Mi lente

 

CINE FANTÁSTICO: HISTORIA, FICCIÓN Y POLÍTICA I

 

Cualquier semejanza con personas o lugares realmente existentes, no es coincidencia: es intencional. K.Costa-Gavras, (de su película Z).

 

John Ronald Reuel Tolkien, autor de “El Señor de los anillos”, declaró alguna vez que era su intención “…desmitificar el género Fantástico”. Criticado, denostado y fascinante a la vez, el género fue ganando adeptos poco a poco. Pronto se adhirieron otras artes, principalmente la pintura, la música, el comic… y el Cine.

Descendiente directo de los “cuentos de hadas”, (que nunca han pasado de moda) “El Arte Fantástico” surge en la década de los 30’s. Compitiendo con el género de Ciencia Ficción, el movimiento de vanguardia del siglo XX que incorporaba los avances de la ciencia y el método científico, a una escritura compleja y crítica, que osa analizar con rigor los fenómenos de la realidad, incluidos los sociales y filosóficos, amén de los estrictamente estéticos, desde una postura científica adulta seria y eminentemente propositiva, como se muestra en el llamado “relato de anticipación”. El Arte Fantástico se niega a caer en formulismos por muy científicos que estos sean.

 

Es el “esteticismo puro” el que defienden los “autores Fantásticos”: el Arte por el Arte. Abogan por una libertad total de la imaginación y sobre todo por el romanticismo y la sensualidad. Inventando mundos apócrifos -interiores y exteriores- con singular y exacerbada inspiración. Las críticas que se hicieron al Arte Fantástico, en aquel entonces, fueron en el sentido de cierto infantilismo anacrónico en la elaboración de las fantasías, conservando la estructura mítica de: reinos, princesas, héroes superdotados e invencibles, y la sempiterna batalla entre el “bien y el mal”, donde el triunfo corresponde siempre a “los buenos” luego de mil afanes y sufrimientos… Lo cual no siempre es, históricamente, exacto. En el cine, el mejor ejemplo es la ya clásica “Krull” de Peter Yeats (1983, Inglaterra), historia tomada (o fusilada) del cuento ruso de Ruslan y Ludmila. Esta es otra de sus características que sirvieron para censurarle: recicla los antiguos cuentos y las mitologías, adaptándolas a mundos no tan imaginarios porque se reconocen fácilmente las idiosincrasias, sobre todo las europeas. O como en el caso de los estadounidenses, un eclecticismo lleno de reminiscencias que lo mismo pueden ser romanas, vikingas, anglosajonas, etc.

Pero veamos que sucede en el cine. El director manipula la experiencia, y no sólo le interesa lo que realmente sucedió, sino también contar una historia que tenga una determinada estructura. En este sentido todo film es político, constituye un acto de interpretación, de reconstrucción de esa estructura para poder crear una “ilusión de realidad” (lo se ha dado en llamar: “niveles de realidad del arte”) y por tanto es también, una interpretación de la historia. Dada la importancia que tiene la mano que sujeta la cámara, el ojo y el cerebro que la dirigen, podríamos decir que ciertos cineastas no sólo son artistas, sino también historiadores y políticos. Ahora bien, la fascinación de un film consiste en que da al espectador la sensación de que está siendo testigo ocular de los acontecimientos, pero dicha sensación es ilusoria. ¿Qué le da validez al hecho artístico, si es ficción de carácter lúdico?

Recordemos que el término historia remite a los hechos pero también al relato de los mismos. No hay historia sin relato de la historia. Al producir un efecto de reconocimiento, pero no necesariamente de identidad, el cine proporciona un modelo de reflexión a la vez estético e ideológico que explica en parte el éxito o la resonancia pública de algunos filmes.

El cine político diseña su espacio en un proceso de simbolización y construye una particular relación de autonomía–heteronimia como uno de los rasgos claves de la práctica cinematográfica. En períodos históricos sombríos donde se ha suprimido la libertad de expresión, como en la España de Franco, el cine político propone una restauración de la diferencia y de la identidad. Allí residiría la posibilidad de reparación de zonas profundas de la simbolización y construcción de valores sobre los espacios ocupados por el olvido impuesto por el poder, cuya única verdad se presenta como indiscutible. En este punto, es indudable que el cine contesta a la política de olvido con una reivindicación de la memoria, y la movilización de valores significativos. De ahí que todo cine es en cierta forma axiológico. Lo esencialmente político del cine, será aquello que conmueva las certezas construidas a lo largo de la historia. Una eficaz denuncia contra el proceso de institucionalización de las represiones.

