CADA SEMANA
A las cuatro de la tarde, con la última
campanada de la iglesia Santa Magdalena, salí de mi casa.
Era como un ritual, una vez por semana, hacía
el mismo camino, habían pasado tres años y me sentía como la primera vez.
Ya en la calle, todo era bullicio, un ir
y venir de mareas humanas, le ponían color y música a la tarde, me abrí paso
ligeramente para llegar a tomar el colectivo de siempre, y en Chacarita
zambullirme en el subte, ese día mis manos transpiraban mas que de costumbre,
tenía en mi mente una canción, no se cual era puntualmente, pero me regodeaba
en el ambiente mundano y feliz de la tarde.
Iba tan absorto que casi me paso de
estación, leí Callao y salté del asiento como un gato, escapando del encierro
agobiante de los subtes.
Salí al fin, y rumbee a la izquierda
como cada semana, al pasar por un puesto de flores, manoteé y pagué un ramo de
jazmines, a ella le encantaba el aroma, y bueno a mi también.
Sin vergüenza me declaro romántico y
juvenil, pese a los cincuenta que carga mi osamenta, que joder.
Entré al edificio y como el ascensor
demoraba le metí la nariz en los jazmines, si, me gustaban, ya en el pallier
caminé unos metros hasta el departamento, introduje la llave y empujé la
puerta, semioscuro como siempre, estaba el ambiente, un rico olor a café venía
de la cocina, ya iba para allí, cuando la vi salir del cuarto, me sonrió y se
acercó, tomó las flores al tiempo que me besaba.
Si yo dijera que ese momento era de un
día el todo, no exageraba, porque lo sentía así.
Las palabras fueron pocas, con manos
apuradas me sacaba la ropa, al tiempo que yo la acariciaba por la espalda, ella
estaba desnuda, igual que cada semana, de esa forma me esperaba.
La música ahora nos rodeaba, era común a
ambos, y nuestras bocas muy juntas decían en interminables susurros el devenir
de un placer que no nos privaríamos por más tiempo.
La cama, con ropaje azul, nos recibía, y
ella desparramaba los pétalos uno por uno, para caer en un mar de algas y
corales, que eran nuestros cuerpos, febriles y dorados.
Creo haber experimentado el orgasmo mas
largo del mundo, rendidos y plenos de gozo caímos uno al lado del otro, después
de varias horas o días o años, nos soltamos entre risas con el ánimo refulgente
y prometedor.
Quería gritar, el mundo es mío, pero me
pareció que era de los dos, no me equivocaba para nada, ella me lo decía con
una taza en la mano, mientras con la otra subía la cremallera de mi pantalón.
Tres años y una vez cada semana, era el
recreo mas sabroso que supe concebir en ésta puta vida.
Fin.
Autora: Tesa Mugan. Buenos Aires,
Argentina.