DEL ROMANCE AL HORROR

(ANATOMÍA DEL FEMINICIDIO)

 

México, D.F., diciembre 14 de 2005.

 

La violencia de género es el mecanismo más común de ejercicio del poder en un sistema patriarcal, donde el hombre, como ente dominante de la sociedad, se atribuye el derecho a decidir sobre el destino del otro. Dueño de su vida, pero también del entorno que le rodea, el hombre aprende a sujetar el mundo para sí, y es, desde este escenario de la vida cotidiana, donde el humano masculino ejerce el poder en todos los ámbitos.

Las mujeres, en cambio, bajo la falsa premisa de la debilidad de su naturaleza, son destinadas a desempeñar papeles culturales más pasivos, interactuando desde una estructura dicotómica: su sexualidad, como reproductoras de la especie, donde son de y para otros; y su relación con el poder, que se traduce en una impuesta vocación de servicio y entrega que las deja privadas de libertad y presas fáciles de la opresión.

En las sociedades patriarcales, donde ellos tienen la capacidad de dominar, enjuiciar, sentenciar y perdonar (Lagarde, 154), las mujeres pretenden sobrevivir de manera creativa. El rompimiento de esquemas en las arenas públicas, la trasgresión de normas sociales en busca de su autonomía, ha devenido en un castigo permanente por parte del propio sistema puesto en entredicho. El patriarcado no sólo las castiga a través de múltiples mecanismos de discriminación, como puede ser el lenguaje (conceptos como zorra vs zorro, mujer pública vs hombre público, callejera vs callejero, etc.), o respecto de sus capacidades intelectuales y laborales (ascendió porque durmió con el jefe o detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer), por ejemplo, sino aplicándoles penas extremas como son la infibulación (para evitar el placer sexual) y hasta la violación , penas de odio contra ellas que llegan incluso al asesinato, al feminicidio.

En la literatura, herramienta de la clase intelectual que pone bajo la lupa la condición humana para explicar, criticar y mostrar el devenir de sociedades y mundos, ha quedado plasmado también este sintomático trato al que están sometidas las mujeres. En una suerte de juego donde la vida copia al arte o viceversa, las podemos ver deshonradas y manipuladas, casi siempre presas del sojuzgamiento masculino, quienes se debaten por no perder los privilegios y los beneficios que consideran inherentes a su condición de poder y posesión; pero también hay las que rompen esquemas a pesar de las humillaciones y las descalificaciones. En cuentos y novelas ellas son protagonistas y víctimas, personajas ficticias, exacerbaciones de la imaginación del que escribe y crea, pero también, seres reales que con su acontecer nutren las historias literarias.

Producto de los diversos acontecimientos históricos que vivieron los literatos latinoamericanos nacidos entre 1930 y 1945, la obra de la generación –a la que pertenece Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 1934)-, se distingue por un inminente cambio de valores, esta ola de creadores tiene un rostro “serio, descontento y resentido”. (Anderson, 416) Son espectadores activos de un mundo que vive rebeliones, nacionalistas, comunistas e incluso anarquistas, así como los inevitables cambios en los sistemas políticos, económicos y sociales. En este proceso de cuestionamiento de los viejos valores, es que la literatura deviene en una herramienta de compromiso, en el vehículo activo mediante el que se toman posiciones en un afán por definir las vidas personales. Es la época en que pierde poder el verso y la novela se convierte en el género más prestigiado. Los literatos son sobre todo intelectuales que experimentan. Se trata, dice Anderson, de “experimentar con experimentos ya experimentados ... sabiendo de antemano qué es lo que saldrá ... o cual experimento se saldrá de la literatura”. (423) A esta generación de novelistas que “experimentan furiosamente” pertenecen también Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Homero Aridjis, Manuel Puig, José Agustín y Gustavo Sáinz, entre otros.

