MEXICANOS AL GRITO DE GUERRA.

 

POR: JORGE PULIDO.

 

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Tras la proclamación de la Independencia de nuestro país, el 27 de septiembre de 1821, y una vez ya establecido el gobierno republicano, por espacio de tres décadas se buscó infructuosamente un canto patriótico que representara los valores y los ideales libertarios de la nación mexicana.

 

Fue en las postrimerías del régimen espurio del General Antonio López de Santa  Ana, el 12 de noviembre de 1853, cuando el Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, encabezado por Joaquín Velásquez de León, convocó a un concurso para la creación de la letra y la música del Himno Nacional Mexicano. La convocatoria, publicada en el Diario Oficial, fue firmada por Miguel Lerdo de Tejada, Oficial Mayor de dicho Ministerio. El plazo para inscribir los trabajos era de tan sólo veinte días. En la convocatoria se hablaba del otorgamiento de un premio a los ganadores, respectivamente, sin especificar en qué consistía.

 

Uno de los participantes inscritos fue el potosino Francisco González Bocanegra, nacido el 8 de enero de 1824, hijo del peninsular José María González Yáñez, originario de Cádiz, y la zacatecana María Francisca Bocanegra y Villalpando. En principio un grupo de amigos suyos lo animaron a inscribirse, secundados por su novia, Guadalupe González del Pino y Villalpando, a la vez su prima. Sin embargo, y muy a pesar de sus bien conocidas dotes poéticas, Pancho se resistía a participar en dicho certamen argumentando que, en aquellos días, el México independiente contaba con inspirados bardos de mayor capacidad literaria que la suya, “una cosa era escribir versos para la mujer amada y otra muy distinta tener la inspiración para escribir un himno a la patria”.

 

 

AMOROSO ENCIERRO.

 

De acuerdo con el  relato escrito por Cristián Caballero, prominente músico y escritor mexicano, padre del locutor y actor radiofónico Claudio Lenk,   este último Tataranieto de Francisco González Bocanegra, esto fue lo que sucedió esa tarde de diciembre en la casa de “Pilli” (mote cariñoso de su prometida), ubicada en la calle de Santa Clara número 6, hoy Tacuba:

 

“Apenas nos levantamos de la mesa, con el pretexto de que quería enseñarme un libro que me iba a interesar, me llevó a un despachito que ocupaba la última pieza de la casa y que no tenía más puerta que la de entrada, que no bien había yo franqueado tras ella cuando Pilli la volvió a cruzar y cerrándola bonitamente con llave, sólo me permitió oír su voz regocijada allá afuera, diciéndome que no me volvería a abrir hasta que escribiera yo un himno para el concurso.                 - Cuando lo escribas, y me pases las hojas por debajo de la puerta, te abriré.  Antes, no.

 

“Y entonces comenzó a perfilarse en mi mente la imagen de mi padre, su fidelidad tanto al suelo nativo como al suelo adoptivo; mi infancia en Cádiz, cuando contemplé a la madre patria desgarrada por revoluciones...  Volví a vivir todas las trágicas circunstancias recientes de nuestra historia incipiente:  las luchas de partidos que nos desgarraron desde los primeros días de nuestra independencia, las traiciones de los hombres que empleaban para enriquecimiento personal los recursos que habían sido puestos en sus manos para defender a la patria;  vi nuestros ejércitos, improvisados pero heroicos, haciendo frente al invasor cien veces más poderoso.  Vi a Su Alteza Serenísima hipotecando sus fincas y gastando hasta el último centavo de su patrimonio personal para organizar y equipar un ejército improvisado;  vi a nuestro gran diplomático, don Bernardo Couto, logrando que el invasor victorioso se detuviera en el Río Bravo del Norte, cuando ellos se proponían anexarse territorios que llegaran hasta más acá de Querétaro...  Y también recordé, con indignación, que todavía existían quienes preparaban la entrega de la patria al vecino poderoso e insolente, que los había comprado con dádivas o con promesas...

