COMO SIEMPRE.

 

Como siempre, me había acostado a las diez de la noche porque el despertador sonaba a las cinco de la mañana y había que ir a trabajar, pero al poco tiempo

de quedarme dormido soñé que me despertaba Ahí, en mi misma cama, cinco minutos antes de que sonara el despertador.

 

Yo "sabía" que estaba soñando, pero era todo tan real... podía escuchar vívidamente como roncaba Esther a mi lado, sentir su agrio olor a transpiración,

incluso sentía esas náuseas que me provoca al despertarme el olor a humedad de nuestra habitación.

 

Me vi a mí mismo levantarme despacio y apagar el despertador antes de que sonara para no despertar a Esther, aunque sabía que no se despertaría y que, si

lo hacía, se haría la dormida para no tener que prepararme el desayuno.

 

Me vi a mí mismo, parado, en la cocina, bebiendo mi café de cada mañana. Era el mejor momento del día, podía disfrutar su aroma, su sabor, y tomarme todo

el tiempo que quisiera, total, era un sueño. Al salir a la calle, una ráfaga de viento fresco me golpeó la cara y tuve que hacer un esfuerzo de concentración

para no despertarme porque aquello era tan real que quería seguir disfrutándolo a pleno.

 

Esta vez, dentro del colectivo que día tras día me llevaba a la oficina, volví a encontrarme con las mismas caras adormiladas y aburridas, que día tras

día consiguen hacerme sentir adormilado y aburrido. Pero ahora, yo fingía. Como fingía, también, que me molestaban sus pisotones y codazos, sus empujones

y el olor rancio de cuerpos mal aseados. Esta vez, más que molestarme, me causaban gracia, ¡eran tan reales! Pero disimulaba, yo debía representar bien

mi papel.

 

Todo era tan parecido a la realidad que me deslumbraba, como si lo viera todo por primera vez, resultaba exquisito. Me esforcé en relajarme para que mi

imaginación no se desbordara y lo echara todo a perder inventando un día imposible, por eso al entrar a la oficina casi rogué que Rosita no contestara

mi saludo como hacía siempre y que, al pasar por entre la fila de escritorios sonaran las mismas risitas burlonas que suelen flanquearme el camino hasta

mi mesa de trabajo. Antes de sentarme busqué con el rabillo del ojo la habitual chinche que suelen colocar en mi asiento. Ahí estaba, yo me sentaría y

me pincharía y ellos se burlarían, era un clásico y no podía defraudarlos, esta vez no.

 

Todo salía a la perfección. Me puse a trabajar frenéticamente como suelo hacerlo pero cuando miré la hora me puse un poco nervioso y casi pierdo la concentración,

eran las tres y cuarto y aún no había entrado Martina, pero, como si la hubiera llamado con el pensamiento, y así debía ser ya que se trataba de un sueño,

se abrió la puerta y entró. Tomó la banqueta y la acercó al lado mío regalándome su encantadora y tramposa sonrisa de siempre, luego se subió a la banqueta

y se puso a guardar las carpetas en la parte superior del archivo ofreciéndome el maravilloso espectáculo de esas piernas que tanto me gustaban y que yo

debía fingir no ver, como hacía siempre. ¡Que ganas de estirar el brazo y apoderarme de esas pantorrillas, de esos muslos!, pero la incongruencia solo

disiparía el sueño y volvería a encontrarme en la cama junto a Esther y sus ronquidos.

 

Quince minutos antes de las veinte tuve que reprimir la sonrisa cuando se abrió la puerta del jefe y éste me llamó con un gesto de la cabeza. Lo estaba

esperando y fue puntual.

 

--"¡Pero en que piensa Carmody! ¡El balance de Eureka S.A. tenía que estar para ayer, me entiende! ¡Para ayer! Y el señor no lo terminó porque dice que

tiene mucho trabajo Si sigue así, Carmody, no va a tener ningún trabajo, me entiende, ¡ningún trabajo! ¡Usted sabe que no lo despedí todavía por el afecto

que tenía por su padre, pero no se abuse Carmody, no se abuse!"

 

Ahí sí, estuve a punto de darle la trompada que se venía mereciendo desde hacía años, pero ¿Qué ganaría? Si era solo un sueño.

 

Al salir de la oficina, como de costumbre, Martina me estaba esperando, volvió a preguntarme si la acompañaba a su casa y yo volví a contestarle que quizás

mañana, que hoy no podía, que estaba apurado. Pero no me costó mucho negarme, ya estaba acostumbrado. Hasta en sueños se burlaba de mí.

 

Todo se mantuvo igual en la pizzería en donde acostumbraba cenar, pero al abrir la puerta de casa y entrar al living sentí que la concentración me abandonaría

en cualquier momento. Tendida sobre el sofá Esther me esperaba con un whisky en la mano, ofreciéndomelo con aquella hermosa sonrisa de labios pintados

que a mí me enloquecía y que hacía años no me dedicaba. Tenía puesto un camisón transparente, o casi, muy cortito que le cubría solo hasta unos centímetros

por debajo de la bombacha.

 

A veces me preguntaba ¿por qué? Pero todavía la amaba. Hacía ya tanto tiempo que me había resignado a no esperar este recibimiento que quedé aturdido, verdaderamente

aturdido.

 

--Pero, ¿qué pasó, no fuiste a trabajar? –le pregunté. Ella trabajaba hasta la madrugada en un restaurante como cocinera.

 

--Esta noche falté, quería estar con vos, como antes, ¿te acordás?

 

--Si, cla... claro. Que bue... ¡Que bueno! En... enseguida vuelvo. –Le dije y me fui al dormitorio.

 

Más que sacarme, me arranqué la ropa, fui al baño y me pegué una ducha rápida y vigorizante, me perfumé cantando como cuando éramos recién casados, y volví

al dormitorio para ponerme el pijama nuevo, pero ella seguía en el living. ¿Estaría en el living? Pero... ¿cómo iba a estar en el living? Si ella nunca...

"¡Que tontería!" –me dije, y me acosté en la cama. Ya eran las diez de la noche, el despertador sonaría a las cinco de la mañana y había que ir a trabajar.

 

Omar González.

Buenos Aires, Argentina.

ogonzalez@tiflolibros.com.ar

 

 

 

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