Tomás Eloy Martínez, periodista y columnista del diario La Nación de Buenos Aires y del The New York Times Sindicate, autor de diversas obras entre las que destacan La novela de Perón (1985) y Santa Evita (1995), cofundador del diario Siglo 21 de Guadalajara, Jalisco y de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano que dirige Gabriel García Márquez, es un autor que, en opinión de Carlos Fuentes, resucita la historia, transformándola y reinventándola “para hacerla no sólo vivible, sino comprensible”. (Fuentes, 1)

Así, el trabajo literario de TEM se nutre permanentemente de hechos que publican los diarios, de los acontecimientos que el periodista vive y transmite fielmente a su destinatario, con apego a la realidad y buscando siempre mantener el honor de su nombre, “porque el único patrimonio real que tiene un periodista es su nombre propio”. (Neyret, 16) De ese mundo de imágenes y papel, el también autor de una decena de guiones para cine, extrajo la historia de “un editor brasileño que mata a su amante porque tolera que ella lo traicione, pero no que lo abandone. Es una forma de trabajar el sentimiento de orgullo masculino y de afán de posesión del objeto amado”. (Pérez Salazar, 1)

El caso real le sirvió a TEM para ejemplificar el pecado de la soberbia, a partir de una convocatoria hecha a siete escritores (cinco latinoamericanos y dos europeos) por la editorial Objetiva de Brasil que armó una colección sobre los siete pecados capitales. “En el momento de la elección de los pecados a mí me asignaron –casi me forzaron- a escribir sobre el pecado de soberbia o de arrogancia, sólo por el ‘delito’ de ser argentino”. (Barnabé, 14)

Y aun cuando la historia la centra en Buenos Aires, TEM logra entreverar el crimen real con el ficticio en un juego propio y característico, estableciendo “un sistema circulatorio entre los dos relatos”. (Pérez Salazar, 1) Esta forma de contar, ha comentado el propio Eloy Martínez, la descubrió a partir de ejercer el periodismo, donde “ciertas formas de ficción podían ser narradas como verdades puesto que forman parte del periodista que percibe en primera persona, [donde] periodismo y literatura se confundían”, (Güemes, 1) se trata pues, de una “escritura en el borde de la realidad”, (1) porque al final de cuentas, escribir “novela significa licencia para mentir, para imaginar, para inventar”. (Neyret, 4)

Sin embargo, Eloy Martínez ha ido mucho más allá de la invención simple, de la recreación ficticia de un hecho real, el escritor nos desvela la intimidad de un pensamiento totalmente masculino, de un ser que sabiéndose todopoderoso, oprime y redime. Los asesinatos de mujeres, o la violencia de género que vive hoy el mundo, son hechos de tal cotidianidad y trascendencia para el desarrollo de las naciones que se cuenta con estudios sobre el impacto en las economías del mundo. Sus costos reales “oscilan entre 1.6 y 2 por ciento del Producto Interno Bruto en los países de la región latinoamericana”; (García Acevedo, 1) en México, se sabe que 60.4 por ciento de las mujeres han experimentado algún tipo de violencia en su vida, siendo la mayoría -74 por ciento- víctimas de familiares como la pareja, el novio o el exnovio.

La historia que nos novela TEM está narrada en segunda y tercera personas de manera casi imperceptible. Es la forma que escogió Eloy Martínez para acercarse a G. M. Camargo, el personaje principal.

Es un personaje tan negro, tan siniestro, que narrándolo por fuera, el efecto de distanciamiento podría ser también un efecto de distorsión. Entonces, la segunda persona, que es una persona invocativa, trata de crear, por un lado, un efecto de identificación del eventual lector con el personaje. Y luego, trata de agarrar al personaje; la increpación, o la interpelación, tiene un sentido de comprensión, también. Yo no veía otra forma de encontrarme con el personaje. Éste es tan distante de lo que yo soy, o creo ser, que para poder entrar en él, no tuve otra que la segunda persona; es una segunda persona de auxilio, dijéramos. (Neyret, 6)

 

En un pleno y total ejercicio de su libertad como escritor, porque “la novela es el género de la libertad”, le ha confiado a Neyret, (16) Tomás Eloy Martínez tira el “anzuelo de ficción con la esperanza de que el lector lo reciba como verdad”, (10) solucionando el problema ético que pudiera presentarse incluyendo al pie, la palabra Novela. En El vuelo de la reina, hay una “reflexión sobre el orgullo, la ambición y la vanidad”, (Güemes, 2) pero también el más claro ejemplo de la forma en que los hombres poseen, aprisionan y violentan a muchas mujeres, una realidad que todas hemos padecido en alguna medida, en algún momento.

