DON CRISANTOS
Ya es hora de dormir. En la vieja casa
que huele a madera, la anciana acuesta a su nietecillo que ha ido a visitarla,
le acomoda la almohada, lo cubre con la sábanas y manotea para espantar uno que
otro zancudo que andan intentando cenar. Acomoda el crucifijo de plata que está
sobre el buró y lo acerca un poco más al nieto, como implorando al cielo que
proteja a su gente. Apaga la luz y la habitación queda suspendida en una
atmósfera de magia y suspenso, adornada por la tenue luz que entra por la
ventana, la sombra de la abuela que con dificultad se distingue, la silueta de
un cristo con leves brillos y los inoportunos zumbidos de algunos insectos
imprudentes.
La abuela se sienta en la cama y con la mano
palmea las piernas del niño.
–Ya duérmete, que es noche- dice la
anciana.
–Me espero a que llegue mi abuelito-
rezonga el niño.
–El viejo va a llegar tarde, hijo, eso
si no le da el infarto y se queda por ahí tirado, tú ya duérmete, que es muy
noche- contesta ella.
–Mejor cuéntame un cuento, de cuando
eras chiquita- ruega el niño.
- Uy, de cuando era chiquita, me sé
tantos, pero algunos son muy largos y otros son muy tristes. Has de saber
mi´jo, que mi infancia fue durante los tiempos de la Revolución, y en esos días
se andaban robando a los niños, pa´ hacerlos revolucionarios, y como nosotros
vivíamos en el pueblo, mi papá nos mandó pa´l rancho con mis abuelos. Cuando
los revolucionarios llegaban hacían destrozos en las casas y donde se pararan, quemaban,
rompían y robaban; a muchos de los niños que se llevaron ya no los volvieron a
ver, algunos dicen que pa´los tamales, pero ve tu a saber.
-El rancho de mis abuelos era muy
grande, tenía su solar, el establo, el patio donde lavábamos y un terreno grandote
donde mi abuelo sembraba maíz y algunas otras verduras. La casa no era muy
grande, tenía una cocina con su fogón en el centro pa´ las tortillas, había una
mesa de madera que estaba toda rayada por los cuchillazos de cuando mi abuelita
picaba las cosas de la comida y las paredes estaban llenas de ollas colgando,
grandes y pequeñas y muchos pero muchos jarros pa´l café, por todos lados. -Mi
abuela tenía una cubeta, de esas de lámina, donde ponía todos sus cubiertos y
cucharones, también los cuchillos y las palas pa´ cocinar, tenía todo revuelto.
Después había un cuarto grande que era como comedor y sala, había una mesota
que mi abuelo había hecho durante su juventud, cuando se casó con mi abuelita,
también tenían unas bancas y dos mecedoras, todo de madera, no había televisión
ni radio, su diversión era salirse a sentar a la terraza en mecedoras, mi
abuela tejía y mi abuelo fumaba y todas las tardes lo hacían. El cuarto para
dormir era uno solo, todos juntos, en una cama mis abuelitos, en otra mi mamá y
yo y en un catre improvisado mis dos hermanas mayores.
El niño que escuchaba atónito a la
abuela preguntó:
– ¿Y el baño abue? ¿Dónde estaba el
baño?
-Hay mi´jo, el baño estaba hasta afuera,
caminabas arto, y ándale que cuando te andara, la carrerita que te aventabas
apretando. Afuera del baño había hartas florecitas amarillas, como las que
junté el día que me escapé de mi casa.
-¿Te escapaste de tu casa abue?
¿Porqué?- Preguntó el niño.
-Ah pues es que resulta que una vez
jugando en el pueblo, un niño me hizo enojar, la verdad es que ya ni me acuerdo
lo que me dijo, lo que recuerdo es que tomé una piedra y se la sorrajé en la
cabezota, y ándale, que le sale el chorrero de sangre, y que le corro pa´ mi
casa y como mi papá era rete enojón, yo dije “ora si me mata” y que me escondo
atrás de unos costales de leña que tenía en la parte de atrás de la casa y ahí
estuve como media hora, cuando oigo que llega, bien enojado, pues ya le habían
ido con el chisme, y me gritaba pa´ ver donde andaba, pero en lugar de contestarle
que me salgo corriendo y me salté la bardita que limitaba el terreno y que me
pongo a caminar por la carretera. Camine arto, ya ni se veía el pueblo, y como
yo estaba muy cansada, me senté en la sombra de un nanche. En los alrededores
del árbol había muchas florecitas amarillas, y me puse a juntarlas y a hacer
ramilletes para vender, no pasaba nadie por ese camino pero yo jugaba a que los
vendía:
-“¿Cuántos le doy señora?”
