EL CARACOLITO QUE QUERÍA SER FLOR

 

Era un hermoso caracol de concha iridiscente que se veía a veces color rosa, otras veces amarillo y otras veces de un blanco brillante, pulido como espejo. Pero lo que realmente nos importa es saber por qué este bello caracol quería ser flor.

Sucedió que una vez que jugaba balancín sobre las olas, subiendo y bajando, subiendo, sopló el viento con mucha fuerza y la ola sobre la que jugaba se estrelló deshaciéndose en la playa. El caracolito creyó que se moría por la forma violenta en que cayó, pero nada le pasó; salvo el susto, quedó tendido sobre la arena con su concha de colores más resplandeciente que nunca. Seguro que por el miedo, pero se veía tan hermoso que una niña que estaba cerca, llamó entusiasta a sus amigas.

Miren, miren, un caracol de colores. Y lo tomó con cuidado entre sus manos mirándolo, acariciándolo y llevándolo a sus oídos para saber si podía oír el rumor del mar, pues todos saben que en los caracoles duerme el eco del canto de las olas del mar.

- ¿Oyes algo? -Preguntaron las niñas.

- Sí, oigo a una sirena llamando con su dulce voz a un marinero.

-entonces es un caracol mágico –dijo una niña.

-Sí, respondió y lo llevaré siempre conmigo.

El caracolito, que nunca había salido del mar, estaba un poco confundido; no sabía nada de aquel mundo extraño; no conocía a los niños, ni sabía que se podía vivir lejos del agua. Pero como era un caracolito con alma aventurera, decidió aprovechar bien su tiempo observando y aprendiendo.

La niña que lo recogió le pareció linda y buena. Después conoció las flores, ¡las maravillosas flores!

Y otro día vio a las mariposas azules, a las rojas y a las amarillas, posarse suavemente sobre los pétalos de las rosas. Claro que había visto otras cosas, las casas, los carros, las calles, los perros y los gatos a los que tanto temía; también había oído sonidos horribles y ruidos francamente insoportables. Pero existían las niñas, las flores y las mariposas y todo lo demás no tenía importancia.

Cuando vuelva a mi mundo de nácar, corales y perlas, no me lo van a creer –pensaba el caracolito ni siquiera las sirenitas de colitas plateadas tan bellas como las flores o las mariposas.

Y desde entonces comenzó a soñar en convertirse en flor.

Por las noches iba a la playa y se ponía a suspirar; suspiraba tanto, con suspiros tan largos y tan hondos, que la luna curiosa le preguntó:

- ¿Por qué suspiras caracolito? Porque quiero ser flor.

- ¿Has visto al abuelo caracol?, -dijo la luna- él seguramente podrá ayudarte.

El caracolito lo recordó. Era el caracol más viejo que vivía en el fondo de los mares. Tenía tantos, pero tantos años dedicados al estudio que se volvió sabio; era además bondadoso y prudente así que sin pensarlo un minuto más, dejó a la luna y emprendió el camino de inmediato.

Buscaré al abuelo caracol, pensó y zambulléndose volvió al mar.

Los pececitos de colores lo vieron y llevaron la noticia por todos lados.

- El caracolito ha vuelto a casa, el caracolito ha vuelto a casa.

Pero no era cierto; el caracolito sólo quería ver al abuelo caracol y pedirle que lo convierta en flor.

Se dejó llevar por las corrientes marinas y cada vez que veía una cueva se detenía a preguntar por el abuelo. Así un día y otro día hasta que lo encontró.

-Entra caracolito -dijo el abuelo caracol- ¿Qué te sucede?

El caracolito le contó su aventura, le dijo que había vivido fuera del mar y que habían visto sus ojos las cosas más bellas; las flores y las mariposas; además, había descubierto que eran amigas.

Las mariposas se posaban suavemente en los pétalos o en las corolas de las flores y les contaban secretos maravillosos, las traviesas y parlanchinas mariposas iban de flor en flor y las rosas reían divertidas.

El abuelo caracol conocía las flores, las mariposas, los pájaros y las luciérnagas. Recordó que era muy joven cuando salió del mar por primera vez y que, como el caracolito, había vivido la emoción del descubrimiento y el encuentro con otras formas de belleza. Por eso sonrió comprensivo.

-Dime -le dijo- ¿Realmente deseas ser flor?

-Son tan bellas las flores -respondió con un suspiro el caracolito.

Sígueme dijo el abuelo caracol y lo llevó al fondo de la cueva donde había un gran espejo de escamas de cola de sirena.

- ¡Mírate! -le ordenó.

El caracolito no había visto nunca un espejo.

- ¿Quién es? -preguntó asombrado ante su propia imagen.

- Eres tú, caracolito… ¿No te reconoces?

Miró su concha iridiscente, abanico de colores brillantes sobre la blanca arena de la cueva y gritó: -¿Ese soy yo?

-Sí, caracolito; como ves, tienes tanta belleza como las flores del jardín de tu amiguita y como las mariposas.

- Gracias, abuelo caracol, gracias. Tengo que volver, pero no me olvidaré de ti, que eres bueno y sabio, ni de mis hermanos caracoles, ni del mar que es mi cuna, mi corazón agradecido queda contigo.

Los pececitos de colores llevaron la noticia por todos los rumbos: al oriente, al poniente, al norte y al sur, comentando la alegría del caracolito. Y repetían:

- El caracolito ha descubierto su belleza, el caracolito se ha mirado en el gran espejo.

El caracolito viajó sobre las olas del mar y cuando llegó a la playa se montó en un rayito de sol y fue directo a su rincón preferido en el jardín de la casa de su amiguita.

Una mariposa se acercó, voló a su alrededor y se alejó en busca de otra mariposa.

Nadie sabe qué dijo a sus compañeras, pero el caracolito adivinó que hablaban de él; estaban verdaderamente alborotadas y al fin una, la más audaz, posándose sobre su concha le dijo coqueta:

- Eres más bello que las dalias y las rosas.

El caracol se sonrojó de emoción y su concha de colores, de tan brillante, parecía despedir rayos de luz dorada.

Las mariposas se acercaron festivas, juguetonas y el caracolito, feliz, suspiró con un suspiro tan largo y tan hondo, que la luna dormida, abrió un ojo, corrió su cortina de nubes y miró hacia abajo exclamando:

-¡Ah! Es el caracolito que ahora sabe que es tan bello como una flor.

 

Autora: Margarita Pacheco de Hernández.

Ilustraciones de David Mir Ortiz.

Publicado por el Gobierno del Estado de Quintana Roo en 2001.

 

 

 

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