Demasiado.

 

                               Nada nuevo bajo el sol… Este, es un conocido hecho más, de los acontecimientos provocados por la relación y convivencia humana, los cuales a su vez, de forma fortuita, han dado origen involuntariamente a una serie de actos determinados de manera algo irracional, donde siempre inducen a rudos desenlaces y suelen ser la conclusión de una confusa contaminación entre el amor y… los celos desmedidos.

En un cálido día, a media mañana salió presurosa de su hogar. Ella odiaba retrasarse, aunque lo estaba haciendo Y en demasía. Le dolían las mandíbulas contracturadas por la tensión nerviosa. No tenía sentido estresarse por cosas que no estaban bajo su control, como el clima o los atascos del tránsito en esta ciudad. Sin embargo, en realidad la aguda preocupación consistía en la ansiedad sobre la incertidumbre por saber en que situación o con quién estaría su marido en esa ocasión.

Abriéndose camino entre la gente amontonada en el subte, Canela abrió el teléfono y estaba observando su pantalla cuando un fuerte tirón estuvo a punto de arrojarla al suelo. El instinto la llevó a sujetar fuertemente el celular a la correa de la mochila y morderle la mano al agresor. Fue un breve forcejeo, pero el ladrón frustrado le propinó un golpe y tras insultarla consiguió huir. Esta situación incrementó aún más su nerviosismo y muy furiosa continuó el camino, cuyo objetivo consistía en ratificar su “corazonada”, tal lo previsto, en el sitio de trabajo de su marido. Allí irrumpió en la oficina con la certeza de que no lo encontraría, y así confirmar sus sospechas de infidelidad. Por el contrario, la situación hallada, fue diferente: él estaba en su puesto compartiendo la oficina con dos compañeras que cumplían con normalidad su habitual labor informática.

Muy lejos de calmar sus alterados ánimos, Canela reaccionó golpeando las mesas y a viva voz agrediendo, a modo de advertencia, a las jóvenes que se abstuvieran de cometer cualquier mala intención con Santino… porque ella era su legítima esposa y por ende ¡con todos los derechos!

Los rostros de interrogación ante la desubicada y punzante acción de la mujer, cruzaban miradas evaluando el desequilibrio. Mientras guardaban un respetuoso silencio.

Ese ridículo y escandaloso acto, provocó que Santino resultara desprestigiado y superado por la vergüenza, retirándose de su puesto laboral ante una ligera indisposición… una demoledora indignación.

Él, con quien llevaba 7 años de matrimonio, trabajaba como inspector en la caja de jubilaciones, y esa tarea consistía en auditar los aportes a la seguridad social de los empleados de las empresas radicadas en una amplia zona del país, lo cual incluía esporádicos viajes y estadías alejado de su hogar. Ella se mortificaba acrecentando celos ante las infundadas sospechas de infidelidad, las cuales manifestaba mediante una persecución telefónica hasta la saturación. Eran innumerables, los sentimientos de desconfianza, y su fantástica imaginación, llevándola a obsesivas acusaciones. Todas carecían de sustento alguno, se reiteraban de modo constante, y cada vez con mayor frecuencia.

En toda oportunidad en la cual el marido volvía a su hogar resultaba ineludible el impacto de mutuos reproches, desarrollándose de este modo, ásperos diálogos… en los peores términos.

La esposa, una atractiva mujer culta, demostraba ser amable y muy compañera, pero cuando los celos exagerados se transformaban en modo quimérico, se trastornaba su accionar, como si fuese una enfermiza adicción.

Paralelamente a su manifiesta pasión sentimental, él además, poseía una intensa atracción por la escritura literaria, y dedicaba el tiempo libre a zambullirse en el teclado de su computadora. Llevaba terminadas varias novelas del género romántico con intrigas y suspenso, pero ninguna había sido editada.

Ante el súbito fallecimiento, su viuda resolvió abandonar la casa en donde vivieran juntos. Esa propiedad se le aparecía ahora llena de la ausencia de quien le había colmado hasta los últimos rincones, con el prestigio y el atractivo de su presencia. Le resultaba también, demasiado silenciosa, triste y evocadora, provocando cierta depresión emocional.

Canela consultó a una empresa editora y acordó publicar tres de las novelas celosamente guardadas por Santino, y optó por apartar una que conservaba en una carpeta con 104 hojas impresas. Era la más reciente y se titulaba “El Amor Excesivo”, aunque posteriormente había sido tachado y enmendado de forma manuscrita, titulándola: “Un Amor Patológico”. Ella consideró que eran Muchos los amigos y los admiradores literarios del incipiente y reservado escritor, quienes seguramente lo celebrarían, pero también comprendía que, dentro de poco, se alejarían paulatinamente al faltarles el estímulo que para la amistad emanaba de su simpatía en las reuniones literarias