-“¿A como son, niña?”
-“A centavo el ramito”.
-“Bueno dame dos”.
-“Aquí tiene, gracias”.
-“Hasta luego”.
-Y así estaba jugando, yo creo que he de
haber vendido como dos pesos de ramos esa tarde, ¡no si yo era buena pa´l
negocio! Y seguía jugando:
-“¿Cuántos le doy?”
-“Dame todos hija”.
-“No, ¿y luego que vendo?”
-“¿Y para que los quieres vender?”
–“Para irme a la ciudad de México”.
-“¿Y por que queres ir tan lejos?”
–“Es que mi papá me va a matar porque
descalabré a un chamaco”.
–“No mi´ja, tu papá no te va hacer nada,
también te anda buscando y anda bien apurado”. Y en eso que me abrasa, era mi
mamá, que ya me había encontrado, ella le
Daba gracias al cielo y a la virgencita.
Dice que me buscaron toda la tarde, yo creo que esa vez si llegué lejos.
Y la abuela se limpiaba las lágrimas que
se escapaban de sus cansados ojos.
-Bueno ¿en que estábamos? Ah sí, el baño
que estaba relejos y nos poníamos de acuerdo para ir todas juntas, ya en la
noche, mi hermana Petra empezaba:
– ¿Ya tienes ganas?
– No – le contestaba mi otra hermana y
después decía:
-¿Y tú?
-Yo tampoco -Le contestaba y así un buen
rato. Hasta que por fin a las tres nos daban ganas de ir al baño, salíamos
juntas y de puntitas, pa´ no despertar a Don Crisantos que dormía en la cocina.
-¿Y porque iban juntas al baño? ¿Y quien
era Don Crisantos?- dice el nieto.
-Íbamos juntas porque a mi abuela no le
gustaba que saliéramos solas, decía que en la noche se veían cosas que no se
deben ver, ella siempre dijo “El que no quiera ver visiones que no salga de
noche” y Don Crisantos era un viejecillo que vivía con mis abuelos, según esto
cuidaba la casa y las siembras, se supone que en las noches hacía un recorrido
por los sembrados, pero como ya era muy viejo, lo que hacía en las noches era
dormir en la cocina, él tenía su cuarto aparte de la casa, pero no le gustaba
quedarse ahí porque decía que no lo dejaban dormir y que venían a despertarlo.
Por eso se quedaba a dormir en la cocina. Cierta noche, ya casi madrugada, que
tenía ganas de ir al baño, salí por la puerta de la cocina y había un señor
recargado en la tranca del corral.
-¿Y usted quien es? Le pregunté.
-Soy amigo de Crisantos, estoy esperando
que salga, ya le hablé, pero el muy canijo no se quiere parar, ¡si ya sabe que
le toca salir conmigo! Ahora que entres le dices que lo estoy esperando y que
si no sale hoy mañana vengo de nuevo. Y tu chamaca, no andes tan noche fuera de
la casa ¿que no vez que hay coyotes por estos lugares? Y algunos dicen que
hasta espantos.
-No Don, los perros de mi abuelo
espantan a los coyotes y uno que otro revolucionario y los espantos no me dan
miedo, pero si me gana en la cama mi mamá me pone como palo de perico y eso si
que espanta.
-Cuando regresé a la casa, Don Crisantos
estaba sentado en una de las sillas, arrinconado, y que me dice.
-¿Con quien hablabas?
-Con su amigo, que dice que lo esta
esperando, que a ver a que hora sale usted.
-Mmm – dijo Crisantos torciendo la boca
– Pus, ese, amigo, amigo mío, pues no mucho eh, pero si lo conozco. Oye hija,
hablando de otro tema y ya que viste a mi amigo, yo tengo un dinerito enterrado
por el cerro, allá cerca del río, pasando las nopaleras, y te lo quiero regalar
¿Vienes conmigo para que te diga donde está enterrado?
-No Don Crisantos, yo ya tengo arto
sueño y ya me voy a dormir.
-Le hubieras dicho que sí abuelita- dijo
el nieto que ya se había sentado en la cama y escuchaba con atención a la
abuela.
-No mi´jo, si el viejito me daba arto
miedo, era bien briago, luego se perdía por semanas y cuando llegaba a la casa
estaba lleno de tierra y todo ensangrentado, como si lo hubieran arañado, bien
feo que llegaba y eso sí me daba miedo. Y que me dice Don Crisantos.
