DIOS LLUVIA, DIOS TRUENO: TLÁLOC
¿Sabías que el MUSEO
NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA es uno de los más importantes de toda
América Latina?
Localizado en la zona poniente de
La construcción de este gran
recinto, que cuenta con 23 salas de exposición permanente, 1 sala de
exposiciones temporales y dos auditorios, además de albergar el acervo
de
Cuando lo puso en marcha, el
carismático jefe de la nación dijo: "El pueblo mexicano
levanta este monumento en honor de las admirables culturas que florecieron
durante la era Precolombina en regiones que son, ahora, territorio de
Sin embargo, toda esta amplia
colección de piezas, textiles, monolitos, estelas, cerámicas y
representaciones mil que alberga el Museo Nacional de Antropología, y
que dan cuenta de la diversidad cultural mexicana, ya que allí podemos
admirar arte y costumbres de zapotecas y olmecas, de yaquis y mayos, de mexicas
y otomíes, de mayas y teotihuacanos, de seris y coras; no siempre estuvo
allí.
Antecedentes y nuevo recinto
A principios del siglo XIX, en 1825, el
entonces primer presidente de la naciente república, Guadalupe Victoria,
fundó por decreto el Museo Nacional de México. Con el paso de los
años, el acervo se incrementó y fragmentó hasta que en
1906 se separó la colección histórica de la
arqueológica y la etnográfica. Ello fue ordenado por el secretario
de Instrucción Pública del gobierno de Porfirio Díaz, el
ilustre Justo Sierra.
El Museo mostró sus riquezas en
varios edificios, entre ellos el Palacio Nacional (hasta diciembre de 1940) y
el Castillo de Chapultepec, a donde fueron trasladadas las piezas y
permanecieron hasta 1964, cuando el moderno recinto abrió sus puertas
para cobijar las colecciones que nos dan raíz cultural a las y los
mexicanos.
El corazón del Museo late a
través de
Sin embargo, una colosal pieza es significativa
para este Museo, no sólo por lo que representa para una de las
más grandes y ricas culturas del centro del país, sino para
quienes deciden visitar este aposento.
Se trata de un monolito cuya estatura
alcanza los siete metros de altura, pesa unas 75 toneladas y se llama
Tláloc.
El descubrimiento de Tláloc
También fue en el siglo XIX, pero
hacia 1882, cuando un grupo de exploradores y arqueólogos que visitaron
el pueblo de Coatlinchán, en Texcoco, Estado de México,
descubrieron cincelado en una cantera, un gran monolito cuyas
características permitían suponer que se trataba de
Tláloc.
Uno de los expedicionarios era el pintor
mexicano José María Velasco, artista que plasmó en toda su
obra, sobre todo, los paisajes de México. Este creador conformaba parte
del equipo de exploradores que acudían a las zonas arqueológicas
o parajes donde se suponía había vestigios ancestrales, con el
propósito de levantar datos y dibujos que posteriormente serían
estudiados para determinar características de época. Velasco hizo
las primeras ilustraciones de este dios tan importante para los mexicas y los
teotihuacanos, y en sus bocetos plasmó aquellos detalles que hacen
inconfundible a Tláloc.
Características
Anteojeras
formadas por unas serpientes que se entrelazan y cuyos colmillos acaban siendo
las fauces del dios.
Una
especie de bigotera que no es otra cosa que su labio superior. Se cree que este
gran labio era el símbolo de la entrada a la cueva que comunica con el
inframundo.
La
cara está casi siempre pintada de color negro, azul o verde, para imitar
los visos que hace el agua.
Lleva
en la mano una especie de estandarte de oro, largo y con forma de culebra,
terminado en punta aguda; era para representar los relámpagos y los
truenos que acompañan a veces al agua de lluvia.
En
los dibujos de los códices puede verse que sus vestidos tienen pintados
unas manchas que son el símbolo de las gotas de agua.
Como fue uno de los primeros y
más grandes descubrimientos, cuando se abrieron las puertas del Museo
Nacional de Antropología, se decidió que quien tenía que
dar la bienvenida a todas y todos los visitantes era precisamente
Tláloc.
Por eso Tláloc está a la
entrada del Museo, integrado a una gran fuente erigida precisamente al costado
del Paseo de
Pero, ¿quién es TLALOC?
Tláloc viene del vocablo
tlālli, que significa TIERRA y octli, que significa NÉCTAR o
PULQUE.
La traducción literal
sería 'néctar de la tierra', y se refiere al momento en que la lluvia
penetra la tierra y forma parte de ella.
Se trata del dios de las aguas que
llegan del cielo, pero no de las aguas que ya están en la tierra, como
pueden ser los ríos o los lagos.
Estudiosos de las divinidades mexicas,
asientan que las y los dioses precolombinos eran “manifestación y
expresión de la esencia suprema” que se revelan de
múltiples formas para hacerse visible en el universo. De allí que
Tláloc, en su dualidad deífica, es lluvia y trueno, agua y
granizo, sequía e inundación, dador de vida y protector, lo mismo
que portador de terror y muerte.
El agua que enviaba en forma de lluvia
lo mismo germinaba las semillas que se convertía en
“relámpagos y rayos, las tempestades del agua y los peligros de
los ríos y del mar”, como asentara el fraile De Sahagún en
sus códices.
