A LA SOMBRA DE LA CEIBA
Para este último número del presente
año, hemos determinado publicar el Cuento titulado:”Tú y yo, casi somos uno”,
en el que se muestra con claridad la lucha de nuestros Pueblos, los que uno a uno,
han ido experimentando procesos sociales muy semejantes entre sí, pero cada uno
con sus rasgos identificatibos, que les distinguen los unos de los que les
precedieron o en otras les siguieron los pasos desde etapas que, aunque
semejantes, no lo fueron, porque no habría sucesos históricos, los cuales no
reflejaran sus peculiaridades.
La historia narrada en sus páginas, nos muestra acontecimientos en
los que se entremezclan sucesos reales con otros que no lo son, pero que bien
pudieran haberlos sido, y es así, que llega el punto de la narrativa, en el que
se nos relatan cosas que decenas o millares de nuestros mejores ciudadanos,
habrían podido resultar protagonistas de su personal experiencia.
Pero no deseamos finalizar en este año 2006 sin expresarles
nuestro leal agradecimiento, a los que durante este lapso me dedicaran parte de
su valioso tiempo a leer lo que, ¡con alma, corazón y vida! les he destinado en
mis escritos, para vuestro disfrute y el de sus familias.
¡QUE LA VIDA LES SONRÍA ETERNAMENTE!
Tú y Yo, ¡Casi somos uno!
Un brumoso día del mes de septiembre,
-hoy nadie recuerda ni el día, ni el
año-, fue traída al mundo una desvalida criatura, cargando en su alforja una
pesada lápida, en la que se iría grabando con imborrables caracteres, como
tallados a golpes de cincel, una existencia marcada por los grandes obstáculos
que habría de enfrentar y lograr vencer sin opciones en su esforzado tráfago
por este inclemente mundo.
A las pocas horas de su alumbramiento, fue abandonada junto al quicio
de una ruinosa vivienda en la que, dentro de la desgracia marcadora de la
puesta en marcha del reloj, que regiría su destino que no dejara de apechar con
tropiezos insospechados, para quien nada malo mereciera, pero a quien le habría
de aplastar la deuda de quienes le arrojaron al ruedo, en el que habría de
demostrar sus cualidades taurinas, Y en la que vivían dos seres diametralmente
diferentes, a sus desconocidos procreadores, (Nunca cometer el error de
llamarles padres), escogidos por la fortuna, para dentro de su pobreza, lo
compartieran todo con él, Hasta sus carencias que era su única fortuna
material, y la nobleza, que resultara lo real aquilatable.
Al intentar distribuir la miseria, lo único que logramos es que
nos permita que la porción que nos corresponda sea mayor, pues al dividirla el
cociente final nos toca a más, resultando una forma novedosa de ¡multiplicarla!
Aquel matrimonio estaba integrado por Benito y su Esposa Joaquina,
unión ignorada por la ley de los hombres, pero asentada en el registro moral de
una mutua unión, frente a cada cosa, que se les interpusiera en la vida, por
dura o leve que esta fuera, tristezas, Hambre y la más feroz ausencia de
oportunidades que gentes humildes hubieran encarado nunca.
Pero desde ese día y siempre arrostrando el futuro incierto, ahora
legaban al pequeño, su indiscutida “fortuna”.
Al alborear, cada amanecer, Benito saludaba con afecto de amigos,
los iniciales destellos del SOL NACIENTE, el que no irradiaba su luz de forma
equitativa, ya que a unos les alumbraba diferente, cegándoles con su lumbre, y
a otros les cegaba con su ausencia en las pupilas.
Dos cegueras de abundancia luminosa la una, profunda y tenebrosa
la otra, pero ambas desde el punto de vista de la igualdad, marcaría el incierto
destino de aquellos, que nada le imploraran al mismo, como no fuera la
capacidad de resistencia y tenacidad que no ha de perderse ¡jamás!
Si aquel laborioso campesino, hasta aquel día había sudado el mendrugo
con el que entretener su hambre y la de su amante compañera, estaría obligado a
gotear el surco, para que su inesperado, pero no por ello, detestado
pequeñuelo, tuviese asegurado el sustento mínimo imprescindible para gozar del
privilegio divino de la existencia, de corteza amarga, que fuera la indolencia
humana la que le otorgara en heredad.
