A LA SOMBRA DE LA CEIBA XII EL DIBUJANTE
Después de un largo período de ausencia,
producto de los problemas técnicos de mi ordenador, regreso junto a nuestros queridos
lectores, para poner a disposición de ustedes este cuento, que fundamentalmente
está dirigido a jóvenes y adolescentes.
Desgraciadamente la temática que
encierra “El dibujante”, es una realidad en cualquier rincón del mundo, en
especial del tercero.
Combatir hechos, como los que aquí se
relatan, constituye el deber fundamental de todo ser poseedor de la ética y la
moral, que nos distinga de aquellos, que nada tengan en común con nosotros.
Cuando de historia se trate, es
imprescindible ubicarnos en tiempo y espacio. En tiempo, si deseamos precisar
el hecho al que nos referiremos, al espacio si deseamos disponer de las
coordenadas geográficas en las que habrá de acontecer nuestro relato, (pues
ambas categorías filosóficas a las que hemos hecho referencia), conjugadas con
habilidad y una pizca de sabiduría, nos facilitará valorar mejor el
significado, tanto del mensaje como de la trama portadora del mismo.
No pretenderemos disputarles a los
navegantes europeos, si fueron nuestros descubridores, pero de lo que sí
estamos seguros, es, que mucho antes que ellos, hubo otros hombres que
arribaron a nuestras tierras, que por tanto, resultaron en efecto nuestros
reales descubridores.
Pero como no deseamos escribir, ni de
historia de la navegación ni mucho menos a cerca de etnología, encomendamos esa
temática a los eruditos en esas materias, mientras tanto, me limitaré a
intentar escribir sobre determinadas realidades sociales, las que a cada
instante se agudizan en la Patria Americana, en especial, al sur del Río Bravo,
aunque no ignoramos que muchas minorías sociales y étnicas, situadas algo más
al norte, padecen en ocasiones, problemáticas iguales o peores a las nuestras,
las que no soslayaremos.
Si comparáramos aquellas ciudades
fundacionales con las que, hoy podemos visualizar en cualquier urbanización
moderna, hasta para el más ignorante del desarrollo tecnológico actual,
resultaría evidente dos aspectos diametralmente diferentes, el uno, que la
apariencia era más homogénea, sobre todo en lo urbanístico, y que las ciudades
actuales reflejan marcadas diferencias, tanto en lo arquitectónico como en el
trazado y la planificación física de las distintas agrupaciones sociales,
predeterminadas por las posibilidades socioeconómicas a cada instante más
diferenciadas, pues los barrios marginales crecen geométricamente, si los
comparamos con las zonas, cada vez más reducidas, en las que construyen sus
confortables viviendas las cada vez menos numerosas clases pudientes,
económicamente hablando.
La proporcionalidad entre pobreza y
precariedad del fondo habitacional en América Latina no podría resultar más
visualmente directa, casas ruinosas, por calificarlas de alguna forma, y
cuerpos descalzos y harapientos, son el acusador índice marcador de los únicos
responsables.
Nos corresponde a nosotros, me refiero a
las minorías hoy, poco a poco mañana, todo un OCÉANO DE Pueblos transformar, o
mejor revertir, la realidad, que vino a poner fin a nuestras CULTURAS
AUTÓCTONAS.
Nuestros colonizadores, españoles,
portugueses, franceses, ingleses y holandeses, no sólo incorporaron a la carga
de sus precarios medios de navegación sus vituallas, con ellos se trajeron muy
poca de su cultura escrita, pues entre aquellos aventureros escaseaban los
letrados, los que, con muy raras excepciones no eran los promotores de aquel
intento de abrir nuevas rutas para la navegación con objetivos primordiales de
carácter comercial.
Pero aquellos seres que se disponían a
exponer sus propias existencias, no en su totalidad eran seres de innoble
talante, los hubo, y no fueron pocos, los que se echaron a cuestas sus
sentimientos “humanitarios y cristianos”; y gracias a esos CABALLEROS ANDANTES
fue por los que los colonizados aceptamos la mutua asimilación, no sin que se
nos impusieran condiciones de servidumbre y de cruel esclavitud, siempre en
dependencia de las riquezas halladas en las diferentes zonas geográficas y los
orígenes de los sojuzgadores de los derechos de propiedad de la población
nativa.
Les ruego que me sepan comprender, ya
que es casi un ignoto influjo el que nos hace incurrir en la irresistible
necesidad de dejar ¡bien en claro! Que somos una RAZA HÍBRIDA, EN LA QUE COMO
DON DE NUESTRO COMÚN CREADOR, HAN PREVALECIDO NUESTROS ANCESTRALES GENES
CRISTIANOS.
Para concluir, el conjunto de pueblos
que se integraron al proyecto cultural de nuestro continente, no deberán quedar
ausentes al pase de lista, dos culturas, que por el monto de los inmigrantes
que sumaron sus aportes, se hacen presentes en casi la totalidad de las
naciones americanas.
Los negros fueron inmigrantes forzados,
los que por cientos de millares e incluso millones, arribaron en barcos
negreros en los que las bestias no habrían de haberla pasado peor.
Ya en nuestras playas se nos han
conjugado con nuestros sufrimientos, carencias de todo género, por el genocidio
silencioso del hambre y la insalubridad en la que nos han obligado a
languidecer.
Los asiáticos han sido importados como
mano de obra barata y errónea, y mal intencionadamente acusada de sumisa y
traidora a sus hermanos de infortunio.
Enmarcados en la panorámica social en la
que desarrollaremos nuestra tragedia, la que supera en dramatismo este género
teatral griego, estamos en el nacimiento de donde extraeremos toda una
abigarrada legión de personajes, que solamente tienen de ficticios el haber
sido imaginados en nuestra cabeza, pero que brotados de ella, adquieren
existencia independiente superando su realismo, lo que la dramaturgia
tradicional, pudiera recrear.
En una de esas populosas ciudades del
Nuevo Mundo, se encendía tímidamente el alborear de un nuevo día, eso de nuevo
para algunos era dulce realidad, otros lo interpretaban como la prolongación de
su casi inacabable agonía, no trabajo, ni esperanza, ni aunque fuera el tímido
titilar de una fe que la realidad de su miseria se encargaría de asesinar.
Oleadas de seres todavía vivos se
lanzaban a las calles en un intento adicional por lograr regresar a casa con
algo de dinero, o al menos un trozo del pan de cada día, no el que nutre el
alma, sino el tangible, el que se siente como nos llena el estómago, ese que es
el que nos permite intentar proseguir siempre hacia delante, el que alimenta el
casi risible proyecto de un futuro mejor, ese que los políticos nos dibujan en
nuestros deslumbrados ojos, para arrebatárnoslo con sus engaños, para que
cuando vengamos a reaccionar, quienes únicamente lo hacen realidad son ellos,
luego de haber cabalgado sobre nuestras espaldas enriqueciéndose impúdicamente
se apropien hasta de nuestras ilusiones.
Pero como en esta vida no existe acción
que no genere reacción, si la genera el engaño y la desilusión, entonces, es
como si una fuerza de magnitud desconocida nos brotara de todos y cada uno de
los poros de la piel que nos recubre el alma, en el fallido intento de
preservarnos del agudo dolor que los sucesivos engaños nos dejan como acre
legado.
Cuando los que se afanan por abandonar
su estatus de pobreza, ven el fruto positivo de su esfuerzo, las sociedades
avanzan, cuando ello no ocurre, comienza a acumularse una potente energía
social que arrasa con todo lo instituido dando lugar a las revoluciones, que de
impredecible signo se originarán, ¡quién sabe dónde!
La vida nocturna de las grandes urbes,
En cualquier punto del planeta, cuenta con numerosísimos actores, prostitutas,
y proxenetas, drogadictos y narcotraficantes, jugadores y casinos, prostíbulos
y matronas, porno actividades de toda índole y sus enriquecidos promotores, son
tan sólo la punta visible del ICEBERG, con sus partes y contra partes, y, no
para impedir sino para amparar y desde luego alentar, funcionarios corruptos
que desde sus posiciones administrativas se convierten en seres acaudalados a
cambio de sus torcidas conciencias.
Las mismas fuerzas represivas, que son
entrenadas con esmero, son las que persiguen con saña a los que abogan por un
mundo justo y sin corrupción, son las que cuidan que el asqueante mundo
nocturno funcione sin dificultades, y si algo o alguien altera su rítmica
marcha, son las encargadas para ponerlo todo en su sitio nuevamente, y que todo
prosiga sobre ruedas.
Fue en una de esas mañanas en que Luisa,
joven y hermosa mujer, una de las tantas que practicaba la prostitución, llegó
a su casa en una cuartería súper habitada por gentes de toda categoría de
pobreza.
La agotada mujer, luego de una
humillante noche de impúdica labor, se sorprendió al no encontrar esperándola,
a su pequeño niño de siete años, como resultaba habitual. Supuso que se hubiese
quedado dormido, pues le gustaba dibujar, para lo que demostraba gran destreza,
aunque si pudiera asistir a alguna escuela de arte... pero eso ¡ni soñarlo!
