EL NIÑO QUE NO QUERÍA LEER BRAILLE
Seguramente, en más de una ocasión,
hemos leído o escuchado la fatídica sentencia de: “¡No hay peor ciego que el que
no quiere ver!”
La tal frase, aun sin ubicarla en un
contexto determinado, se antoja bastante cruel, opresiva e insoportablemente
definitiva.
Bien, trataré de proporcionar ese
ambiente para la dicha sentencia; no para justificar su uso, sino para aproximarnos
a la comprensión de la influencia ejercida por el entorno y por una sociedad
que habla de igualdad, pero en realidad, está muy lejos de tal ideal, y por lo
general, sólo aduce “buenas intenciones”; en lugar de practicar el respeto a
todos sus integrantes, incluyendo a los niños, las minorías, cuya
vulnerabilidad no debiera ser pretexto para segregarlas, olvidarlas y aun de
negarlas.
Este pasado octubre, cumplí veinticinco
años de servicio en la SEP. Para esto, debo indicar, que desde 1967, aún sin haber
iniciado mi educación escolar formal, comencé a apoyar a personas ciegas con la
enseñanza del braille.
Adscrito en sendos cams en el primero
(desde 1982) y en el segundo (desde 2000) de Mexicali.
Relataré para esta experiencia, el caso
de un alumno a quien empecé a atender hace tres años. Desde segundo grado de
preescolar.
La asignatura la denominamos:
aproximación al braille.
Ahí, en los primeros dos años, a manera
de juego, trabajamos la lectoescritura, leyéndole algunos fragmentos del libro:
“Mi amigo y yo”, publicación de la FBU (Fundación Braille del Uruguay). Su
versión es en tres tomos, y la nuestra, en uno solo. Tratamos de conseguir ese
material en la Imprenta del Uruguay, pero nos indicaron que se había agotado la
producción del libro en cuestión; y que cuando se reimprimiera, nos lo
comunicarían. Esperamos más de cinco años, y la tal comunicación no llegó. Por
ahí, alguien en el cam tenía guardado un ejemplar de Mi amigo y yo, lo
transcribí poco a poco con el Braille Lite y así tenemos los libros que
requiere la atención de nuestros alumnos e incluso el aprendizaje del braille
por parte de docentes de escuelas regulares que así lo solicitan.
Le mostrábamos una letra en el alfabeto
braille de madera, y, le preguntábamos: ¿Qué palabra empieza con esta letra?
Por ejemplo, la “a”. Entonces, él decía: Agua; -otra más-; avión.
También, el alumno, hizo ejercicios de
escritura en la máquina perkins. Signos generador, (los seis puntos); ejercicio
de los puntos 1, 2, 3, 4, 5 y 6; para fortalecer sus dedos y familiarizarlo con
el teclado de la máquina braille.
Nosotros, sin querer adjudicarnos la
invención del agua tibia, encontramos que para los niños es más fácil el uso de
la máquina perkins que la regleta. Más que por la abstracción que significa
escribir en este último instrumento al revés, la máquina braille le da acceso
directo e inmediato para corroborar su escritura.
En los últimos días del segundo año de
trabajo con este niño, observamos que se hallaba muy cerca de acceder a la
lectura.
Pero, la sorpresa nos saldría al paso
cuando el niño ingresó a la primaria.
Para esto, la mamá nos reportaba, que
todo estaba muy bien.
A mediados de septiembre, del año
pasado, vino por primera vez en el ciclo, el alumno en cuestión.
Discutía algo con su madre, y en ese
momento, no intuí la gravedad del problema.
Ya en la puerta del salón de trabajo,
indicaba el niño, cada vez más alterado: “que no quería asistir al cam, y que
no volvería nunca, nunca, nunca. . .”
Ya que entró al salón, y que la madre
nos puso en antecedentes de la dificultad. Lo primero que efectuamos, fue
calmar al alumno, indicándole, que si ahora no quería trabajar, ya lo haría en
otra ocasión. Y, también, que la palabra nunca, no debía emplearse en forma tan
definitiva y drástica, menos por un niño de esa edad, escasos seis años.
Sin el niño presente, hablamos con la
señora, indagando sobre las causas básicas del problema.
Al principio, señaló, que ella no se
explicaba cuál era la causa de aquel estado de su hijo.
Pero, conforme fue transcurriendo la
entrevista, pudimos apreciar, que gran parte de la problemática era la no
aceptación de la discapacidad del niño, -ceguera total.
Además, la madre del niño, refirió, que
su hijo se había vuelto demasiado rebelde. Que a la menor provocación o sin
motivos, la llamaba mentirosa. Y, por supuesto, no sabía porqué le llamaba así.
Mas en este sentido, refirió, que antes de dormir, el niño, le suplicaba
primero y luego le exigía que le pidiera a Dios que mañana ya no fuera un
ciego, sino que viera como todos los demás. Imaginen la frustración del niño,
al habérsele hecho creer que la madre, era tan “poderosa” que por lo menos,
tenía comunicación directa con Dios.