-Bueno hija y ¿Dónde viste a mi amigo?
-Aquí en la tranca del corral ¿Por qué?
-No pus ya se viene acercando.
-Yo ya me voy a dormir, nos vemos
mañana.
Al otro día Don Crisantos que mueve el
fogón de la cocina y que avienta sus cobijas en el hoyo que había debajo.
-¿Cómo, que el fogón no era de piedra y
estaba pegada al suelo?- preguntó extrañado el niño.
-Lo que pasa hijo, que durante la
revolución, como se robaban a los niños, los papás hacían unos hoyos en el
centro de la cocina, se le ponían dos polines y una lámina encima, después se
acomodaban unos tabicones alrededor y se le echaba tierra, para tapar las láminas
y que pareciera que los tabiques estaban cimentados, pero esos hoyos se
ocupaban para esconder a los hijos e hijas de los revolucionarios, cuando estos
llegaban a saquear, las mujeres se ponían a hacer tortillas para darles de
comer y así cuidar el hoyo con los hijos, y ni te cuento el calor que hacía
allí abajo, además de que estaba todo oscuro y no podías hacer ruido, estabas
nomás sentada, arrinconada, esperando a que te sacaran, cuando los
revolucionarios tardaban mucho tiempo, las mujeres hacían gordas, las envolvían
en trapos y nos las aventaban por debajo de la lámina y a comer se ha dicho.
Cuando nos metían en el hoyo, para que no nos desesperáramos mi mamá se ponía a
cantar muy bajito igualito que cuando estábamos chiquitos y así nos calmaba un
poco.
-Pero bueno, el caso es que Don
Crisantos echó sus cobijas al hoyo y esa noche se durmió ahí y en la noche
clarito oí a su amigo que le hablaba:
–“Crisantos ¡Santos! ¡Que salgas te
digo!”- y Don Crisantos desde el hoyo le decía:
–“¡No! Yo no quiero ir”- Y su amigo le
decía:
–“Si no es de que quieras, si tú lo
prometiste”.
Y como para variar yo tenía hartas ganas
de ir al baño, que me levanto y me puse mi chal, en eso que me agarra del brazo
mi abuelita y que me dice
– ¿A dónde vas chamaca, que no vez que
Crisantos está hablando solo?
-¡Seguro que por ahí anda su amigo!-
Pues si pues Abue- que le digo- pero yo tengo hartas ganas de hacer pipí y si
mojo la cama mi mamá me va a regañar.
– ¡Pues haga en la nica, chamaca, pero
no salga!- que me dice mi abuelita y si, que hago en la nica, que por cierto
estaba refría. Pero no me quitó la curiosidad de ir a ver al amigo de Don
Crisantos. Cuando entré en la cocina Don Crisantos se estaba asomando por
debajo de la lámina, como queriendo ver dónde estaba su amigo, me acerqué a él
sin que se diera cuenta y que le digo en voz bajita para que no me oyera mi
abuela:
-Don Crisantos- el pobre viejecillo se
puso blanco, volteó despacito y cuando me vio parada a un lado suyo hasta
brincó, no gritó porque no le dio tiempo, pero ganas no le faltaron y que le
digo:
-¿Qué está haciendo Don Crisantos?-
Ando buscando a mi amigo, quiero saber
donde anda- me dijo.
–Ay Don Crisantos pues abra la puerta y
asómese- y mientras lo decía yo ya estaba abriendo la puerta y que me asomo
para buscarlo. Pues me vas a creer que el amigo de don Crisantos ya estaba
recargado en la casa, al lado de la puerta, y que me dice:
– ¿Otra vez vas al baño tan noche?
–No Señor, ya hice en la nica ¿anda
buscando a Don Crisantos?
- Si hija ¿Tu sabes donde lo puedo
encontrar?- que me pregunta y que volteo a ver al viejito que estaba bajo el
fogón y con el dedo me hacia la señas de que no le dijera.
–Pues no sé donde ande don, pero si
quiere le digo que lo está esperando.
–Mejor dile que mañana vengo por él, que
le doy una vuelta a la casa y que si no sale entro por él.
Y en la mañana que me regaña mi
abuelita:
–Bueno chamaca, ¿tú qué haces a deshoras
de la madrugada parada en la puerta? ¿Que no vez que te puede dar una pulmonía?
Para la otra que te encuentre levantada en la noche te voy a zumbar, ¡chamaca
esta!- que me dice.