La enlutada mujer pretendía un poco de paz, un poco de olvido, lejos de los recuerdos inmediatos y de los vividos, suscitados a cada instante en esa pesada atmósfera y el trágico final. Allí todas las cosas desataban en su espíritu largas y profundas resonancias que llevaban un doloroso énfasis, pues se referían al abolido tiempo de la dicha y del amor. Súbitamente se había quedado sola y la paz interior no resultaba una cosa fácil. Nunca supuso seriamente la posibilidad de que su marido muriese antes que ella. Le gustaba pensar, con sutil amargura, en su propia desaparición, que debía ocurrir primero, pues se consideraba incapaz de resistir la ausencia definitiva de Santino. Y como confiaba con plenitud en la bondad de su Dios, se daba, complacida, la garantía interior de su muerte previa. Hasta muchas veces pensó en la escena final e imaginó la serena desesperación de su marido, a quien veía sollozando sin palabras, sin gritos, al borde de su lecho. Un matiz de vanidad femenina se mezclaba con la emoción dolorosa que le producía pensar en sus reiteradas escenas de celos que se habían generado en su imaginación. Sabía que había sido muy amada y, por lo tanto, se complacía en las inolvidables vivencias en pareja. Pero el destino contrarió el designio de su voluntad. La desaparición de Santino le demostró que su fe podía ser menos poderosa de lo que suponía para establecer un turno inexorable en la sujeción a la ley de la muerte, y que su creencia respecto de la posibilidad de resistir el golpe que la hería de manera tan honda debía cambiarse por la creencia contraria, puesto que, ante el hecho irrevocable, una secreta fuerza vital la mantenía lúcida, clarividente, dueña de su dolor y de su vida. Había afrontado la muerte de Santino dándose cuenta de que en la silenciosa batalla con la adversidad saldría resignada, a pesar de que en ocasiones deseaba, sin lograrlo, desfallecer y morir también.

Canela tenía la convicción de que había sido completamente dichosa. Y de que Santino también lo había sido en la misma proporción y con paralela intensidad a la suya. Tanto en su actividad laboral como en los encuentros culturales era solicitado y admirado, también en círculos sociales e intelectuales donde la vanidad resplandecía, él no sufrió las alteraciones morales que hubieran podido prosperar si su carácter fuera menos firme y leal. Canela a su lado comprobaba cómo su marido defraudaba con exquisita gentileza, el asedio imprudente de las mujeres deseosas de hacer el papel de algún personaje eventual de una novela, o quizás en su vida real. Y, además, la fina cortesía y el ingenio que usaba para demostrarles la total incapacidad de complicar innecesariamente su vida conyugal. Al verificar reiteradamente el balance de su pasado, ella no encontraba la manera de acusar de ninguna deslealtad concreta a Santino. Recordaba, apenas, miradas, palabras, gestos con los cuales su marido expresó en determinados momentos, una admiración o algún entusiasmo fugaz, en los que pudo adivinar un matiz de atracción física, un leve ímpetu sensual, superado con una sonrisa natural. Nada más. Ningún nombre de mujer, fuera del suyo propio, interfería ese balance del pasado.

Las mutuas expresiones de amor eran habituales y sinceras en la pareja, pero no obstante, Santino había tenido todo para ser plenamente feliz, sin embargo, la realidad de esa patológica dependencia marital ante los excesivos celos, redundaba en hacerlo vivir como un investigado fugitivo y siendo constantemente señalado con falaces acusaciones que alteraban su buen humor y el bienestar. Sostenía un halo de esperanza, que en algún momento se produjera un “click” y así volver a la normalidad.

Santino y su hermano Damián mantenían una mutua y buena relación, al igual que con su cuñada Ariana. Pero en ese ambiente tampoco existían excepciones en el comportamiento de Canela, el cual se deterioraba de forma creciente.

En determinado momento compartiendo una visita, Damián encaró con fastidio a Santino esclareciendo su parecer:

- ¡No, hermano, esto no da para más! Me resulta inadmisible que tu esposa nos trate a todos como delincuentes, de inmorales, y muchísimo menos soportar la actitud de poner en tela de juicio la conducta de mi mujer. ¡Basta, basta ya!

- ¡Por favor, Damián! Calmate… Yo creo que esto es una situación emocional pasajera, y que deberíamos tener un poco de tolerancia, seguramente pronto se estabilizará. Será mejor que hablemos con calma…

- No, no, viejo. Esto cada vez es peor, es algo insoportable. Ya nos vamos y nunca volveremos a sufrir por aquí.

Al tornarse tan áspero el ambiente, la causante del disgusto optó por refugiarse en su habitación, mientras que Ariana irrumpió en llanto.

- ¡Tranquilizate, por favor! -Dijo Santino en un intento de poner paños fríos-. Recordá que ustedes dos son los únicos familiares que tengo, no pueden dejarme solo, no pueden abandonarme de esta manera, no, no pueden….

- Oíme bien, hermanito: Tomá las riendas de este asunto aplicando tu sana inteligencia y razonamiento. Si ella no accede a un tratamiento para normalizar sus actitudes, no dudes que te llevará a la ruina total. Entonces bien cabe “rajarla” de tu lado… o alejarte vos, pero ahora, ¡ahora que todavía estás a tiempo!

