El Maestro José.

 

Me llamo José al igual que papá, pero cariñosamente todos me decían Pepito; desde que me fui a estudiar a la Escuela para Ciegos, compañeros y amigos sólo me decían Pepe; mis Padres me decían pepe, Chepe, José o Pepito.

Para mis colegas, Ministerio de Educación, ex alumnos y sus Padres soy el Maestro José, el Maestro Pepe o Don Pepe (muchos de ellos cuando hablan a mis espaldas me dicen el Maestro choco o el Maestro ciego). Para los que no me conocen soy el Ciego, el choco que pasa todos los días con su bastón blanco por diferentes partes del Centro del Pueblo y se sienta en el Parque después de ir a Misa.

Hace mucho tiempo dejé de alterarme por los sobrenombres que me han puesto. Los ciegos sentimos cuando lo dicen por cariño, ignorancia y para insultarnos. La mayoría de las personas no quieren ofendernos, pero no saben como decirnos y utilizan las palabras que siempre han escuchado. Comprendí que llamar correctamente a las personas con discapacidad visual no es sólo responsabilidad de la Familia y los amigos, también es del Ministerio de Educación y de los Centros Educativos a su cargo, de los Lugares de trabajo, de las Iglesias y de la Sociedad.

Para sensibilizar debemos saber cómo nos autopercibimos y comprendemos nuestra discapacidad; cuál es la motivación que tenemos, si tratamos de educar o, por el contrario, queremos increpar a las personas sin discapacidad o con una discapacidad diferente a la visual.

Muchas personas con discapacidad no valoramos nuestra responsabilidad en la sensibilización y educación de las personas de nuestro entorno familiar, social y laboral; por eso, muchos compañeros actúan a la defensiva, no educan, los reprenden o maltratan, creando más insensibilidad y animosidad contra las personas con discapacidad; esa misión de educar y sensibilizar se aprende desde el Hogar.

Cuando tenía 10 años mis Padres me explicaron con sus palabras, me imagino que con muchas de mis Abuelos, que un día vería mucho menos que ahora. Aún recuerdo las lágrimas de mi Madre y el rostro avergonzado de mi Padre tratando de explicarme que era una enfermedad hereditaria. Conversación en la que se mezclaban sollozos, voces serias, tristes y tartamudeos; decían que su deber era explicármelo, ayudarme, aprender a usar el Braille, enseñarme lo que ellos aprendieron y buscarme un mejor futuro. Que nunca le creyera a la gente, personas fanáticas religiosas y sectarias que me dirían que la ceguera era una “maldición de Dios” o una “maldita herencia” de mis antepasados.

Al inicio no comprendí bien la conversación; cómo iba a quedarme ciego si miraba bien, ni siquiera usaba anteojos; luego recordé juegos con mis Padres, repasaba la conversación y pensaba en unos Tíos ciegos; tiempo después, todos los días me miraba al espejo, las casas del barrio, el parque, la Escuela, a mis compañeros y maestros; hacía pruebas para verificar si veía igual o si estaba perdiendo la vista.

Todo siguió igual, pero un par de años después, en una reunión para entregar notas unos Maestros de mi Escuela en el Pueblo les dijeron a mis Padres que conocían mi capacidad, que podía tener más oportunidades si estudiaba en la Escuela para Ciegos que tenía el Estado en la Capital; los podían ayudar para que se comunicaran con una persona que trabajaba en la Escuela. Después de varias conversaciones de mis Padres con la Trabajadora Social, viajes a la Capital para llevarle Documentos de mi Escuela, constancia de ingresos, cumplir con unos requisitos y no sé qué otros documentos, tenía un cupo para ingresar como alumno.

Me explicaron que por nuestra situación económica no podían viajar todos los viernes en la tarde a la Capital para buscarme e ir al Pueblo y llevarme de regreso los domingos; la única opción era estar como Interno en la Escuela para Ciegos.