Le indicamos que, efectivamente debía
haber un gran motivo para que el niño se negara a trabajar en el cam;
descontando, que allá en la escuela, sí quería; según nos refería la señora
madre del niño.
Le dimos un escrito sobre la
sobreprotección y, nos comprometimos a continuar abundando en las causas del
estado actual del niño.
(Por considerarlo importante se incluye
el escrito señalado antes, de mi autoría.)
La sobreprotección, arma de muchos filos
Si alguien nos preguntara:
¿Sobreproteges a tu hija/o?
Tal vez la respuesta vendría en forma
automática y sin algún titubeo.
“¡Por supuesto que no!” E interiormente,
enfatizaríamos como para autoconvencernos: (“Eso era antes; por mi
inexperiencia; porque así mostraba mi amor por esa criaturita tan indefensa y
tan necesitada de mí y de mi apoyo; pero ahora que ya lo comprendí. . . Es
cierto que a veces le hago las cosas, es sólo para ahorrar tiempo; no porque
crea que así justifico el que no puede hacerlas o por inseguridad o
desconfianza. . .”)
En la sobreprotección, aparecen
mezclados una serie de términos de uso frecuente, más inexplicables, la mayoría
de las ocasiones, en alianza enemiga: El primero es: no, para negar lo que para
los otros es totalmente evidente. Pero para nosotros; bueno, sobreprotege el
otro, y todos los demás, pero nosotros; nunca jamás, ni pensarlo.
El segundo aspecto, el tiempo: “Eso era
antes; por mi inexperiencia;” Cabría cuestionarnos con sinceridad absoluta:
¿Antes de qué….? Porque continúa sucediendo.
La tercera palabra clave es: amor.
“porque así mostraba mi amor por esa criaturita tan indefensa y tan necesitada”
Sí, a veces, la lástima que pretendemos
endilgar a “los necesitados” en realidad es una autoproyección de nuestras
carencias e indefensión ante un mundo hostil y confuso.
El cuarto término, es una combinación de
inseguridad y desconfianza, veamos: “Es cierto que a veces le hago las cosas,
es sólo para ahorrar tiempo; no porque crea que así justifico el que no las
puede hacer o por inseguridad o desconfianza.”
Se nos olvida, que la construcción firme
y duradera de la seguridad y la confianza propia de cualquier ser humano sano y
equilibrado, requiere de acciones verídicas y congruentes con nuestros
pensamientos y sentimientos. Es decir, con palabras indicamos, confío en ti;
pero nuestra conducta, desafortunadamente, está señalando todo lo contrario:
“¡Si no fueras tan lento, tan inútil, tan…!”
Entonces, para dejar de ser
sobreprotectores, entendiendo que esto no se logra de la noche a la mañana;
pero sí con constancia y decisión, es necesario, observar, además de nuestra
manera de educar y de tratar a nuestros niños. No engañarnos acerca de esos
aspectos que de una manera u otra, nos están diciendo a gritos: ¡Debes efectuar
cambios en muchas cosas importantes! Por ejemplo, No es suficiente con
expresar: Tú puedes; y guardarnos con recalcitrante egoísmo, la forma, aun la
más sencilla de hacerlo.
Tampoco basta con hallar incoherencias
aquí o allá; sino corregir inmediatamente todo aquello que ya no funcione o sea
obsoleto.
Si dejas de sobreproteger, ayudarás
verdaderamente al crecimiento armónico de tu hija/o y así ejemplificarás el
AMOR completo que seguramente le tienes.
Si optas por no cambiar, entonces, atente a las consecuencias, las
cuales, no te afectarán exclusivamente a ti, sino también a ese ser que decías
amar tanto…
Estuvimos pensando durante mucho tiempo,
la manera de abordar el caso con sincero deseo de sacar al alumno de aquella
encrucijada perversa.
Se nos aparecían dos posibilidades, la
más fácil, aparentemente, nos permitiría salir del paso, y consistía en creer a
pies juntillas, que todo estaba bien. Es decir, ignorar el problema. Ésta era
más cómoda pero mucho más riesgosa e imprevisible.
La segunda, más difícil y se antojaba
hasta cruel, consistía en enfrentar al niño con la verdad. Optamos por ésta, y
enseguida vean lo ocurrido.
Para la siguiente sesión de trabajo el
alumno, indicó casi lo mismo, pero, al fin aceptó quedarse en el salón a
trabajar. Le pregunté directamente:
-¿Por qué no quieres venir al cam?
Me contestó: “Porque aquí me enseñan
braille.
-Así es. ¿Por qué no quieres aprenderlo?
-Porque el braille es para los ciegos.
-¿Y tú no lo eres?
-No.
-¿Entonces, tú ves?
-Sí.
-¿Y como lo sabes?
-Porque veo la televisión.
