El carmen del campillo o viaje al medevo

 

Saúl orea

saulorea@ono.com

 

Me lo había ponderado Belén, la menor de mis hijas: Papá: tienes que venir a la ; es algo distinto, algo que no se puede concebir, si no lo recorres.

Cosas como éstas me las dijo muchas veces: siempre que se trataba de describir algún lugar extraordinario y, por fin, hoy me ha convencido hemos hecho el corto viaje que nos ha llevado a un lugar increíblemente hermoso y evocador de lejanos paraísos orientales. La ocasión para la visita nos la ha brindado la promesa que mi hija Asun y su marido habían hecho a unos amigos, de llevarles a conocer la tetería llamada "e. Carmen del Campillo", que se localiza en el término municipal de Crevillente, a unos treinta kilómetros d la ciudad de Alicante.

Aprovechando la oportunidad, hemos emprendido el viaje al medievo más rápido que pudiéramos imaginar: apenas veinte minutos por la carretera que une Alicante con la vecina Murcia, y nos encontrábamos en el lugar mas imposible de ser soñado. Mientras nos desplazábamos en el automóvil, mi ceguera me ocultó los cambios que se iban produciendo en el paisaje a no ser porque ellos comentaban la abundancia de granados y otros diversos árboles; pero al apearnos en el aparcamiento del establecimiento que nos proponíamos conocer, fue formidable el conjunto de sensaciones que se nos metieron hasta el fondo del alma utilizando los cuatro caminos que nuestra sensibilidad nos permitía: y, gracias a las observaciones de mi hija, hasta la vista se complacía en el espectáculo que se abría al deleite de nuestros sentidos. En el mismo momento de poner los pies en el suelo, nuestro olfato nos avisaba de que estábamos a punto de vivir una experiencia inédita mediante los perfumes a vegetación, a sándalo que se quemaba en algún pebetero invisible, pero próximo; en el mismo momento, el oído percibía la música de carácter oriental que nos transportaría a la vida en la España del siglo séptimo. Para nuestro gusto, el Carmen del Campillo nos reservaba gratas sensaciones, pero ya de entrada el conjunto de aromas casi nos producía la impresión de que se nos estaba acariciando el paladar con los aromas que nos recibía. Para el tacto del ciego, en aquel lugar se presentan mil sensaciones rozando al pasar los bien recortados setos las vasijas de cerámica distribuidas por el ensoñador jardín que íbamos atravesando, los mil farolillos que cuelgan de las ramas y que mis hijas me iban haciendo tocar mientras nos dirigíamos al edificio del establecimiento: una vieja casa d labranza adaptada al uso que en la actualidad se le está dando.

¿Cómo describir una construcción, sin ayuda de la vista? Imposible tarea si se pretende dar una idea clara de su perspectiva, pero no, si lo que yo, ciego casi de nacimiento, intento transmitir desde la percepción que mis restantes sentidos corporales me comunicaban mientras recorría las distintas habitaciones que se ofrecían a nuestro paso los sonidos o, por mejor decir, la ausencia de ellos que mis pasos no despertaban indicaba que no se trataba de habitaciones de altos techos, lo que me auguraban descanso íntimo. En cambio, los distintos niveles que separan las distintas estancias, me hacían concebir la sensación de amable separación de los clientes que no estaban en la que yo podía ocupar. Habían sido mil novedosas impresiones, las que pude disfrutar tocando al pasar los muchos objetos distribuidos por todas partes: piezas de cerámica en forma de grandes orzas o vasijas de múltiples formas y aplicaciones, los aperos de labranza, los farolillos colgados de los árboles que, según me explicaron en las horas nocturnas prestan mágicas luminarias al extenso jardín.

Tras recorrer la casa desde los bajos hasta la terraza en la que está instalada una jaima en la que, sentados en cojines, los clientes disfrutan del gratísimo servicio en un ambiente que puede evocar remotos tiempos de la España medieval o de la vida en el desierto.

Era una tarde tibia y perfumada y nos instalamos en el jardín arrullados por el suave susurro de las frondas acariciadas por la tenue brisa y el dulce desgranarse de los regatos de agua que refrescan el ambiente. Las diversas aves que tienen sus nidos en los numerosos árboles diseminados por toda la extensión del carmen en cuyas enramadas tienen su habitación varios pavos reales que de tiempo en tiempo, sobrecogen el alma de los clientes con su triste graznido

Una vez instalados, el propio dueño del carmen, un español de nacionalidad, pero convertido al Islam que viste a la usanza musulmana, nos ofreció la carta de la diversidad de tes que se podían tomar. Nuestros mentores, ampliamente conocedores de la casa y sus ofertas, encargaron cuatro especialidades de te y unos pastelillos morunos que constituyen auténticas delicias para el paladar. Tomamos te de menta y hierbabuena, té de frutas silvestres, otro con canela y algo más que no recuerdo y, finalmente, uno con leche cuya preparación desconozco, pero que en nada recordaba al té con leche que tomo en ocasiones en la ciudad.

El conjunto de aromas y rumores que nos arrullaban mientras nuestros paladares se complacían con las infusiones y los pastelillos nos concedieron unos tiempos de ensoñación a veces interrumpidos por los pavos reales que vienen a comer de las manos de los visitantes nos depararon un atardecer inolvidable bajo las enramadas del carmen del campillo.

Lo difícil para mí es dar la orientación para llegar allí, porque, según decían mis hijos, solo se puede encontrar con un buen guía porque no está debidamente señalizado el camino, pero es una verdadera pena para los habitantes de esta zona, que se pierdan el goce de este auténtico paraíso de Alá, aunque sin uríes.

 

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