Aún recuerdo la última noche que Mamá estaba terminando de acomodar mi ropa y revisar las otras cosas que podía llevar en una especie de maleta que vendían en el Mercado del Pueblo, hecha de tela con la que se hacen sacos para almacenar el café. Al día siguiente en la mañana mis papás me fueron a dejar; cuando llegamos a la Escuela para Ciegos mi Madre no podía dejar de sollozar, evitar las lágrimas y gestos de amor y tristeza, que por momentos, se confundían con los sabios consejos que me estaba dando mi Padre que trataba de disimular el nudo en la garganta y las lágrimas que buscaban salir de sus ojos. ¡Esos momentos son una de las muestras más grandes de amor que recibí y nunca olvidaré!

Cuando nos despedimos, Encargados del Internado me llevaron a la Sección de Varones de acuerdo a mi edad, me condujeron a la que sería mi cama y mi casillero, me enseñaron donde estaban los baños y me presentaron a unos compañeros de cuarto que habían llegado antes. Sólo uno era de una Ciudad cercana a la Capital, los otros éramos de Pueblos de diferentes Provincias. Al igual que yo, sus Padres tampoco tenían los recursos económicos para ir a buscarnos y llevarlos de regreso a la Escuela.

Los primeros meses fueron difíciles, todo era nuevo y diferente, extrañaba a mis Padres, amigos, al Pueblo, me sentía solo y temeroso, pero una vez adaptado, con nuevos amigos con y sin discapacidad visual, con las mismas dudas que yo y conociendo todas las Instalaciones y las áreas deportivas, la Cancha de fútbol, las cosas fueron mejorando cada vez más. Ahora extraño a la Escuela, al Internado, a mis amigos y compañeros.

Los años fueron pasando y todo iba bien en Casa y en la Escuela, que luego fue eliminada, sin interesarles perjudicar a generaciones de miles de personas con ceguera.

Pienso que, si bien no cubría toda la demanda de estudiantes con discapacidad visual que existía en el País, al menos había una… ahora no existe nada. Me pregunto cómo sería una Escuela para Ciegos y las nuevas Generaciones de estudiantes con sus necesidades educativas específicas satisfechas. Aulas de clases con Equipos con Tecnologías de la Información y Comunicación, adaptados para la enseñanza educativa a estudiantes con discapacidad visual, complementada con la enseñanza y uso del Sistema de lectoescritura Braille. Sin embargo, mis pensamientos son sólo un sueño.

En el primer año de Bachillerato comencé a perder la vista; era un adolescente e inicié a preocuparme; en ese período de ansiedad mi principal pensamiento era que mis compañeras en la escuela no se fijarían en mí. Aunque lo conversamos un grupo de compañeros de cuarto, lo compartimos entre amigos y los Profesores y Especialistas lo explicaron científica, médica y psicológicamente varias veces, la sensación de pérdida me acompañó durante varios años. Gracias a Dios comprendí que la ceguera total y parcial puede ser genética o adquirida. Que mi ceguera parcial, como la de muchos de mis compañeros, es causada por la Retinitis Pigmentaria.

En un receso por Navidad, nos sentamos mis Padres y yo, les conté lo que estaba aprendiendo sobre la discapacidad visual, les dije que al igual que Ellos, nunca consideré la ceguera una herencia maldita o una especie de maldición. Ellos como católicos nunca pensaron que era un castigo de Dios, pero no entendían la actitud de muchas personas, que aún sabiendo que es una enfermedad y no una maldición, apartan a los ciegos.

