BROMA SUICIDA.

 

En efecto, en los velorios de difuntos muchas veces se suele gastar bromas de todo calibre entre amigos, incluso realizan apuestas donde se juega la suerte de alguno de ellos o rememoran recuerdos anecdóticos que los identifican con la persona fallecida, procurando hacer menos lastimero el dolor de su partida hacia el mundo del nunca jamás, final del destino de cada uno de nosotros.

 

Érase la muerte de un vecino muy apreciado por la vecindad, resaltaban sus bondades y cualidades entre lágrimas a veces y lamentos melancólicos, hasta que de pronto surgió la chispa de uno de ellos que se mostraba práctico y realista, que a la sazón dice:

 

No debemos hacer trágica la partida del vecino, ni lamentar en demasía tu ausencia, porque cumpliendo se está la ley inexorable de DIOS, con la esperanza de que se va a mejor vida. Mientras que el alma de nuestro buen vecino se pasea apacible por donde ha trajinado, nosotros le haremos la noche placentera con nuestra picardía, entre el chaccheo y libaciones del cashpiro.

 

Cada amigo en su turno aportaba un chiste gracioso o una anécdota jocosa, el festín de la risa resultó generalizada en el velatorio, tal fue el contagio, que los deudos se olvidaron de sus lágrimas; de repente, alguien introdujo en la conversación temas aterradores que encrespaba los nervios de los incautos y débiles de espíritu, como que después de las doce de la noche andaban libres las ánimas por la ciudad, como que también el demonio hacía de las suyas aprovechando la revuelta, para infundir pánico en el más valiente. Un hombre de menuda estatura, parándose de pronto y voz firme replica:

Todas esas afirmaciones, son ideas fantasmagóricas que se crean, para amedrentar a los débiles.

Uno de sus amigos de aire campechano, de aspecto grotesco y de buena talla, con tono burlón le dice:

Amigo, tu que pretendes mostrarnos tu espíritu de acero, ¿podrías ir en este momento a repicar la campana? Si lo haces, te va como premio un toro de mi propiedad, de lo contrario, tus tres vacas serán mías.

El hombre de menuda estatura, acepta el reto y sale audaz en el acto por la puerta principal, camina una cuadra a la derecha y luego voltea a la izquierda para caminar cuatro cuadras, en su andar escudriñaba las sombras por si hallaba algo interesante, solamente una manada de perros aullando halló frente a la iglesia, pero él no veía nada a pesar de la claridad que brindaba la luna,; mientras tanto, el hombre que le había apostado, utilizó el huerto jardín de la casa para acortar su camino y ganarle la llegada, lo que así sucedió, envolviéndose con una sábana blanca, se ubicó de cuclillas bajo la campana mayor para esperar a su víctima, quién al subir al campanario tranquilo y sereno, vio un bulto blanco en actitud desafiante al pie de una campana y sin pensarlo dos veces, aplicó un somero puñetazo arrojándolo al vacío y repicó la campana después por un espacio de diez minutos y al bajar, al pie de la escalera encontró nuevamente el bulto, pasó por encima y se retiró satisfecho de haber ganado la apuesta.

Al otro día, cuando llevaron el féretro a la iglesia para una misa de cuerpo presente, se hallaron un cadáver tirado al pie de una de las torres aún envuelto en su sábana, con el cráneo destrozado, habiendo pagado así el precio elevado de su broma suicida.

 

Autor: Mauro romero Teodoro. Lima, Perú.

maximotrujillocor@yahoo.es

 

 

 

Regresar.