-¿Si le bajamos el volumen a la
televisión, la sigues viendo?
-Ya no.
-¿Me puedes decir que hay en este libro que
tengo aquí? (Libro impreso en caracteres comunes o en tinta, no en braille.)
-No.
-¿Por qué?
-Porque no se puede tocar. . .
-Tú no quieres venir al cam, porque
piensas que nosotros tenemos alguna culpa de tu discapacidad.
-¿Cómo sabes lo que yo pienso y siento?
¿Tienes una cámara en mi casa?
-No. Es porque te conozco y quiero
ayudarte.
-¿Sabías que también yo soy ciego?
-No, no lo sabía. Pero entonces, ¿cómo
has estudiado para ser maestro?
-La vista, es importante, pero aún sin
ella se pueden hacer muchas cosas importantes y valiosas; como estudiar.
-¡Y jugar!
-Sí, estamos de acuerdo.
-Entonces, aprender braille no es malo,
¿verdad?
-Por supuesto que no.
Otras cosas importantes y
trascendentales tratamos en aquella sesión. Pero también, es necesario indicar
que la no aceptación de la discapacidad del niño por parte de la madre,
requería de un trabajo más planificado. Así, previa reunión con la directora
del Cam y la psicóloga, llegamos a la decisión de que era menester conformar
con los padres de los alumnos que atendíamos un grupo de reflexión, cuyo
propósito central, sería: proveer un espacio para intercambiar además de
inquietudes, temores y problemas ya no encubiertos, socializar experiencias
positivas que propiciaran vías más prácticas y realistas para facilitar la
tarea de educar y formar a la niña o al niño con discapacidad y necesidades
educativas especiales.
El grupo se reuniría una vez por semana
durante tres horas. Y el primer documento que se llevó para analizar fue:
"Bienvenido a Holanda", por Emily Pearl Kingsley. Este material me lo
proporcionó un integrante de la Mesa Técnica de la II Zona de Educación
Especial. Yo había escuchado de ese documento, pregunté a varios compañeros,
principalmente psicólogos, y, unos me decían que sí lo tenían, pero que iban a
buscarlo, mas pasaba el tiempo, y ni sus luces del material solicitado. Otros,
definitivamente me indicaban que no lo conocían.
Quiero remitirme al final de “Bienvenido
a Holanda”, puesto que, ahí el autor resume el sentir de los padres de hijos
con discapacidad, quienes necesitan mucha comprensión en vez de recriminación.
”Y ese dolor nunca, nunca, nunca, se
irá, porque la pérdida de ese sueño es una pérdida muy importante.
Pero si te pasas la vida quejándote del
hecho de que nunca llegaste a Italia, puede que nunca tengas libertad para
disfrutar de las cosas, muy especiales, maravillosas, de Holanda.”
Otro material muy útil aportado por la
psicóloga fue la película: “Solo contra el mundo”. En síntesis, el argumento
narra la historia de un niño, quien por un accidente pierde a sus padres. Un
hombre presiona al niño para enseñarle y que aprenda a sobrevivir a pesar de
las circunstancias más hostiles y adversas.
Aparentemente, todo este trabajo que
abarcó tres meses de marzo a mayo, no era indispensable, puesto que, desde la
primera sesión, todas y todos los padres habían llegado a Holanda y ahí estaban
sin mayores complicaciones. Es decir, habían aceptado fehacientemente al hijo/a
discapacitado. No obstante, en la última reunión, más de una mamá (entre ellas,
la del alumno de nuestro caso), señalaron con vehemencia, que efectivamente, no
habían llegado a esa aceptación que pregonaban por todos los medios. Y, que
reconocían que no era fácil llegar a Holanda. . .
Epílogo
Con mis manos puedo ver
Porque con ellas puedo leer
Ahora este alumno, está en segundo
grado, ha accedido a la lectoescritura; lee con la fluidez braille por
supuesto, de acuerdo a un niño de esa edad, y lo más significativo, ya no
muestra rechazo ni al cam ni al braille. Sin duda, quedan más aspectos por
trabajar con él, pero, la aceptación de su discapacidad ha representado un
avance muy importante en su educación y formación. Por lo pronto, ha vuelto a
ser un niño alegre, feliz, jovial, inteligente y decidido a cumplir con los compromisos
acordados.
Por el mes de mayo de este año, la
señora se hallaba en los últimos meses de embarazo. Uno de los temores de ella,
era que tuviera otro hijo con discapacidad. A finales de junio, nació su bebé,
una niña saludable y sin discapacidad. La intranquilidad generada por los
temores de la madre, dieron paso a una confianza, paz y seguridad transmitida a
todos los miembros de la familia; desde luego, también a nuestro alumno.
Así, es decisivo aceptarnos a nosotros
mismos, para aproximarnos y construir en conjunto la aceptación de los demás.
Autor: José R. Romero González.
Mexicali, Baja California, México.