CLAUDIA CARDINALE: LA SEDUCCIÓN CON
CLASE
Claudia Cardinale es una diva europea, no
una estrella hollywoodense. Su culto vive en los ojos de cinéfilos de cierta
edad, conocedores, fans de presencias terrenales en pantalla; para Mi lente,
confieso, evoca las más encendidas y románticas pasiones de juventud.
Su nombre verdadero, Claude Josephine
Rose Cardin, solo indica que era hija de padre francés y madre italiana, nacida
en Túnez el 15 de abril de 1938.
Culto imposible para cinéfilos modernos,
especializados en la composta fílmica del cine-basura e indiferente para
consumidores de estrellitas hollywoodenses etéreas, cuya vida en pantalla
oscila entre 3 y 5 años para luego caer en el olvido.
Luego de ganar un concurso de belleza en
1957 debutó en el cine a los 20 en Goha (Jacques Baratier, 1958). Desde
entonces mostró que no le interesaba Hollywood aunque realizó algunas películas
en la llamada Meca del Cine. “No me gustaba ni me gusta el star system. Soy una
persona normal. Me gusta vivir en Europa. Es decir, he ido a Hollywood varias
veces pero nunca quise firmar un contrato esclavizante, de esos que te atan 15
o 20 años con una productora”.
La Cardinale llevó a la pantalla una
sensualidad terrenal creíble: es una mujer que podemos encontrar a la vuelta de
la esquina, admirar su belleza, que nos sonríe para iluminarnos el día, cuyo
erotismo podríamos compartir en la realidad. Esa aura sensual al alcance de la
mano la convirtió de inmediato en uno de los iconos del cine europeo de arte.
Gracias a la protección del productor
Franco Cristaldi destacó primero en Italia en películas como “I soliti ignoti”
(Mario Monicelli, 1958), “Los delfines” (Maselli, 1960), El bello Antonio
(Bolognini, 1960, con Mastroianni), “Rocco y sus hermanos” y “Vagas estrellas
de la osa menor” (Visconti, 1960 y 1965) y “Jesús de Nazareth” (la mujer
adúltera, de Franco Zeffirelli, 1977). Entre las cintas más famosas en las que
ha participado están “8½” (Fellini, 1963), “El gatopardo” (Visconti, 1963),
“Érase una vez en el oeste” (Sergio Leone, 1968) y “Fitzcarraldo” (Herzog,
1981).
Trabajar con Fellini y Visconti la
pulieron. “…Fellini era un mago. Me encantaba trabajar con Federico porque me
veía como si fuera la chica soñada del filme y lo era, basta ver la cinta. ¡Y
todo era improvisado! Visconti era todo lo contrario. Me decía ‘cuando llegues
a algún sitio, al entrar camina como un leopardo, no eres cualquier mujer’.
Ensayábamos todo el tiempo: ‘Claudia, tienes que separar tus ojos de tu boca.
Los ojos deben mostrar lo opuesto a lo que dices’. Creo que vio mi capacidad de
convertirme en la mujer que supone que soy en la película, y Lucino me
explicaba este tipo de transformación frente a la cámara. Pero para
transformarte así tienes que ser muy fuerte o pierdes tu identidad si no sabes
quién eres. Era un director de actores maravilloso, un intelectual increíble
con quien podías platicar de todos los temas. Gracias a él he vivido miles de
vidas, no sólo la mía”.
Fue el símbolo de la mujer para Sergio Leone en “Érase una vez en
el Oeste”. De quien comenta “…En Italia no consideraban a Sergio como un buen
director pero lo inventó todo: los detalles de los ojos, las manos.
¡Fantástico! Tenía la música de Ennio (Morricone) ya preparada antes de rodar y
previo a cada escena mía tocaba el tema de Jill. Era fantástico porque me
convertía inmediatamente en el personaje. Me convertía en Jill, sus emociones,
todo después de la música. Sergio era magnífico y me sentí una diosa en su
set”.
En Fitzcarraldo se enfrentó a la
aventura de filmar con Herzog. “…Werner es un genio que raya en la locura.
Filmar fue toda una aventura y nunca me aburrí con él. Cada día no sabíamos si
llegaríamos vivos a la locación. Me encanta el peligro y fue increíble. Como
Werner y Klaus peleaban todo el tiempo, me tocó oír cuando los indígenas
(aguarunas) le propusieron a Werner ‘si quieres, lo matamos’ y era en serio.
Fue toda una experiencia”.
Cardinale nunca hizo un intento real de
entrar en el mercado estadounidense ya que no estaba interesada en dejar Europa
por un periodo extenso de tiempo. Sus películas de Hollywood incluyen “El
espectáculo más grande del mundo” (1964), “La Pantera Rosa” (1964) Blindfold
(1965) y The Hell With Heroes (1968).
Ha aparecido en más películas buenas de
Europa, de las consideradas Cine de arte, que la mayoría de sus contemporáneas.
Su actuación en la película “Sandra” de Visconti está considerada como
hipnotizante, haciendo el papel de una superviviente del Holocausto con una
relación incestuosa con su hermano. En la película “La Storia” (basada en la
novela de Elsa Morante, 1985) de Luigi Comencini, Cardinale interpreta una
viuda que cría a un hijo durante la Segunda Guerra Mundial y fue otra actuación
perfecta de la Cardinale. Otras actuaciones de Cardinale que están consideradas
importantes incluyen la película “La chica de la maleta” de Valerio Zurlini y
“Libertad, amor mío” de Mauro Bolognini.
Se ha casado sólo una vez (con Franco
Cristaldi) pero ha estado viviendo con el director de cine Pasquale Squitieri
desde 1975, y tiene dos hijos. Su hijo mayor, Patrick, nació fruto de una
violación que sufrió Cardinale cuando tenía sólo 17 años y todavía vivía en
Túnez; Cristaldi lo adoptó posteriormente. Tiene una hija (también llamada
Claudia) con Squitieri.
Claudia Cardinale es una mujer liberal con
convicciones políticas fuertes. Está involucrada en temas a favor de la mujer y
del colectivo gay. También está involucrada en muchas causas humanitarias.
Actualmente París es su hogar.
Claudia Cardinale escribió una
autobiografía, “Moi Claudia, Toi Claudia”. En 2005, también publicó un libro en
francés, Mes Etoiles (de donde se toman las citas de este artículo) sobre sus
relaciones personales y profesionales con muchos de sus directores y compañeros
de reparto durante sus cerca de 50 años en el mundo del espectáculo.
Hoy embajadora de la UNESCO para la
defensa de los derechos de las mujeres, Claudia Cardinale ha plasmado su
presencia radiante en el cine. Sus ojos cafés hipnotizantes, mirada sexy y voz
no hubieran capturado a los espectadores sin su disciplina actoral y elegancia
europea. Hoy su seducción con clase todavía nos cautiva en el mundo maravilloso
de sombras y luces que es el cine.
Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún,
Quintana Roo. México.