Todo ese día Don Crisantos no salió de
la casa mas que para ir una sola vez al baño y otra por agua al pozo y cuando
cayó la noche se metió en su hoyo temprano y que le pregunto:
-¿Y no va a esperar a su amigo Don
Crisantos?- en eso que me oye mi abuelita y que le reclama a Don Crisantos:
-¡Crisantos! ¿Qué le has estado diciendo
a la niña? ¡No le hayas contado tus cuentos de borracho Crisantos!- dijo.
-¡No señora! Cómo cree. Ella solita que
se sale en la noche. Mi abuela hizo una mueca como de disgusto y me mandó a
dormir. Cuando estábamos ya todos acostados y bien entrada la madrugada que me
dan las ganas de ir al baño, pero como ya me la habían sentenciado mejor hice
en la nica, es eso que empiezo a escuchar pisadas de caballo que se acercaban y
que despierto a mi abuelita:
– ¡Abuelita, abuelita, se oyen
caballos!- Mi abuelita que se levanta y se asomó por la ventana.
-¡Dios Santo!- que dice -¡Nomás es uno!,
métete a la cama y hazte la dormida, mejor hubieran sido los revoltosos esos,
no vallas a salir de la cama.
Y que nos acostamos y nos tapamos, en
eso que se empiezan a oír los cascos del caballo que le daban la vuelta a la
casa y se paraba en la puerta de la cocina y el caballo golpeaba el suelo con
su pezuña, que hasta parecía que tocaba la puerta y en eso que se oye:
–Crisantos, Santos, sal que es hora de
irnos.
Y que le digo:
–Ay abuelita si no es nada malo, es el
amigo de Don Crisantos que viene por él.
–Y tú ¿Cómo sabes eso chamaca?- me
preguntó.
–Ay abue, pues el señor ese me lo dijo,
que hoy venía por él y que antes le daba una vuelta a la casa y que si Don
Crisantos no salía, entraba por él- Mi abuelita nomas se persignaba mientras le
contaba y que me dice:
–De todos modos chamaca, acuéstese y no
haga ruido.
Desde mi cama, si me hacía bien
pa´rriba, se alcanzaba a ver la cocina, cuando me asomé, el amigo de Don
Crisantos ya estaba adentro con todo y caballo, apenas y cabía, y el caballo
bien que le rascaba en el fogón, como si quisiera quitar la lámina:
-¡Ándale Santos, que es hora de irnos!-
le decía y el viejito desde el hoyo le contestaba:
–Yo no quiero ir, mejor me quedo, no
seas malo, ya déjame descansar tantito, además me canso mucho, ¡Yo me quedo!
– ¡Te quedas mangos!- le decía el amigo
–ora vienes conmigo. Y más tardó en decir eso que en bajarse del caballo y con
solo mover la mano, las piedras y la lámina se movió dejando al descubierto a
Don Crisantos que estaba sentado en el hoyo, en una mano el sombrero y en otra
el jorongo.
–A ver Santos ¿Quién te entiende? Dices
que no quieres ir y ya te cambiaste y hasta agarraste tu sombrero y tu
jorongo.- le dijo el amigo.
–Lo que pasa es que luego no me das
tiempo ni de cambiarme- que le dice el viejito mientras se echaba un buche de
mezcal. El amigo que lo jala y que lo sube al caballo, después se subió él y
salieron de la cocina, ya en el patio el caballo que empieza a cabalgar y hasta
me pareció que echaba chispas por las patas y que se va corriendo por el campo
hasta perderse en la oscuridad.
-¿Y qué pasó con Don Crisantos abue?
-No lo volvimos a ver, algunas gentes
dicen que lo vieron caminando entre las nopaleras, como si alguien lo jalara y
que decía que no quería ir, pero eso sí, no soltaba su botellita de mezcal
pa´nada. Ya después dijo mi abuela que lo encontraron tirado en el cerro a lado
de un hoyo que había rascado con las manos, como si quisiera desenterrar algo,
la cosa es que yo ya no lo volví a ver.
En eso estaban la abuela y el niño
cuando se escuchó la cadena con la que se cerraba el zaguán.
-Mira, ya llegó tu abuelo, ora no le dio
el infarto, tú ya duérmete que es muy noche, que yo voy a ver si quiere cenar o
ya se va a dormir. Ahorita le digo que te venga a dar las buenas noches.
La abuela arropa al nieto, lo persigna,
acerca aún más el Cristo de plata, le da un beso y sale del cuarto. El niño se
duerme.
Autor: Jorge Roberto Rivas Aguilar.
Cuernavaca, Morelos. México.