 

Y mi pluma, febril, casi inconscientemente, trazó los primeros versos de mi composición:

                   Mexicanos, al grito de guerra

                   el acero aprestad y el bridón,

                   y retiemble en sus centros la tierra,

                   al sonoro rugir del cañón.

 

“Pero no podía ser el ideal de México vivir en guerra; no, la paz, la bendita paz era la única que podía darnos verdadera patria y progreso;  la paz, que estaremos siempre decididos a conquistar, aún si para ello es necesario hacer la guerra, como condición tan indispensable como horrible.

 

                   “Ciña, ¡oh Patria!, tus sienes de oliva

                   de la paz, el arcángel divino...

                  

“Y, despertada la inspiración, fluyeron los versos casi sin corrección casi sin dudas...:   Era preciso repudiar, terminantemente, ese divisionismo que nos desgarraba; había que decir muy alto que sólo la unión es garantía de supervivencia y de futuro...  pero la perpetuación de la patria no es sólo obra de los hombres, en el campo de batalla:   también ellas son prendas de eternidad, y su amor motivará a los bravos con tanta fuerza como la gloria:

                   ...que el amor de las hijas y esposas

                   también sabe a los bravos premiar...

 

“Y escribí, escribí como en trance;  mi pluma volaba sobre el papel, y sólo cuando la oscuridad creciente de aquel crepúsculo decembrino me envolvió, me di cuenta de que hacía cuatro horas que estaba yo escribiendo.  Pasé en limpio mi composición, y estaba yo releyéndola cuando los ligeros pasos de Pilli rozaron el piso del pasillo.

 

                   ¿Ya acabas, Pancho?

Ya acabé, dije, y empujé por debajo de la puerta las hojas, aún húmedas de tinta.  Pilli abrió la puerta.  Con el papel en la mano, sin haberlo leído, me miró largamente...

-         Vas a triunfar, Pancho.  Lo sé”.

 

 

Cuatro horas duró el encierro. Cuatro horas que fueron más que suficientes para trazar las diez estrofas de la pieza literaria, que al día siguiente fue remitida al concurso.

 

Una vez repasadas las diez estrofas del Himno Patrio en presencia de Pilli y de un grupo de amigos que aplaudieron conmovidos la pieza poética, de pronto se le ocurrió una estrofa más:

 

                   De soldados la turba violenta

                   no profane los patrios hogares,

                   que no vengan con torpes cantares

                   de la virgen la paz a turbar,

                   Que no humillen ante ellos vencidos

                   nuestros padres las frentes rugosas;

                   muertas hallen las hijas y esposas

                   los que piensan su honor mancillar.

                  

Sin embargo, la nueva estrofa fue censurada de inmediato por la mamá de Pilli, debido al tono despectivo con que se refería a los soldados, lo cual resultaba un tanto temerario en esos días ante el predominio militar del gobierno en turno. González Bocanegra estuvo de acuerdo con dicho comentario y omitió la estrofa. A poco, uno de los presentes advirtió que en la composición no se aludía a su Alteza Serenísima, y sí, en cambio, se glorificaba el triunfo del Ejército Trigarante. Nuevamente, el poeta tomó la pluma y escribió los siguientes versos:

 

                   Del guerrero inmortal de Zempoala

                   te defiende la espada terrible,

                   y sostiene su brazo invencible

                   tu sagrado pendón tricolor.

                   Él será del feliz mexicano

                   en la paz y en la guerra el caudillo,

                   porque él supo sus armas de brillo

                   circundar en los campos de honor.

 

El 3 de febrero de 1854 el jurado, integrado por don José Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, determinaron que el ganador del concurso, en el que contendieron 25 escritores más,  era: Francisco González Bocanegra. 