Luego de empujar la puerta, la que por
ser de casa de pobres no requiere de cerrojos, pudo ver que el pequeño no
estaba en el camastro, por lo que la criatura sin saberse la causa no se
encontraba allí, cosa extremadamente rara si tomáramos en cuenta, que el hijo
de la sorprendida mujer era parapléjico no disponiendo de sillón de ruedas.
Luisa indagó desesperadamente entre sus vecinos los que dijeron haberle visto
irse a dormir, desconociendo su destino, aunque demostrando sorpresa y sincera
preocupación.
Como enloquecida la atormentada madre
del pequeño Arturito, recorrió todo el vecindario pero sin resultados favorables,
siendo la respuesta de signo negativo.
Al regresar a la cuartería un numeroso
grupo de inquilinos que vivían en la misma, le sugirieron que formulara la
denuncia en la comisaría para que trataran de encontrar a la indefensa
criatura, a quien habrían secuestrado ¿quién sabe por qué causas?
Casi como por instinto gregario, aquella
intrigada y no menos dolida comitiva, encaminó sus pasos hacia la sede policial
no distante. Al aproximarse a la instalación represiva se pudo notar una
creciente inquietud entre los gendarmes, y sucede que entre los que acostumbran
a abusar de los humildes, se implanta un temor automático siempre que ven a los
desposeídos agrupándose, ya que lo interpretan como índice de peligrosidad,
-carga que les pertenece por entero a los canallas, sentimiento empírico de
todos los que viven atropellando a quienes suponen indefensos sin imaginar, que
el día que adquieran conciencia de la fuerza que se deriva de la consolidación
de su unidad como grupo humano ¡otro gallo cantaría!
Dos agentes con sus cascos y bayonetas
caladas, le cortaron el paso a la improvisada comitiva, quienes se detuvieron
inmediatamente, y Luisa les informó que deseaba formular la denuncia por la
desaparición de su pequeñín. Con un gesto indefinible uno de los guardias,
señaló a la mujer que penetrara en la instalación, pero que los acompañantes
nada tenían que hacer allí, teniendo que abandonar las proximidades del
cuartel.
Frente al oficial encargado de
atenderle, la desorientada mujer con sus ojos arrasados por quemantes lágrimas,
casi no podía ver el inexpresivo rostro del que displicentemente, con fastidio
le escuchaba. Aquel desalmado, no mostraba el más mínimo interés en la historia
que la desvalida Luisa le comunicaba, con su corazón lacerado por el dolor de
ignorar el destino de su único hijo.
Luego de tomar unas breves notas y sin
solicitar a la mujer la dirección donde vivía, el déspota funcionario se puso
en pie y girando sobre sus talones, sin despedirse, se alejó de la madre
atormentada que ni se percató de ese principalísimo detalle.
Al salir de la guarida de aquellas
hienas en cuyas manos descansaba el orden ciudadano, vio que en el pequeño
parque que hacía esquina, los solidarios compañeros del solar le aguardaban,
interesados por conocer los resultados. Impuestos de los pormenores de la
entrevista sostenida con aquel frío oficial y que ahora no tenía más
alternativa que confiar en “Dios”.
Como quienes retornan de un funeral, el
silencioso grupo penetró en el patio central de su colectiva morada, y luego de
estrecharse sus manos en demostración solidaria, cada uno de los integrantes de
la espontánea demostración de buena vecindad, penetraron silenciosamente en sus
reducidas estancias.
Luisa acorralada, por que con el
transcurrir aplastante de cada segundo, cada minuto, cada hora, lapsos que
parecieran a la incrédula madre que nada surgiera de esa misma “NADA” que le
permitiera hallar a su Arturito querido, si al menos él hubiese sido capaz de
abandonar el hogar, porque no entendiera el modo de obtener el sustento, pero
es que ni esa oportunidad le fuese dada por el destino, pero a su alma de dulce
madre nada aclaratorio acudía en su auxilio.
Siendo casi las siete de la tarde, unos
reiterados golpes en la puerta del cuarto de Arturito, hicieron volar a la
aturdida Luisa, al abrir la muchacha, vio a un delgadísimo niño al que todos
llamaban Espagueti, el que era el mejor compañerito de juegos de su pequeño.
Jugaban ajedrez, damas, y al igual que
Arturito, también disfrutaba dibujando, aunque reconocía que su imposibilitado
compañerito lo hacía mejor que él.
Espagueti, sin salir de su estupor,
trató de saber algo, pues no entendía la forma de que su inseparable amiguito
pudiera abandonar su camastro del que no se levantaba por sí sólo.
La desconsolada madre se abrazó al
espigado muchacho, y estrechándole entre sus brazos lloró desconsoladamente,
permaneciendo así durante largos minutos que hicieron que, el depauperado niño,
rompiera a sollozar desconsolada e inconteniblemente.
Luego de permanecer así, ¡no sabrían qué
tiempo! ambos fueron a sentarse a cada lado del camastro en el que dormían
Luisa y Arturito, cada uno en horarios diferentes, pues de lo contrario el
distendido alambre de la colombina, no habría soportado el peso de ambos.
Espagueti fijó su mirada en un punto en
el infinito, como extraviado en sus recuerdos; algo pugnaba por aflorar a su
mente, pero por mucho que se concentrara, no alcanzaba a memorizar lo que le
contrariara hasta la desesperación.
Aquel sumirse en el vacío de la memoria,
resultó interrumpido de manera tan súbita como impresionante al producirse un
golpear tan descomunal en el entablado de la puerta del cuarto que de todas
partes caían restos de madera carcomida por el implacable comején, los golpes
se hacían acompañar de toda suerte de improperios proferidos contra la aterrada
mujer, la que abrió la destartalada puerta, mostrándose ante ambos ocupantes el
rostro enfurecido de aquel hombre, por calificarle de alguna manera.
Aquel hombretón pareciera más un cerdo
por su gordura y grasiento aspecto, sus ojos estaban decorados por unos
macilentos párpados que permitían ver, hundidos en la cuenca, unos verdes e
inquietantes ojos como de una venenosa culebra que chispeaban, infundiendo
pánico a Espagueti, quien abandonó precipitadamente la estancia.
Aquella bestia deshumanizada lanzaba
todo género de ofensas a la infeliz Luisa, quien en la práctica fuera
arrastrada e introducida a empellones en un elegantísimo auto negro, y mientras
aquel energúmeno cruzaba trabajosamente frente al auto para introducirse
dificultosamente en el mismo, prosiguió increpando a la desvalida dama,
diciéndole que allí se iba a trabajar, que los asuntos personales no podían
afectar el negocio, que resultaba imperdonable que señores tan distinguidos se
vieran obligados a perder su preciado tiempo por una sucia prostituta.
Valdría la pena que nos preguntáramos
quienes resultaban más despreciables, si aquella “DAMA” o aquellos traficantes
con el honor y el decoro de una desdichada mujer, que para dar de comer a su
pequeño hijo, aquella podrida sociedad, no le facilitaba otra alternativa menos
humillante.
Luisa, si pudiera frecuentar ciertos
sectores de la alta sociedad, comprobaría que muchas señoronas a quienes sus
esposos les garantizaban todo lo económicamente necesario, a pesar de ello eran
infieles a sus maridos, ¿quién es más honesta?
Todos en el lugar, a pesar de la
categoría de los habitantes del solar, no habían presenciado nunca antes, algo
semejante, y el asustado Espagueti no lograba reponerse del susto, ¡porque
había que mirarle a los ojos a aquel abusador, para percatarse de que resultaba
probable cualquier agresión de aquel sucio cerdo!
Poco a poco, las personas volvieron a
reintegrarse a sus actividades, no sin dejar de experimentar una secreta
preocupación por la suerte que pudiera correr la indefensa madre del
desaparecido niño.
A la mañana siguiente muy temprano,
luisa al regresar a casa intentó conocer algo sobre el incierto destino de su
pequeño, pero ni siquiera le fue permitido el acceso a la comisaría, con el
pretexto de que estaban muy atareados en la investigación del asesinato de una
vieja que recogía limosnas y la que realmente traficaba drogas, diciéndole que
volviera otro día, sin demostrar preocupación alguna por el destino de su
Arturito.
Así, como aplastada por la evidencia
palpable, de que la vida de una infeliz criatura nada significaba en aquella
podrida sociedad, y sin tener a donde acudir para exigir que se le diera, como
respuesta una piadosa mentira, hubo de reiniciar el retorno al infernal
cuartucho, para reencontrarse con su precariedad ciudadana, en la que su
pobreza constituía lo último que le pudieran arrebatar.
Los días fueron destilándose lentamente
como si fueran candentes gotitas de plomo fundido sobre el alma de la
inconsolable mujer, ella hasta se había olvidado de las ocasiones en que, sus
oídos resultaran taladrados, por la displicente respuesta que le repetían en la
comisaría, -no tenemos noticias, nada se conoce, no, nada, nada, nada y así
hasta la infinitud del aplastante olvido.
