Vivimos en función de lo viejo. Los
pensamientos y conceptos que ocupan nuestra mente son producto del pasado. Es a
través de ese lente como nos miramos a nosotros mismos y a los demás. La imagen
que tenemos de las cosas que conforman nuestra vida es del ayer y esta imagen
pasa por el prisma del prejuicio. Nuestra mente no es libre, está condicionada
y atrapada en ese pasado al que atribuimos gran valor bajo el nombre de la
“experiencia”. La experiencia es una palabra que la mayoría de las veces, sirve
de excusa para no aproximarnos a la realidad recorriendo senderos nuevos e
inexplorados.
Lo nuevo es absorbido por lo viejo
mediante hábitos, costumbres, tradiciones, creencias autoritarias, opiniones y
puntos de vista. De hecho, criticamos a quien no tiene una opinión formada
sobre determinado aspecto ya que exigimos posiciones definidas, que no son otra
cosa que criterios estrechos en los que pretendemos meter la realidad. De la
misma manera, desconfiamos de quien no le otorga el mismo valor que nosotros a
la tradición, a lo convencional y a lo conocido. Admiramos y seguimos la
autoridad de quien oferta opiniones firmes, sólidas, acabadas y completas que
además, orgullosamente decimos no pueden ser refutadas.
Estos criterios que no admiten
cuestionamientos ejercen un efecto narcótico sobre nuestras mentes embotadas y
sumisas que se asustan ante la simple mención del cambio. Vamos siempre en pos
del dogma que es en esencia, la validación de lo viejo para el ejercicio del
control social. Ante los nuevos retos del vivir cotidiano respondemos con lo
viejo. Frente a toda esa intensa novedad que implica el vivir con plenitud
reaccionamos con esquemas anquilosados a los que damos un gran valor debido a
que los afirma alguien con autoridad añeja. Creemos que vejez y sabiduría son
la misma cosa. Nos amparamos en lo viejo y pensamos que tendremos moralidad y
autoridad si somos fieles al pasado y a las “buenas costumbres”. Ese culto a
los antepasados y la tendencia a reproducir ritualísticamente lo viejo, esconde
el temor a la revolución interior que, al hacernos creativos puede liberarnos.
Las cadenas de lo viejo
La realidad exige espíritus creativos,
que más que abiertos al cambio sean parte de él; espíritus dispuestos a romper
con todo convencionalismo, apego, atadura, ideología, punto de referencia o
guía. Pero si nuestra mente se encuentra atrapada por lo viejo ¿Cómo podría un
espíritu rebelde romper las cadenas que lo sujetan al poste del conocimiento
formal, tan valorado y enaltecido por el convencionalismo? ¿Cómo dejar atrás lo
viejo y emprender jubilosos el camino de la liberación? ¿Qué necesitamos para
acabar con toda esa mediocridad revestida con la dorada mentira de la
“sabiduría”?
Si resumimos, el problema de fondo es
cómo liberar nuestros pensamientos de lo viejo, para que en lugar de
contentarse con lo conocido, se convierta en un proceso de búsqueda incesante e
interminable, en donde no hay principio, final, ni tampoco metas. Si nos
proponemos un objetivo determinado nos esclavizamos otra vez a lo viejo que se
presenta como modelos, ideales fines y propósitos. Nuestra vida cotidiana está
plagada de toda esta sujeción y permanencia a lo viejo al través de lo que
siempre establecemos una comparación. Veamos el siguiente ejemplo: cuando
escuchamos una bella melodía, miramos una flor o presenciamos un amanecer ¿Qué
es lo que habitualmente hacemos, somos acaso capaces de admirar toda esa
belleza y nada más? Lo común es que de inmediato pongamos a trabajar nuestra
memoria y recordemos cuando éramos pequeños y lo hacíamos en compañía de
nuestros padres ya fallecidos. O tal vez, pensamos en alguien que no está con
nosotros y en el lugar en donde fuimos felices alguna vez .En otras palabras,
no disfrutamos a plenitud lo nuevo y creativo que hay en ese momento de
contemplación sino que a cambio de ello, comparamos y extrañamos lo viejo, lo
que ya no es, lo que ya no está, lo irreal.
