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DEMOCRACIA Y ELECCIONES (2)

Partidos y Sociedad

 

El Estado, bajo cualquier tipo de régimen cumple sus funciones, pero una importante es la que define su naturaleza y ésta implica los intereses que representa y ello mismo hace la diferencia entre los partidos. Por otra parte, si bien es cierto que “los partidos políticos, son formas típicas de organización política e interés público, que tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a integrar la voluntad política del pueblo y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto, personal e intransferible”, y también es cierto, que la Constitución y leyes respectivas reconocen que “Sólo los ciudadanos podrán afiliarse libre e individualmente a los partidos políticos”, lo cual significa que estos deben estar en el pleno uso de sus derechos y obligaciones que las mismas le reconocen y, por lo tanto los partidos políticos están obligados a promoverlos y asegurarlos, al igual que el Estado mexicano mediante acciones de justicia legal y social ejercidas por las instituciones.

Pero los partidos no son iguales. Cada partido sintetiza la teoría y práctica de una parte de la sociedad y se definen por un programa, una estructura y métodos de acción que les dan identidad propia. En rigor, cada partido -independientemente de los votos que puedan alcanzar y la fuerza que puedan representar- es la organización permanente de un agrupamiento humano, unido por una identidad de opiniones y conductas acerca de la vida política. Su programa y perspectiva no está trazado por ningún destino inflexible, las forjan las clases sociales con sus movimientos y sus luchas, de ahí que la elaboración de una orientación y forma de organización justa sea más importante que el tamaño de los mismos, pues es lo que los define en esa interrelación Estado-Sociedad. El partido es un conjunto de comunidades, organismos de base, comités de dirección órganos de prensa y aparatos, articulados por un programa y por instituciones coordinadoras, elementos todos que forman parte de su definición. El programa surge como consecuencia de una ideología y ésta es como las raíces que mantienen firme y con vida un árbol.

En nuestro país, los partidos políticos pese a su caracterización, no han logrado desarrollar formas democráticas de vida partidista y se han conformado con las limitadas a la vida electoral, cuando no electoreras. Los partidos tienen la obligación de redefinir rumbos y establecer políticas claras, puesto que sus militantes deben ser expresión de los mismos. Ello exige entender al ciudadano como expresión de la sociedad y, por lo tanto, como portador y titular de derechos y deberes frente a los poderes públicos, los cuales están obligados a reconocerlos, asegurarlos y promoverlos mediante acciones de justicia legal y social ejercidas por las instituciones. A la vez la calidad de ciudadano no consiste únicamente en el ejercicio del voto o en la titularidad de derechos inalienables, sino también en la obligación correlativa de respetar los derechos de los demás. Para desarrollar la democracia, los partidos políticos deben transformarse en verdaderas escuelas, capaz de formar cuadros de los distintos niveles y sectores sociales; deben convertirse, además, en aglutinadores, promotores de iniciativas y acción, que los convierta en actores del desarrollo económico, político, social y cultural y no en meras entelequias.

El ciudadano, como elector, en esas condiciones, mira con desconfianza a los partidos y la gestión de gobierno en el quehacer político y siente que el Estado no está garantizando un orden de convivencia social, justa, estable, duradero y democrático. Mira decepcionado la falta de seguridad y siente como se deteriora las condiciones económicas que permiten el bienestar familiar, unidos a un creciente desempleo y un futuro incierto.

El ciudadano, como elector, observa cómo los partidos han abandonado la lucha ideológica, misma que en la práctica no sólo se reflejan la ausencia de sus programas políticos, sino que se les impide sintetizar en sus programas de gobierno. Escuchan la pobreza ideológica de candidatos cuando hablan de “sus proyectos” como mera retórica, y finalmente se sienten consternados ante alianzas electorales donde esos “proyectos” se dan sin un compromiso de programa de gobierno claro, que sólo buscan votos para colocar a sus élites en posiciones que les permite “un sistema electoral que resulta poco atractivo como forma de definición de los concurrentes al quehacer político”. En resumen, cuando el ciudadano, como elector, comprueba que el cambio anunciado ha resultado peor que la retórica, entonces anula su decisión de votar, pues concluye que su voto no tiene ningún valor. Vale la pena resumir esto con la metáfora que representa el valor de la credencial de elector: “en México todos tienen credencial de elector, porque ésta le sirve como el más importante instrumento de identificación... pero no la utilizan para votar porque no identifican el valor del voto”.

Si los partidos no asumen su redefinición que responda a los requerimientos de los mexicanos, la lucha por la democracia y señalamientos de formas concretas en que pueda desplegarse el combate a las crisis económica y social, acompañadas de acciones claras acordes a sus programas, el abstencionismo seguirá ganando la batalla, por eso el Estado y los partidos tienen la obligación de garantizar un sistema electoral democrático.

 

Autor: Raúl Espinosa Gamboa. Cancún, Quintana Roo, México.

raesgam@yahoo.com.mx

 

 

 

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