Aquella madre inició un galopante
desplome de su espíritu, inicialmente un cigarrillo acompañado del buche de
café, apagándolo cuando ya le quemaba los dedos, más tarde los encendía uno con
otro, sumándose posteriormente el alcohol, arruinándose su personalidad y al
unísono su salud, pero lo más irreversible, su alma de madre.
Como no se alimentaba, pues su mísera
paga solamente alcanzaba para fumar, tomar café y beber los rones de inferior
calidad, fue perdiendo peso corporal y afectándose su figura de hermosa y
sensual mujer, haciendo que al desfilar desnuda delante de los “caballeros” de
cuello y corbata, fuese menos codiciada, reflejándose en la paga diaria,
haciendo que se agravara su situación al disponer de menguados recursos
monetarios, lo que se fue convirtiendo en el más serio percance, ya que apenas
ganaba para poder fugarse entre las brumas de la embriaguez y el humo.
Pocas semanas transcurrieron y en una
lluviosa noche, al llegar a aquel antro, en el que era la peor mirada, hasta
por sus similares en aquel infrahumano oficio, resultó despedida por el
“HIPOPÓTAMO-PORCINO”, quien le amenazó diciéndole que se olvidara que había
trabajado para él y que mejor cerrara bien el “pico”, que resultaría lo más
saludable para ella, que además se borrara de sus estúpidas pupilas las
“personalidades que acudían a aquel sitio, pues también correría ella el riesgo
de perderlas como su hijo.
Al proferir aquel despreciable sujeto ¡tan
abominables frases, Luisa se arrojó sobre el malvado, arañándolo como si una
enfurecida pantera, se hubiese apoderado de su acción, saliendo en desagravio
de la memoria de su pequeño, viéndose forzados los guardaespaldas de aquel
sádico magnate del desagradable tugurio, a arrastrar a la enfurecida mujer, a
la que le propinaron una brutal paliza, dejándola inconsciente tirada en la
calle, como quien arroja a un perro rabioso!
Al quedar sola, la infeliz de Regina,
una muchacha negra y anormal, mirando hacia todos lados, salió a las sombras de
la noche reanimando a Luisa, lanzándole un balde de agua para hacerla volver en
sí, implorándole que se alejara a toda prisa, pues si el cerdo regresaba con
sus secuaces era capaz de ultimarle como hubiera hecho en más de una ocasión
así.
La aún aturdida víctima del vicio, y los
atropellos de que resultaban dañados física y anímicamente los pobres, que
ocupaban el nivel inferior de la corroída pirámide social, no tuvo otro remedio
que escuchar los reclamos de la joven.
Esa noche la adolorida mujer no regresó
a la cuartería, atemorizada ante la posibilidad de que aquellos hombres
intentaran tomarse la justicia por sí mismos, lo que no era de dudar, si
tomamos en cuenta la impunidad con que, esa caterva de marginales, que se
movían al amparo de las “autoridades” acostumbraba a actuar.
Martha, retirada matrona de un
prostíbulo, en el que Luisa debutara en aquella corrosiva actividad, recién
arribada a la capital procedente de su natal ciudad, de la que emigró para no
morir de hambre, además de tratar de mantener a su anciana abuelita, enferma y
aniquilada por la secular inanición, constituyendo este inicial propósito su
primer fracaso en la gran ciudad, y día tras día, se agregaban eslabones a la
larguísima cadena, en cuyo extremo se fundían los pesados grilletes que la
fueron atando definitivamente a la infraestructura de practicante profesional
de ese oficio, devenida herencia iniciática de la mujer codiciada y disputada
por los “hombres”, olvidando que forman conjuntamente con ellas, el fundamento
primigenio de nuestra especie.
Una vez más recurría a ella, pero en
esta ocasión, en circunstancias aún inferiores a las de cuando estaba recién
llegada a ese ambiente, pues entonces era una chica pletórica de encantos con
cuya llegada Martha “vio los cielos abiertos”, por los dividendos que habría de
sacar de las costillas, de la infeliz, por no precisar el punto corporal que
emplearía Luisa desde entonces, para volverles a los hombres al revés el
contenido de sus bolsillos.
La mujer, que dormía profundamente, se
revolvió en el lecho sin precisar lo que originaba los fuertes golpes, ya que,
por hábito se había acostumbrado a no lograr conciliar el sueño, si no se
embriagaba con una vinculación de un fuerte somnífero con alcohol, lo que era
sabido por la madre de Arturito, quien golpeaba desesperadamente la puerta del
cuarto del solar, en el que su antigua matrona residía.
Fueron ¡tan fuertes y reiterados los
golpes, que los inquilinos contiguos comenzaron a proferir insultos y
palabrotas en señal de protesta! Hasta la propia Martha lanzaba mil blasfemias
bajando a todos los santos y, como si las hubiera contado, a las once mil
“VÍRGENES” DEL CIELO, INTERRUMPIÉNDOLES LA PAZ QUE DISFRUTABAN A LA VERA DEL
SEÑOR, si ello fuere posible en un mundo ¡de tantas e injustas desigualdades!
Mientras estos hechos resultaban vividos
por la desconsolada progenitora de nuestro desaparecido amiguito, Espagueti se
afanaba en saber algo, descubrir algún detalle que le facilitara encontrar a
Arturito. Recorría calles, callejuelas, grandes avenidas, numerosos parques,
incluso hospitales, pensando que su inseparable e indefenso amiguito, pudiese
haber sido objeto de abuso sexual por alguien, que sabiendo la actividad
nocturna de Luisa, lo raptara y luego de atropellarlo lo hubiese dejado en
cualquier lugar solitario, siendo hallado por alguna persona piadosa que lo
condujera a un centro asistencial, sin que se supiese su dirección.
El desaliento más aniquilador que
provoca la incertidumbre, fue ganando el ánimo del fiel camarada de juegos e
infortunios, al que a cada segundo se le antojaba que resultaba una injusticia
social o “DIVINA” lo sucedido a Arturito, ¡que tal pareciera que se lo hubiera
tragado la tierra!
Transcurridos once largos días, y
entendiendo que el peligro mayor había quedado atrás, Luisa, regresó a su
cuartucho el que ni siquiera inspeccionó, pues nada de lo poco que había en su
interior, podría codiciarlo alguien, por el contrario, parecía que a alguien le
estorbaba una despintada y renqueante silla y la habían almacenado en su
cuarto, como a modo de sitio de desahogo al ver que la ausencia de la abatida
madre, se prolongaba ya algunos días.
Espagueti, quien disfrutaba de la sombra
del tamarindo que crecía en el patio de la cuartería, “como para demostrar, que
hasta los árboles que crecían en patios de gente desposeídas,”debieran dar
frutos ácidos, al percatarse de la llegada de Luisa, como proyectil, en
fracciones de segundos, golpeaba anhelantemente la puerta a medio cerrar, la
que al son del ritmo de los nudillos, se abrió de par en par y sin aguardar que
le autorizaran a penetrar fue a fundirse, en casi un inseparable abrazo, con la
visiblemente destruida madre.
Sin que mediaran interrogantes en sus
labios, que en verdad no constituían requisito para que ambos se contaran sus
actividades durante los días que, el tiempo y la distancia se les interpusiera
con su forzosa incomunicación. Luego de prolongada conversación, permanecía en
claro, como única verdad, el hecho indiscutible de la misteriosa desaparición
de Arturito, de quien nadie podía imaginar el destino, que resultaba la máxima
interrogante precisamente por la indefensión de esa criatura, que era el único
y más valioso tesoro, porque Luisa no tenía más familiares, mientras que, para
Espagueti, que no recordaba el tener pariente alguno, la desgreñada madre y el
pequeño, integraban su relación afectiva.
Al clarear el nuevo día, con una poli
cromática cascada como surgida desde las raíces mismas que sustentan el
horizonte, en la que la luz se habría derramado como en divino manto, Luisa
abandonó el solar y mientras atravesaba el sucio patio, se percató que ya
espagueti se movía no sin esfuerzo, halando el enorme carretón que utilizaba
para recoger de los recipientes de basura, toda suerte de objetos para
venderlos y así, sin que a alguien le llamara la atención ¡tan nociva práctica!
venderlos luego en comercios, en los que se reciclaban una amplia relación de
materiales, por los que pagaban precios abusivos.
Nostálgicamente la mujer le vio
alejarse, hasta que se difuminara la imagen del afanoso luchador infantil, el
que por instinto de subsistencia “pura”, no le estaba dada la posibilidad, de
obtener ese objetivo, sin que antes se viera en la necesidad de alcanzar el
éxito, luego de agotadoras jornadas.
Como prendida a un desconocido punto en
la infinitud, la madre reanudó la marcha sin saber, a ciencia cierta, el rumbo
por el que encaminar sus pasos y desconociendo, incluso, ¿qué pretendía hallar?