- ¡Oh, no! No me digas eso Damián. Esto no resultaría nada sencillo para mí, porque yo la amo mucho, llevamos varios años conviviendo, y sería imposible cambiarla por otra… así, porque sí nomás.

- Mirá… nada es sencillo cuando aparece un serio problema en la vida, pero es ahí cuando uno debe evaluar toda la situación y sobre todo sus posibles consecuencias. Solo cabe actuar de inmediato con rigor, a conciencia y convicción, pero siempre honrando tu hombría de bien… ¿Entendés, hermano? Adiós.

Tras el portazo con la inercia de la irritabilidad, Ariana y Damián se alejaron, y jamás regresaron a aquellas visitas habituales.

La tenaz negación de Canela a ser tratada psicológicamente, lo empeoraba todo. Esa creciente inestabilidad de futuro lo fue llevando a Santino a pensar en una frustración total, cambiando su optimismo y ambiciosos proyectos, incluyendo el de no concebir hijo alguno. También comenzó a evitar permanecer en su hogar y se refugiaba en el bar del club de tenis, donde escribió su última obra literaria. Y justamente esta novela resultó ser un martirio, un calvario para Canela. La iba leyendo de forma parcial y alternativa, pues las repentinas lágrimas nublaban su vista y el remordimiento se agitaba en su mente. Al pasar las páginas iba descubriendo la complicación psicológica, la contraposición de los caracteres, el análisis de las pasiones que llegaban a un alto grado de saturación y de convicciones. Podían tomarse como el testimonio no sólo de la observación del espectáculo humano, sino de una determinada participación en él como el personaje. La figura femenina de esa novela acusaba un sagaz intérprete de los secretos que recelan el temperamento y el corazón de esa citada mujer.

Mientras Canela repasaba en su imaginación el elenco mencionado por su marido, le brotaban preguntas: ¿Dónde y cuándo había aprendido Santino esa maestría psicológica que le permitía desarmar el complicado mecanismo del amor, del dolor, de la ternura, de la infidelidad, de la hipocresía y la crueldad femeninas y manifestar sus inestables leyes?,

Canela no recordaba haberlo derrotado jamás en sus pasajeras disputas. La habilidad para convencer y para disuadir era, en Santino, una fuerza cautivadora. Sin embargo, los últimos tiempos de su matrimonio no fueron francamente felices como los anteriores. En rigor, Canela no podía afirmar en qué consistía el cambio, entre otras razones porque también se sentía inconscientemente culpable de haberse obsesionado, sin válidos fundamentos, a la paulatina transformación de sus relaciones. ¿Qué podía reprocharle a Santino, sin que en esta acción, no quedara ella también implícita por la injusticia? Tal vez el lento paso de los años había atemperado en ambos, haciéndolo languidecer, aquel ímpetu alegre de la sensualidad y ese despliegue de ternura en que se expresaba su amor.

Tal como le sucedía en otras ocasiones, repentinamente sufría como si un rayo impactara en su conciencia, y entonces Canela irrumpía en llanto con actitudes histéricas ante un remordimiento de culpabilidad. Se le presentaba la fatal imagen del fallecimiento de Santino. Sobre la mesa de su estudio se hallaba aquella carpeta con la novela denominada “Un Amor Patológico”, y una copia de la carta documento mediante la cual renunció a su empleo por no lograr superar la vergüenza que la esposa le había hecho pasar y el desprestigio causado. Su cuerpo inerte sobre la poltrona y su cabeza sobre el teclado de la notebook, totalmente cubierto en sangre, a su lado un revólver junto a la mano derecha, más un teléfono celular que ya no sería revisado jamás, hecho añicos en el piso… constituían la patética y elocuente escena.

 En la pantalla encendida quedó el último párrafo que había escrito, el cual bien podía leerse como una definición o tal vez, justificando su determinante actitud:

“Los celos son la consecuencia de una ruptura del equilibrio emocional que surge cuando una persona percibe la amenaza o siente la posibilidad de pérdida, hacia algo que considera propio. La incertidumbre creada por la sola probabilidad, sospecha o inquietud de que la persona amada preste atención en favor de otra, genera mucho fastidio. Suele tomarse como una forma de pertenencia sobre otra persona, aunque la duda constante sobre si se posee concretamente o no al otro ser, será la que desate actitudes inadecuadas. La incomodidad, Como en todos los casos extremos de exageración o carente de fundamentos, resulta perjudicial dañando las relaciones hasta límites insospechados… y la injusticia es algo inadmisible. Es demasiado… demasiado…”

Al parecer, finalmente la viuda concretó la lectura de la última novela de Santino, pues pudo confirmarse que Canela sujetaba entre sus brazos aquella carpeta y una foto de bodas, al momento de caer desde el quinto piso a la vereda…

Autor: © Edgardo González. Buenos Aires, Argentina.

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.

ciegotayc@hotmail.com

 

 

 

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