mala suerte que sus perseguidores lo atraparon, y allí mismo, le pusieron una
cuerda al cuello, y lo colgaron de una rama baja, pero fuerte, con un lazo bien
hurdido, que apretó su garganta, hasta asfixiarle y allí quedó, con los pies a
diez palmos del suelo, para escarmiento de ladrones, pues
así castigaba el señor de aquellas tierras a quien osara quitarle, alguna
de sus pertenencias, aunque fuera solo para comer.
Otro día, cuando el país se debatía en
una terrible guerra civil, llevaban por el camino, un grupo de presos, para
ajusticiarles, uno de ellos, logró desasirse de la cuerda que sujetaba sus
manos, y echó a correr, llegó hasta mí, trepó por mi tronco, y pudo esconderse
en el hueco que el rayo, dejó, marcado en mi piel; sus guardianes, le
persiguieron, pasaron junto a mí; pero no le vieron, y así salvó su vida, aquél
inocente, que lo único que hizo fue revelarse contra su cruel destino.
Y así han transcurrido los años, he
visto tantas cosas... lujosas carrozas, donde señoritas bien ataviadas, y
protegidas por hermosas sombriíllas se resguardaban del sol. Elegantes
caballeros, con deslumbrantes armaduras, montados sobre briosos corceles...
también he visto mendigos, que han descansado a mi sombra, para calmar su sed, y su hambre bebiendo un trago de agua, y comiendo un
mendrugo de pan.
Hasta mí han llegado tañidos de campanas
tocando a rebato, por una buena noticia, o tocando a muerto, el día de algún
entierro, cuyo cortejo fúnebre, ha pasado por la vereda, cerca de miden su transcurrir, hasta el cementerio que se halla fuera del
pueblo.
Ahora que ya
soy viejo, el camino se ha convertido en una carretera por donde
pasan a toda velocidad, flamantes automóviles, motos, bicicletas, ya los
campesinos, no labran la tierra con el arado, y las mulas, o los bueyes, el
tintineo apacible, de las esquilas y las campanillas de los caballos de tiro,
se ha convertido en un ruido ensordecedor, que hace temblar hasta mis viejas
raíces... mis ramas y mi tronco se van desgajando, solo sirvo para refugio de
algunos pájaros, que agradecidos, interrumpen su vuelo, para posarse en mis
ramas.
Algún día, si estorbo en el camino, o
quieren construir alguna vivienda, jardín campo de golf... este viejo roble,
será destinado a leña, o madera para fabricar algún bonito mueble, de
categoría, pues se podrá afirmar, que está hecho de madera de roble centenario,
y quien lo posea, podrá alardear de contar entre sus objetos antiguos, de una
verdadera pieza de valor histórico.
Autora: Puri Águila. Barcelona, España.