CARACOL PIRATA

 

Habiendo sufrido una calurosa jornada, llegué a mi casa quitándome el traje, desesperado y directo a un baño de inmersión. Al disfrutar del agua, me relajé

hasta flotar soñando en el mar. Al punto de sentirme envuelto por una profunda paz, como si estuviese pisando la playa.

 

Observé un hermoso caracol sobre la arena y lo acerqué al oído para sentir el sonido inspirador. Repentinamente se me ocurrió que sería fascinante recorrer

los fondos del mar. Opté por no quedarme con la duda y paso a paso me introduje en el agua hasta sentirme en medio de un silencio azul. El paseo era novedoso

y encantador, por lo cual no apartaba al caracol de mi oído ni un instante.

 

Me sorprendió ver una nave con huellas de una batalla naval.

 

¡Pero qué curioso! Estaba fondeada y con gente trabajando a bordo. Comencé a recorrer al Galeón alrededor, pasando desapercibido. De repente un grito cambió

la pacífica situación:

 

- ¡Un intruso, cojedlo, detenedlo! -Gritó el guardia desde el carajo-.

 

Un helado acero de espada se apoyó sobre mi cuerpo y en forma agresiva me llevaron ante el Capitán. Me miraban como si yo fuese un extraño, ¿y ellos qué

eran?

 

- Oye, aborigen, ¿qué hacéis merodeando mi barco?

 

- Lo miraba, es gallego. Este cascarón de nuez pertenece a mi Patria Madre.

 

- ¡Estáis ofendiendo!

 

-¡A tu madre jamáis le conocí! Respondió el marino, erizado.

 

- No se enoje, yo los aprecio, los gallegos son divinos.

 

- ¡Somos españoles! Tenéis aspecto raro. ¿Quién sois, de dónde eres?

 

- Yo vengo de por allá, de la loma de la.

 

- ¿Os ha enviado García Lorca?

 

- ¿Y ese quién es? ¿Es de la barra brava de Boca?

 

- Debéis conocerlo, el Capitán García Lorca: ¡es un filibustero, un Pirata!

 

- No tengo nada que ver. ¿Y ustedes qué hacen aquí?

 

- Soy el Capitán Cervantes de Borges. Este es mi Galeón "Santísima Trinidad" con 46 hombres de España.

 

- ¿Tantos hombres? ¿Y cuántas mujeres?

 

- ¿De qué habláis, jovencito? Mis hombres son guerreros y valientes marinos.

 

- Entonces quiere decir que entre guerreros y marinos.

 

- ¡No hagáis esos gestos obscenos! ¡Vosotros sois todos iguales!

 

Comprendí de inmediato que había tocado un tema tabú, cuando vi al Capitán enfadado que se le enrojecieron los pómulos al tiempo que cruzaba miradas con

el Contramaestre, el que agachó su cabeza. Opté por cambiar el tema:

 

- Tengo una pequeña duda ¿Hace mucho que andan por aquí?

 

- Desde el 15 de mayo de 1676, hace dos días.

 

- ¿Dos días de dónde? ¡Ja, ja! ¡Hace más de tres siglos!

 

- Estáis blasfemando. ¡Tonterías!

 

Más de trescientos años embarcados, me hicieron pensar en el tema tabú, sin agarrar ni una alegría. Entonces, me arrinconé, afirmándome contra el banquito.

Como cuidándome el tema de conversación. Tímidamente pregunté:

 

- ¿Lindo el lugar? ¿Turismo de Argentina los atendió bien?

 

- No seáis ridículo. Pronto reanudaremos el viaje. Vuestra Majestad, la Reina nos espera. Hace dos días hemos sufrido un salvaje ataque pirata, por parte

del Capitán García Lorca. Rugieron nuestros cañones hasta vencer. El ímpetu y la hidalguía de mis guerreros evitó el abordaje, el atacante huyó sin lograr

el botín.

 

- ¿Ustedes están aquí por que vencieron? ¡Ja, ja! ¡Menos mal que no perdieron!

 

- Aprovechando las riquezas que vosotros tenéis en el suelo de América hemos acuñado millares de monedas de oro en Chile, y llevaremos ese tesoro a España,

que será entregado a manos de la Reina.

 

- ¡Guiíta afanada!

 

- ¿Afanada? ¿Qué estáis diciendo? ¡Calumnias, veréis la muerte!

 

- No se lo tome así, Capitán, entréguense. En mi país todos los jerarcas que se llevan alguna moneda, apenas si Dios y la Patria se lo demandan.

 

- ¿De qué diablos habláis, hereje?

 

- O podrían quedarse, usurpar una vivienda con locutorio trucho y ser piqueteros, o laburar en la Zona Roja, total ustedes son todos unos.

 

- ¡Otra vez esos gestos! ¡Embustero, delirante, habéis agotado tu vida!

 

- ¿Pero de qué se las dan? Nos rapiñan las tierras, matan a los indios, se roban todo. ¿Qué son, del Fondo Monetario Internacional?

 

- ¡Ya basta! ¡Encerradlo, matadlo, divididlo en dos, colgadlo, arrojadlo al mar!

 

- Tantos años sumergidos en un mundo de paz y conservaron el rencor y la injusticia. ¡Ni que fueran políticos argentinos! ¡Pido Justicia!

 

Sin piedad me arrastraron maltratándome, mientras les recordaba:

 

- Soy prisionero, no pueden matarme. ¡Recuerden el "Pacto de Ginebra"!

 

- ¡Estáis delirando! ¡Pues no recibiréis ni "pato" ni "ginebra"! Habéis agraviado a Vuestra Majestad. ¡No merecéis vivir!

 

Comprendí que era inútil dialogar, tenía menos derechos que un discapacitado o que un jubilado. Me sentaron sobre un cañón, en el extremo sobresaliente

del barco, si me dormía perdía el equilibrio y la vida, ahogado en el mar, pero si intentaba salir, filosas espadas cortarían mi cuello. Traté de distraerme

presionando sobre mi oreja al caracol, que nunca había abandonado y en medio del romántico susurro que fluía de su interior, sentí una áspera interrupción,

insoportables golpes y gritos que no terminaban nunca. Todo era demasiado violento, decidí poner fin a esa situación, me paré haciendo equilibrio sobre

el cañón, tomando un puñal dentado para enfrentarme a esos bucaneros prehistóricos ¡dispuesto a morir peleando!

 

Los gritos acompañados de golpes continuaban cada vez más fuertes, hasta que traté de calmarme ajustando el caracol al oído, y escuchando con precisión

de qué se trataba:

 

- ¡Dale, viejo, apurate que se enfría el mate!

 

Era la dulce voz de mi esposa, mientras golpeaba la puerta del baño. Me desperté sobresaltado de frente al espejo y sorprendido sin entender, hasta ahora,

qué hacía en pelo. Mojado, haciendo equilibrio sobre el bidé, empuñando un peine y con una jabonera colgando de la oreja.

 

Edgardo González.

Buenos Aires, Argentina

 

 

 

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