 

Al día siguiente, el poeta Vicente Segura Argüelles, cercano amigo de González Bocanegra, procedió a imprimir el nuevo Himno Nacional, edición que de inmediato fue distribuida a todo el público en ese mismo mes. Los talleres gráficos donde se imprimió por primera vez la letra del canto patriótico estaban localizados en la calle de La Cadena número 10.

 

 

FUNESTA PERSECUCIÓN.

 

Pocas semanas después, los integrantes del jurado: Tomás León, Agustín Balderas y Antonio Gómez,  avocados a la calificación de la composición musical del Himno Nacional, dieron a conocer su fallo a favor del músico español Jaime Nunó Roca, brillante ejecutante de instrumentos de viento, recién llegado a nuestro país procedente de Cuba.

 

Por aquellos días, el músico catalán Jaime Nunó, nacido el 8 de septiembre de 1824, en Sant Joan de les Abadesas, provincia de Gerona, compartía una modesta vivienda en la calle de Zulueta número 4, con su paisano, el afamado guitarrista Narciso Basols quien, por cierto, le ayudó a pasar en limpio las partituras del Himno y las llevó personalmente hasta el Ministerio de Guerra para inscribirlas en el referido  concurso.

 

El estreno oficial del Himno Nacional se llevó a cabo, con la presencia del Presidente Antonio López de Santa Ana,  el 16 de septiembre de 1854, en el teatro de Santa Anna, que con el devenir de los años se llamó: “Teatro Nacional”,  bajo la batuta de Nunó, estando las estrofas a cargo de la soprano Balbina Steffenone y del tenor Lorenzo Salvi. Ese día el público cantó reverentemente  de pie y con lágrimas en los ojos, el Himno Nacional Mexicano.

 

El premio anunciado en la convocatoria del concurso nunca llegó en efectivo para ninguno de los dos laureados. Sin embargo,  Jaime Nunó fue nombrado por el Presidente Antonio López de Santa Ana como Director de las Bandas Militares, y por su cuenta ganó un poco de dinero por  la venta de las partituras instrumentadas que él mandó imprimir. Mientras que  Francisco González Bocanegra  fue incluido en el gabinete presidencial como Administrador de Caminos, cuyo sueldo le permitió vivir sin apuros económicos, a su esposa, sus tres hijas y a él, hasta el final de la undécima reelección de Santa Ana.

 

 La producción literaria de francisco González Bocanegra fue por demás abundante. La mayor parte de sus sonetos fueron inspirados desde su más temprana juventud por el amor de sus amores: Guadalupe González del Pino y Villalpando, que rebautizó en sus versificaciones como “Elisa”.  En varias ocasiones fue invitado a pronunciar elocuentes discursos políticos en público. Más adelante, en 1856, un año después de su encuentro personal con el escritor español José Zorrilla, de visita en México, González Bocanegra, más inspirado que nunca, acabó de escribir su obra: “Vasco Núñez de Balboa”, que estrenó el 14 de septiembre de ese mismo año  en el Teatro Iturbide, lo cual le valió una prolongada lluvia de aplausos por parte de la concurrencia y una corona de laureles que ciñeron en su frente un grupo de amigos suyos.

 

En medio de las fuertes turbulencias políticas propiciadas por los reiterados cambios presidenciales en aquellos días, González Bocanegra, debido a su ideología conservadora, tuvo que esconderse de la persecución de los liberales, en una casona contigua a la que habitaba con su familia en la calle de Santa Clara y san José del Real (hoy Tacuba e Isabel La católica). A este respecto, el insigne poeta escribió en sus memorias:

 

“En el exterior, todo se desquicia, todo se viene abajo:  México se hunde cada vez más en la discordia y su porvenir es cada día más sombrío.  Se diría que esta media calle que separa mi refugio del sitio en que di vida a los versos del Himno Nacional es todo un símbolo:  tan cerca y tan lejos...  a unos cuantos pasos, pero esos pasos impedidos por la discordia y por el odio entre hermanos.  La felicidad al alcance de la mano, pero la mano enemiga impidiéndonos alcanzarla”.