Tláloc es originario de la
cultura de Teotihuacan, y está representado también por los
tlaloques o dioses de los cuatro rumbos. Cada uno de ellos manejaba una vasija
de la cual salía una lluvia distinta.
Divinidad antigua y una de las veneradas
en Mesoamérica, el culto a Tláloc se extendió por todo
Centroamérica, por lo que es posible encontrarlo en la cultura maya como
el dios Chaac, cuya principal característica es su nariz de gancho.
Leyenda de amor y muerte
Situado en la región oriental del
Universo se encuentra Tlalocan, el paraíso de Tláloc, un lugar
donde la vida era enteramente feliz. Desde allí se vertía el agua
fructífera y fundamental para la vida en la tierra, pero también
los truenos y el granizo que provocaban inundaciones y muerte.
Inspirados a imagen y semejanza de los
humanos, las y los dioses precolombinos solían convivir en su propio
ambiente y relacionarse unos con otras, con lo que creaban nuevos dioses y
semidioses. Tláloc no fue la excepción. Un buen día, como
a toda deidad, el amor inundó a su corazón de agua. Una
hermosísima diosa se cruzó en su camino y él quedó
prendidamente enamorado de ella, de Xochiquetzal, quien era, nada más y
nada menos, que la diosa de la belleza.
Pero la felicidad de Tláloc al
ver su amor correspondido, y tras haber celebrado sus nupcias, no fue eterna.
En el transcurrir del poco tiempo que llevaban como pareja, un buen día
Tezcatlipoca –hermano de Quetzalcóatl y Huitzilopochtli--,
descubrió a Xochiquetzal y quedó prendado de su hermosura. Fue
tal el arrebato, que este señor de las batallas decidió
secuestrarla y quedarse por siempre con ella. Este fatídico suceso
dejó a Tláloc sumido en el dolor y el desconsuelo.
Los meses pasaron y TLALOC seguía
muy triste sin su esposa. Mucho tiempo pasó sin que regalara a la
humanidad los beneficios de la lluvia. Las tierras se empezaron a secar y no
había semillas que germinaran ni cosechas para recoger. Los habitantes
empezaron a morir de sed y hambre, los sacrificios escasearon y los
demás dioses se preocuparon por la sobrevivencia de los pueblos.
Un buen día, alarmados por la
situación, las deidades se reunieron y decidieron que TLALOC
debía tener una nueva esposa. Entre las diosas le escogieron a
Matlalcueye o Chalchiutlicue, que significa “falda de jade”.
TLALOC, no sólo encontró
nuevamente el amor, sino un motivo vital para volver a provocar la lluvia, con
la que se alimenta la tierra y florece la vida.
Al casarse Matlalcueye con TLALOC, ella
se convirtió en aguas dulces, agua viva, y en ese momento surgieron
nuevos afluentes y lagunas, por lo que se la conoce como
El día que arribó el gran
monolito de Coatlinchán a la ciudad de México
Fue una larga y tormentosa jornada. Las
nubes negras se juntaron en el cielo desde el crepúsculo. Un nutrido
grupo de arqueólogos y trabajadores llegaron hasta Coatlinchán,
Texcoco, en el Estado de México para darse a la tarea de desmontar de la
cantera ese gran monolito de
Era el 16 de abril de 1964. La gente que
fue por él, llevó armamento especial: picos, palas, trascabos,
redes, montacargas, escaleras, todo lo necesario para librar una última
batalla contra la montaña que lo asía.
Trabajaron afanosamente durante muchas
horas jalando cables, cortando la piedra, cuidando que no se lastimara. El
cielo, mientras, ennegrecía. El cenit amenazaba tormenta.
Enormes armazones de acero fueron
levantados en su derredor para sostenerlo mientras era desprendido. Una leve
brizna empezó a pringar las ropas y a rociar la tierra.
Fuertes vigas lo soportaron mientras lo
irguieron casi en vilo. La llovizna se hizo presente, era suave, como plumas de
pecho de pato, como copos de nieve, como ceniza al viento. Tláloc fue
recostado con sumo cuidado sobre el remolque de un tráiler hecho
especialmente para su transportación. La lluvia se soltó tupida,
gemía el cielo, lloraban las nubes.
Una vez montado sobre esa gran
plataforma, colocado sobre su espalda y mirando al universo, perfectamente amarrado
con cables de acero para que no se cayera en el trayecto, se inició la
caravana hasta la ciudad de México.
El aguacero fue inmediato, un torrente
de lágrimas amargas se precipitaron sobre su rostro verde mojando su
bigotera, las serpientes alrededor de sus ojos. El viaje comenzaba. Fue lento,
pausado, como una procesión de agua en silencio, con el murmullo de
moradores despidiéndolo a su paso por recién abiertas brechas y
caminos de tierra, de lodo. Fueron horas de un peregrinaje sin retorno bajo un
cielo encapotado que crujía cada vez más severamente.
Ya caía la noche en
En medio de la tormenta y una oscuridad
sin estrellas, Tláloc llegó hasta el Museo Nacional de
Antropología, su nueva morada, al sitio desde el que hasta ahora, brinda
la bienvenida a propios y extraños.
Autora: Yoloxóchitl
Casas. México, Distrito Federal.