 

El vuelo de la reina

Sin el menor temor a vender pronto la historia, Tomás Eloy Martínez suelta a bocadejarro, en las primeras páginas, el argumento de la novela. Con una narrativa ligera que atrapa y envuelve, nos lleva por un laberinto de situaciones, nos sumerge en el pasado, en el presente, nos delata el futuro y nos cuenta obsesivamente una, dos, tres veces, en una suerte de déjà vu, el motivo de la pérdida de juicio de Antonio Pimenta Neves, director de Gazeta Mercantil, un diario de Sao Paulo, quien de dos balazos había asesinado a Sandra, su amante, una joven “llamativa y sensual” con la que tuvo una relación de tres años, tras los cuales ella decide abandonarlo por otro amor. Crimen que se irá convirtiendo en el devenir de Camargo, en el final de Reina Remis, en el destino de muchas más.

Por la nota periodística que le informa al editor argentino sobre el final de Pimenta, su amigo brasileño, en un “hospital de reposo”, Camargo lo entiende, lo justifica, lo disculpa. “Las pasiones son siempre insensatas y se apoderan de los seres humanos del mismo modo fatal e inevitable que las enfermedades. No se puede culpar a nadie por eso”. (58) Por su condición de género, por respeto y admiración al periodista que está a su misma altura intelectual y moral, lo exculpa: “hasta los hombres más sensatos pueden sucumbir a una ráfaga de locura”, (58) porque los crímenes pasionales son más complejos, porque “a veces los desata el amor propio o la honra herida, pero la causa más frecuente es el afán de posesión”. (54)

De la obsesión de Pimenta por Sandra, y la poca importancia que dieron a sus llamados de auxilio, la necrología informa:

Se presentaba en su departamento a cualquier hora del día o de la noche, con pretextos diversos, y en algunas ocasiones la abofeteaba. Sandra lo denunció a la policía por “invasión de domicilio y agresiones”, pero nada pasó. Los investigadores imaginaron que se trataba sólo de reyertas triviales entre un hombre de inmenso poder y la mujer que amaba. (55)

 

La minimización de la violencia contra las mujeres no es ficticia. La impunidad en la que quedan estos homicidios involucra definitivamente la responsabilidad soslayada de la sociedad y del Estado. El silencio colude. En México, pero no sólo, la gravedad de un acto intimidatorio se pasa por alto en aras de “pensar que las mujeres son algo que puede ser usado y humillado”, escribió la periodista Denise Dresser, “un objeto sin derechos esenciales que la ley no necesita proteger”, y donde el derecho a decir no, de las mujeres, tiene que ver con una condición sine qua non de evolución de la democracia.

La nota del crimen no queda allí. Tras el asesinato, Pimenta se convierte en acusador de la muerta.

“Sostiene que ella lo engañaba ‘personal y profesionalmente’, que burló su honra y que le contagió una enfermedad venérea. ¿El crimen fue entonces un acto de pasión ciega, la trama de una venganza o la destrucción del objeto amado por un enfermo que ya no podía poseerlo? Dos de las mujeres más inteligentes de Brasil ... suponen que la violencia sigue siendo el único modo de expresión de todo macho que siente su orgullo herido. ‘La propia sociedad es cómplice’ ... ‘El Código Penal no prevé castigos para el hombre que golpea a la mujer. Y de allí al crimen hay un sólo paso’.” (57)

 

En el ámbito nacional, la violencia alcanza cinco por ciento del Producto Interno Bruto debido a los gastos de infraestructura oficial para atenderla, y una de cada tres mujeres deja de trabajar por motivos relacionados con golpes, violencia psicológica y económica ejercida en su contra . Los ojos amoratados y los labios partidos y los huesos rotos son parte de la vida cotidiana, dice Dresser, y todos los días, millones de mexicanos permiten que eso ocurra, políticos y jueces permanecen sentados “mirando a través de sus lentes oscuros como si sólo fueran espectadores de algún tipo de deporte nacional”. (2)

G. M. Camargo no es distinto a Pimenta. Es el poderoso director de El Diario, de Buenos Aires. A sus sesenta años de edad, aún se siente invencible, seguro de sí y de su cuerpo que “no es un cuerpo, es una fuerza de Dios”, (19) es arrogante y prepotente, y está acostumbrado, por su lugar en la punta de la pirámide, a que su simple nombre amedrente redactores y paralice novatos.

