DE LA NADA A LA LUNA

 

                   Como por obra de Dios, desde la soledad de la nada se despertó mi mente desbordando de curiosidad y comencé a prestar atención intentando saber qué sucedía. A la par estaba mi hermana que no expresaba sus ideas, las que seguramente eran puras fantasías, aunque a pesar del silencio podíamos entendernos. La visión era oscura, carecía de luces y por ello agudicé los oídos, un dulce tic tac similar al compás de un reloj marcaba mi existir.

La voz de mi madre la percibía a través de un eco al tiempo que palpaba sus sentimientos, ella siempre mencionaba a la luna majestuosa pues le encantaba y lo primero que pudo contarme fue su maravillosa Luna de Miel y que mis raíces brotaron una noche bajo el brillo del romántico lucero.

Me latía la esperanza de ver a través de mis ojos alguna vez, conocer a la belleza de la gente, del mundo y a la vida misma. Mientras jugábamos tironeando de un cordón para pasar el tiempo, le comentaba a mi hermanita una ocurrencia: cuando abandonemos este oscuro lugar podríamos visitar a la reina de la noche, de la que tanto habla mamá. Aprendí que en el día el sol alimentaba a la inmensa naturaleza y cuando se ocultaba para descansar aparecía su hermana silenciosa, inspiradora de amores.

Mamá no cesaba de comentar sobre almanaques, sumando meses y semanas mientras aumentaba su alegría sin dejar de brindarnos caricias plenas de amor. ¡Cómo se notaba cuando venía papá! Al llegar, comenzaba a aturdirnos el tic-tac descontrolado… quién sabe porqué.

En determinado momento no me sentí muy bien, era como que me faltaba el aire y con el lenguaje que otorga el silencio, acordé con mi hermana que ya no podíamos permanecer más en ese lugar y optamos por la inquietud hasta que alguien nos pudiera oír. Me invadía la agitación, sentía mucho bullicio a mí alrededor y toqué a mi compañera que no sé cómo podía dormir. Espontáneamente sucedió algo espectacular: Una potente luz, tajante me encandiló y en breves segundos alguien me sacó de aquella gruta, cariñosamente con enormes manos, pero me preocupó la separación de mi hermanita. Justo en el momento en que iba a gritar, sentí un chirlo que me hizo llorar y simultáneamente una voz que decía:

-        ¡Mellizos y sanitos!

 

© Edgardo González. Buenos Aires, Argentina.

ciegotayc@hotmail.com

 

 

 

Regresar.