La crítica al Arte Fantástico, en este sentido, ha sido que su eclecticismo reclama del espectador un conocimiento intrínseco de la historia, la ideología y las mitologías. Porque, según los detractores, se corre el peligro de perder ese espacio de reflexión y se fomentaría el hedonismo banal y acrítico. Este sería el mayor defecto que atribuyen al cine Fantástico.

Mi lente comparte solo a medias, esta opinión, sobre todo porque existe la posibilidad, como ocurre con “El laberinto del fauno”, de realizar una obra que contenga la información suficiente y necesaria, crear un relato complejo –historia en el sentido amplio-, en si mismo y que viva de forma independiente como un universo completo. Esta es la forma que adoptan los trabajos de Guillermo del Toro. Porque el artista es, principalmente un ente individual y receptáculo de la conciencia colectiva. Su virtuosismo consiste más en la complejidad, en la cantidad de elementos, e información que posee y puede hacer llegar a su público, que exigirle comprensión o conocimientos previos. La interpretación que de la obra de arte se haga ya es responsabilidad del espectador y, como sabemos es subjetiva, esencial y presuntamente liberadora en la medida de sus posibilidades y educación y un extraordinario recordatorio de la tensión existente entre la idea de drama y la de documento, entre el anticlímax y el carácter cuestionable del pasado, y la necesidad del director de adoptar una determinada forma. El argumento esencial es que todo cine político constituye un acto de interpretación, como todo film histórico es una interpretación de la historia. Recordemos que el término historia remite a los hechos pero también al relato de los mismos. No hay historia sin relato de la historia. Al producir un efecto de reconocimiento, pero no necesariamente de identidad, el cine político proporciona un modelo de reflexión a la vez estético e ideológico que explica en parte el éxito o la resonancia pública de algunos films. El cine político diseña su espacio en un proceso de simbolización y construye una particular relación de autonomía – heteronomía como uno de los rasgos claves de la práctica cinematográfica. El cine político diseña su espacio en un proceso de simbolización y construye una particular relación de autonomía – heteronomía como uno de los rasgos claves de la práctica cinematográfica. Especialmente en períodos históricos sombríos donde se ha suprimido, el cine político propone una restauración de la diferencia y de la identidad. Allí residiría la posibilidad de reparación de zonas profundas de la simbolización y construcción de valores sobre los espacios ocupados por el olvido impuesto por el poder, cuya única verdad se presenta como indiscutible. En este punto, es indudable que el cine político contesta a la política de olvido con una reivindicación de la memoria, y la movilización de valores significativos. De ahí que todo cine político es en cierta forma axiológico. Lo esencialmente político del cine, será aquello que conmueva las certezas construidas a lo largo de la historia. Una eficaz denuncia contra el proceso de institucionalización de las representaciones. De ahí que todo cine es en cierta forma axiológico. Lo esencialmente político del cine, será aquello que conmueva las certezas construidas a lo largo de la historia.

 

Extraer sentidos y definir un horizonte donde la elección de valores sea una posibilidad abierta: esto es, elaborar un “contrapoder” simbólico – discursivo en relación con el orden establecido del poder y con el discurso reprimido de los deseos colectivos. Considerado desde esta perspectiva, el cine político diseña su espacio en un proceso de simbolización y construye una particular relación de autonomía – heteronomía como uno de los rasgos claves de la práctica cinematográfica. Especialmente en períodos históricos sombríos donde se ha suprimido, el cine político propone una restauración de la diferencia y de la identidad. Allí residiría la posibilidad de reparación de zonas profundas de la simbolización y construcción de valores sobre los espacios ocupados por el olvido impuesto por el poder, cuya única verdad se presenta como indiscutible. En este punto, es indudable que el cine político contesta a la política de olvido con una reivindicación de la memoria, y la movilización de valores significativos. De ahí que todo cine político es en cierta forma axiológico. Lo esencialmente político del cine, será aquello que conmueva las certezas construidas a lo largo de la historia. Una eficaz denuncia contra el proceso de institucionalización de las representaciones.

 

Mi lente agradece los correos de Christian Miranda que tan amablemente corrigen mis inexactitudes y, como en el caso del Arte Fantástico, cuestionan mis críticas, espero continúe el diálogo que, para mí, es muy enriquecedor. Por otra parte prometo ver “Volver” de Almodóvar para confirmar lo que departe el amigo Christian.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda.

Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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