Este hombre, defensor de la libertad,
incluso de la de los pajarillos; había faltado a sus principios y había
comprado en el mercado al lindo canario. Lo iba a dejar libre, pero eso sería
hasta el día siguiente después del desayuno.
Escuchó cantar al avecilla. Pensó que
los cantos de los prisioneros, son diferentes de quienes cantan en libertad.
Esto se lo dictaba la nueva filosofía que ahora perjeñaba en la facultad
universitaria.
Pero el hombre se enfrascó en sus
asuntos. Ir al trabajo. Visitar a un amigo enfermo. Ir al café para encontrarse
con algunos integrantes del equipo de estudios del doctorado.
Regresó muy tarde a su casa. No recordó
a su huésped cantor.
Al irse a la cama, pensó en las cosas
importantes que debería realizar el día de mañana. Se le cerraban los ojos
llenos de sueño y de cansancio.
El mañana, llegó demasiado rápido.
Inició la rutina. Apresuradamente, tomó el desayuno. No se dio cuenta que algo
faltaba en aquel ambiente apretujado de acciones por hacer. Se subió al
automóvil. Las horas en el trabajo pasaron a veces lentas y a veces con la
prisa de siempre.
Al volver al hogar. Recordó su deseo de
liberar al pájaro adquirido en el mercado. Se encaminó a la jaula. Ahí estaba
el pajarillo libre de la jaula, liberado de su cuerpo mas no de una promesa
incumplida. Lo veía con asombro. El pájaro yacía muerto en la prisión. El
hombre sabía que era su culpa la muerte de aquel ser pequeño, frágil y cuyo
único delito, era, cantar maravillosamente.
El hombre olvidó darle de comer. Su
negligencia y descuido eran imperdonables; así lo sentiría por el resto de su
vida. ¡Dolorosamente, evocó la palabra: resiliencia!
Autor: José Reyes Romero
González. Mexicali, Baja California, México.