La vieja vaca, si era en realidad, posible llamarla así, ya casi
resultaba una risible caricatura de su especie, pero Benito habría de
exprimirle las ubres, sea dicho en el más literal de los lenguajes, porque
también ella pondría de su parte, para que con sus escurrimientos lácteos,
contribuyera a llevar un tanto de dicha y esperanza a aquellos infatigables
ancianos, que la vida no les facilitara procrear, mas la ingratitud de unos
desnaturalizados, facilitara que la cigüeña depositara su desechado “don” el
que sin titubear, acunaron en sus almas, aquel oscuro fruto, de una no menos
umbría y torcida pasión.
Transcurridos los días, y estos agrupados en semanarios los que
sumados constituyeron largos meses, en los que Joaquina fue percatándose que
aquel pequeñín daba señales de haberse traído consigo, Como si fuera poco,
cierta dificultad visual, pues la dulce mujer notaba que el niño arrugaba los
ojitos en presencia de los rayos del sol que penetraba por la ventana de la
estancia en la que habían colocado su camastro.
Alarmados los ancianos, devenidos inesperadamente, padres
adoptivos de Hipólito, que era el nombre escogido para el afortunado niño.
Sí, dije afortunado, Porque la fortuna no ha de medirse en
patrones de medidas convencionales, y sí en dosis de ternura y amor, que habrán
de atesorarse como privilegio otorgado por la espontánea ternura. Sin decir
nada a Joaquina, hasta no disponer del carruaje necesario, para que la dulce
mujer y el pequeño realizaran el viaje hasta el pueblo cercano, con un mínimo
confort, Benito intentó conseguir con su hermano Pancho, el viejo carretón con
el que años atrás marchara cada mañanita al alborear, para vender la leche, de
la entonces joven vaca, a la que hoy no se le lograba extraer ni siquiera un
litro de los que antaño prodigara.
Sorpresivamente y sin aviso previo, Benito se presentó frente a la
cocina, en la que la ejemplar ama de casa se aprestaba a preparar los alimentos
de aquella jornada, en la que, Como resultara habitual, abundaba el apetito
pero escaseaban los alimentos, y como resultara algo normal la preferencia,
siempre dentro de la más espectacular miseria, lo prioritario era siempre las
necesidades del pequeño Hipólito.
Al verle de pie frente a ella, Joaquina, no se hizo esperar, tomó
al niño con sus cuatro trapos, como única canastilla, subiéndose a toda prisa
en el viejo y destartalado carruaje, tirado por un no menos desmejorado
ejemplar de lo que un día fuera un noble potro, y que la implacable acción del
tiempo solamente nos permitía ver cuatro huesos milagrosamente adheridos al
pellejo, en innegable reto a la más calenturienta imaginación.
Luego de empujar hacia detrás, unas cinco leguas nuestros amigos,
lograron llegar al consultorio del Doctor Martínez, el único en 10 leguas a la
redonda, y en el que, eso sí, se podía confiar, pues disfrutaba de fama de no
fallar ni en uno de sus diagnósticos.
La mejor escuela que hubiera podido
cursar el galeno, no era otra que su largo ejercicio profesional, unos 57 años
durante los cuales, no disfrutara nunca de un solo día de vacaciones.
Con suma ternura el médico reconoció al desnutrido niño,
deteniéndose a observar los ojitos de la criatura, los que evidenciaban daños
congénitos que le imposibilitarían la visión para el resto de sus días en esta
vida.
Como sacudidos por fortísima ráfaga huracanada, Joaquina se abrazó
al esposo, quien no pudo ocultar que él también, se sintiera estremecido en lo
Íntimo de su alma, ante aquello que en esa época significaba, casi en todo los
casos, una dificultad insuperable.
A ello únale la irreversible realidad de los pobres en aquellos
tristes años, en el que los desheredados poco o nada podían confiar a su
destino, ya que desde que asomaran la testa fuera del claustro materno, sólo
había sitio acomodado para lo incómodo e ingrato, como promesa del destino.
