LAS ARMAS DEL FIN DEL MUNDO

 

Por Luis Gutiérrez Esparza

 

Si alguna amenaza real, inmediata, tiene el poder suficiente para desquiciar al mundo y sumirlo en el caos, es la de que, junto al suicidio como arma y

la población total como blanco, recurso de grupos terroristas fundamentalistas, surgidos muchas veces de la desesperación de los pueblos, se sume el empleo

de un arma de destrucción masiva, particularmente la nuclear.

 

A partir de la desintegración de la Unión Soviética, en varias de las repúblicas que otrora la integraron, salvo la Federación de Rusia, se ha reconocido

públicamente que los respectivos gobiernos ignoran qué ha ocurrido con los misiles de largo alcance instalados en su territorio durante la era soviética.

 

Expresado con toda claridad, nadie sabe a ciencia cierta si fueron destruidos, vendidos u objeto de contrabando. Ya se sabe, en buena medida, cómo Abdul

Kadir Khan, el cerebro del plan nuclear pakistaní, había constituido una empresa multinacional, gestora para la fabricación de bombas nucleares mediante

plantas ubicadas en todo el mundo, mediante triangulaciones a través de compañías con sede en Suiza. Había llegado a desarrollar así una red que permitía

construir armamento nuclear fuera del control de los estados.

 

Consecuentemente cuando en Vermont, Estados Unidos, desaparecieron dos barras de combustible nuclear empobrecido de un reactor, se dio la voz de alarma

-aunque con puntillosa discreción--, porque ese material puede ser utilizado para la construcción de una bomba nuclear sucia. Por la misma época, hace

dos años, las autoridades jordanas anunciaron que habían frustrado un atentado químico de enormes proporciones de Al-Qaida, cuyo blanco era la sede de

los servicios secretos de Jordania y hubiera provocado la muerte de 80 mil personas y lesiones a 160 mil. Si algo similar ocurriera en alguna ciudad importante

del Occidente, al desquiciamiento social y político se sumaría el derrumbe económico.

 

El uso de armas de destrucción masiva, ya sean nucleares, químicas o biológicas, paralizaría las decisiones de los gobiernos, incluso de las grandes potencias,

sin que sea previsible cabalmente su impacto a mediano y largo plazos. Debido a todo lo anterior, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),

llevó a cabo un ejercicio computarizado, Black Dawn (Amanecer Negro), que contó con el patrocinio de un consorcio que reúne a 21 centros de investigaciones

de 16 países integrantes de la alianza.

 

El ejercicio partió del supuesto de que Al-Qaida puede fabricar una bomba nuclear rudimentaria en menos de cuatro semanas, para hacerla estallar en los

suburbios de Bruselas y destruir así la sede central de la OTAN, con la muerte de 40 mil personas, el caos en Europa y un verdadero colapso mundial.

 

Javier Solana, titular de relaciones exteriores y defensa de la Unión Europea (UE) y Gijs de Vries, coordinador para la lucha antiterrorista, junto con

funcionarios de la Casa Blanca, la OTAN y la ONU, supervisaron las simulaciones numéricas y las videograbaciones que mostraron el tremendo impacto de un

ataque de este tipo.

 

Michel Flourney, uno de los coordinadores del ejercicio, sostuvo que "la explosión de un artefacto nuclear rudimentario causaría una masacre y diseminaría

el pánico, hasta producir el colapso de la economía mundial"; mientras que el presidente del Instituto Internacional de Investigaciones de la Paz (IIIP)

de Estocolmo, Rolf Ekeus, dijo que "cada vez resulta más fácil conseguir material nuclear y dominar las técnicas para construir armas de destrucción masiva;

se necesita de muy poco para fabricar una bomba nuclear, y se torna complejo detectarla o interceptarla."

 

El panorama es bastante sombrío. No sólo debe ser considerado inminente un nuevo golpe de Al-Qaida en Estados Unidos, como lo vienen reconociendo diversas

instancias, entre ellas la comisión que investiga los atentados del 11 de septiembre de 2001, sino que el terrorismo global puede pasar a la ofensiva literalmente

en cualquier lugar del mundo.

 

Más allá de lo que implica el hecho de que el suicidio se haya convertido en arma y la sociedad en general sea ahora el blanco, el uso de armas de destrucción

masiva -algo que Al-Qaida puede lograr en un futuro tan inmediato que se confunde con el presente--, provocará un colapso mundial de proporciones inimaginables.

 

Ningún país se encuentra realmente preparado para esta eventualidad; mucho menos los latinoamericanos y en particular México, cuya vecindad con Estados

Unidos lo ha convertido en un punto neurálgico de vital importancia para el terrorismo internacional. Hasta el momento, se carece de planes de contingencia

adecuados; en el colmo, ni siquiera se ha logrado solucionar el problema que representa la contaminación nuclear ocasionada, desde hace al menos dos décadas,

por la planta nucleoeléctrica de Laguna Verde.

 

La Comisión Federal de Electricidad (CFE) sigue manejándose al respecto con un hermetismo que raya en lo criminal. ¿Por qué no da a conocer, por ejemplo,

los informes de auditoría de seguridad que preparó la World Association of Nuclear Operators (WANO) sobre Laguna Verde y prefiere repetir en todos los

foros y por todos los medios la versión idílica de que la nucleoeléctrica de referencia es absolutamente inocua?

 

El Círculo Latinoamericano de estudios Internacionales (CLAEI) solicitó que se dieran a conocer los respectivos dictámenes, incluso por medio del Instituto

Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI), pero todas las gestiones resultaron infructuosas. El sospechoso hermetismo de la CFE cuenta con la complicidad

implícita de los burócratas del IFAI.

 

No se pierda de vista que paralelamente a los problemas ocasionados en sí por la planta de Laguna Verde, puede ser utilizada como instrumento de un golpe

terrorista de Al-Qaida para advertir a los países latinoamericanos que deben desvincularse de la política agresiva de Washington hacia el Islam. Y esto

no es el argumento de una película ni un exceso de fantasía, sino una posibilidad muy concreta en el revuelto mundo de hoy en día.

 

 

 

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