DESEMPLEO E INSEGURIDAD PÚBLICA

 

Por Eduardo Ibarra Aguirre

 

Vicente Fox Quesada será muy recordado a partir del 1 de diciembre de 2006, cuando se vaya al rancho de San Cristóbal, con o sin Marta Sahagún Jiménez.

Pero desgraciadamente no en los términos en que él sueña.

 

Después de la más que olvidada salida de una facción del Partido Revolucionario Institucional de Los Pinos hace cuatro años y medio, seguramente perdurará

en el recuerdo que Fox fue el mandatario que condujo al país a niveles desconocidos en cuanto a inseguridad pública y desempleo.

 

Es un binomio muy peligroso que en los círculos de poder de ayer y de hoy aún se resisten a analizar conjuntamente. Lo consideran políticamente incorrecto.

 

Incluso Carlos Salinas de Gortari pretendió teorizar, con muy poca fortuna, que vincular el crecimiento de la pobreza extrema –24 millones al finalizar

su genocida gobierno y 24 mexicanos entre los 200 más ricos del mundo--, e incremento de la delincuencia sería tanto como considerar que los más pobres

son los más propensos a delinquir. Por supuesto que tenía parcialmente razón. Su caso y el de su hermano Raúl son excelentes ejemplos.

 

Al concluir el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, la tasa de desempleo abierto era de 2.28 por ciento, de acuerdo al Instituto Nacional de Geografía,

Estadística e Informática. Para abril del año en curso, las estimaciones del INEGI son de 4.20 por ciento de la población económicamente activa desempleada.

 

Sólo en el primer trimestre de 2005, casi 515 mil personas ingresaron a las filas del desempleo abierto, "con lo cual este fenómeno alcanzó una dimensión

absoluta sin precedente en México", de acuerdo al reportero Juan Antonio Zúñiga. Abarca a un millón 658 mil 958 personas de 14 años o más que buscan y

no encuentran ocupación en el país.

 

El mayor crecimiento obtenido por la anticonstitucional pareja presidencial y el gabinetazo en sus metas sexenales es, precisamente, en materia de desempleo:

171 por ciento respecto a diciembre de 2000.

 

Y si a ello agrega usted que de los que tienen empleo 39 por ciento gana dos salarios mínimos, según las estimaciones del mismo INEG, entonces el panorama

se torna negro.

 

Más aún: en 23 años de capitalismo salvaje en México, la pérdida del poder adquisitivo del salario mínimo ha sido de 69.8 por ciento. Mientras que de 1935

a 1982 el fenómeno fue completamente inverso, al incrementarse en 96.9 por ciento, sostiene el especialista José Luis Calva.

 

Desempleo agobiante, salarios miserables, incompetencia gubernamental –si usted lo duda allí está ese monumento a la amistad y la incondicionalidad al jefe

Fox, llamado Ramón Martín Huerta--, corrupción policiaca, ministerial y judicial son el mejor cultivo para que la inseguridad pública, en todas sus vertientes

y variantes, constituya el otro gran legado de Vicente Fox y su gobierno del cambio.

 

 

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