Ubicada la historia en una Argentina convulsionada por la crisis política y económica de finales del siglo XX, con un presidente mesiánico y una sociedad que se debate entre la fe religiosa y la esperanza de un milagro, Tomás Eloy Martínez dibuja la pauperización en la que ha caído el país, al retratar la cafetería La Perla de la estación camionera Once, como un sitio donde:

Ochenta años atrás Borges había aprendido las lecciones de idealismo de Macedonio Fernández ... Allí mismo solían citarse los Montoneros a comienzos de los años setenta, desafiando a los escuadrones de la muerte, para escribir sus gacetillas de prensa clandestina, y algunos músicos de rock habían imaginado junto a la ventana las primeras letras de escarnio contra la dictadura. Nada de todo eso queda en pie ... Los que gastaban la mañana eran desocupados ojerosos, que volvían de formar filas inútiles antes del amanecer en las escasas oficinas con vacantes ... lo que más abundaba, sin embargo, eran los mendigos. Se colaban bajo las sillas como los gatos, a la caza de algún mendrugo suelto, esquivando la cólera de los mozos. (182, 183)

 

En el medio de la disyuntiva por ganar la nota de primera plana, con el titular de ocho columnas siempre pendiendo de la autoridad, sapiencia y colmillo de Camargo, aparece Reina Remis, una periodista novata, soltera, treintañera y con grandes deseos de triunfar en una carrera todavía muy masculina. A pesar de que la profesión se ha feminizado, y las mujeres incursionan ahora en todos los ámbitos como la política, la guerra y la economía, dejando atrás su inicial paso por las secciones de sociales, los periodistas siguen comportándose como si todavía el medio fuera “sólo para hombres”. Eloy Martínez retrata ese mundo masculino en el que se mueve Reina al colocarla en un bar donde coincide con algunos compañeros del diario.

Al dejar sobre el mostrador la plata de la ginebra, Reina no pudo evitar que Durán apretara su mano contra la madera y le dijera con la voz saturada de aguardiente: ‘Es temprano para dormir, nena. ¿Por qué te vas? Es temprano para dormir pero no es tarde para otras cositas’. Ella lo apartó con un desprecio que le subió de las vísceras: ‘No es tarde para que te bañés, Durán. Olés a mierda...’ No hizo caso de las miradas voraces y rencorosas de los otros hombres ni del siseo de Durán a sus espaldas: “Puta. ¿Vieron qué lengua la de esta puta?” (135, 136)

 

No obstante su novatez, Reina sabe que en el mundo patriarcal, las mujeres cuentan con armas diversas para lograr sus objetivos, las ha aprendido para sobrevivir, las usa para triunfar. Por eso, ella misma se propone para colarse en el convento donde el presidente argentino se ha ido a refugiar en un retiro espiritual, tras una demagógica declaración sobre la aparición de Jesucristo en el limonero de su residencia, visión hecha pública para acallar el inminente descubrimiento de que su hijo trafica con armas.

Camargo no tiene argumentos frente a la decisión de Reina: “como soy mujer, va a contestar a mis preguntas sin pensar en lo que dice”, (95) pero la previene:

Tenés la ventaja de que el presidente no te conoce. Tampoco te va a quitar el ojo de encima. Se debe estar aburriendo y vas a ser la única mujer que ve en dos días. Es un tipo voraz, como sabés.

-Si se pone baboso, no lo voy a desalentar. Ojalá suelte la lengua. (100)

 

El presidente admite que la visión mística pudo ser errónea. El golpe de suerte catapulta a la reportera no sólo a una vorágine de ascensos y mejoras salariales, sino a la cama de su director, muy a pesar de su resistencia: “Si usted no fuera mi jefe yo podría permitirme el lujo ... Me costó mucho trabajo entrar al diario ... el día que lo conseguí pasé una hora bailando ... No puedo perder eso, doctor Camargo”. (147) Sin embargo Reina no es inmune, vacila, la cercanía con el poder confunde. “Le halagaba que un hombre como Camargo, inalcanzable para la gente, hubiera avanzado tantos kilómetros a través de la nada sólo para acompañarla a morder el polvo de aquella comida tardía.” (140)

