BLANCA Y NEGRA

 

He de confesar mi fuerte tendencia bígama y mi secreta admiración por aquellos valerosos o ingenuos miembros de mi género, que tal vez inducidos por su permisiva bendición del disfrute de un harén y de otro grupo también monoteísta, que paradójicamente con sus supuestas y autoimpuestas limitaciones célibes tan solo de confesionario para adentro; comparten esta peligrosa y simultáneamente gozosa forma de disfrutar con el sexo opuesto, los primeros de forma abierta y los últimos subrepticiamente, circunstancia que los ha llevado a sus mil escándalos mediáticos.

 

Solamente intento ser honesto conmigo mismo, por lo que manifiesto públicamente que soy débil y me es imposible tomar partido, y que tanto no puedo vivir ¡sin aquella que blanca como la espuma es y tampoco puedo permitirme alejarme de esa morena que pone tanto sabor a mi vida!

 

Entonces surge la ineludible e imprescindible pregunta: ¿Blanca o Negra? Lo más peligroso de toda esta mi loca aventura sentimental es su simbiosis, su… turgente, perdón el lapsus, urgente necesidad, sí, la de ellas, por estar juntas, pues es su hermoso contraste el que potencia su belleza sin igual. Y yo que las amo a las dos, queriéndolas separadas, pero no son la una sin la otra, y yo nada, el vacío absoluto sin ese dúo de adoración.

 

Luz y sombra son, brillantísimas estrellas que nada representan sin el maravilloso contraste del negro profundo que las rodea, entonces este lote de energía del infinito campo de la vida, esta iniciativa privada de existencia, mi pedazo de alma convulsa torna sus abrumados sentimientos negros y blancos, tan buenos los unos como los otros y tan malos los segundos como los primeros, sin distinción ni dirección en igualdad de intensidad por aquellas quienes son mi perpetuo desvelo; ¡Ay! Mi acongojada alma tiene pinta de cebra.

 

Intento como Poncio Pilatos lavarme las manos y culpar al azar por cualquiera sea la drástica decisión que me aconseje su juego. Deshojo margaritas con la máxima e infinita parsimonia, con la esperanza que siempre después del “me quiere” venga el “no me quiere en perpetuo intervalo”, e infinidad de síes y noes, considerando que tenga tantos pétalos como un girasol o tal vez como la rosa de los vientos, sabiendo que más temprano que tarde llegará el melodioso sí para la una y el contundente no con un eco de cosa juzgada y abismo para la otra.

 

Suspiro tan solo al traerlas a mi memoria, la una blanca como el papel, nívea y lisa toda su piel; la otra una negrura en ébano, sabrosa y voluptuosa en sus curvas de abecedario, puntos, comas y tildes que coronan su oscura belleza, ni qué decir de su punto y coma.

 

Suspiro nuevamente, ¿la una o la otra? O la otra que con frecuencia se convierte en la una, o las dos que son solo una sin la otra. ¡Qué encrucijada la mía!

 

Entonces interviene mi herencia religiosa de ultramar, Las cadenas del catecismo y del pecado me subyugan, los impactantes recuerdos de aquellas pinturas de Dante me acobardan, el ángel de la guarda desde una cóncava y alta cúpula barroca exige burdas decisiones monogámicas que pongan mi alma a buen recaudo, mientras un libertino e incandescente Mefistófeles apenas salido de las ígneas brazas, en la oreja del otro hemisferio con enardecido y desesperado discurso práctico y pagano, me tienta a continuar con mi pasión por las dos.

 

Ahora por conveniencia, convicción y un caudaloso torrente genético Amerindio de Rumiñahuis y Atahualpas que corre por mis venas, aseguro a mi conciencia que es lícito amar a más de una Diosa, como la Pachamama, la Luna, la lluvia y todas ellas mereciéndome sus amores y entregas a plenitud. Claro, ellas son las sobrenaturales, pero yo reclamo bajo esta justa filosofía mis amores terrenales.