De ida hacia el pueblo, lo poco que se anidara en sus casi inexistentes
estómagos, se consumió, por lo que el viejo arrenquín no hubiese tenido que
arrastrar el mismo peso de regreso, si no hubiera existido la enorme carga que
aplastaba a aquellos infortunados seres, que no les pesara en el cuerpo, sino
que habría de gravitarles en el alma, haciéndoles experimentar Como si una
enorme roca les impidiera el movimiento.
Pero el tiempo que fluye tozudamente en idéntica dirección, no
tenía por hábito mostrar cambios en su conducta, prosiguiendo su carrera en pos
del mañana con el único propósito de retrasarle haciendo que, al envejecer,
perdiera hasta su propio nombre.
Así, lo que hoy fuera futuro, Mañana se haría presente y pasado se
transformaría en pretérito reciente, añejándose en su decursar.
Para Hipólito llegó el día en el que, por imperativo del
desarrollo biológico, inició el proceso de sus radicales transformaciones
psíquicas, motoras, y la adquisición para el posterior desenvolvimiento de sus
plenas capacidades como ser social.
Pudiera decirse que el niño daba muestras de ser intelectualmente
normal, y el disponer de aquellos padres, porque él no conoció otros, y sea
dicho que resultara para su dicha, ya que Joaquina y a Benito se les desbordaba
el pecho de intenso amor por el inquieto chiquitín.
Pareciera que, hasta la felicidad les hacía rejuvenecer, aunque no
lograran sacudirse el abrumador fardo de los años vividos en la más cruel
carencia material, aunque precisamente por esa razón, disfrutaran a plenitud,
los dones morales, que les adornaran.
Pero, como nos indica un manido refrán: Dura poco la felicidad en
casa de pobres, la felicidad auténtica desde luego, pues siempre hay algo que
la enturbia.
En la comprensión de las amarguras no
asimiladas por el Alcívar revozante en ellas, Se ubicaría en prominente lugar,
la inesperada partida hacia el olimpo de las almas nobles, de la invalorable
Joaquina, dejando un profundo vacío en el alma y en el corazón de Benito,
hombre curtido por los vaivenes del destino en su ceguera proverbial, y en la inexperta
aceptación de los encontronazos que la realidad propinara al muchacho, que los
asimilaba pero no era aún capaz de procesar para extraer de todos en general,
el mensaje portador de la realidad de su corta presencia entre nosotros.
Casi pudiera afirmarse que Joaquina no se hubiera ausentado, sino
que se situara tras un invisible punto del entorno, desde el que pudiera
proseguir con su labor protectora mostrándole a sus amados compañeros el camino
recto, y, sin dudas de género alguno, el más confiable y nada tortuoso.
Así las cosas, Hipólito necesitó madurar más deprisa, pero para
lograrlo no habría de requerir esfuerzo extra, el roce de la aspereza de la
realidad que le tocara vivir, le mostraba el rumbo por el que habría de encausar
su destino en lo adelante.
Ciertamente, ha de tomarse en cuenta que tener padres ancianos
significaba que llegara a ser huérfano a edad temprana, aunque eso lo
comprendería años más tarde, al perder la compañía de su querido “PAPÁ BENITO”.
La falta de su padre sobrevino algunos meses después de que
Hipólito ingresara en la institución que se convertiría en su morada durante
prolongados años, luego de lo cual, él asumiría el reto de lanzarse al mundo en
persecución de sus propias quimeras, cual enceguecida mariposa por rallos de la
luz vital.
Por fortuna, Hipólito demostraba disponer de ciertas habilidades
en su desenvolvimiento asombroso en sus actividades, no era brillante
intelectualmente, no en realidad, pero gozaba de una formidable orientación espacial,
Y destreza en sus determinaciones.
Daba señales inequívocas de ser afortunado en los negocios, en
particular en la venta y compraventa, lo que hacía que sus ingresos económicos,
aumentaran por día.
Una tarde de esas en las que las cosas sonríen con brillo de
luciérnagas, Hipólito le declaró sus sentimientos amorosos a Germina, muchacha
de agradable aspecto, en la que el joven cifrara sus más Leales emociones de
dulce galán.
Hipólito se trasladaba sin que necesitara de la cooperación de
persona alguna, no porque rechazara el aporte de los demás, no, él no se
comportaría de ese modo, lo que sucedía es que disfrutaba a plenitud el goce de
sentirse útil a sí mismo y a los demás que requirieran de su aporte.