Ya por graduarme, llegaron Profesionales Ciegos a compartir sus experiencias. Nos felicitaron y dijeron que si decidíamos ir a la Universidad no sería fácil, pero tampoco imposible. Manifestaron que la Sociedad, incluyendo a muchos profesores y personal universitario, ven nuestra discapacidad y no nuestra capacidad; asumen que las personas ciegas no somos capaces de ser profesionales y tener un Título Universitario. Nos dijeron que nosotros éramos otra Generación de ciegos que le demostraríamos lo contrario a la Sociedad y al Estado; con nuestro ejemplo de superación iríamos abriendo el camino a la siguiente Generación de universitarios ciegos. Décadas después sus palabras continúan teniendo vigencia.

Estaba por terminar el Bachillerato, pronto no sería estudiante de la Escuela que tanto amaba y tendría que decidir si asumía el reto de ir a la Universidad; me gustaba mucho la Historia, disfrutaba la Lectura, aunque era difícil encontrar Libros en braille, explicarle a mis compañeros varias materias que ellos sentían difíciles; usaba mucho el Braille y la Taquigrafía braille; empero, no sabía qué Carrera estudiar.

No sé a cuántas personas les pedí consejo, hasta que un día hablando con el Sacerdote que daba Misa en la Capilla de la Escuela me dijo que pensara en la Docencia. Después de analizar las opciones que más me gustaban, volví y le pregunté si en verdad él creía que podía ser Maestro y su respuesta me terminó de convencer; sencillamente me respondió que “Porqué no creía que era capaz”.

Decidir ir a la Universidad fue el primer paso; ahora venía la parte más difícil, no preocupar a mis Padres que esperaban que su amado Pepito regresara al Pueblo como el primer Bachiller de la Familia; decirles que me quedaría en la Capital, buscaría empleo y estudiaría para ser Maestro. Si me iba a quedar, averiguar cuáles eran los requisitos y trámites que exigía la Universidad Nacional; luego pensé cómo haría un Bachiller ciego para encontrar trabajo venciendo los prejuicios y discriminación y cuánto me pagarían; cuánto iba a gastar en un pupilaje barato cerca de la Universidad, en alimentación, ropa, cartulinas para escribir, transporte, etc.

Las puertas se fueron abriendo, el Sacerdote que daba Misa en la Escuela logró que me contrataran como Asistente de los Maestros en una pequeña Escuela Parroquial, Cargo que no requería tener Título Universitario. Trabajé en Ella durante todos mis años de estudio; ahí hice mis prácticas universitarias que inspiraron el tema de mi Trabajo de Grado: La educación de estudiantes ciegos de escasos recursos. Estuve trabajando como Maestro antes que el Ministerio de Educación me nombrara como Docente en la Escuela Rural del Pueblo que nunca abandoné.

Con un compañero con ceguera parcial que aún no quería usar el bastón blanco, encontramos un Cuarto para 2 estudiantes en un modesto Pupilaje a unos 20 minutos en Bus de la Universidad.

Como nos lo dijeron Profesionales ciegos, la Universidad no fue fácil; pese a las dificultades y discriminación que enfrentábamos las personas con ceguera, a las Huelgas, pérdida de clases, alargamiento de la Carrera debido a los Cierres de la Universidad y aunque veía menos, ayudado por una lupa, el Braille, mis vivencias en la Escuela Parroquial, en la Escuela para Ciegos y sin que la Universidad hiciera las mínimas adecuaciones para personas con discapacidad visual , aprobé todas las materias y mi tesis, graduándome como Licenciado en Educación.

A la graduación asistieron Papá, Mamá, otros familiares, algunos de mis antiguos Maestros y otros Maestros de la Escuela del Pueblo, a los que les parecía sorprendente que un ciego llegara a ser su Colega.

Después cumplí con los requisitos, logré incorporarme como Docente al Ministerio de Educación y obtuve una plaza como Maestro en una pequeña Escuela Pública del Área Rural a la que ninguno de mis Colegas quería ir.

