CON ALEGRÍA Y BUENA MAR

 

Por: Saúl Orea Mateo.

 

Fue porque Belén, estando reunidos algunos de la familia, propuso la idea de hacer una excursión a la cercana isla de Tabarca, también llamada por los nativos

en su lengua valenciana Illa Plana. Mas que una isla, se trata de un pequeño archipiélago formado por la isla y tres islotes tan próximos entre sí, que

a favor de la bajamar se puede pasar de uno a otro, si no a pie enjuto, como dicen que los judíos atravesaron el Mar Rojo en la memorable marcha capitaneada

por Moisés, al menos con cuerpo enjuto, siempre que no se resbale en las pulidas rocas que constituyen el paso natural, más de uno lo supo a costa de sus

pantalones, pero eso se narrará a su debido tiempo.

 

Con algazara se reunió la tropa compuesta de veinticuatro efectivos más el biznieto que tuvo en ésa la ocasión de ver y cruzar la mar. La isla dista unas

tres millas de la bahía de Santa Pola y frente al cabo del mismo nombre. Yendo desde Alicante, la pequeña singladura es notablemente más larga y movida

que si se parte de Santa Pola desde donde solo se tarda una media hora: ni que decir tiene, que teniendo yo no poco miedo al mareo, elegimos esta ruta

más sencilla; pero además, el otoño alicantino nos regaló uno de sus maravillosos domingos en los que, más por adorno que por otra causa, alguna nubecilla

sirve de contraste al sol radiante del Mediterráneo.

 

La mar era serena, con una apacibilidad, que, incluso el pequeñín de la familia se empeñó en andar por la cubierta, pese a no contar más que con un año

y un día de vida en la tierra.

 

Conste que lo de un año y un día, no era una condena judicial, sino la cuenta exacta de su edad, pues había cumplido su primer añito el día anterior a la

excursión.

 

Aquí debo consignar que la isla y su entorno marinero es zona protegida, lo que se traduce en limpidez de sus aguas y en la rica fauna que vive en sus aguas.

Cuando estábamos a punto de abordar la isla, el catamarán en que viajábamos hizo una parada invitándose por megafonía a los señores viajeros para bajar

a la parte inferior de la nave, a fin de contemplar a través de su suelo de cristal transparente la abundante fauna que pulula por las inmediaciones.

 

Abordamos la isla y, puesto que no era cosa de contravenir las ordenanzas que prohiben la pesca, decidimos que era preferible pescar los extraordinarios

mejillones al vapor, sentados ante las mesas de los chiringuitos que estaban abiertos a pesar de no estar en verano que, naturalmente es la época en que

la isla recibe mayor número de visitantes.

 

Mientras degustamos las ricas variedades de tapas todas ellas salidas del mar, conviene dejar constancia de algunos datos referidos a la isla: Tiene una

longitud de 1800 metros y una anchura máxima de unos cuatrocientos.

 

Hasta el siglo XVIII era refugio de piratas hasta que el rey nuestro señor don Carlos el III, naturalmente, por medio de las tropas del reino se la arrebató

a los piratas; mandó don Carlos que se portificara la plaza y de aquellas murallas se conservan restos.

 

Nos desplegamos por la isla y no faltaron los arriesgados que se decidieron a tomar el baño, del que salían haciéndose lenguas de la transparencia de las

aguas, pero también los hubo que, tratando de pasar al islote más próximo, resbalaron en las rocas y hubo de secar los pantalones del modo que mejor pudo.

 

A la hora convenida nos reunimos en el restaurante la Almadrava donde se nos sirvió el más exquisito caldero Tabarquí. Se trata de una preparación del arroz

que ha hervido en un caldo de pescado. Se presenta primero el pescado hervido y sazonado al gusto con alioli, salsa semejante a la mayonesa y cuyo nombre

en castellano se diría ajo aceite que son los componentes que entran en su preparación. Es muy curioso ver la elaboración del alioli: en un mortero de

piedra, se pone un huevo y los ajos picados finamente. Después se va agregando aceite muy poco a poco y con la mano del mortero se van dando vueltas hasta

que la salsa se ha espesado hasta el punto de que si se pone el mortero boca abajo, el alioli no se cae. Con esta salsa picante y sabrosísima, se sazona

el pescado y el arroz que, como dejo dicho, se sirven separadamente. Puedo asegurar que es el mejor caldero que he comido y, es de notar, que no son pocos

los que he penitenciado.

 

Después de la comida que empezó a las catorce horas y nos despedimos del personal casi a las diez y siete, que era la hora establecida para el regreso.

La muchachada cantó y gastó toda clase de bromas ingenuas y llenas del cariño que reina entre todos los miembros de la familia y que aun siendo extensa,

todavía le queda espacio para acoger a algún amigo o amiga de los nietos.

 

El ambiente del regreso fue feliz hasta el extremo de que Mariasun, la segunda de nuestras hijas, nos decía al día siguiente que había sido un día mágico.

Será, desde luego, un día inolvidable por lo felices que sentimos a todos nuestros hijos.

 

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