LO QUE APRENDÍ EN 60 AÑOS

Por Gerardo Unzueta Lorenzana

No es mi propósito hacer en este acto, que mucho agradezco, una exposición teórica general, sino dar un mensaje a mis camaradas de partido, entendiendo por ello a todos los que han compartido conmigo la alegría de luchar y de triunfar y contribuyeron al esfuerzo para reconstruir nuestra organización después de las denotas; esto es: a mis viejos camaradas del Partido Comunista Mexicano, a los que nos acompañaron en el difícil paso de formar el Partido Socialista Unificado de México, a quienes contribuyeron al esfuerzo unitario que significó la creación del Partido Mexicano Socialista y, por fin, a aquellos que hoy forman el Partido de la Revolución Democrática, con la esperanza de abrir paso a la conquista de las demandas democráticas y revolucionarias que se han formado en este largo proceso, demandas que también son la esperanza de México y por las que han dado la vida y han padecido cárceles y represión centenares de camaradas.

Me ha sido difícil hacer un resumen de esas luchas y extraer de ellas las experiencias que hoy puedan ayudar a alumbrar el camino que esos revolucionarios, esos demócratas sencillos, deben recorrer para impulsar la liberación de nuestro pueblo de las cadenas de opresión con que nos ata el capitalismo salvaje, surgido de una globalización regida por el capital financiero internacional.

Debo decir que lo primero que aprendí es que hoy la izquierda tiene todas las condiciones para llegar al poder y dirigir al país por un camino de desarrollo de sus capacidades, por un camino de independencia, por un rumbo en el que lo principal sea la defensa y aplicación de los principios de la soberanía popular, que son, no hay que olvidarlo: 1) que la soberanía reside en el pueblo, 2) que todo poder dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste y, 3) que el pueblo tiene el derecho inalienable de alterar o modificar la forma de su gobierno.

En estos 60 años también aprendí que para lograrlo la izquierda requiere de un partido fuerte, despojado de las calamitosas características de lo que se ha llamado "clase política": la corrupción, el clientelismo, el autoritarismo y el corporativismo. Para lograr esa situación, el PRD debe emprender una gran tarea de autoconversión, de autocrítica y de crecimiento sano. Hoy, cuando nuestro partido está ya en la lucha política por el poder, tiene la necesidad urgente de producir en su seno cambios que lo orienten hacia su transformación.

Numerosos compañeros con quienes he tenido contacto, provenientes de cualquiera de esas cuatro estaciones de mi vida partidaria, me han expresado su inquietud: ¿qué hacer para que el PRD recupere el vigor revolucionario con que nació? ¿Cómo lograr que el PRD imprima a las acciones que hoy se realizan el sello de izquierda sobre el que el partido se ha formado y con el cual lo identifica la sociedad?

La respuesta no es sencilla, sobre todo, en las condiciones en que nos ha colocado la realidad política, pero es ineludible. Hoy es preciso que se agrupen los mejores cuadros, los más sanos, los que han mostrado su capacidad y honestidad, para que emprendan las tareas de la autoconversión de nuestra organización. Es una tarea que tiene plazos precisos y exige una labor permanente. Podría ilustrarla, y es lo que haré, con mi trabajo actual, como periodista, como escritor y como organizador político.

En primer lugar, mi labor más trascendente: la que desempeño como escritor. He editado dos novelas que ustedes conocen: La Grande y el Diablo y La Julia y sus dos ataúdes. En la primera de ellas son dos momentos los más vigorosos: la vida y la participación de personajes sencillos —mi abuela y mi padre— en la lucha armada de los años 15, y en las huelgas de los trabajadores petroleros de los años 20, del siglo XX, en "El Águila" y en la "Huasteca Oil Co."; en ambos, las acciones de los hombres y mujeres sencillos, su concepción de las causas —o la ignorancia de ellas— por las que van a la lucha, el ardor con que las defienden, el sacrificio a que los condena el capitalismo; todo ello, se sigue con pasión. En la segunda, se muestran las peripecias de los trabajadores camineros constructores de la carretera transístmica en la lucha por formar su organización sindical, su confrontación con los capitalistas y la solidaridad de clase que reciben de los trabajadores ferrocarrileros; el momento es especialmente importante: 1948, año del gran viraje político realizado por Miguel Alemán al romper con las organizaciones partidistas de izquierda y el movimiento sindical independiente, el charrazo en una palabra; el charrazo sindical y estatal como lo enfrentan y sufren los trabajadores.

Ambas obras son expresiones de realismo —"realismo atípico", ha dicho Alejandro Miguel—, realismo con el que un comunista de toda la vida relata lo que en la vida le tocó ver, y destaca aquello que se abre a la vida con belleza. La Julia, Chayo, Pablo, Chicle, Larita, Raúl Rangel, Diablo, Gritón y, sobre todo, Picado —los personajes de la segunda de las obras— rescatan de la tragedia que son obligados a vivir, la belleza de su lucha, de su heroísmo, de su solidaridad de clase, de su amor sin mezquindades.

