LA BUENA VIDA

 

Ficha técnica:

 

País y Año: Chile, 2008

Director: Andrés Wood

Guión: Rodrigo Bazaes, Mamoun Hassan

Producción: Andrés Wood

Actores: Francisco Acuña, Jorge Alis, Daniel Antivilo, Alfredo Castro, Bélgica Castro

Fotografía: Miguel Ioann Littin Menz

Sonido: Miguel Hormazábal

Edición: Andrea Chignoli

 

Sinopsis:

Cuatro habitantes de la ciudad de Santiago de Chile, cuyas vidas se entrecruzan en medio de bocinazos, frenadas y alarmas de autos, pero que difícilmente llegan a tocarse. Sumidos en la vorágine urbana, cada uno de ellos persigue su sueño: Teresa (Aline Kupenheim) una sicóloga que busca salvar vidas; Edmundo (Roberto Farías) un peluquero que anhela tener un auto; Mario (Eduardo Paxeco) quiere entrar a la Filarmónica, y Patricia (Paula Sotelo) sobrevive. Cada uno anhela algo que pareciera ser asequible. Ninguno lo logra. Lo que obtendrán será inesperado.

 

Comentario:

Andrés Wood es un viejo conocido del cine club de la Casa de la Cultura de Cancún, donde hemos podido ver “Historias de fútbol” (1997) donde mostraba historias sensibles que registraban el acontecer de un Chile, su país, que transitaba entre la avidez y la búsqueda sin respuesta a los problemas sociales del tercer mundo.

Posteriormente, con “Machuca” (2004) asistimos al cierre simbólico de la Transición. Esta cinta consensuó una visión del golpe militar, al crear un relato común y satisfactorio para una amplia gama de chilenos, algo que no había podido realizarse en los 30 años anteriores y que los mantenía en una discusión incesante aunque cada vez menos ardiente sobre el pasado. El director chileno posee un talento especial para indagar en el meollo de las problemáticas de su tiempo, o al menos una objetividad sincera y vigorosa.

“La buena vida”, nace de la rabia y la frustración, de la vida en departamentos chicos y oscuros, de un país que no puede hacerse cargo de las expectativas que genera para sí mismo. La película, bordea la redundancia, la sobrecarga, en su afán por abarcar el estado de las cosas en Santiago. A los departamentos asfixiantes suma celulares, créditos de consumo, operaciones de cirugía estética, happy hours, la construcción de un mall, hoyos en las calles, comida rápida, tacos, sida, café con piernas, alarmas de autos.

El balance que la película saca de todo esto no es en absoluto optimista y convierte el título de la película en una ironía. El relato, de estructura coral, sigue a cuatro personajes: un peluquero (Roberto Farías) de cuarenta años que vive con su madre (Bélgica Castro) y sueña con comprarse un auto; un clarinetista solitario (Eduardo Paxeco), que sueña con sumarse a la orquesta filarmónica; una sicóloga (Aline Küppenheim), que sueña con volver a tener una familia, pero su ex (Alfredo Castro) prefiere la compañía de prostitutas y su hija (Manuela Martelli), la de sí misma; una mendiga (Paula Sotelo), con hijo, enferma, que trata de mantenerse con vida.

Nadie es feliz ni parece camino a serlo. Cada personaje, a su manera, está encerrado en sus propias decisiones, que tienen que ver con sus anhelos, pero también con cierta incapacidad para moverse, de salir de sí, de abrirse. El ejemplo más evidente y terminal está en la mujer que mendiga, que, pese a estar enferma es incapaz de aceptar ayuda.

Este encierro tiene su correlato en los angostos espacios del centro de Santiago y sus galerías; en las paredes de los departamentos, que parecen constantemente venirse encima; en el angosto subterráneo donde trabaja Edmundo, el peluquero; en las aglomeraciones arriba de los nuevos micros. Si a esto sumamos una fotografía que privilegia el ocre y el azul, Santiago aparece como una ciudad fría, indiferente, que ahoga y aprisiona.

La cinta se cuida mucho de contar y explicar más allá de lo necesario. Sin embargo, de todas las películas de Andrés Wood, ésta es la más compleja en su estructura, la más oscura en su mirada, la más exigente con el espectador. Posiblemente, es también la más ambiciosa. El director hace comentarios serios respecto a la sociedad en que vivimos, preguntas difíciles.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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