 

Y el 11 de abril, repentinamente, a la edad de 37 años, murió a consecuencia de tifo el autor de la letra de nuestro Himno Nacional, y fue sepultado en el panteón de San Fernando.

 

 

EN EL OLVIDO.

 

En virtud de los vaivenes políticos de la época, nuestro Himno Nacional pasó casi al olvido en los años siguientes, ya que no volvieron a editarse las partituras. Además, en los años de la guerra de Reforma, la figura de francisco González Bocanegra estuvo proscrita entre los liberales, debido a que su tío por línea materna, José María Bocanegra, fue diputado conservador zacatecano, y Ministro de Relaciones Exteriores durante los mandatos transitorios de Vicente Guerrero y Valentín Gómez Farías, además fue  autor de un compendio histórico de las primeras décadas del México Independiente, y fugaz Presidente interino de nuestro país. Durante el régimen Juarista se tocaba en los actos de gobierno “La Marcha Nacional Zaragoza”, calificada por el ilustre escritor Ignacio Manuel Altamirano como “la Marsellesa de México”, compuesta por el maestro Aniceto Ortega. Fue hasta la década decimonónica de los ochentas que volvió a editarse El Himno Nacional de francisco González Bocanegra y Jaime Nunó. Ya en 1899, la Casa Wagner editó las partituras escritas por el maestro Susano Robles para banda sinfónica, piano y coros.

 

La popularidad del Himno Nacional aumentó a comienzos del siglo XX, cuando unos mexicanos de visita en la Feria Mundial, organizada en 1901 en Búfalo, Nueva York, tras encontrarse con el estudio del insigne maestro Nunó, localizado en el número 78 de la calle Delaware, sin vacilaciones fueron de inmediato a visitarlo. Ese mismo año, el gobierno porfirista invitó a don Jaime Nunó para homenajearlo durante la celebración de las fiestas patrias. Una eufórica multitud aclamó, la noche del 15 de septiembre, la vibrante ejecución del Himno Nacional a cargo de la Banda Militar, dirigida por el propio Nunó, frente a Palacio Nacional.

 

Tres años después, el compositor de la música de nuestro Himno Patrio abandonó los Estados Unidos, a donde había ido a vivir en compañía de su esposa y de su única hija, para venir de visita a nuestro país. El 18 de julio de 1908,falleció en Awendale, Bayside, lugar cercano a Manhatan, suburbio neoyorquino. Su cuerpo fue embalsamado y sepultado en Búfalo. En 1942, sus restos fueron traídos a la ciudad de México, al tiempo que era exhumado el cadáver de González Bocanegra, y ambos fueron respetuosamente homenajeados en la Plaza de la constitución, antes de llevarlos a su morada definitiva en la Rotonda de los Personajes Ilustres.

 

Días después, el General Manuel Ávila Camacho, Presidente de la República, decretó de uso oficial el Himno Nacional, siendo obligatoria su difusión en las escuelas públicas y particulares de todo el país. Más adelante, durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, se reformó el Artículo 73 de nuestra constitución Política en lo concerniente a la bandera, el escudo y el himno nacional. En el año de 1983, el Presidente Miguel de la Madrid Hurtado envió al Congreso de la Unión la iniciativa de Ley para la unificación de la letra y música de nuestro canto patrio, que hasta ese momento se interpretaba en diversas versiones musicales, y muchas veces, recortando las estrofas originales. Ante tal desvirtuación, las nuevas generaciones desconocían el texto completo y muchas personas más daban por hecho que se había modificado la letra y estructura musical del Himno Nacional. Una vez aprobada la ley, que deroga todas las anteriores disposiciones al respecto, se unificó la ejecución de nuestro himno, tal como lo crearon en el siglo XIX: Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó Roca.

 

En conmemoración del 150º aniversario de la creación de nuestro Himno Nacional Mexicano.

 

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