Eso que se abre a la vida con belleza es el personaje colectivo, que este autor se afana por presentar y recrear. Igual que Sara, Bernardo, el ferrocarrilero Don Luis Lara, los muchachos José y El General, son parte de ese personaje que en La Grande y el Diablo vive, actúa, sufre derrotas y recupera sus fuerzas.

Sin embargo, esos son sólo apuntes. La vida me ha dado la posibilidad de estar presente en cuatro manifestaciones históricas de ese personaje colectivo: 1948, cuyo carácter ya he reseñado; 1958, que registra una de las más importantes acciones de la clase obrera: el movimiento de los trabajadores ferrocarrileros; 1968, con la irrupción propia del movimiento estudiantil en la lucha por la democracia y por la reestructuración de la vida nacional; 1988, que representa la insurgencia del movimiento ciudadano y su exigencia de refundación del Estado mexicano. Me he planteado la tarea de escribir una novela por cada uno de los "ochos" que he tropezado y en las que el motivo principal sea ese personaje, acentuando el tratamiento de "esas personalidades pequeñas, sin las que la historia pierde su belleza", como dice David Serrano, el soldador que relata la historia, en el capítulo final de La Julia: "El secreto de Zenaida".

Paso ahora a mi trabajo periodístico. He de decir con toda precisión que ha sido en él donde he logrado desplegar con más claridad mi concepción del "personaje colectivo". Al presentar La Julia en Bellas Artes expliqué: "Estoy convencido de que una de las necesidades del género literario "novela histórica" es encontrar o fraguar sin distorsión de la historia el personaje colectivo, hallar las formas en que un sujeto colectivo influye en la vida social y política, en su esfuerzo por liberarse de las ataduras de la explotación". Pero ya, al comentar este hallazgo metodológico literario, en el diario El Universal he planteado "la tarea de examinar la validez del método literario hallado no sólo para desenvolver la novela histórica, sino para desentrañar la presencia de los personajes colectivos en la vida política y social, buscar aquel o aquellos que tengan condiciones para ejercer influencia positiva en el amplio y complejo desarrollo social del país y actuar en su seno, sin pretensiones de liderazgo o protagonismo, pues, a nuestro juicio, el personaje colectivo se forma a sí mismo; nosotros le damos expresión, encontramos la coherencia de sus manifestaciones, de sus actos, a partir de una concepción revolucionaria, socialista".

La clase llamada a "cerrar la prehistoria de la humanidad", hablando con palabras de Marx, incluye los actos conscientes de ese personaje colectivo, la creación de sus formas ideológicas, la organización de sus fuerzas y la formación de sus intelectuales orgánicos. Lo que de aquí se desprende es examinar con rigor a la sociedad mexicana, percibir sus cambios, actuar sin prejuicios ante los diferentes actores políticos y plantearse la creación del más amplio movimiento democrático, formular las demandas y hallar los personajes colectivos, capaces de asumir tareas referentes a la reconstrucción democrática del Estado, cerrar la brecha entre riqueza y miseria y elaborar las nuevas normas de convivencia civilizada.

Poco más adelante, aunque siempre en las publicaciones periodísticas, averigüé que todo personaje colectivo que aparece con vigor en un periodo crítico de la historia de un país, puede desempeñar un papel transformador, si logra concentrar en su seno o entorno suyo a las fuerzas tradicionales que han avizorado la necesidad de esa transformación; la tarea de esas fuerzas es allegar al personaje su experiencia, su capacidad de elaboración programática que ayude a dilucidar los objetivos, sus relaciones con nuevos contingentes, la captación de intelectuales orgánicos del movimiento.

¿Existe en México un personaje colectivo de proyección general con esas características al que deba la izquierda prestar su apoyo? He sostenido en mis escritos que hay un personaje colectivo que ha comenzado a manifestarse. El 24 de abril del año pasado se hizo presente, no en el zócalo, sino en toda la ciudad, y no por decenas de miles de compatriotas, sino por más de millón y medio. La soberanía popular se manifestó en su magnitud, pero también en su contenido: el derecho a decidir quien nos gobierna y con qué proyecto. Es a ese personaje colectivo al que la izquierda debe dar todo el apoyo, sin mezquindades ni protagonismos ridículos, al que es necesario aportar las formas ideológicas que ha de contener un programa de gobierno.

Si, se dirá, pero ese "personaje colectivo" estuvo formado por millón y medio de personas, ¿cómo trasmitirle nuestra experiencia y allegarle contingentes? A ello daré respuesta con mi trabajo de organizador político más reciente, que, es el realizado desde la Secretaría del Migrante del PRD, en relación con los trabajadores mexicanos en el extranjero, trabajo en el cual participaron varios compañeros, dispuestos a realizar los esfuerzos necesarios para cumplir sus tareas, a veces sin salario ni viáticos. Nuestro trabajo estuvo motivado por el voto de los mexicanos en el extranjero y tuvo dos ámbitos: primero, las comunidades de compatriotas fuera del país, básicamente en Estados Unidos, donde reside el 98 por ciento de la migración mexicana, organizados por los comités estatales del PRD en aquel país y, segundo, los familiares de esos migrantes residentes en nuestro país, en multitud de pueblos y comunidades.