Y Camargo, que es un hombre que seduce y envuelve, manipula. “Me casaría con vos si tuviera veinte años menos [pero] no puedo. Estoy casado, soy infeliz, pero ese no es el motivo ... No puedo porque nos parecemos demasiado. Nos haríamos mal.” (145)

En seguida los veremos involucrados en una relación que durará tres años, periodo en el que Camargo terminará por divorciarse de Brenda y abandonar prácticamente a sus mellizas. El director de El Diario no es distinto a sus congéneres. Siendo un hombre de poder, que lo ejerce y lo usa para sus propios fines, Camargo se arroga el derecho lo mismo al castigo que a conculcar bienes reales y simbólicos. En una palabra, Camargo domina y en esa medida decide sobre la vida del otro, porque quien ejerce el poder somete e inferioriza, impone hechos, ejerce el control.

Al principio de su matrimonio, Camargo “se iluminaba por dentro cada vez que estaban juntos”, (27) pero pronto Brenda dejó de gustarle, empezaron a desagradarle sus bostezos, sus pantuflas de conejo, ella “era algo que le había sucedido a un ser que ya no era él. Pero separarse era una incomodidad peor que la de seguir viviendo como hasta entonces”, (28) Hoy, Camargo “sentía unas ganas irreprimibles de hacerle daño. Deseaba verla sufrir, caminar descalza por baldíos calcinados, suplicar, hozar en la basura”. (27) Sin embargo, la aventura con Reina Remis salva de este final a Brenda, pero no la libra a ella del instinto que llevará a Camargo a convertirse en su victimario.

Sin atender las diversas señales de violencia que fueron aflorando en la relación con Camargo, Reina cedió sin detenerse a pensar en lo que ganaba y perdía, dejándose llevar “porque él le pareció un niño indefenso y ella tenía ganas de protegerlo”. (150) Ella podría sentirse “todo lo libre que quiera. Puede sentirse libre todo el tiempo porque, vaya donde vaya, me pertenece”. (152) Reina se deja arrastrar en la espiral, viajan juntos, trabajan juntos, duermen juntos.

A ella no le quedaba tiempo sino para las investigaciones del diario y para Camargo. No sólo fue perdiendo las pocas amigas que había tenido ... la urgencia con que vivía hizo que también se perdiera a sí misma. Hacia fines del verano descubrió que sus modales eran idénticos a los de Camargo. (213)

 

Sólo que ella nunca advierte las señales del horror que vivirá después. Como muchas mujeres que viven violencia conyugal, Reina soslayó los focos rojos, como muchas jóvenes que desde las iniciales relaciones de noviazgo justifican las actitudes lesivas que reciben. En el marco de una campaña realizada por el Inmujeres del D. F., se constató que las y los adolescentes malinterpretan los aspectos negativos de sus relaciones amorosas, convirtiéndose este periodo de flirteo en el espacio propicio para padecer violencia. “Cuando nos dicen ‘no te vistas de ese modo’ o ‘no quiero que le hables a tus amigas’ pensamos que es un signo de que nos aman, cuando en realidad se trata de mecanismos de control”. En una encuesta levantada entre jóvenes, ante la pregunta de si sufrían violencia en el noviazgo, 90 por ciento respondieron negativamente, pero cuando el cuestionamiento formuló interrogantes como ‘¿te llama constantemente para preguntarte dónde estás, con quién estás y qué haces?’, el resultado fue otro: “De las mil personas de entre 12 y 29 años que contestaron la encuesta, seis de cada 10 mujeres vivían violencia en su noviazgo”.