Antes de llegar, en el Pueblo circuló la noticia que llegaría un Maestro novato y Ciego a darle clases a los niños de Primaria; noticia que causó enojo, preocupación y curiosidad en la mayoría de Padres de Familia.

la Escuela brindaba Educación Parvularia y Básica a niños del Pueblo, a niños de Cantones y Caseríos aledaños y a niños que vivían en Caseríos alejados del Pueblo, sin Caminos de acceso, ubicados en zonas geográficamente accidentadas, sin Servicios Básicos y a horas de distancia a pie.

Estaba situada en un Pueblo más pequeño y en uno de los Municipios menos desarrollados de un Departamento del País; todavía conservaba su antigua Iglesia y casas de la primera época Republicana, algunas ocupadas por Oficinas Gubernamentales. Estaba a un par de horas del Pueblo en el que vivían mis Padres, nací y comencé a estudiar.

Era pequeña, descuidada por el Ministerio de Educación, con muchas necesidades y escasos recursos, con pocas aulas y muchos alumnos; con una Fosa séptica y un Sanitario portátil (como los que colocan en las Ferias que nunca llegan a este Pueblo) donado por algunos compatriotas que viven en el extranjero, utilizados por todos los educandos, Docentes y visitantes; el servicio de agua era deficiente, faltaba la electricidad cuando los vientos y las tormentas eran fuertes y sólo la Directora tenía Computadora.

Aún tengo presente la parca bienvenida de la Directora y de mis compañeros de trabajo, quienes no creían que un Ciego pudiera ser Maestro, mucho menos su Colega.

Debido a que recientemente el Ministerio de Educación había incluido el tercer ciclo de Educación Básica, éramos 7 Maestros, dos Docentes recién nombrados como refuerzos; además de la Directora que también daba clases.

La Escuela, sin medidas de accesibilidad universal, tenía 5 estudiantes con discapacidad: 3 niños con discapacidad visual (una con ceguera total y dos con ceguera parcial), una niña con discapacidad física que se movilizaba con una vieja silla de ruedas que le habían regalado y otra niña con Síndrome de Asperger. A los niños con discapacidad los demás Maestros los llamaban “problemáticos” por no saber cómo tratarlos y enseñarles; decían que la que menos “problemas” daba era la niña “paralítica”; que sólo era pesado acompañarla cuando necesitaba ayuda para trasladarse por el terreno con piedras o lodo y cuando tenían que buscar a una de las 2 maestras para ayudarla en el sanitario portátil.

Como era el Maestro Ciego y ningún otro sabía braille, revisaba que los niños con discapacidad visual llevaran bien las tareas y supervisaba los exámenes cuando algún Maestro no quería hacérselos oralmente.

Debido a que me recordaban mi niñez, me entristecía la educación que se les proporcionaba y la actitud de Maestros, hablé con los Padres de los niños con discapacidad visual para ofrecerme a darles Clases de refuerzo de braille, gramática, ortografía, redacción y matemáticas. Después, formaría con personas con discapacidad visual, muchos de ellos mis ex alumnos y sus padres, una Organización de Ciegos y sus familiares.

No obstante las actitudes de mis compañeros y de los Padres de Familia, mantengo vívidos recuerdos de mi primera clase con niños de cuarto grado; después de explicarles en qué consiste la discapacidad visual y contarles algunas de mis vivencias cuando era niño, abrí un espacio para las preguntas que quisieran hacerme; sentí en el tono de sus inocentes preguntas la curiosidad y sinceridad innata de la niñez; en menos de una hora, todo era preguntas, respuestas y sonrisas en una relación de un Maestro y sus pequeños alumnos en su primer día de clases.

Estaba feliz, el trabajo era más fácil y satisfactorio con mis alumnos que la relación con el Ministerio, Compañeros de Trabajo y los Padres de Familia. Mis alumnos pronto olvidaron que su maestro era ciego, ese fue el primer Grupo, de muchos a los que le di clases, que se encariñaron conmigo.

Pasaron los años, mis Padres seguían orgullosos y felices con su Hijo, quien demostró que ser ciego y del campo, no era obstáculo para ser Licenciado y llegar a ser Maestro.