Pudiéramos asegurar que Hipólito trataba de alcanzar sus propios
logros personales, aspiración que de no manifestarse así, pudiera estimarse
como una inequívoca muestra de hipocresía, pues aunque usted desee el éxito
ajeno, llegando a sentirlo como propio, lo normal es que usted desee el suyo
personal.
Poco habría de dilatarse la partida de Benito, cuya existencia
alcanzara enorme relevancia para el pequeño Hipólito al depositar el destino la
suerte futura de aquel niño Que él y la dulce Joaquina, cuidaron como tenue
espiguita de delicada flor, que perfumaría desde ese instante cada rincón de
aquella humilde morada, en la que faltaba todo lo material, pero no así lo
espiritual.
Aquel labriego, que se inclinara para alzar en sus brazos, la
herramienta de trabajo devenida arma de combate, si fuese menester, nunca dobló
la servís frente al explotador, prefiriendo enfrentarse a los más duros
trabajos, antes que implorar la caridad de los poderosos.
“Prefiero morir de hambre, si para comer tengo que tomar aquello
que no me pertenece, si un día tomara lo que no me pertenece, mis manos se
transformarían en auténticas llagas”.
Una mañana soleada de primavera, Hipólito se encontraba leyendo un
libro en Braille, (sistema de lecto escritura desarrollado por un joven francés
Llamado Luis Braille, Y que consiste en el empleo de un grupo de seis puntos en
alto relieve, los que combinados sistemáticamente, permitieron que las personas
ciegas fuesen capaces de aprender a leer y escribir, abandonando así, las
brumas de la prehistoria), le sorprendió la noticia de que su entrañable padre
del alma, había dejado de pertenecer a este lado de la existencia, para desde
ahora y por siempre, integrarse a la legión de “SANTOS HOMBRES” QUE MARCHABAN A
LAS ALTURAS PARA IR A OCUPAR SU SITIO JUNTO A DIOS, PORQUE ES ALLÍ DONDE VAN A
SENTARSE LAS ALMAS CRISTALINAS COMO FRESCAS GOTITAS DE ROCÍO MATINAL AL
RESURGIR CADA MAÑANA LA LUZ DE ENTRE LAS SOMBRAS DE LA NOCHE.
El velatorio, por voluntad expresa de Benito, se realizó en la
humilde casita en la que fuera acogido el recién nacido Hipólito, y en la que
convivió junto a aquellos pródigos seres, porque nada material poseían, pero
derrochaban torrentes de amor y fe en sus semejantes, los que superaban en
caudal a cualquier río por enorme que este fuera, Y sepan todos que por
inconmensurables que sean los recursos materiales acumulados por persona
alguna, no admiten contrastarlos con los íntimos tesoros de quienes nada se
apropian como no sea del corazón y el alma de aquellos a quienes les entregan,
sin aguardar algo a cambio, que no fuere la reciprocidad en la valoración de
sus acciones.
Larga fue aquella noche, en la que a la memoria del inquieto joven
Hipólito, los recuerdos aún frescos de los insuperables años vividos junto a
MAMÁ JOAQUINA Y A PAPÁ Benito, los que, como en carrera de “relevo vital”,
asumieron con responsabilidad, la irresponsabilidad y orfandad moral de
aquellos desnaturalizados que le habían traído al mundo para lanzarle luego
como a perro sarnoso.
Recordó el hambre mitigada para él, y soportada estoicamente por
sus padres y que intentaran ocultar tras una sonrisa de rebelde resignación.
La rebeldía de aquella sonrisa germinaba con más vigor que nunca
antes, en la conciencia del joven que secretamente se trazara el compromiso de
hacer todo lo humanamente posible para hacer que las futuras generaciones no se
vieran forzadas a desprenderse de un hijo, por los falsos conceptos de la
honestidad y las relaciones extramatrimoniales, vistas como pecados mortales,
por una deshumanizada “IGLESIA” CRISTIANA, que sindicaba a aquellas que por
amor o accidente, traían al mundo a criaturas consideradas frutos malditos de
un amor no reconocido por Dios Nuestro Señor, condenando a inocentes seres a
vivir una existencia espúrea y bochornosa.