Reina empezó a sentir unas enloquecedoras punzadas en la cabeza cada vez que iba a pasar la noche en la casa de geranios ... Pensaba que sería el polen, o ... Ni una sola vez se le ocurrió que podía ser el tedio de las horas hipnóticas que pasaba junto a Camargo ... y el desgano que se le escurría por el cuerpo cuando iban a la cama. (214) … Entrar en el espacio de Camargo significaba ser vigilada, asediada, y también vulnerada por sus cambios de humor. Pero no sabía cómo apartarse de él una vez que caía bajo su influencia: era un imán de alcance infinito... (210)

 

La otrora reportera, convertida fugazmente en editora, la mejor pagada del gremio para evitar que sea pirateada por otro medio, olvida pronto los bofetones, los celos y los malos tratos sufridos por la ira de Camargo. Ira que el propio Camargo, como Castel, el pintor de Sábato en El túnel , trata de recomponer llevándola de viaje por Europa, comprándole joyas, prometiéndole felicidad eterna, incluyéndola en sus propias responsabilidades como director del diario y hasta sentenciándole que, aun cuando no tiene los veinte años menos que quisiera, ya es hora de que ella acepte “la fatalidad de que se casarían tarde o temprano”. (212) Reina, como muchas mujeres que caen en esos círculos de violencia, se conmueve y reincide “olvidando que, apenas él se sintiera seguro de su amor, volvería a menospreciarla. No era correcto hablar del amor de Reina, porque no se trataba de eso ... sentía apego y, muy en lo hondo, temor de su cólera”. (209)

Y sin embargo, el amor siempre llega de manera inesperada. Un viaje a la selva para una entrevista con la guerrilla colombiana, un grupo mínimo de tres periodistas. Germán “tenía una intensidad sexual que antes jamás había sentido” Reina. (218) En ese viaje ella lloró el vacío de sus últimos años, se dejó besar y hacer, pero Camargo adivina la traición en su actitud esquiva, en su sexo seco y temeroso, en sus ojos abiertos que al hacer el amor buscan un “deseo que no llegaba y no llegaba”. (221)

Camargo, desconfiado siempre de las mujeres, a Reina la vigila doblemente. En el expediente del periódico se conservan de ella hasta los mínimos detalles de su vida íntima y profesional, desde las notas escolares hasta los estudios de sangre, orina y preñez. De su computadora, Camargo cuenta con todas las claves de acceso, y ha rentado un departamento frente al edificio donde ella vive, para mirarla todas las noches bailar desnuda frente al espejo.

A eso de las once de la noche, como todas las noches, Camargo abre las cortinas de su cuarto ... dispone el sillón a un metro de distancia de la ventana ... y espera que la mujer entre en su ángulo de mira ... la observa a través de un telescopio Bushnell de sesenta y siete centímetros montado sobre un trípode ... su imagen irradia ... una libertad de gata, una indiferencia inconquistable, algo mercurial que la coloca lejos de todo alcance. (11, 12)

 

Pero el control lo ejerce con tal ímpetu que ha osado irrumpir en el departamento de Reina. Uno de sus fieles servidores en el diario le ha dado copia de las llaves, y cuando ella no está, ingresa para revisar cajones, para buscar su humor, para urdir incluso la forma de poseerla sólo para él. Una tarde ha inyectado fenobarbital en el jugo de naranja, ha vigilado desde la ventana de enfrente en espera de que llegue y la ha visto caer dormida profundamente sobre la cama. Camargo ha cruzado la calle, cámara de video en mano, para filmarla, para filmarse hurgando su sexo, hundiendo

...la nariz y la lengua en aquel cuenco ardiente del que jamás se sacia ... y aunque la pantalla delata las desarmonías de su propio cuerpo flácido, no puede contener un suspiro de triunfo. Por fin ahora la mujer le pertenece por completo, la docilidad del cuerpo dormido es otra señal de su poder, podría hacer lo que quisiera con ella, y más de una vez ha sentido la tentación de tatuarla, de herirla ... cuántas veces podría volver si se le diera la gana para contemplarla como lo que es, un objeto. (103)

 

En esas incursiones Camargo se ha topado con los mensajes de Germán. La rabia aflora, se indigna por el pago que recibe a sus noches de desvelo recorriendo el cuerpo de ella a través del telescopio, vigilando su respiración. Veía venir la traición, piensa Camargo, pero indulgente permitirá que el romance siga su curso no sin antes marcarla, dejarla “malherida. La va a destruir y ya se le está ocurriendo cómo”. (113)

Acorralada por Camargo para que acepte sus amores con Germán, Reina vuelve a sufrir los embates de la cólera del director. Camargo planea su destrucción como periodista y como ser humano: su despido de El Diario, la persecución que sufrirá cerrándole todas las puertas que toque en busca de empleo, mancillando su cuerpo, su mente, su vida. “Yo soy el que decide cómo tiene que morir, no va a pasar de un lado a otro de la vida sin que con claridad sienta mi castigo y se arrepienta de lo que me está haciendo”. (115)

 

La violencia de género no ha superado la tradición machista, afirma Juan María Alponte. El hombre ha perdido el rumbo, el número creciente de asesinatos de mujeres codifican la realidad de que éste ha hecho de la violencia el arma fundamental para mantener su estatus de dominante.

