TEMAS DE REFLEXIÓN:

EDUCAR AL EDUCADOR

La educación revolucionaria se ocupa de la realización total de la persona, pero, cuando hablamos de realizarnos, a menudo pensamos en el éxito, en los triunfos personales y en todo ese tipo de valores que se ofertan para ser "importantes" en esta cultura mercantil e individualista que a diario creamos.

La libertad psicológica que permite nuestra realización es un trabajo inteligente, cotidiano, constante y que, más que un logro, es un proceso permanente que resulta del autoconocimiento y del descubrimiento de todos los obstáculos que a diario, bajo la forma del miedo, nos amargan la existencia. La meta última de la educación revolucionaria es precisamente facilitar que el individuo descubra los diferentes obstáculos psicológicos que lo aprisionan. Más que imponer moldes, valores o transmitir formas acabadas de pensar, la esencia de la educación es lograr la conciencia y la comprensión creadoras.

Pero si miramos lo que sucede a nuestro alrededor, salvo algunas excepciones, eso que llamamos "educar", ya sea en los primeros años de la vida, en universidades o instituciones de "enseñanza" superior, se convierte en una poderosísima herramienta de control social que es utilizada para imponer, inducir, manipular o de plano reprimir, nuestras partes creadoras. Estas "zonas rebeldes" de nuestra persona son las que precisamente podrían cuestionar la autoridad, el dogma y el poder que impiden el vuelo a la libertad.

El conocimiento de uno mismo

La educación revolucionaria comienza con el educador quien, para poder educar, entendiéndose esto en su sentido humanístico y creador, requiere del conocimiento de sí mismo, liberarse de condicionamientos mentales, patrones preestablecidos, prejuicios y moralismos. Esto implica dejar atrás todas esas estructuras mentales viejas, rígidas y acartonadas que son ofertadas como la "mejor" educación.

El educador no es necesariamente un maestro o maestra en el sentido tradicional del término; desde una perspectiva amplia todos somos educadores, todos compartimos la responsabilidad de facilitar la transformación individual y colectiva. En este sentido, si el educador, no se ha confrontado consigo mismo, si no trabaja en su propio proceso de liberación ¿Qué puede enseñar que no sea un conocimiento antiguo, dogmático y represor? Si el educador no se percata de los finos pero férreos hilos de la telaraña del poder ¿ Cómo podría hablar de libertad? Si el educador, a pesar de los títulos académicos más rimbombantes o de las intenciones paternas más genuinas, permanece en la oscuridad de su propia ignorancia ¿Cómo podría ser un agente de la revolución interior que transforma y libera?

Lo más común es que el educador funcione como una eficaz herramienta de control, amparado en credenciales socialmente validadas que lo presentan como un "prestigiado" académico o bien, como un padre "ejemplar". El problema central no son los niños o jóvenes, sino los maestros y los padres; el problema de fondo es pues: ¿Cómo educar a los educadores?

La resistencia al cambio

A pesar de nuestro anhelo y admiración por lo moderno en realidad somos seres viejos, atados a lo antiguo, a lo convencional, a la tradición y a todo aquello que hemos asimilado como una "correcta" forma de vida. Vivimos anclados en el pasado y, por ello, nuestros dichos populares que son el reflejo de nuestra conciencia colectiva se encuentran saturados de referencias que alaban lo que nos resulta conocido. Por ejemplo, el conocido refrán "más vale malo conocido que bueno por conocer", sirve para reafirmar nuestra convicción de que es mejor permanecer en lo antiguo (por "malo" que nos parezca), ya que lo nuevo, susceptible de ser conocido, es percibido como algo riesgoso.

Eso que llamamos "educación" no escapa a esta nuestra tendencia a atarnos a lo conocido y que de cierta manera, proporciona alguna forma de seguridad ante los embates de lo nuevo que, querámoslo o no, sucede a diario frente a nuestras propias narices. Pretendemos ignorar que la vida misma, tanto desde su perspectiva biológica, sociocultural y económica es un permanente proceso de cambio. Pretender conocer, comprender y transformar la realidad amarrados a conocimientos viejos disfrazados de "innovaciones", es tarea absurda, pero que forma parte de la confusión en la que vivimos. Por ello las presentamos como el "verdadero" conocimiento científico y por supuesto, como la "verdadera" educación.

Tenemos miedo de lo nuevo, de los cambios de fondo que propician transformaciones, porque eso equivaldría a cuestionar los distintos apegos que nos proporcionan una falsa sensación de seguridad. Y no contentos con vivir en estas fantasías, obligamos a nuestros hijos, a los niños y jóvenes que nos rodean para que se sometan, que no cuestionen jamás al educador, que obedezcan ciegamente la autoridad, que no incomoden, indaguen o duden de lo que "enseñan " la escuela o las "buenas costumbres" ¿ Nos hemos detenido a reflexionar por qué hemos depositado nuestra libertad y la de nuestros niños y jóvenes en manos de instituciones que sirven al poder? ¿Por qué deseamos que las actuales generaciones se domestiquen y sometan de la misma manera que nosotros lo hemos hecho ante las diferentes estrategias de sometimiento social?

Fascinación por el control

De la misma manera que en la mayoría de las escuelas, en el hogar se premia al niño o al joven obediente, sumiso, que actúa como autómata ante las órdenes de los adultos que los rodean. Por el contrario, si el hijo es rebelde, los adultos que conviven con él sienten que se les está "escapando de las manos", o dicho de otra manera, que están perdiendo el control sobre él. Pocas cosas se castigan socialmente con tanto rigor como el hecho de no tener control sobre los menores de edad. No nos hemos puesto a reflexionar qué es la mayoría de edad, más allá de una situación cronológica.