 

Mis dos amantes son… Son así de diferentes y convergentes, sí, porque tal vez ha sido mi karma el constituirme el vértice de ese amor. Pues sí, ¡al diablo el infierno! Al… todavía tengo miedo de blasfemar, pero igual, ¡todos a freír espárragos! Destierro de mi mente las melódicas harpas y los tenebrosos tridentes, de aquellos supuestos soldados de polos opuestos e intolerantes ideologías ¡y me quedo con las dos!

 

Claro está, mientras ellas no me abandonen y, creo que así será, porque son mis compañeras de soledad…la una, sonora, melodiosa y acústica y la otra callada, receptiva, pensativa y omnipresente.

 

A veces las confundo y entre ellas sus límites pierden contraste, a costa del amor que les profeso, entonces no lo sé, enajenado ya, pierdo toda habilidad de distinguir de cual de ellas proceden más sus mimos y, ya un poco locas no saben si son la una o la otra o tal vez viceversa o quizá ambas a la vez.

 

No, no es un trabalenguas, tampoco intento alguno de galimatías, ni conato de rompecabezas pasional, creo que es la insondable e imprevisible estructura del amor, que al mismo instante de su crecimiento abraza, enreda, traba y predispone a participar activamente, a todo ser en este feliz enredo.

 

Al término de mi divagación, por pasión se impone la locura, con amplia mayoría vence el agnosticismo, gana la tolerancia, me abandono a su amor, su pasión me ha invadido, declaro mi armisticio, les pertenezco a las dos, con gusto no me salvo, sucumbo a su deliciosa tentación, seremos felices los tres, la Blanca Lectura, mi Negra Escritura y este humilde servidor… Yo.

 

Se que los celos de la lectura aguijonearán mis manos como abejas obreras defendiendo su colmena, hasta que de ella haga mi actividad y que, también recibiré mi merecido cuando en detrimento de mi amante escritura, quiera la primera dama gozar de la lectura; mas corazón y energía hay para las dos y ¿Porqué no para los tres?

 

Ahora una vez develado mi más íntimo secreto, ya superada la vergüenza sin razón de mi corazón, me urge la retórica pregunta, mi laica, seglar y gentil duda del porqué he de seguir escribiendo.

 

Antes que la inquietud llegue al otro hemisferio en infinitesimal viaje a través de una autopista de ciento de millones de neuronas, y que cualquiera de mis dos amantes se sienta ofendida por priorizar a la una o a la otra, con valor he de responder que el hacerlo me mueve el querer, el amar, con todos aquellos supuestos exabruptos al que la pasión desmedida nos anima y tan llenos de vida nos ha de hacer sentir y para tranquilidad de las dos, leo en mi mente y luego escribo, para luego volver a escribir y releer a todo pulmón.

 

Con perdón de todo curioso o cualquier viandante que por extrañas circunstancias del destino, de improviso se tope con este raro negro-blanco escrito, permítame decirle que no es mi intención llamar la atención de su lectura, como tampoco publicarlo con censura, sino simple y llanamente intentar revivir momentos ya acaecidos, que dieron gozo, alegría, diversión, pasión y gloria a este pedazo de arcilla con soplo inextinguible de energía.

 

Así, ni quien lo lea ni yo, encontraremos diálogo o guión, de alguna añeja conversación, sino la humilde apreciación escrita de un raro amor, sentido, vivido o visto desde la orilla solitaria de mi ermitaño pensamiento, desde la última fila de butacas de mis recuerdos y que otrora gozó de una inolvidable fiesta de amor llamada ...

 

Llamada no, llamarada sí, más aún, incendio con huracanados vientos que aumentan su ferocidad no… fogosidad al punto que, el mínimo viento que intente levantar sus cenizas, reavivará las poderosas llamas dormidas de este cuento de amor de una sola vía. –De una sola vía, pues quiero ser feliz esclavo de mis palabras que jubiloso grito y por supuesto, amo absoluto de lo que tenga que callar.

 

Autor: Luis Cueva Serrano. Quito, Ecuador.

luchocueva.63@hotmail.com

 

 

 

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