Esto último lo hicimos cuidando la estructura del partido, a través de los comités estatales y de los comités municipales, considerando que es en los municipios donde se encuentra la masa de familiares de los mexicanos en el extranjero. En este ámbito, se demandó de los familiares que estimularan a sus migrantes para que solicitaran su inscripción en el listado electoral de mexicanos en el exterior para votar el 2 de julio, mediante el voto postal –aunque hemos sostenido una crítica rotunda por el método harto confuso que deja a una gran proporción de compatriotas sin derecho al voto–, e impulsando a los propios familiares para que ellos mismos integraran redes y grupos de votantes por nuestros candidatos.

Aunque el tiempo fue breve y los medios de que dispusimos escasos, logramos señalados éxitos. Yo pondría como ejemplo al comité estatal de Querétaro, donde se realizaron varios actos sobre la base del trabajo estatal y municipal: se credencializó a decenas de migrantes y se comprometió su voto a favor nuestro; a la entrada de cada municipio se colocó una gran manta en la que se llamaba a los migrantes que llegaban de Estados Unidos a asegurar su voto por Andrés Manuel López Obrador, decenas de familiares se han convertido ya en conducto para alentar el voto de "su" migrante y la dirección de éste. Este trabajo sienta las bases para el crecimiento del partido en un sector de la población virgen para el trabajo político y asegura un apoyo electoral efectivo. Esos nuevos militantes no están encuadrados en ninguna corriente como las que actualmente existen en el partido y que provocan dislates que desprestigian a los perredistas y violentan la democracia interna, como los ocurridos recientemente en PRD del Distrito Federal.

¿Qué hacer con el partido? Desde luego, no entrar a las formas degenerativas como son las actuales corrientes, pero investigar, localizar a los personajes colectivos que existen en cada región, en cada estado o municipio y agruparlos para que conozcan las formas ideológicas que elabora el partido y que se encuentran concentradas en la Plataforma Electoral, conducirlos al convencimiento de que el partido es su mejor lugar para la lucha por las demandas políticas y sociales de nuestro pueblo, y hacer crecer al Partido de la Revolución Democrática con una nueva militancia no pervertida que, al constituir una fuerza mayoritaria, puede decidir cambios en las direcciones corruptas u oportunistas.

¿Qué este es un trabajo muy lento y mientras tanto las fuerzas no perredistas que rodean y sitian al PRD se apoderan de los órganos de dirección y de los puestos de elección? Puede ser, pero otras formas de superar la situación actual, como la confrontación directa, son estériles para los compañeros que no conforman una correlación de fuerzas favorable a la democracia interna y a la conducción del partido hacia su fusión con las demandas del personaje colectivo que está presente en las numerosas congregaciones que conforman nuestro pueblo.

Estamos hablando de un método para la refundación del partido; entiéndase bien, no para una lucha inacabable de facciones con intereses propios, cada vez más alejados de la naturaleza democrática y popular con que nacimos en 1989; sin embargo, ese objetivo requiere el esfuerzo de decenas y aún centenares de militantes hoy decepcionados con el panorama que ofrece la vida interna del partido. Sin duda, hay un número importante de dirigentes honestos y capaces en los diferentes cuerpos de dirección del PRD; trabajemos con ellos en la conformación de las nuevas fuerzas del partido, atraigámoslos a la acción de los personajes colectivos, liberémoslos de la tensión que les imponen los grupos de presión en que se han transformado las corrientes.

Pues eso es todo lo que hoy, en mis 60 años de lucha, puedo ofrecer a ustedes, camaradas viejos y nuevos de este partido, que fundamos como instrumento de la sociedad para avanzar en los proyectos liberadores de nuestro pueblo. Si se tratara de resumir en pocas palabras lo que aprendí en 60 años, les diría: no perder nunca el entusiasmo para luchar por los objetivos nobles que siempre encierra la acción revolucionaria; nunca darse por derrotado. Y si me exigen más les recitaría la divisa que expongo en La Julia: "rescatar de la tragedia la belleza".

A todos ustedes, camaradas, muchas gracias por este testimonio de afecto y reconocimiento.

No quisiera irme sin recordar una frase que dediqué a mi compañera de toda la vida, al cumplir cincuenta años de casados: "No soy un santo pero si un devoto de Francisca Reyes Castellanos". Gracias a ella por la hermosa vida compartida, plena de comprensión y cariño, que me ha ofrecido y gracias a mi amiga periodista Lourdes Galaz, por las frases que le ha dedicado en esta ocasión.

 

 

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