La tradición ha terminado imponiendo la otra versión: la más fálica. Funciona, en la lucha de sexos, como una categoría explícita de dominación ... Eva-mujer sigue siendo ... la culpable, la tentadora ... donde se ha descarnado la pirámide del poder fálico ... el hombre ... se resiste a su declinación como macho entero y comete atrocidades que el homicida ... representa muy bien.

 

Herido en su machismo, Camargo piensa en el serbio sin-techo que duerme por las noches en el quicio del edificio de Reina arropado sólo por unos cartones y las costras de su mugre. En su mente se dibuja la venganza de verla feliz a pesar del hilo de sangre que aún mana de su boca tras el revés que le propinó horas antes. ¿Cómo arrancarle “el placer que el otro le ha incubado en las entrañas”? (229) Repetirá la dosis del fenobarbital, llevará a Momir hasta el lecho donde ella dormirá por dos días enteros sin controlar siquiera sus esfínteres y se la ofrecerá para que la tome y la infecte. La noche en que todo le pertenece, “ni siquiera Dios podría mover de su quicio tantos destinos como los que están ahora” (246) en las manos de Camargo.

Nunca ha sido difícil domar a una mujer salvaje, se ha repetido Camargo durante toda la semana que sucedió a la violación ... no ha necesitado azotarla ni rendirla por hambre ... ha bastado con enfrentarla a su fragilidad, a su pequeñez, a su insalvable dependencia del hombre que aún la ama. (286)

 

Pero Reina ya no le pertenece, por más que Camargo se acerque a ofrecerle su amor frente a su desgracia. “No soporto la idea de que te hayas ido ... Podríamos volver a empezar, como si nada hubiera pasado ... Quiero casarme con vos.” (291) De ella sólo recibe el rechazo: “sólo quiero que me dejes tranquila” (291). Su derecho a decir no, es rebatido, no es creído, no es escuchado. “Si la mujer acepta, se casará con ella: poseerla como un objeto, pintarla en la pared, lo dejará en paz”, (296) ella no puede negarse, porque ahora que ella está sumida en la depresión, llevando una vida de inválida, Camargo ofrece reconstruirla, “rehacerla desde cero”. (296)

Perder el poder sobre los bienes, desquicia; el reiterado rechazo de Reina genera en Camargo la necesidad urgente de retenerla a como dé lugar y no concibe que ella no comprenda que su único interés es protegerla. La quiere para sí porque no hay otra igual, y en ese afán de sólo tener en una actitud de profundo egoísmo, el macho se ciega y arrebata, logrando con ello su propia destrucción.

Atender a la demanda de un nuevo tipo de convivencialidad que no signifique ni la destrucción del otro ... ni la creencia absolutizante, despótica y arbitraria de que este nivel del desarrollo de la mujer ... es el fin de la historia ... es un eslabón más [para] aprender a aprender ... otra educación para la libertad y la solidaridad. (Alponte, 184)

 

A Camargo no se le abandona. Un par de balas acaban con Reina. Brenda retorna a su vida para acompañarlo en un proceso “por homicidio del que no es culpable” (308), del que sale bien librado como muchos otros feminicidas, porque los crímenes contra las mujeres no son el problema más urgente a atender, porque la sociedad contribuye con su silencio a la impunidad y refuerza la convicción de que ellas son “usables, prescindibles, maltratables y desechables”.

 

Con el relato pormenorizado de este crimen, utilizando un lenguaje austero y directo, Tomás Eloy Martínez desgrana con una soltura llana y descarnada el acto más cruel que viven las mujeres hoy día: la violencia de género, violencia que perturba cotidianidades y llega incluso a cobrar la vida de cientos, de miles de mujeres en el mundo entero. El feminicidio es un crimen de Estado que “sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres” . Lagarde define también que todos los crímenes “coinciden en su infinita crueldad y son crímenes de odio contra las mujeres” (14).