Todo iba bien, incluso cuando me enamoré de una chica sin discapacidad del Pueblo donde daba clases y Ella me correspondió. Clara, Clarita de cariño, era Secretaria en uno de los Departamentos de la Alcaldía. Nos enamoramos, conversábamos de casi cualquier tema, nos reíamos y se sentía orgullosa de mi; nunca sintió que mi ceguera fuera un obstáculo en nuestra relación. Mis Padres y amigos al inicio tenían dudas, más que rechazar a Clarita sentían preocupación; dijeron que se alegraban mucho, pero conocían experiencias exitosas de esposos en los que uno de ellos adquirió una discapacidad visual estando casados, pero muy pocos casos de matrimonios exitosos de parejas que se casan cuando uno de Ellos es ciego. No obstante expresaron que nosotros seríamos una de las excepciones.

Con los consejos de mis Padres, familiares, amigos y la disfrazada desaprobación de la familia de Clarita, después de casi un año de noviazgo, decidimos casarnos.

El primer dolor de mis Padres fue el casarnos sólo por civil, debido a que Clara pertenecía a otra Religión y ninguno de los dos quería casarse por la que no fuera la suya ni hacerlo por las dos Iglesias.

Nuestro Matrimonio causó comentarios, muy pocos positivos, y habladurías en el Pueblo donde vivimos y trabajamos, donde nací y vivían mis Padres. Como nunca nos importaron los comentarios, nosotros siempre vivimos felices.

El segundo dolor de mis Padres fue el saber que no serían Abuelos, porque no pudimos tener hijos; aunque nos dolió al inicio porque tampoco pudimos adoptar, ni Clara ni yo lo consideramos una nube en nuestro Matrimonio. Sin embargo, fue un dolor que envolvió a ambas familias, pese a que los Padres de Clarita le habían expresado su “preocupación por el futuro de sus nietos si nacían ciegos”.

Mi matrimonio con Clarita y ser Maestro fue la mejor época de mi vida; después del trabajar nos sentábamos a la mesa a comer y conversar sobre nuestro día; siempre nos despertamos, despedíamos y dormíamos con un beso. Desde el noviazgo decidimos hablarlo todo, tomar juntos las decisiones y no acostarnos enojados. Íbamos de paseo tomados de la mano como novios; teníamos amistades, hacíamos planes para el futuro… en fin, una vida plena.

Hacía poco que Clarita y yo habíamos cumplido una década de estar casados. Al igual que todos los días, nos alistamos para ir a nuestros trabajos, Clara a la Alcaldía, yo a la Escuela a dar clases. A media mañana mi teléfono comenzó a vibrar incesantemente; tuve que interrumpir la Clase y salir del Aula para contestar; con una voz angustiada y nerviosa una compañera de trabajo de Clarita hablaba desde el Hospital. Con su llanto y una voz entrecortada me dijo que Clara estaba sentada cuando se había desplomado y ya no despertó.

Nunca había estado tan nervioso, desesperado y preocupado; nunca había deseado volver a ver para salir corriendo y estar junto a Clara. No sabía qué hacer cuando escuché la voz de la Directora, no recuerdo como le expliqué y ofreció llevarme al Hospital.

Cuando llegué me dijeron que dormía. Me llevaron hasta su cama, tomé su mano y le hablé como lo hacía cuando se quedaba dormida en mi pecho. Le dije que la amaba, que todo estaba bien, que pronto despertaría, me vería a su lado, que la llevaría a Casa y seguiríamos haciendo planes para el futuro.