Las horas, todas de 60 minutos, en noches en las que aguardamos
que las manecillas del reloj nos señalen el instante de la partida de un ser
querido, no importa el destino de la travesía, nos parecen infinitas, no porque
deseemos su alejamiento de nosotros, sino por las interrogantes que nos imponen
y por que en el caso de los que mueren, ya se conoce el instante de puesta en
marcha sin que sepamos a ciencia cierta, hacia ¿dónde y hasta cuando se
prolongará su separación de los que les hemos querido y necesitado?, pero que contrario
a lo que expresa la popular canción, en estos casos, “nunca la distancia será
el olvido”, sino que a cada segundo les necesitaremos más.
Durante la vigilia, a Hipólito se acercó un joven, que pareciera tener
la edad aproximada de él, y quien le saludó con extrema satisfacción. Al
escuchar esa voz, el afectado muchacho reconoció al que durante muchos años
fuera su único compañero de juegos infantiles, porque en muchos kilómetros a la
redonda solamente Chago había asimilado la realidad de tener un camarada de
juegos que fuera ciego, lo que no resultó una dificultad, puesto que ambos
infantes supieron adaptar sus andanzas infantiles a las diferencias y
características específicas.
Tal fue la sorpresa de Hipólito, que se puso en pie casi con
alegría a pesar del difícil momento que estaba viviendo. Pero sucedía que ambos
jóvenes no se veían desde hacía algo más de tres años, ya que ambos por
senderos diferentes perseguían idénticos objetivos de superación personal.
Chago estudiaba en la Universidad la Carrera de Derecho en la
capital, pero como no sabía la dirección de la escuela a la que asistía su
amigo y hermano de infancia, nunca había podido visitarle, pero ahora ya no le
perdería el rastro, para reanudar sus truncas relaciones, ¡las que él añoraba
tanto!
A pesar de que ya el irreversible tic tac del reloj que nos
aproximaba indetenible al definitivo alejamiento de aquellos seres que a pesar
del tiempo infinito, nunca verán cercenados los irrompibles hilos que la vida y
el destino habían urdido como indestructible vínculo entre aquellas almas; -los
lazos físicos pueden ser quebrantados, los espirituales no lo serán, ¡ni con la
muerte misma-!
Al iniciarse la erupción de la luminosidad en el horizonte lejano,
en cumplimiento del deseo siempre manifestado, tanto por Joaquina como por
Benito, el féretro fue alzado en hombros de Hipólito, Chago, Pancho el hermano
de Benito y el Dr. Martínez quien fuera el médico de la familia durante toda
una vida, estableciéndose relaciones más indisolubles que con los familiares
mismos.
En aquella parcela en la que había entregado su existencia a la
tierra que le saludara el día de su alumbramiento y que ahora abría sus
entrañas rojísimas para que junto a Joaquina iniciaran como de costumbre, una
nueva existencia, pero allí donde se congregan las almas puras para implorar
que los hombres nos percatemos del riesgo mortal al que, como consecuencia de
nuestras insaciables ambiciones Lanzamos a nuestro Planeta inexorablemente.
Ocho brazos depositaron en amante lecho a aquel que a pesar de la
muerte, permanecería vivo en las almas de aquellos que le aprendieran a amar
por su conducta casi de santos.
Tras la última paletada de fértil cubierta que pronto cubriría de
purísimo verdor como de esperanza de que futuros tiempos traerían a aquellas
gentes nuevas realidades que corresponderían a los desposeídos defender de los
poderosos, convirtiéndose en auténticos leones, para que la justicia se
implantara por los infinitos tiempos por venir, los que serían conquistados por
las jóvenes hornadas que con atinada determinación conquistarían para todos los
humildes, aunque no se excluiría a nadie que de buena fe y total desinterés
aportara su esfuerzo en beneficio de todos.
Casi pudiera decirse que aquellos cuatro hombres, de edades
diferentes, experimentaran goce por la tarea cumplida, y en cierta medida,
resultaba así, y era que Benito no había deseado lo suficiente, desde el
momento de la pérdida de Joaquina, que llegara el instante en el que el destino
le permitiera reunirse con su amante compañera, cuya separación lograra
soportar, pues sabía que su querido hijito le necesitaba, y él no le podía
abandonar a su suerte, fue por eso y no por su deseo de continuar viviendo lo
que le impeliera a proseguir su infatigable batallar para mantener activos sus
signos vitales, aunque el mas extenuante agotamiento minara su cuerpo, no así
el alma que conservaba fresca como impoluto arroyuelo.