Abandonando su suerte a las veleidades
del destino, Luisa inició un deambular sin la orientación de la “ROSA NÁUTICA
DE UN OBJETIVO PRECONCEBIDO DESDE QUE ABANDONARA EL LECHO, SI FUESE POSIBLE
CALIFICAR DE ESE MODO EL RUINOSO CAMASTRO, CON ESE RIMBONBANTE MODO.
Encomendándose ESTA VEZ A SU SUERTE,
ESPERANZADA EN QUE EN ESTA OCASIÓN LA VIDA NO LE SORPRENDIERA CON UN GOLPE
BAJO.
Luisa y Espagueti, cada cual se lanzaba
a la calle, teniendo en cuenta, eso sí, que otros lo hacían también, pero con fines
menos acuciantes, para asistir a la escuela, que no abundaban, y en los barrios
marginales se las desconocía, para dirigirse al centro laboral, los que, Ni
soñar, existieran en esos sitios abandonados de la mano de “Dios” pareciera que
ni en el cielo, se tuviese noticias de la existencia de tales barriadas, que de
acuerdo a los hechos, hasta el “TODO PODEROSO SEÑOR DEL CIELO DE NUESTROS DÍAS”
IGNORABA QUE HUBIESEN SIDO CREADOS POR LA CONCENTRACIÓN DE LAS RIQUEZAS
TERRENALES, en las opresivas manos de las omnipoderosas transnacionales
terrenales, las que para enriquecerse, convertían todo en mercancía aunque
fatalmente para sus execrables intereses, olvidaran que en el alma de los
humildes, perdura como única inalienable riqueza, su enraizado amor a “LA
LIBERTAD Y PARA CONQUISTARLO NADA LES IMPIDE ENTREGAR HASTA LA VIDA, y es por
eso que imperios han existido, pero invariablemente han caído desmoronados a
los pies de los PUEBLOS, la historia refleja la existencia de todos y cada uno
de los poderes imperiales, pero así mismo destaca la acción de las masas
desposeídas que se constituyeron en IMPLACABLES Y JUSTICIEROS VERDUGOS,¡PARA
FORTUNA ATESORADA POR LA HUMANIDAD!
Cuando el rey de los astros más cercanos
a nosotros, y el que controla el ritmo de NUESTRO SISTEMA PLANETARIO, quemaba
nuestras cabezas, a los que estábamos en exteriores, desde el punto sideral de
máxima altura, el que simultáneamente marca el inicio de su viaje hacia el
poniente, sitio geográfico en que se hunde, para renacer al siguiente amanecer,
sepultando las sombras bajo miríadas de rayos luminosos de variadísimas
frecuencias y gamas de colores.
Casi al otro extremo de la ciudad,
Espagueti enfrentaba a una banda de adolescentes que lo agredieron para
despojarle del carro casi repleto de deshechos, pues ese día la fortuna le
había mostrado, inicialmente, su aspecto sonriente, para luego favorecer a
aquellos tarados que se adjudicaban basados en la RAZÓN DE SU FUERZA el mal
oliente fruto de su infrahumano trabajo. Pero la batalla fue dura, las hienas
nunca imaginaron que Espagueti se transformaría en digno ejemplar del REY DE LA
SELVA, enfrentándose con tanta dignidad y coraje a los descastados, que les
puso en precipitada fuga, aunque nuestro infeliz amiguito resultara golpeado
sangrando por numerosos rasguños y hasta por un navajazo que ¡DIGAMOS, GRACIAS
A DIOS! no resultara mortal.
Finalizada la contienda, el muchacho se dejó caer sobre la acera,
como para tratar de recuperar sus menguadas fuerzas y fue en ese momento que,
por la verja de una casona señorial, se asomó el jardinero que al ver a
Espagueti todo traumatizado físicamente, (PORQUE ESPIRITUALMENTE YA LO ESTABA
DESDE SU LLEGADA A ESTE “VALLE DE LÁGRIMAS”), CORRIÓ EN SU AUXILIO, y mostrando
conducta de pobres, lo cargó poniéndolo en lugar seguro, entrando al gran patio
el pesado carretón, no fueran a retornar los cobardes y el esfuerzo heroico
hubiese sido baldío.
Boca arriba sobre el mullido césped a
nuestro amigo, devenido héroe, aguardando por Julián,-nombre del bueno del
jardinero, quien además de cultivar flores, ¡que es como crear vida! -pidió al
muchacho que le aguardara, para traer al SEÑOR propietario de la lujosa
residencia en la que laboraba desde hacía más de 32 años, cuando el que hoy,
era un conocidísimo cirujano, no era más que un recién iniciado estudiante en
la Universidad Católica en la Facultad de Medicina.
Casi a rastras, a unos pocos minutos más
tarde, el adolorido infante, vio acercarse a Julián quien urgía al hombre de
bata blanca, el que ordenó conducir al niño a la enfermería, para allí
examinarlo con mayor comodidad.
Sin aguardar que le reiteraran la orden,
el rudo hombre de trabajo, levantó en sus nervudos brazos sin requerir esfuerzo
alguno, pues a espagueti le habían endilgado el sobrenombre apropiado.
El galeno recibió la colaboración de su
joven esposa, la que laboraba como enfermera en la fastuosa clínica que el
Doctor Gonzalo dirigía, siendo además Presidente de la Junta Directiva, la que
radicaba en uno de los barrios exclusivistas de la Capital.
Higienizadas las múltiples lesiones, las
mismas fueron cuidadosamente untadas con pinceladas que le ardían, pero que la
señora con suma ternura le rogó que no se enfadara con ella, porque así
sanarían en pocos días. Igualmente el cirujano suturó el extenso navajazo,
diciéndole a Espagueti, que si guardaba el reposo necesario, no le quedaría
huella.
Como el proceso tomara bastante tiempo,
la esposa le rogó al delgado amiguito, que ella le invitaba a pasar aquella
noche en la confortable enfermería, y lo hizo ¡tan sincera y humanitariamente!
que el maltrecho niño se sintió muy dichoso de saber, que afortunadamente
había, aunque no muchos, seres de nobleza de espíritu.
Unas dos horas más tarde, Julián, trocó
su papel de jardinero, preocupado y laborioso, por el de gastronómico, con
idénticas cualidades, porque existen seres que son capaces de enfrentar toda
tarea, simple o compleja, sin que haya que cuestionarles su consagración a la
misma, y el cultivador de tal virtud, sería por siempre merecedor del afecto de
quienes le rodeaban.
Con una plateada bandeja sostenida entre
sus rudas manos, el hombre de bien, fue a depositarla sobre una mesita de
cristal y metal niquelado, invitando a nuestro sorprendido amiguito, que lo
servido era para él y que se alimentara que en realidad, le resultaba
necesario.
Al enfrentarse a la bien servida
bandeja, el muchacho valoró ¡como nunca antes su miseria alimentaria!, pues
desconocía la inmensa mayoría de los alimentos, que a semejanza de una
exposición, estaban hermosa y apetitosamente presentados ante sus ojos.
Avergonzado de su desconocimiento,
Espagueti se enfrentó a los platos confeccionados a cerca de los que ignoraba
hasta sus nombres. Triste realidad para aquella criatura, que al igual que casi
la totalidad, o para la mayoría, no resultara alcanzable un nivel adquisitivo
que les facilitara abandonar la miseria en la que languidecían, aunque fuere
para alcanzar el nivel suprahumano de saberse ¡tan sólo pobres!
Mientras nuestro hambriento amiguito luchaba
como digno émulo de un “gladiador romano”, Esta vez enfrentado a aquel
recipiente repleto de alimentos desconocidos para él, batalla que no
finalizaría hasta que el fondo de la bandeja, quedara a cielo descubierto y con
su lustre metálico al tope.
Dejemos al niño disfrutar de su
inesperado botín, mientras tratamos de visualizar la odisea vivida por la MADRE
de Arturito, quien había perdido ya la cuenta, de la extensa lista de empresas
visitadas en solicitud de empleo, sin escoger la categoría ni el nivel
salarial, e invariablemente, el sonsonete, vuelva otro día, vuelva otro día,
-otro día, otro día, otro día...
La desesperanza, semejante a las
termitas que devoraban las paredes del cuarto de Luisa, de igual manera fue
desmoronando las expectativas de encontrar una forma honrada de ganar el
sustento diario, hecho que debiera constituir un derecho inherente a nuestra
especie además inalienable.
Con su hermoso rostro reemplazado por el
temerario de la íntima agonía, la mujer sin que su mente se lo indujera, de
forma instintiva. Suceso que retrotrae a los humanos a su estado de
irracionalidad, se encaminó a un elevado puente por el que cruzaban cientos de
automotores al otro extremo de la gran ciudad.