El peso de la “experiencia”
Vivimos en la fantasía de la continuidad
pues creemos que nuestras vidas vienen de “atrás” y van hacia “adelante”, como
si estuviésemos caminando en línea recta hacia una meta o final. En todo ese
proceso ilusorio el peso de lo viejo, es decir, de la experiencia, es grande e
imaginamos que así como fuimos, somos actualmente y continuaremos siendo tal
vez con alguno que otro “maquillaje de cambio”. Esta manera lineal de imaginar
el tiempo le concede a lo ya acontecido una fuerza muy grande. Desde la
perspectiva de lo ya experimentado calificamos nuestra vida y la de los demás.
Por eso decimos que de acuerdo con nuestra experiencia tal cosa no va a
funcionar, o bien, que determinada persona nunca cambiará sabemos perfectamente
como es. Dicho de otra manera, contamos con antecedentes que nos permiten
predecir un comportamiento como proponen algunas escuelas de psicología. Sin
embargo, este tipo de predicciones psicológicas están cargadas de prejuicios y
son a menudo utilizadas para el control social.
¿Por qué lloramos?
Al comprender eso que llamamos
arbitrariamente “el pasado”, nos hacemos capaces de dejar ahí esos
pensamientos, de tal manera que al venir hacia nosotros los inevitables
recuerdos podemos sencillamente observarlos y dejarlos pasar. Pero si no hemos
comprendido profundamente nuestras vivencias previas, seguiremos atados a ellas
en forma irremediable y a menudo dolorosa. Pongamos como ejemplo la muerte de
un ser querido: como parte del sufrimiento que ocasiona, tenderemos a pensar
insistentemente en él, en mirar sus pertenencias , su habitación , sus retratos,
en fin , todo aquello que nos lo recuerde . Todas las experiencias (vivencias)
que tuvimos con él vendrán a nosotros bajo la forma de recuerdo una y otra vez
¿Qué es lo que podemos hacer ante esto? Si no comprendemos profundamente la
relación con la persona muerta, particularmente nuestro apego, difícilmente
captaremos que en realidad no lloramos por él sino por nosotros mismos y que en
todo nuestro dolor hay autocompasión.
Si logramos comprender este mecanismo
mental, eso no significa que jamás volveremos a pensar en nuestro ser querido,
ya lo que en realidad hicimos es una ruptura psicológica con el pasado, con la
continuidad y, ahora, miraremos la situación desde una perspectiva distinta. No
se trata de cómo lograr alguna forma de amnesia que alivie nuestro dolor, sino
de comprender que lo ya vivido es lo viejo que habita en nosotros
obstaculizando el camino de la transformación.
La revolución interior
A partir del conocimiento de lo viejo se
ejerce un poder muy grande, pues quien se apropie del pasado y administre la
historia oficial del por qué vivimos, de dónde venimos, por qué morimos y sobre
todo, a dónde iremos después de la muerte, ejercerá el control social. Quien se
adueñe de la memoria colectiva dosificará el nacimiento del pensamiento nuevo,
e intensificará los valores convencionales. El control oficial va por ese
camino: la saturación de todas las estructuras de nuestra sociedad con la
memoria, el recuerdo y el culto a la historia, que la mayoría de las veces, es
la versión académica del poder para ser validado en el ejercicio del control
social. Sin la comprensión de todas estas estrategias basadas en el culto de lo
viejo no puede haber creación y a lo más que podemos aspirar es a imitar.
Muchas de las cosas que son presentadas
como “innovación” (la nueva teoría científica, el nuevo Mesías, la religión
verdadera, la nueva era y la auténtica revolución) son a menudo continuidades
disfrazadas de cambio. No tocan la esencia de las cosas, son antigüedades que
llegan a nosotros bajo la oferta de lo “nuevo”. De la misma manera, los
movimientos inspirados en la “renovación”, parecen pasar por alto que re-
novarse, significa hacer de nuevo las cosas y en eso, más que transformación,
es repetición.