No recuerdo cuanto más le dije; sólo recuerdo el sonido del aparato y a un Doctor o Enfermero gritando Código azul. Me sacaron y sólo escuchaba voces de mujeres entrando y el sonido de camillas saliendo con las otras enfermas que estaban en el cuarto. Después no escuchaba nada y no sabía nada. Pasaron varios minutos hasta que alguien salió del cuarto; era el Doctor, se acercó y me dijo que habían hecho todo lo posible, que lo sentía mucho, que mi Esposa acababa de morir; sufrió otro ataque al corazón y no había resistido. Después no escuché nada más, sólo recordaba el sonido de su sonrisa y nuestro beso de todos los días en la mañana al despedirnos para ir a trabajar; pensaba en ese beso, nuestro último beso.

Cuando pude dejar de llorar, llamé a mis Padres para decirles y la única vez que llamé a mi Suegra fue para comunicarle que su Hija había muerto.

No recuerdo ni quiero recordar las explicaciones médicas, los trámites, el día que la sepultamos, los siguientes días solo, ni el primer día que volví a la Escuela a dar clases.

A partir de la muerte de Clarita todo cambió en mi vida y nunca volví a ser igual. Su Familia se hizo más distante todavía hasta que ya no supe nada de ellos; desaparecieron nuestros “amigos” en común; mis amigos ciegos estaban en la Capital o distribuidos por el País y casi no tuve contacto con ellos.

Decidí quedarme en el Pueblo y no regresar con mis Padres aunque me lo pedían cada vez que hablábamos. No pensaba en el futuro o qué haría un ciego sólo; mi único pensamiento era qué haría sin Clarita.

Así pasaron años; mi vida como el Maestro de Pueblo viudo y ciego en soledad continuó; gracias a Dios no me trasladaron de Escuela. Debido a un grave accidente de tránsito del bus en el que iba y las secuelas físicas que me quedaron, sumadas a la ceguera, El Ministerio decidió pensionarme por invalidez.

Ahora, jubilado, viudo, cojeando y casi ciego, sin mis Padres, decidí alquilar la Casa que emocionados compramos Clarita y yo antes de casarnos, en la que fuimos felices. Unos exalumnos me ayudaron a vender casi todas las cosas que no me hacían falta y trasladarme hasta el lugar donde viviría. Sólo guardé unos pocos recuerdos de Clarita, de nuestra boda, de mis Padres, de mi niñez, de mi época de estudiante graduado de la única Escuela para Ciegos; mi Título de la Universidad y mi primer nombramiento como Maestro.

Por ser el antiguo Maestro del Pueblo y de dos de sus hijos, un Matrimonio me renta una bonita habitación con salida independiente de su Casa y que puedo pagar. “Mi casita” , como yo la llamo, tiene baño completo, cama individual, un mueble con gavetas que también uso como mesa de noche, Roperito, mesita donde pongo mi hornito y cafetera, una pequeña refrigeradora, un menudo lavatrastos con un mueblecito arriba para poner comida, un espacio donde caben un diminuto sofá y una mesita con dos sillas. La Casa está cerca de la Iglesia Católica del Pueblo, del Parque principal, de una tienda de abarrotes y de la parada de buses; en fin, tengo cerca todo lo que necesito, únicamente el Hospital está alejado.

Mis días transcurren en la Iglesia, acudiendo a la primera Misa de la mañana. Voy al Parque, esperando que nadie esté sentado en la banca de siempre que recibe la sombra de las ramas de una gran y centenaria Ceiba, Patrimonio del Pueblo, sembrada a uno de los lados del parque, así no siento mucho el calor ni el brillo de los rayos del sol en la mañana o media tarde, ni lastima mis ojos. Paso el tiempo escuchando los tacones y suelas de los zapatos de las personas que pasan en silencio o cuando van conversando; las voces y sonrisas de los niños que corren o dan vueltas con sus patines y patinetas; el sonido de las ramas de los árboles al moverlas el viento; el canto de los pájaros, las palomas cuando caminan buscando semillas, insectos o algo que comer, el revolotear de sus alas cuando salen volando por que alguien las asusta al pasar; el sonido de los buses; carros y sirenas de patrullas o ambulancias cuando pasan cerca; las voces de las vendedoras de frutas, vegetales o dulces artesanales. En fin, pienso en cualquier cosa para evitar recordar el pasado y olvidar la soledad en la que vivo.