Con su mirada clavada en las sucias
aguas como agudo puñal, Luisa caminaba lentamente, había algo en sus ojos
diferente, como luciérnagas, que a pesar de los restos de agonizante luz del
atardecer, nos hacían comprender que en su alma de madre, un fuego quemante
comenzaba a reemplazar a la esperanza de recuperar a su ¡hijito del alma, a
quien cruel y oportunistamente le habían arrebatado!
El oportunismo, del que hacen gala los
malvados, resultaba lo que más laceraba el corazón de la desconsolada madre, al
considerarse la facilitadora de la comisión del delito, pues se flagelaba
íntima e inconsolablemente el alma acusándose secretamente, pensando que si
ella no hubiese asumido su nocturna actividad, y se hubiera dedicado a ganar el
dinero necesario, nadie le habría robado a su ARTURITO DEL ALMA.
Con la imagen de su desvalido fruto de
un amor sincero, -talvez el único que la crueldad de la vida le permitiera
disfrutar-, se detuvo y sus dos manos se aferraron a la baranda del viaducto,
con tanta desesperación ya incontrolada, que pareciera que sus fuerzas redobladas
amenazaran con quebrarla.
Un joven de agradable y humilde
vestimenta, que le había seguido de cerca, al ver que aquella dama iniciaba una
veloz acción para elevar su bien formado cuerpo, por sobre el barandal con
intenciones de lanzarse a las sucias y contaminadas aguas de aquel caudaloso
río, entre las que intentaba refugiarse para toda la muerte, corrió hacia ella,
y no sin lucha de titanes, pudo reducir a la mujer a la obediencia.
Caminando, amenazando con desplomarse de
un momento a otro, Luisa se dejaba conducir del brazo por el joven que nunca
imaginó, que la simple y testaruda misión de la casualidad y de algún secreto
destino, le convirtiera en el salvador de la existencia de un ser aplastado y
enajenado por la suya propia, pero daba gracias a la providencia por hacerle
ese hermoso regalo de facilitarle la ocasión de transformarse en el ángel
guardián de un semejante.
Cuando el postrer destello luminoso se
desvanecía en el horizonte, ambos caminantes ascendían los tres peldaños que
les facilitaba el acceso a aquel descuidado parque, en cuya glorieta central se
veía borroso por las brumas de las tempranas sombras de la noche, la no menos
descuidada estatua del PADRE FUNDADOR DE AQUELLA PATRIA NO MENOS ABANDONADA
,por los politiqueros que se azotaban el pecho, cuando debieran azotarse el
alma, en sus diabólicos sainetes en los que hacían el “deleznable papel de
falsos defensores de la TIERRA Natal, cuando ciertamente, la entregaban atada
de pies y manos al capital foráneo”,conduciendo a millones de hermanos de
historia común a la desesperanza más condenable, por ello pareciera que aquella
MARMÓLEA EFIGIE DESTILARA, LÁGRIMAS DE FUEGO AL VER LLEGAR ESOS DOS HIJOS,
APLASTADOS POR LA TRAICIÓN Y EL ENTREGUISMO DE LOS VÁSTAGOS DESNATURALIZADOS, Y
QUE CREYENDO QUE ENCERRÁNDOLE EN AQUEL CÍRCULO DE PÉTREO DOGAL, LE OBLIGARÍAN A
VOLVERSE DE ESPALDAS ANTE ¡TANTA IGNOMINIA!, PERO ÉL ENARBOLARÍA NUEVAMENTE EL
ARMA DE COMBATE, Y MARCHARÍA AL FRENTE, CONDUCIENDO A SUS HIJOS DIGNOS HACIA LA
DEFINITIVA “INDEPENDENCIA DE LA PATRIA “, PARA EL DEFINITIVO TIEMPO DE LA
HISTORIA!
Sentados con sus manos enlazadas,
“símbolo de la solidaridad y la hermandad”, aquellos dignos hijos iniciaron una
íntima entrega espiritual, bendecida por la presencia del padre mayor, a cuyo
amparo se confiaran.
Transcurridas algo más de tres horas,
Luisa y aquel hombre, iniciaban simultáneamente un camino mutuo y en sentido
inverso, que les facilitaría coincidir en un instante de encuentro personal,
que les aproximaría a un íntimo conocimiento de sus individuales realidades
para, desde ahí en lo adelante, asumir la reanudación de sus vidas, pero ahora,
en una misma dirección y un único sentido.
Cuando la mazorca del tiempo, se
desgranaba en el reloj de La Catedral cercana, hasta el granear metálico de 10
vibrantes campanadas, el joven rogó a la, ya más reanimada mujer, le autorizara
a acompañarla hasta su casa. La solitaria madre casi se sonrió al escuchar tal
calificativo, dado al sucio y ruinoso solar en que habitaba, en labios de Salvador,
que por coincidencia de la vida, resultara el nombre de aquel buen hombre, que
la caprichosa casualidad interpusiera en su camino para, que afortunadamente
impidiera que a Luisa se la engulleran la contaminación ¡HUMANA Y SOCIAL!
La experimentada mujer, en esta ocasión
no supo, o no pudo recurrir a una de las miles de excusas de las que estaba
habituada a esgrimir ante solicitudes semejantes, y con una profunda mezcla de
pena y, casi olvidada timidez, asintió con un gesto de su rubia y poblada cabeza.
Sin mediar palabras, ambos encaminaron
sus pasos hacia donde se hallaba la señal de estacionamiento del ómnibus, que
les conduciría hasta el distante barrio donde residía Luisa. Así, mientras
aguardaran el transporte y realizaran el prolongado itinerario, nos daremos un
saltito para ver si al bueno de Espagueti las cosas continuaban yéndole bien.
Quien no lo conociera, afirmaría que sí,
pero el aspecto serio y preocupado reflejado en el, alegre, y de habitual, sonriente
semblante, nos hizo conocer que algo le inquietaba y que se afanaba en
esclarecerse a sí mismo. Algo en su despierta memoria, inexplicablemente,
dormitaba, pero no había momento fijo para que se desperezara.
En el instante preciso, en el que se produce
el salto del estado consciente al del sueño, Espagueti fue sacudido por un
estremecimiento que le hizo saltar en el mullido lecho, poniendo en tensión
todos sus recursos sensoriales y otros, extra sensoriales que su lucha por la
subsistencia le obligaran a desarrollar. Pareciera un tigre asechante y presto
a saltar sobre todo aquel que le hiciera peligrar.
Abandonando la enfermería penetró en la
catedral de una noche oscurísima que barruntaba tormenta cercana, pues de
cuando en cuando, las sombras se rasgaban las entrañas con el cegador destello
de un relámpago cercano. Sigilosamente, tratando de no originar el menor ruido,
nuestro desnutrido amigo, se aproximó a la elevada tapia, la que necesitaría
vencer para abandonar ese sitio, en el que su vida peligraba si resultara
reconocido por “el afamado cirujano”, lo que en la tarde anterior, no
ocurriera, gracias a las múltiples lesiones sufridas en el desigual encuentro
con la banda de pillos que le agredieran para robarle lo suyo y que ahora
dejaba por detrás a cambio de su propia supervivencia.
Luego de esfuerzos increíbles, gracias a
las energías que infundía el miedo, sí el miedo, porque los valientes no dejan
de sentirlo, lo que el verdadero valor radica en ser capaz de enfrentarlo y
vencerlo.
Cuando ya se sintió que había descendido
por el lado externo de aquel elevado valladar, que se interponía entre él y su
libertad, se sentó unos minutos para recuperar el ritmo normal de su
respiración.
Inicialmente se alejó a paso normal para
no llamar la atención de los transeúntes, que a aquellas horas eran escasos, y
que en aquella zona pudieran ser vigilantes privados, pagados por los
ricachones dueños de las grandes residencias edificadas en ese exclusivo
reparto. Cuando se había alejado lo bastante, como para no despertar sospechas,
aceleró la marcha para volver a pies, pues no contaba con dinero alguno para
pensar en tomar un transporte colectivo. Andaba y andaba, sin detenerse a darse
el gusto de respirar, continuó durante unas dos largas horas, y así las cosas,
se vio de súbito en el corazón de su amado barrio, el que tantas veces
desandaba desde que aprendiera a caminar.
Llegando a la esquina del solar en el
que vivía en un destartalado cuartucho, que el gallego dueño le facilitara, y
gracias a lo que no se veía en el difícil trance de pernoctar en cualquier
rincón abandonado, Espagueti, divisó a la madre de su amigo Arturito, y sin que
en su cabeza mandara algún razonamiento lógico, el desdichado niño emprendió
veloz carrera para abordarla, ¡tan atropelladamente!, que la sorprendida madre
nada le fue posible comprender de el gran torrente de expresiones aparentemente
incoherentes.
Así las cosas, se escuchó la pausada voz
de Salvador, quien tomando al delgado muchacho por el hombro le sugirió que se calmara,
para que se le pudiera comprender lo que deseaba informar, que si se tomara en
cuenta su exaltación, debería resultar serio y de interés.