El espíritu inconforme y rebelde tiene
frente a sí el desafío de la creación, que en principio de cuentas es cortar de
tajo con lo viejo y con todas sus manifestaciones: teorías, ideologías,
creencias, religiones autoritarias, templos del “saber” revestidos con la
ignorancia del dogma, apegos a cosas, personas, y las necesidades creadas por
querer Tener en lugar de Ser. Un espíritu rebelde no tiene otra opción que la
revolución interior que es un profundo y drástico cambio en la manera de
mirarnos a nosotros mismos y a los demás. A partir de esa nueva percepción
podría dar inicio al proceso de transformación que nos libere de lo viejo que
habita en nosotros. Lo nuevo es creación y, crear, es romper continuidades y
prejuicios para liberarnos del recuerdo y de la repetición que son las raíces
del sufrimiento. Precisamente sufrimos por nuestras ataduras al recuerdo.
El reencuentro con la realidad
Con todas esas cargas del pasado sobre
nuestras vidas no vivimos en la realidad. Nuestras mentes tejen a diario
innumerables fantasías tendientes a mitigar las constantes frustraciones en las
que se estrellan nuestro Ego: para ser “alguien” debo tener fama, dinero,
poder, pertenecer a algún club para gente exclusiva e importante, acumular
diplomas y méritos académicos para ser considerado inteligente, etcétera. No queremos
vivir en la realidad porque eso equivaldría, entre otras cosas, a poner punto
final aquí y ahora, a tanta irrealidad que cumple la función de mitigar la
ansiedad que genera la idea del compromiso con nosotros mismos y hacia los
demás. Compromiso que, más que una declaración política o demagógica, puede ser
el principio de nuestra revolución interior. En lugar de eso preferimos
continuar echándole la culpa al pasado, a nosotros mismos o hacia las personas
que identificamos como las causantes de nuestras desgracias. Culpar nuestro
pasado, es sembrar la semilla del arrepentimiento que es utilizado por el Poder
para ejercer un eficaz control social.
De la misma manera, preferimos continuar
soñando con un futuro, que por ser tan sólo la proyección de nuestras
ilusiones, jamás se hará realidad. Por ello no es casual que nuestros “buenos
propósitos” y nuestras ideas de cambio sean siempre para mañana y nunca para
aquí y ahora .El reencuentro con la realidad es acabar de tajo aquí y ahora con
todas estas fantasías que nos hunden en el mundo de la mediocridad. Este
reencuentro es un trabajo permanente que presupone estar despiertos y atentos
ante las trampas de nuestro Ego que utilizando nuestra mente, nos fragmenta y
confunde al actualizar, revitalizar y reforzar el pasado. Reencontrarse con la
realidad es abandonar de golpe lo conocido; reencontrarse es atreverse a
explorar lo desconocido que hay en nosotros y en el mundo que nos rodea, sin
las creencias que a modo de muletas nos dan seguridad. Sin embargo, estas
mismas muletas nos impiden correr y saltar gozosos ante los descubrimientos de
una realidad negada por el dogma.
Los apegos
El Espíritu Creativo se despoja de
apegos a cosas, personas y creencias, dando inicio al reencuentro con su
esencia perdida para transformarla. Este tipo de Espíritu es en esencia un
revolucionario con la incansable determinación de despertar del profundo
letargo en que nos han sumido el poder al través de las diferentes ideologías y
religiones autoritarias. El Espíritu Creativo más que un ideal romántico o
estado al que algún día podremos llegar si seguimos tal o cual sistema, nace en
el momento mismo en que mueren las irrealidades que hemos confundido con la
felicidad .El Espíritu Rebelde no sigue a nadie ni a nada, no conoce apegos .Se
construye así mismo a diario, a cada momento, con intensa creatividad, sin las
trampas del tiempo con sus culpas del pasado y los miedos del futuro. La
Creación se convierte en un desafío para quien, debido a su inconformidad y
rebeldía, vence el miedo a emprender ahora la transformación de sí mismo y de
lo que lo rodea.
(Disponible en Internet
http://baquedano2.tripod.com)
Autor: Dr. Gaspar Baquedano
López. Mérida, Yucatán, México.