Aquellos
ojos verdes.
Sí
pues. Sólo hablaba con él. Era mi único amigo. Comentábamos las lases,
compartíamos nuestro asombro de “cachimbos”. La universidad era algo tan
distinto del colegio. Tanto, que nos resultó sorprendente que Luís Jaime Cisneros,
nuestro profesor de Lengua, nos dijera que olvidemos lo aprendido en el
colegio. Las clases de Historia del Perú con José Antonio del Busto, nos
dejaban intrigados, deslumbrados a veces. Un mundo diferente se abría ante
nuestros ojos. En realidad, más ante mis ojos. Adolfo era de mediana estatura,
delgado, de piel muy blanca, cabellos negros y tenía unos hermosos ojos verdes.
Era increíble que no pudiera ver con ellos. Aún así logró ingresar y era un
alumno inquieto y aprovechado. Tenía un carácter muy alegre y despierto. Sabía
mucho de todos los que le rodeábamos. Tenía catalogadas a todas las chicas de
la clase por su aspecto físico; gracias a sus comentarios con los muchachos del
grupo. En fin, fue el único que se atrevió a hablarme y a hacer amistad
conmigo. Entonces yo era muy tímida (me creían “sobrada”) y me limitaba a
conversar con Eva, mi amiga del colegio y con alguna que otra chica. Sin
embargo, mi amistad con Adolfo fue natural y sincera. Además de los estudios,
él tenía gran afición por las carreras de caballos. Venía a clases con su
diario “El Comercio” bajo el brazo y me pedía que le leyera los “aprontes” de
las carreras. Decía que yo lo hacía muy bien y gracias a eso hacía sus
apuestas.
Así
transcurrieron nuestros dos años en
Su
historia familiar era muy interesante. Era ciego de nacimiento, así como sus
otros tres hermanos. Su única hermana era vidente. Nunca se sintió disminuido
por su discapacidad. Era más bien extrovertido, entusiasta y muy optimista.
Guardo un buen recuerdo de nuestra amistad y me gustaría mucho saber de él.
Antes
de conocer a Adolfo tuve la oportunidad de informarme de que en
Autora: Carmen Pizarro Vásquez. Lima, Perú.
Lic.
En Educación.