Reunidos los tres, Luisa suministró una
lata conteniendo agua, para que se sosegara y recuperara el control de sus
pensamientos. Respirando profundamente, el hermano de crianza del desaparecido
Arturito, narró lo vivido en aquella inquietante jornada. Luego de lo relatado
por Espagueti, Salvador se irguió en toda las dimensiones de su corpulento
cuerpo y sin decir una sola palabra, como para no poner sobre aviso a nadie,
con un gesto convincente, ordenó a ambos interlocutores, que debieran aguardar
hasta su retorno.
Al quedar a solas, la sorprendida mujer
y el tenso adolescente, parecieran haber perdido el habla, pues permanecieron
silenciosamente, hasta que transcurridos unos 25 minutos, que a aquellos
silentes espectadores, de ¿qué desconocido evento, y de cuán complicada
urdimbre?, escucharon el sonoro frenazo de dos autos, y casi instintivamente la
joven madre y el sorprendido Espagueti, intentaron hallar un escondrijo en qué
hurtar sus cuerpos de la vista de los presurosos recién llegados. Mas una
simple inspección ocular, sirvió para saber, que fueran quienes fueran, los que
hacían oír sus pasos en el patio del solar, habrían de verse obligados a
enfrentarlos, fueran amigos, o enemigos, quienes ya hacían estremecer la puerta
que se separó del marco por obra y gracia de los contactos de aquellas manos,
que en esta oportunidad, ¡gracias a Dios! fueran amistosas.
Hechas las presentaciones, las que
posteriormente se ampliaran, todos, los que aguardaran y los que volaran en su
auxilio, se introdujeron en sendos autos modernos, y como dardos lanzados por
desconocida cerbatana urbana, se agacharon en su carrera en pos de lo que desde
hacía tiempo, se sospechaba y que, si los análisis y cálculos fueran acertados,
pondrían en claro sucesos que hasta entonces, nadie les encontraba una
explicación satisfactoria.
El raudo recorrido de ambos autos
deportivos, iniciado en el solar de vecindad, en aquella zona marginal, habría
de concluir gravada en la “HISTORIA DE AQUELLA SUFRIDA NACIÓN”, ARRANCANDO EL
SUCIO E HIPÓCRITA VELO QUE AMPARABA EL ACCIONAR MÁS ASQUEANTE CONOCIDO HASTA
ESE MOMENTO.
De súbito ambos vehículos realizaron un
frenaje chirriante, el que no molestaría a los acaudalados ocupantes de aquella
lujosa residencia, los que se aislaban del entorno gracias al sistema central
de climatización, que les permitía acercarse a las características climáticas
de los amos que importaran, incluso, el accionar de negocios cuyas materias
primas eran de origen nacional, pero que fueran ideadas en países que helaban
la sangre en las venas del más “pinto de la paloma”, como rezaba aquella frase
popular.
El sonido estridente de los neumáticos,
permitiría a la mujer y al compañerito de juegos de Arturito, comprender que
hasta allí llegaba, por el momento el viaje. Un hombre de pronunciada calvicie,
que viajaba en el auto que encabezaba la comitiva, avanzó con determinación hacia
la garita en la que dormitaba el guardián que velaba la principal entrada de la
casona, y con voz autoritaria ordenó abrir en “nombre de la ley”.
El sorprendido sirviente aún medio dormido,
manifestaba ¡tal desconcierto! que le rogó al de la pronunciada calva que le
explicara ¿qué estaba sucediendo qué estaban ellos allí? El señor que así
ordenara comunicó que era al “señor” a quien habría de informarle, pero que
primero él estaba en el deber de abrir, pues era el portador de una orden de la
Fiscalía nacional.
Con sus manos temblorosas, el sirviente
escogió una gran llave que introdujo en la imponente cerradura, haciéndola
girar y la entrada quedó expedita, para que el funcionario y sus acompañantes
penetraran en la fastuosa morada.
Como sincrónica maquinaria, se puso en
marcha una operación policial, que rodeó las cuatro calles de la manzana que
ocupaba la hermosa joya arquitectónica, habitada por el Dr. Gonzalo y su
familia, evidentemente se intentaba impedirle a alguien que pudiera abandonar
el lugar. En unos instantes, un número elevado de agentes policiales ingresó al
patio inspeccionándolo todo, sin que se olvidara hurgar minuciosamente en cada
pulgada del área ocupada por la enorme vivienda.
Con su rostro transfigurado por una
mezcla de estupor, terror y extrema cobardía, se pudo divisar al afamado
cirujano, quien con pasos vacilantes descendía las escaleras, pues las
habitaciones estaban ubicadas en los pisos altos. Resultaba evidente que el
galeno se encontraba bajo los efectos de alguna sustancia, indeterminada por el
momento, que no le facilitaba el razonamiento adecuado en aquel trance, quien
estaba asistido, igualmente sorprendida, por su joven y hermosa esposa, la que
informó a las autoridades que su esposo padecía de fortísimos dolores de
cabeza, necesitando de fuertes fármacos para lograr conciliar el sueño, lo que
en su caso, por ser un cirujano, necesitara del sueño para en la mañana tener
el pulso firme y seguro, para la precisión imprescindible en su exigente
profesión.
El representante de la “Fiscalía” se
adelantó, comunicándole al médico que acompañara a los técnicos policiales que
habrían de conducirle, pues estaba bajo arresto y que existían graves
acusaciones contra su persona, de las que habría de responder ante los
tribunales.
El “mercenario de la salud”, se sumía
cada vez más en el profundo estupor en el que se hallaba, y que le hacía
mostrar cara de persona embotada por el alcohol, la droga, o la más intensa
idiotez.
Contrariamente a lo que supusieran los
funcionarios de la justicia, Gonzalo no intentó oponer resistencia a ser
conducido, semejando al más disciplinado escolar.
Concluido el registro en la enorme
mansión, realizado con pleno ajuste a lo estipulado por la legislación del
País, y en presencia de la esposa del médico, pudiera afirmarse que las
evidencias acumuladas en su contra, resultaron aplastantes y más que las
suficientes, para que a la “justicia” no le fuese necesario algo más.
El fiscal actuante, se mostraba abrumado
con tal cúmulo de pruebas de las iniquidades en las que estaba involucrado
aquel canalla. Más de 10 autos policiales y un enorme camión, trasladaron un
volumen de medicamentos, instrumental de laboratorio, de cirugía, mobiliario
médico y además, se encontró que en el lugar funcionaban dos salones de
operaciones, instalados con la más moderna tecnología, en los cuales se podía
realizar todo tipo de intervenciones quirúrgicas por complicadas que pudieran
resultar.
Concluida la gestión policial, el grueso
de los agentes se reintegraron a sus respectivas unidades, pues fue necesario
solicitar apoyo a las que se ubicaban fuera del territorio de esa demarcación,
dado el enorme trabajo que se realizara para concluir exitosamente las pesquisas,
las que habían resultado las de mayor trascendencia en aquel desdichado país.
Desde horas antes, Luisa, Salvador y
Espagueti, fueron trasladados hacia la Dirección General de la Policía, en la
que prestaron declaración en aquel proceso, en el que resultaran factor
determinante para su esclarecimiento, y era menester que facilitaran a la
Fiscalía identificar a algunos de los encartados.
Les mostraron diferentes fotografías,
videos, pertenencias personales, y frente a ellos, desfilaron las personas
detenidas al estar relacionadas, con los hechos o sospechosos, quienes fueran
identificados, aunque en su inmensa mayoría, no resultaran sus rostros
familiares, pues se vinculaban por otras vías con los organizadores de esta
“MACABRA Y DIABÓLICA EMPRESA.
Luego de agotadoras horas observando
toda clase de documentación adjunta al proceso, fueron acompañados a un pequeño
despacho en el que permanecieran a solas unos minutos, hasta que transcurridos
entre ellos diferentes intercambios, vieron abrirse la puerta por donde hizo
entrada un oficial y un civil, cargados de gran volumen de documentos, en los
que se notaba a simple vista, que el agotamiento pesaba como una lápida que les
aplastaba, en especial el alma, pues para seres normales resultaba impresionante
descubrir, que seres llamados humanos pudieran estar involucrados en una
actividad, que ni a la bestia más carnicera, se le hubiera ocurrido realizar,
por obtener ganancias millonarias, sin detenerse a analizar el daño físico o
espiritual causado a otras personas, casi en la totalidad de los casos,
inocentes.
Tras el intercambio de saludos que la
buena educación les imponía, no por que les fuera desagradable, sino por las
circunstancias en las que se les presentara la ocasión de conocerse, se condujo
a su presencia a los arrestados hasta ese momento, y cuya relación no había
sido terminada, porque se estaba seguro, que las investigaciones darían como
consecuencia, el aumento de la cifra de los arrestados en el desarrollo de las
investigaciones.
