CLANDESTINOS
Las banderas de la corrupción
y la mentira le otorgaron gran fama a nuestro territorio. Actualmente se destaca
por la cantidad de secuestros que se van sucediendo en forma constante. Bien
sabido es que la situación política-socioeconómica de este país no difiere
mucho de otras naciones latinoamericanas. Pese a ello, jamás hubiese pensado
que me tocaría “bailar con la más fea”, tal como ocurrió.
Hace más de ocho años que cumplo
funciones como profesora de Literatura en dos importantes colegios de esta
ciudad, y el día 22 de febrero del 2008, estando en clase, recibí un llamado
telefónico que inició un verdadero calvario para mí.
Facundo, mi esposo, esa mañana había
salido hacia la empresa petrolera para la cual trabajaba como gerente de
recursos humanos. Pero nunca llegó a su despacho. Fue entonces cuando me
llamaron para averiguar sobre él y en ese momento me cambiaron el mundo.
Reiteradas llamadas a su celular no tuvieron respuestas. Me comuniqué con el
911 para hacer la denuncia y que se abocaran a localizarlo, pero la respuesta
fue contundente: “Debería esperar al menos cuarenta y ocho horas”. ¡Eso era una
locura! Familiares y amigos recorrimos infructuosamente hospitales, centros de
emergencias y comisarías. Poco después, en el estacionamiento de un
supermercado se halló el auto abandonado con las llaves puestas, cosa que
Facundo jamás hubiese hecho y que nos llevó a presagiar algo feo. Pasadas las
veinticuatro horas recibí el primer llamado telefónico, diciéndome que vaya
juntando mucho dinero, pues tenían a mi esposo secuestrado. Ahí supe lo peor:
había sido secuestrado por los terroristas de la “FUL, Fuerzas Urbanas de
Liberación. Gente peligrosa que se refugiaba en los montes, en las afueras de
esta ciudad.
Inicialmente dudé, pero terminé dándole
aviso a la policía. Fue así que sigilosamente se acercó el Inspector Rubén
Iturbe de la División Antisecuestros, poniéndose a mi disposición.
Aquella dolorosa noticia corrió por
todos los medios de comunicación masiva y frente a mi hogar hacían guardia los
periodistas con cámaras de TV. De pronto se contactó conmigo, para brindar sus
servicios, la abogada Dora Fernández Rey, perteneciente a la Comisión Derechos
del Hombre (CDH). Poseía experiencia en este tipo de problemas y conocía a
mucha gente del gobierno, con las cuales se comunicaba con fluidez. Con ella
pasamos mucho tiempo hablando del problema y en especial sobre mi esposo, hasta
tutearnos como viejas amigas. Ella era muy simpática y tenía un físico muy
privilegiado, era una mujer bonita de verdad. Desesperada buscando novedades
sobre el paradero de Facundo, me presté a infinitos reportajes periodísticos, clamando
por su integridad y divulgando fotografías.
Se recibió un segundo llamado pidiendo
una desproporcionada suma de dólares a cambio de su vida, monto que era
imposible para nosotros. Por suerte contaba con el apoyo de la empresa
petrolera en la cual trabajaba Facundo. Luego de mucho negociar, se llegó a un acuerdo sobre el monto de dinero a
entregar. Era mucho, mucho, pero la empresa se hizo cargo.
A todo esto, no sabía cómo agradecerle
al policía Itturbe, quien no se movió de mi casa en ningún momento, buscando
todas las soluciones posibles. Quizás era debido a que este hombre fue
compañero de mi marido en la escuela secundaria. También charlamos sobre su
vida particular a la cual no le faltaban problemas, ya que hacía poco se había
separado de su esposa y tenía dos pequeños hijos.
Llegado el momento de la entrega del
dinero, la abogada, Dorita, como ya la llamaba, se ofreció para llevar los
dólares y los secuestradores lo admitieron. Todo aparentaba estar bien
encaminado, pero a pesar de haber cumplido con cada indicación de los
terroristas, quienes se apoderaron del botín, Facundo no aparecía. Los rastreos
telefónicos eran constantes, pero yo no tenía mayores detalles de sus análisis.