¿Por qué se intenta que por todos los medios, padres y maestros, es decir, los educadores por excelencia, tengan siempre el control absoluto sobre la vida de niños y jóvenes? ¿ Cuál será la raíz de ese miedo a que se rebelen y logren ser ellos mismos?

La mente de niños y jóvenes tienen el privilegio de ser mentes de principiantes, porque preguntan, dudan, cuestionan y se resisten a creer las mentiras de los adultos que los "educan". Esa mente de principiante es considerada una verdadera amenaza para el convencionalismo y la doble moral.

Gran parte de la energía de padres, educadores y colegios es acabar con esa mente de principiante, de aniquilar a esa parte rebelde que indaga sin cesar, que todo lo mira por primera vez, observando con detenimiento y placer, descubriendo su sexualidad, disfrutando y amenazando con su agudeza. Lo que los adultos deseamos es gente "madura", con "experiencia", que ya no se maraville con lo nuevo y que actúe como autómata. De hecho, una de nuestras burlas cotidianas hacia aquél que pregunta mucho es decirle novato. Desconocemos el enorme potencial de la mente nueva, que se conserva con la frescura y el filo de la mente del principiante y que precisamente por eso, tiene la capacidad de descubrir lo nuevo de cada momento, a pesar de tratarse de situaciones, personas o cosas que lo rodean en la vida cotidiana: la pareja, los hijos, el trabajo, la naturaleza que lo rodea con sus amaneceres, tardes y noches. Todo eso es nuevo a diario, a cada momento para la mente del principiante, de la misma manera que es viejo, aburrido y rutinario para la mente del "experto". Por citar un ejemplo, muchos problemas de alcoba se deben precisamente a la rutina y al hastío de las personas con espíritu artrítico; por el contrario, la actitud nueva y curiosa del espíritu que vive intensamente, sin preocuparse por la "experiencia", resulta particularmente atractiva.

Tenemos una gran resistencia al cambio porque nos asusta la posibilidad de dejar atrás lo conocido, de emprender el descubrimiento de nosotros mismos y de lo que nos rodea, con una actitud nueva, curiosa y libre, como sucede con quien tiene la dicha de poseer una mente de principiante. El educador y el sistema educativo comprometido con el poder, harán todo lo posible por moldear, adaptar y someter a la mente rebelde, incómoda y cuestionadora, porque con sus señalamientos, hace evidente las diferentes estructuras del control social que son validadas en nombre de la "educación".

Los exámenes

Prácticamente todos hemos observado a cientos de niños o jóvenes preparándose para presentar exámenes, en la propia casa, en bibliotecas, parques, etcétera. Son imágenes cotidianas y que, por esa misma razón, ya no observamos con detenimiento ni tampoco nos detenemos a escuchar las quejas de algunos estudiantes cuando dicen que están aburridos, que no le ven el "chiste" a tal o cual materia, o bien, que no saben para que les va a servir en la vida aprenderse de memoria determinado libro. Nuestra respuesta inmediata es imponer nuestros valores, diciéndoles que lo tienen que hacer si es que desean ser personas de "éxito" o "triunfadoras" el día de mañana, que no queremos que sean ignorantes y que tienen aprenderse todo eso y aprobar los exámenes.

En época de exámenes muchos padres sufren porque ven en su hijo la prolongación de su Ego y, por ello, temen que éste repruebe o que no realice las cosas que ellos no pudieron llevar a cabo. En otras palabras, gran parte de la angustia, de la exigencia, de los castigos absurdos, crueles y de los golpes, es porque el hijo está poniendo en peligro los planes de sus padres, encaminados a cobrarse todas las frustraciones por las que ellos mismos pasaron.

Por ello, esa calificación alta representaría una especie de revancha contra el maestro que los reprobó en la primaria, o bien, la confirmación de que son hijos de un padre o una madre "inteligentes" Pero, ¿Qué sucede con la persona del hijo? ¿Cómo repercute toda esta presión en su estima personal, emociones y en su proceso de creación y desarrollo personal? Parece ser que lo único que interesa es que el hijo estudie y apruebe sus exámenes con magníficas calificaciones, pues con ello esperamos que el día de mañana sea una persona "triunfadora". No nos detenemos a revisar la pregunta ¿Qué significa triunfar?

El Espíritu Nuevo

La vida de nuestros niños y jóvenes significa mucho más que la escuela, especialmente si ésta es tan sólo un sistema que simplemente repite conocimientos formales, acabados, sin ocuparse de sus personas, de su vida emocional y de las dificultades para desarrollarse con plenitud y disfrutar su existencia. Repetir de memoria, aprender como autómata, ser el primero de la clase, todo esto que anhelamos hagan nuestros hijos: ¿Es educación? Si nosotros que nos llamamos adultos no nos comprendemos a nosotros mismos, si vivimos en la ignorancia de lo que realmente somos, si no entendemos la relación con nuestros niños y jóvenes, sino más bien los atiborramos de información para que aprueben exámenes, ¿Cómo podremos crear el Espíritu Nuevo que tanto anhelamos?

El problema de fondo, es pues, educar al educador. Esto no significa conducir ni moldear el tipo de "educador" que necesita el ejercicio del poder. Desde una perspectiva distinta, educar al educador significa facilitar su propio proceso personal, escuchar y liberar su rebeldía. Visto de esta manera la educación es un proceso que nos involucra a todos por igual, en donde todos somos al mismo tiempo alumnos y maestros. Esta manera de presentar la educación aniquila el autoritarismo y las trampas del poder. Esta forma de concebir la educación encuentra en la persona del educador el elemento esencial para la transformación individual y colectiva.

Dr. Gaspar Baquedano López

Correo electrónico baquedano@yahoo.com

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