Uno tras otro fueron mostrándose los
testigos, quienes en su enorme mayoría fueran identificados por nuestros
amigos. Los que no resultaran señalados por los índices acusadores de estos
testigos, que no eran más que tres, de muchos más, lo serían por alguno de las
decenas de testigos pendientes de la identidad de otros implicados.
Después de recorrer el espacio de unos cuatro metros frente a los
testigos, habían sido identificados unos once personajes, descollando entre otros
el propietario del balneario en el que Luisa prestaba ocasionalmente servicios,
en fechas señaladas del año, y en el que se veía forzada a trabajar desnuda
para los clientes de aquel antro, al que asistían principalísimas figuras de la
vida social, política y empresarial, entre algunos de los de más destacado
accionar en ese podrido mundillo. Varias meseras, que además eran
narcotraficantes al servicio de los principales mafiosos, algunos de los que ya
estaban encarcelados por su vinculación a dicha actividad lucrativa. Pero para
el final, de aquel horrendo desfile, les estarían reservadas las más
impresionantes y sensibles experiencias, las que les reafirmaría en su
determinación de morir, si fuera ese su aporte necesario, por la victoria del
bien y la nobleza del ser humano, frente a la iniquidad y lo más viciado de
aquella repugnante sociedad, descalificantemente humana.
Al abrirse la puerta del lateral derecho
del despacho, que era el lugar de acceso por el que ingresaran los que se
mostrarían ante los testigos, se vio penetrar tambaleante, aún bajo los efectos
de una fuerte dosis de cocaína, lo que fuera corroborado por las pruebas de
laboratorio, al principal promotor de aquella sombría empresa, basada en el
dolor y el abuso de quienes, supuestamente, nada les protegía de ¡tanta
crueldad!
Para Luisa aquel rostro resultaba en
extremo conocido, ya que este ser desclasificado, le sometía casi a diario, a
actos de violación sexual, porque aquella despreciable ¡criatura de los
infiernos! no concebía, -lo que él llamaba amor-, de otra forma que no
resultara menos brutal, pero que en sus relaciones matrimoniales, (aisladísimas
por cierto), no se atrevía a manifestar, no por consideración a la esposa, sino
por temor a los costes sociales, si la misma le demandara ante los tribunales,
lo que arruinaría su hipócrita vida en aquella mintiente sociedad en que era
tenido, en el concepto de un caballero.
Pero una vez más se equivocaban los que
suponían que las mujeres de las clases humildes, que se vieran forzadas por la
vida, a entregarse a tipos como estos, no sufrieran los dolores físicos y en
especial, los espirituales, pues en el instante en que se les presentara la
ocasión, no exigieran la justicia merecida.
La lacerada mujer sintió como en lo más
íntimo de su ser, algo quedaba fuera de control y un impulso ciego, le impelía
a saltar como fiera herida, sobre quien por tres sucias monedas, se considerara
en posesión de vidas y haciendas, ¡sin deslindar las zonas no poseíbles del
alma de los seres humanos!
Perdido su control, la desdichada madre
se arrojó como pantera cegada por el desprecio y la subvaloración, y tuvo que
ser controlada hábilmente por los funcionarios y en especial por Salvador,
quien con su recia voz, le permitió a Luisa reaccionar y tras unos minutos
recobró el aplomo que hasta ese momento, le acompañara. Luego de las disculpas
del que sabe que no debe dejarse dominar por la ira, pudiendo declarar, no sin
una mezcla de pena y asco, lo que el Dr. Gonzalo le forzara a soportar, sin
saber a donde acudir en busca de auxilio, pues para las mujeres, que como ella
habían rodado al lodo, la “sociedad” no reconocía el derecho al amparo en esas
circunstancias.
Los funcionarios allí presentes,
informaron que el médico por su adicción a la droga, no era realmente el
cerebro conductor de aquel negocio, pero que sí estaba bien consciente de los
beneficios que del mismo obtenía, de los que derivaba los recursos necesarios
para sostener el vicio de las drogas, el alcohol y los niveles de vida que
mantenía. Que los extranjeros que controlaban el rentable negocio, ya estaban
bajo arresto y que, el escándalo suscitado en esta oportunidad, obligaría a los
niveles más elevados de gobierno a actuar con mano dura, y que la “OPINIÓN
PÚBLICA”, no les facilitaba margen para la traición a la ciudadanía,
¡ESTREMECIDA HASTA LOS CIMIENTOS!
Como broche de asqueante e infinita
putrefacción social, aquel irreeditable desfile de inéditos maleantes, no podía
finalizar, faltando uno de sus descollantes personajes, que resultó ser el
HIPOPÓTAMO-CERDO, QUIEN SE CONVULSIONABA PRESA DEL TERROR PROPIO DE
DESPRECIABLES SERES COMO Él, capaces en posesión del poder, de pisotear,
lacerar, enlodar a quienes rozaba con solamente una mirada.
En esta ocasión el que no supo
controlarse, fue Espagueti, pues el muchacho no olvidaba, que era él quien
llevara al solar al Dr. Gonzalo a visitar a Arturito, condenándolo así, ¡a
quién sabe qué terrible destino!
Profiriendo toda suerte de improperios,
el delgado personaje, increpaba al obeso maleante, obligando, esta vez a Luisa
a intentar controlar, lo que le resultara en verdad un esfuerzo sobre humano.
Ya antes el niño había prestado
declaración ante las autoridades, relatando minuciosamente lo relacionado con
el tema.
Por último, el Fiscal actuante, en
representación de La Fiscalía de la República, informó a los allí presentes,
que durante las actuaciones de La Policía Nacional, se pudo conocer que en la
manzana contigua a la casona del médico, en la que existía otra tan grande y
lujosa, se había comprobado que se comunicaban mediante un túnel que facilitaba
el acceso, en la que hallaron una clínica clandestina, la que se utilizaba para
hospedar, incluso a extranjeros, a quienes se les realizaban diferentes
intervenciones quirúrgicas, para la implantación de órganos robados a víctimas
propicias, secuestradas de sus casas o de las calles, las que desaparecían sin
dejar huellas.
Esa edificación estaba registrada como
perteneciente al Dr. Gonzalo, de todo lo que habría, conjuntamente con sus
socios importados, de responder ante la MÁS INFLEXIBLE JUSTICIA A LA QUE HAYA
TENIDO QUE ENFRENTARSE ANTES, CIUDADANO ALGUNO.
Ya entrada la madrugada, la madre de
Arturito fue trasladada hacia la clínica clandestina, en la que se le informó
que su pequeño hijo se encontraba allí recluido, por lo que resultaba un
requisito legal que procediera a identificarlo, que fuera encontrado con vida,
pero que había sido sometido a una intervención de cuya necesidad, no se tenía
información.
Luego de aguardar unos minutos, Luisa
haciéndose acompañar por Salvador, era conducida por un oficial médico, que se
desempeñaba como Director Provisional de aquella lujosa instalación,
“supuestamente benéfica”, la que fuera hasta ese día, sitio dedicado al más vil
de los negocios, ¡el tráfico ilícito de órganos de seres humanos, robados a
aquellos que, desnaturalizadas alimañas, clasificaran como inferiores,
intentando justificar, desde luego lo que nadie les admitiría como tal, la
impiadosa valoración de seres inferiores, por pertenecer a grupos humanos
económicamente desposeídos o mejor sea dicho, robados por los que se auto
clasificaban, grupos sociales superiores, olvidando que “Dios nos envía a este
mundo igualmente desnudos, y que el lujo o la miseria la creamos enajenándonos
de nuestra paternidad común”.
Mientras tanto, Espagueti permanecía en
el amplio vestíbulo, pero sin lograr permanecer sentado, hiendo de aquí para
allá, con sus dedos sangrantes por comerse las uñas, ¡de tal forma! que fuera requerido
con dulce comprensión, por una joven, que vestía uniforme de la policía.
Lo sorpresivo aguardaba a la angustiada
madre, que era asaltada por un gran volumen de interrogantes sobre la suerte
que el destino le hubiere deparado a su pequeño. Mientras avanzaban por el
ancho pasillo, el oficial, quien era un destacado psicólogo, alertaba a la
madre de Arturito a que se preparara para una amarga realidad, pero que para el
niño resultaría en extremo importante, que contara con su soporte espiritual, que
en ella él hallaría refugio para su inesperado destino, así como el valor y las
fuerzas necesarias para intentar vencer a la adversidad, que se hiciera la idea
que lo habría de parir nuevamente, con la fundamental diferencia, que en el
parto el original conocimiento del medio, comenzaba, desde cero a más, pero
ahora, las cosas resultaban mucho más delicadas, por las vivencias acumuladas,
lo que le facilitaría al muchacho concluir el grado y la cuantía de las
barreras a las que habría de enfrentarse.
Por tal motivo, habría de ser su postura
como madre, la que marcara la frontera entre la recuperación de su Arturito
querido, o el naufragio de su tierna existencia en este mundo.