A lo largo de El vuelo de la reina, TEM nos regala en dos, en tres versiones distintas la práctica común en la que se suceden los feminicidios. La historia de Pimenta y Camargo no difieren mucho de otras “ya célebres en la ficción, como la historia de Carmen en la novela homónima de Prosper Mérimée y la de Lola Lola o Rosa en El ángel azul de Heinrich Mann [o] el inolvidable crimen del escritor Euclides da Cunha, autor del clásico Os Sertoes” (54), quien admite el adulterio de su mujer, pero no tolera el abandono. Tampoco difiere la impunidad en la que sumen los crímenes aduciendo cualquier pretexto. Eloy Martínez lo sabe, es parte también de su conocimiento del mundo y como tal la incluye en su novela:

El filósofo francés Louis Althusser estaba dándole un masaje en el cuello a su esposa Hélène, con la que había convivido treinta años, cuando advirtió que la cara de la mujer estaba rígida y la punta de la lengua asomaba, apacible, entre los dientes. Sin darse cuenta, la había estrangulado. No lo culparon por eso. Lo declararon irresponsable de sus actos. (58)

 

Para que se dé el feminicidio, explica Lagarde en Fin al feminicidio, han de concurrir “de manera criminal el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión de las autoridades” (14) que debieran prevenir e impedir los crímenes. A todos estos rincones nos lleva Tomás Eloy Martínez en El vuelo de la reina, novela que recibiera el Premio Alfaguara de Novela 2002, en ese afán que tienen los escritores por copiar la vida para recrearla en el arte.

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

Martínez, Tomás Eloy. El vuelo de la reina. México: Punto de lectura, 2004.

 

Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. Colección Posgrado. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

 

Brownmiller, Susana. Contra nuestra voluntad. Un estudio sobre la forma más brutal de agresión a la mujer: la violación. España: Planeta, 1975.

 

García Acevedo, Ma. De Lourdes. ¿Cuánto cuesta la violencia contra las mujeres? Ponencia. Séptima Reunión del Parlamento de Mujeres de México. Foro Regional en Michoacán. 18 de febrero de 2005.

 

Alponte, Juan María. Mujeres. Crónica de una rebelión histórica. México: Aguilar, 2005.

 

Fin al feminicidio. Por la vida y la libertad de las mujeres. Discurso pronunciado por la Dip. Dra. Marcela Lagarde y de los Ríos. Ciudad Juárez, Chih. 14 de febrero de 2004. México: Cámara de Diputados, LIX Legislatura. Comisión especial para conocer y dar seguimiento a las investigaciones relacionadas con los feminicidios en la República Mexicana y a la procuración de justicia vinculada, 2005.

 

Anderson Imbert, E. Historia de la literatura hispanoamericana II. Época contemporánea. México: Fondo de Cultura Económica, 1977.

 

Fuentes, Carlos. Glorias y abismos, en El País. 5 de marzo de 2002

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Neyret, Juan Pablo. Novela significa licencia para mentir. Entrevista con Tomás Eloy Martínez. Universidad Nacional de Mar del Plata. Argentina.

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Pérez Salazar, Juan Carlos. Tomás Eloy Martínez, al vuelo. BBCmundo.com

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Barnabé, Diego. T. Eloy Martínez y el nuevo periodismo: Los latinoamericanos somos productores de imaginación. En Perspectiva. Lunes 26.07.99

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Güemes, César. Formas de la ficción pueden ser narradas como verdades: Eloy Martínez. La Jornada. 29 de noviembre de 1998.

<http://www.sololiteratura.com/tom/tommiscformasde.htm> Noviembre 15 de 2005

 

Dresser, Denise. Los espectadores. Reflexión sobre la violencia contra las mujeres.

<http://www.translatorscafe.com/cafe/MegaBBS/thread-view.asp?threadid=5616&messageid=72360> Diciembre 13 de 2005

 

Autora: Yoloxóchitl Casas Chousal. México, Distrito Federal.

acuaria1959@yahoo.com.mx

 

 

 

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