Casi al mediodía me voy a comprar comida a un pequeño comedor y regreso a la Casita. Esporádicamente voy a las reuniones de la Asociación de Ciegos del Pueblo, a la Capital a visitar a unos compañeros y recordar nuestro tiempo de estudiantes en la Escuela para Ciegos o a mi Pueblo a saludar a familiares.

En la Iglesia antes me preguntaban porqué no rehice mi vida; sinceramente no me interesa… Mi amor por Clarita no terminó con su muerte, prefiero pasar lo que me queda de vida con su recuerdo en soledad.

¡Vida y rutina del Maestro José o del Choco Pepe!

 

Nota:

 

La Escuela para Ciegos fue fundada casi a mediados del Siglo XX; aunque era la única Escuela en el País para la enseñanza especializada de niños, niñas, adolescentes y jóvenes con diferentes grados de ceguera y condición social, ya no existe por desinterés, ambición y miopía Institucional de ”eliminar” las Instalaciones e Infraestructura donada para la educación de niños ciegos. Funcionarios sin discapacidad nos consideran un “Grupo improductivo”. Escuela que fue suprimida por la incomprensión de diferentes Gobiernos y sesgadas interpretaciones de la petición de Organismos Internacionales que piden a los Países que la Educación sea inclusiva.

La Escuela brindaba una educación de calidad y con sentido social, al contar con un Internado completo para niños y niñas de todo el País de clase media y de familias de escasos recursos; hijos de madres solteras, de vendedoras en el Mercado, de vendedores informales y niños con familias que vivían muy lejos de Centros Escolares y no podían asistir a ellos. Proporcionaba hospedaje, alimentación, servicios de salud, atención psicológica y una Educación ajustada a las necesidades específicas de estudiantes con discapacidad visual que obteníamos el Bachillerato para ir a la Universidad; con clases de preparación para poder conseguir un empleo mientras estudiábamos o para aquellos que no querían o podían tener una enseñanza Superior.

Ahora se habla de una Educación Inclusiva de niños con discapacidad visual, sin que exista la intención del Estado de invertir en adecuaciones curriculares, infraestructura, tecnologías accesibles, equipos adaptados, especialización y capacitación de recursos humanos que, además de considerar las necesidades educativas específicas de la discapacidad visual, también considere a la población con sordoceguera… es decir, que se garantice el derecho a la Educación a personas ciegas y sordociegas en edad escolar.

En un nuevo Siglo despojaron a las nuevas generaciones de personas con discapacidad visual de una Educación de calidad que fuera proporcionada por docentes calificados en las diferentes Ciencias, con la experiencia en el uso y enseñanza de todos los niveles del sistema de lectoescritura Braille, la oportunidad de tener una educación de calidad en el uso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación para poder incorporarse al mercado laboral; es decir, tener las herramientas para integrarse a la vida económica productiva.

Lastimosamente, esa educación sólo está al alcance en los mejores Colegios Privados de educación extranjera, económicamente inaccesibles para la casi totalidad de la niñez con discapacidad visual y con sordoceguera del País.

Ahora puedo decir que la inclusión de las personas con discapacidad, especialmente niños y niñas, a las Escuelas Regulares y su preparación para una vida económicamente productiva no se logra por Decreto. El Estado, con sus parches, en lugar de “incluir” logró que el acceso al derecho a la Educación y la inserción a la Sociedad de las personas con discapacidad visual sea excluyente… ni hablar del Derecho a la Educación especializada y de calidad negado a las personas con sordoceguera y discapacidades múltiples.

 

Autor: Alexander Kellman Rodríguez. San Salvador, El Salvador.

 akerddd@hotmail.com

 

 

 

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