Fue ¡tan fundamental aquella
información!, que la joven progenitora se sintió sacudida internamente por la
incalculable energía que se anida en el corazón y el alma de una madre, que se
disponga a conducir a su hijo en pos de ese futuro, por complejo y tenaz que
haya de resultar el intento; pero si se trata de alguien con temple de leona,
la victoria ¡RESULTARÁ ETERNAMENTE CIERTA!
Idéntica escena se repetiría en todos, y
cada uno de los casos de personas que fueran encontradas aún con vida, las que
ciertamente, no fueron muchas, ya que en ese tipo de sádico negocio, el rastro
en cada caso debiera ser borrado, pero, aquellos forajidos actuaban con tal
impunidad, que llegaron a confiarse tanto, que, mientras a sus víctimas les
quedaran órganos ¡comercializables! los mantenían vivos.
Transcurridas dos semanas, todos los
desdichados que les fueran encontrados familiares, y los cuales estuvieran en
disposición de acogerlos, fueron entregados, y a los que no gozaran de la
sonrisa de “LA DIOSA FORTUNA”, se les ubicó en asilos gubernamentales, (los
menos agraciados), o en instituciones, mayoritariamente religiosas.
El deseado reencuentro tantas veces
implorado al “divino poder”, se produjo entre aquellos dos seres que se
necesitaban mutuamente, produciéndose con una carga emotiva que ni el “BIG BAN”
pudiera comparársele.
Con sus brazos a ciegas, el pequeño como
atrapado en un “AGUJERO NEGRO”, QUE LO ATRAJERA HACIA EL CENTRO, EN EL QUE UN
SUFRIENTE CORAZÓN DE MADRE, LO RECIBIERA PARA FUNDIRSE EN ÉL. Fue ¡tan íntima
esa fusión! que todas las palabras, entre ellos sobraron, porque el fuego del amor
las funde, esparciéndose en sus almas como rocío de agua fresca, que sana las
almas de quienes se amen, así de simple es la realidad, por compleja que nos
parezca.
Arturito intuía que su madre deseaba oír
de boca a alma, lo sucedido aquella noche en que, como era su costumbre, por
llamar a su oprobioso oficio, de un modo menos hiriente, le había dejado solo,
lo que fuera la ocasión calculada, para que aquellos diablos terrenales, se
apoderaran de él, y fue así, que el niño narró que, apenas unos minutos después
de ella haber salido, el señor de bata blanca, empujó la puerta del cuarto y
puso entre sus manos un lindo estuche de lápices de colorear, y un pequeño
estuche de cuadritos de chocolate almendrado, el que no supo por qué le dio
tanto sueño, y que al despertar estaba en un hospital muy bonito, donde el
médico me dijo que tú le habías pagado para que él me devolviera el movimiento
de mis piernas, que nunca me olvidara de tu sacrificio, mas aún con lo duro que
era el trabajo que tenías que hacer allí.
La madre con las manos fuertemente
apretadas, realizaba un esfuerzo supremo para no arruinar aquella triste, pero
vital accionar histriónico, que como supremo estímulo, recibiría el placer de
verle recobrar la confianza y la fe en la vida.
Arturito no se explicaba por qué, si la
operación había sido en sus piernas, su vida ahora era una noche negra, y
resultaba claro que el muchachito en su inocencia, más que por la ceguera
impensada de sus ojos, se encontraba sumergido en las tinieblas de su lógico desconocimiento
del daño causado, por la maldad y el abuso de su inocencia.
Esta conmovedora entrega espiritual, se
desarrollaba en la salita de la humilde, pero confortable vivienda de Salvador,
en la que desde ese día en lo adelante, viviría Arturito con su madre, mientras
que el hombre se hospedaría en casa de una hermana que tenía su casa cercana.
Salvador había pedido a Espagueti, que se quedara a vivir allí, para que su
compañía estimulara la recuperación y futura rehabilitación de su hermanito de
crianza. Inicialmente el delgado amigo no se hallaba a gusto, pues ni siquiera
entendía el funcionamiento de una simple regadera de ducharse.
En medio de aquella difícil situación,
ver los apuros de Espagueti para entender y poder explicar luego a su camarada
de infancia, cosas tan simples, como la cerradura, o incluso el sencillo
funcionamiento del interruptor del bombillo incandescente de la pequeña sala.
Muy lentamente primero, con un marcado
avance luego, Arturito, casi sin percatarse, iba ganando en autonomía de
movimiento, hasta que era capaz de trasladarse en su silla de ruedas de un
extremo a otro de la sala, primeramente, haciéndose acompañar de alguien, para
ir ganando firmeza en su desplazamiento por toda la casa que se le antojaba una
extensa sabana, pero que poco a poquito se iba haciendo cada día más reducida,
hasta que ya deseó ir a exteriores para disfrutar del aire libre.
Comprendió que la información del
entorno, le llegaba a través de sus oídos o su olfato, o del contacto con las
superficies de los cuerpos, con los que tenía frecuentes tropezones, de la
dirección del viento, de los autos en la calle, del vocear de los vendedores
ambulantes, del ladrido de los perros callejeros o domésticos, de los olores
del entorno, de las frituras que se cocían en las casas cercanas, en fin, de
todo lo que le rodeara, recibiría la integración sensorial que le situaría en
el justo centro de ese conjunto de estímulos, que pasaran del segundo plano en
que los situara su visión dominante, que ahora pasara a planos nada dominantes.
La sensibilidad de una dulce e
inteligente madre, la alegría infundida por un buen amigo, y la llegada de una
noticia, que pareciera ser buena, pero que arrastraba una multitud de preocupaciones,
llegó una tarde acompañando a Salvador, pero que habría de revolucionar la vida
de todos y cada uno de los que allí se afanaban, por ser útiles en la
integración de Arturito, ya no tan sólo al reducido ámbito del hogar, sino al
otro de gigantesco alcance, de la sociedad en su plena dimensión, objetivo
final y a la vez primario del tenaz esfuerzo de aquel conjunto de seres
enamorados de su tarea, que les dignificaba haciéndolos crecerse como titanes.
El bondadoso hombre, tenía en sus manos,
un pliego de purísimo papel con un visible membrete que informaba su
procedencia, pero Salvador visiblemente emocionado, inició la lectura de aquel
básico documento para aquel colectivo, de lo que habrían de ser conscientes
muchos años más tarde, cuando los resultados de aquella lectura, se vieran
reflejados en un Arturito profesional capacitado y afortunado de vivir en un
País nuevo, en el que las Luisas no habrían de cambiar decoro por pan para no
perecer.
Pero antes de pasar las páginas de la
historia, sería oportuno señalar, que finalizada la lectura de la carta que
portaba un mensaje de luz, para unos ojos cegados por la iniquidad y la más
abyecta manera de lucro, luisa y Salvador, se tomaron de las manos y se
acercaron al sorprendido hijo, uniéndose los tres, más Espagueti, dándose a
conocer el compromiso matrimonial de la dulce madre, con el enamorado y no
menos humano hombre que, salvara primero a una madre desesperada, y pocas horas
más tarde, y en una misma madrugada, al hijo de aquella que no saltara al
vacío, para llenar luego los vacíos ojos del muchacho, que habría de convertir
a su madre, en el sol que huyera de sus retinas ¡POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU
SÁDICO, CREADOR DEL DOLOR Y LAS ETERNAS TINIEBLAS!
La boda se celebró pocos días después, y
pocos días antes de que Arturito ingresara en el Plantel de Enseñanza para
Niños Ciegos, en el que el pequeño realizaría sus sueños de poder ayudar a su
madre y a Salvador, que tanto hacían por él, como tal vez un padre verdadero no
habría sido capaz.
Mientras la historia de Arturito
proseguía escribiéndose, también la historia de la PATRIA COMÚN, no cesaba de
modelarse, gracias a gentes como Salvador, quien de forma discreta, mantuvieran
su verticalidad de principios ciudadanos, integrado a las filas del Movimiento
Popular, por cuya militancia se vio forzado a ausentarse del Hogar, pero aquel
Régimen pareciera desmoronarse, por lo que todo apuntaba en el sentido que el
momento cumbre de aquella sociedad viciada hasta las raíces mismas, se hallaba
a las puertas, exigiendo su entrada en el ¡HOGAR COMÚN!
Una mañana de sol resplandeciente, una
bóveda celeste de profundo y límpido azul bandera, se escuchaba un, rumor
inicial primero, que fuera nutriéndose de la información popular, la que
llegaba cargada de verdades de pueblo en el transcurrir de las horas.
Bien avanzada la tarde de aquel día
deslumbrante, que llenara las vacías cuencas de los ojos de Arturito, ¡para que
brillaran para la eternidad en el CIELO DE LA PATRIA COMO SOLES Inextinguibles
DE JUSTICIA y Dignidad!, se comunicó a la población que el tirano y su jauría,
habían escapado para que el pueblo no pudiera hacer justicia, ¡pero de la
verdadera, como nunca antes en las añejas memorias de la TIERRA CENTENARIA!
Autor: Alberto López Villarías. La
Habana, Cuba.