El viejo Pancho, tenía un pequeño carretón tirado por el escuálido
percherón que ya nosotros conocemos pero que con los años añadidos, no hubiera
sido capaz de mover el vehículo ni un centímetro, con el peso de cuatro
pasajeros por lo que se determinó que sólo el médico se trasladara al pueblo,
mientras los camaradas de las edades infantiles y de la adolescencia hicieran
el camino de regreso a pie.
Al iniciar el retorno en dirección al Pueblo, donde intentarían
tomar un vehículo que les llevara hacia la capital, o que al menos los acercara
un tanto, para así poco a poco hacer el recorrido teniendo en cuenta lo escaso
de los medios de transportación.
Durante el recorrido a campo traviesa, Chago no pudo eludir el
comentario a cerca de la enorme destreza de Hipólito en el empleo del bastón, y
sin pena le comentó que cualquiera que no le conociera, llegaría a creer que
era un impostor y que su ceguera no era más que un burdo embuste.
El joven ciego, que hacía gala de traslucir un excelente humor, le
dijo, que él se vio obligado desde muy temprana edad, a identificarse con su
bastón que casi parecieran ser el uno comienzo y prolongación el uno del otro,
pues sólo faltaba que se fueran juntos a la cama, pero que incluso su bastón
como no dormía, estaba presto a iniciar la acción que Hipólito requiriera.
Como durante un largo camino, procede iniciar largas charlas, en
ocasiones intrascendentes, -no resultó este el caso-, ambos camaradas se
abrieron sus almas el uno al otro, y volcaron sus mutuas inquietudes de todos
géneros, y se sorprendieron por la íntima coincidencia en las apreciaciones de
los asuntos analizados.
Casi pudiera afirmarse, que los años de distanciamiento, lejos de
alejarles en sus criterios, les había mantenido dentro de una línea tan
paralela que ni los rieles de un ferrocarril lo serían más.
Cuando la mutua catarsis alcanzó su cúspide, se identificaron como
integrantes del Movimiento Popular que, casi espontáneamente, se había
organizado para promover la batalla de todo un pueblo contra aquella tiranía
que asesinaba a lo mejor y más puro de los estratos más sacrificados y humildes
de aquella Nación.
Ya de vuelta a sus individuales deberes, ambos amigos, sabedores
de sus ideales y compromisos para con la PATRIA, se mantuvieron en contacto
para de ese modo, ayudarse con mayor eficiencia y una vinculación directa con
la Jefatura del Movimiento Insurreccional.
En cada casa se comentaba que ya el régimen poco o casi nada podía
hacer para evitar el desplome, los politiqueros organizaron unas amañadas
elecciones, compraban conciencias, (¡claro está, Las que se dejaran comprar,
que eran las menos), asesinaban jóvenes estudiantes u obreros, en fin, pensaban
que con simples remiendos podrían impedir que aquel andamiaje de pudrición, crimen
y latrocinio fuera arrasado por la ola de indignación y reclamo de justicia
para los desposeídos, quienes no admitirían en esta ocasión se les escamoteara
el triunfo.
La hiena con la lanza popular atravesada de lado a lado, se
revolvía como enloquecida se cebó en aquellos sus enemigos naturales, que no
eran otros que los jóvenes, en especial los estudiantes, porque luchaban con
máxima firmeza e inteligencia, y así determinó, Como EL PRETOR ROMANO ORDENARA
ASESINAR A TODOS LOS INFANTES, PARA QUE EL HIJO DE DIOS NO PUDIERA DERROTAR EL
IMPERIO ROMANO; que los que empleaban sus ideas para combatirle, fuesen
exterminados.
Fue así que Chago integrante de las avanzadas juveniles, cayó
tronchado por una ciega ráfaga de un esbirro que no tenía ojos mas que para
aniquilar el futuro, pero como siempre sucede en estos casos, el ejemplo de
dignidad y desprendimiento del joven universitario se multiplicó poniendo así a
aquel régimen que ya no se reeditaría nunca más en nuestra historia.