Fueron jornadas interminables, sin dormir, sin comer… plenas de ansiedades.
Pasaron dos semanas y un llamado anónimo
nos informaba que Facundo había sido liberado en el monte, pero que por
desgracia, algún puma u otra fiera se encargó de despedazarlo. Que no se
molestaran en buscarlo porque sus restos fueron sepultados en el mismo lugar.
Días más tarde, el Inspector me contó que ese último llamado había sido
realizado desde el celular de la doctora Fernández Rey, Dorita, y que luego
pudieron comprobar que la abogada, también fue víctima de un secuestro
extorsivo. Situación que me deprimía aún más. ¡Una desgracia tras otra!
Para nosotros el caso estaba terminado.
No obstante, el Inspector Rubén Iturbe, no abandonabas sus visitas y la
costumbre de acompañarme durante los días de tanto dolor y angustia. Gestos
amables que hacían sentirme mejor. Así pasaron dos largos meses y tuve que ir
retomando mi vida, de seguir trabajando y de no descuidar a mi hijo de apenas
doce años. Debo confesar que al escuchar las insistentes propuestas amorosas de
parte de Rubén, el inspector, este hombre comenzó a interesarme. Era un tipo
muy romántico y pese a mi dolor por la ausencia de Facundo, flotaba una extraña
sensación que lo superaba todo. Él me mentalizaba que ya era una viuda y que
debía rehacer mi vida. No estaba muy equivocado por cierto... ya habían pasado
casi dos meses.
Así, paso a paso, fuimos intimando y
decidimos realizar un viaje como para afirmar nuestras posturas. Necesitábamos
convivir y conocernos profundamente. Mi temor era la reacción de mi hijo y los
comentarios de toda la familia, por lo cual debía ser cautelosa. Mi marido,
Facundo, siempre había soñado con visitar la Isla Margarita en el caribe, y ese
deseo me lo había hecho sentir a mí. Entonces comenzamos a planificar ese viaje
con Rubén. Por recato, mentí a mi familia diciéndoles que viajaba a un congreso
cultural que se realizaba en Venezuela. Era la primera vez que dejaba a mi
hijo, pero bueno, yo me estaba jugando el futuro.
Días después, estando listos para la
partida en el aeropuerto internacional, hubo un llamado por altoparlantes
citando a Rubén. Acudimos a la oficina que lo requería y él me hizo esperarlo
afuera, pues sería un tema policial seguramente. Antes de cerrar la puerta,
alcancé a ver a una mujer enfurecida junto a dos niños. Cuando Rubén salió,
nerviosamente me comentó que era su ex-esposa reclamando dinero y temiendo que
él se fugara del país. ¿Pero porqué tanta histeria? ¿No estabas divorciado? ¿Y
qué le dijiste? –le pregunté-. “Bueno, le dije que siendo miembro de la
INTERPOL, tenía una misión secreta… y listo…”
Pronto abordamos el avión y ni bien
decolamos, nos fuimos relajando, suspiramos y pensamos en nosotros, en lo
dificultoso que sería recomponer nuestras vidas.
Finalmente nos llegó el sol tropical, el
mar, la arena… la distensión. Salimos del hotel para abordar un taxi en la
explanada y recorrer aquel paraíso caribeño. Justo se detuvo frente a nosotros,
una limusina de la cual descendieron dos pasajeros bien bronceados, muy
distraídos, riéndose de algún chiste o de alguna picardía… En ese momento, el
mundo se paralizó… La primera en bajar del automóvil, fue la abogada… ¡Era
Dorita!… y a su lado estaba Facundo, mi esposo... Temblando, sólo atiné a
gritarles: ¡Falsos! ¡Mentirosos! ¡Corruptos!
Y el viento me devolvió un murmullo: “¿Y
vos, qué?”
Autor: ©Edgardo González. Buenos Aires,
Argentina.