Hipólito al conocer la triste nueva, acudió a la morgue para
reclamar el cadáver de su hermano de espíritu, en ese lugar se tropezó con
grandes obstáculos encaminados a impedir que los restos mortales de Chago
fuesen recuperados y trasladados a su terruño, ante el pánico de que se produjera
una explosión de dolor popular que hiciera peligrar la integridad de las
instituciones de gobierno en aquel pequeño poblado.
Luego de identificado el difunto, los padres de Chago intentaron
trasladar su cuerpo, sin lograr que vehículo alguno hiciera el viaje, desde
luego por temor a las represalias del régimen, Hipólito cargó el cuerpo exánime
de su camarada y con la destreza de sus movimientos, salió a la amplia avenida
que cruzaba cerca del lugar, logrando que un alma caritativa y sin miedo les
transportara hasta el pequeño pueblito en el que el DIGNO HÉROE HABÍA VISTO LOS
PRIMEROS RAYOS DEL SOL QUE ALUMBRABA EL CIELO DE LA PATRIA.
Ya entonces su superviviente hermano, promovió las acciones de
denuncia y reclamo de justicia. La funeraria del pueblo resultó insuficiente,
siendo la determinación de las masas, que el cadáver fuese velado en el parque
de La independencia para que todos asistieran como era su deseo manifiesto.
Siendo las ocho de la mañana del siguiente día, los asistentes a
los funerales y que se habían mantenido firmes sin que uno solo, se marchara,
fueron testigos del intento de secuestrar el cuerpo sin vida de Chago, lo que
provocó una verdadera batalla campal, logrando el pueblo indignado que aquellos
sicarios se dieran a la fuga sin lograr su cometido.
Durante el enfrentamiento Hipólito se granjeó la admiración de los
asistentes, puesto que su ceguera con la compañía de su bastón diera ejemplo de
valentía y patriotismo sin límites.
Al
sonar en el reloj de la iglesia próxima las nueve campanadas, el cortejo
fúnebre inició su lento desplazamiento en dirección del cementerio local,
distante a unos tres kilómetros; vecinos ya muy ancianos y pequeñas criaturas,
salían de sus hogares, para darle al HÉROE la postrer despedida, haciendo que
una verdadera lluvia de flores alfombrara el camino por el que avanzaba el
cortejo, que conducía a quien supo exponer y sacrificar su existencia en
beneficio de la independencia de “LA MADRE PATRIA”, QUE AHORA LE HABRÍA DE
ACOGER EN SU ENCARNADO Y AMOROSO SENO.
De retorno al poblado se comenzaron a conocer las noticias de la
Fuga del tirano y un contagioso espíritu de liberación se apoderó de todos y
nuevamente el fruto de Benito y Joaquina, puso de relieve sus cualidades de
“conductor de pueblos” encabezando la toma de los principales enclaves
gubernamentales en aquel pueblo en el que unos pocos lo poseían todo, mientras
que las mayorías nada disponían como no fuera su absoluta miseria.
Los representantes del viejo régimen, fueron detenidos algunos,
otros escaparon, en fin, que aquella humillante oligarquía, fue barrida y
arrojada definitivamente hacia el basurero de la historia, comenzando a
escribirse una nueva, sin explotados ni explotadores, es decir JUSTA PORQUE
AHORA COMENZARAN A ESCRIBIRLA LOS QUE NADA TENÍAN QUE PERDER COMO NO FUERAN SUS
LACERANTES CADENAS.
Casi al caer la tarde, Hipólito fue rodeado por una muchedumbre
que lo vitoreaba, porque sin duda se había comportado como todo un héroe, pidiéndole
que dijera algunas palabras, a lo que el joven accedió.
- El único a quien debemos venerar como HÉROE DE LA PATRIA ES A
NUESTRO HERMANO CHAGO, AL QUE HEMOS DE RECORDAR SIEMPRE Y QUE SU VIDA SEA EL
EJEMPLO A IMITAR.
LA HORA NO ES DE HABLAR, ¡ES DE CREAR UN
MUNDO NUEVO!
Autor: Alberto López Villarías.
La Habana, Cuba.