Limay y Neuquén eran hijos de dos
caciques mapuches que vivían uno al norte y el otro al sur del mismo
territorio. Eran grandes amigos y siempre iban a cazar juntos.
Una tarde, escucharon una canción
dulce y envolvente. Siguieron la música, que los llevó hacia la
orilla del lago. Cuando llegaron allí, descubrieron a una hermosa joven
de largas trenzas renegridas.
- ¿Cómo te llamas?-
preguntaron ambos jóvenes a la vez.
- Me llamo Raihué-
–contestó ella bajando los ojos un poco avergonzada. Su voz sonaba
tan melodiosa como su canción.
En el mismo instante, ambos muchachos se
enamoraron de ella.
- ¡La amo!- Exclamó Limay.
- ¡Yo también!-
Afirmó Neuquén.
Se miraron de frente y se reconocieron
enemigos. Los celos habían roto su antigua amistad.
Se distanciaron. Con el pasar de las
lunas, este alejamiento se fue acrecentando. Preocupados, sus padres
consultaron a una machi adivina. La mujer les explicó la causa de la
enemistad de sus hijos. Los dos hombres, para solucionar el conflicto, les propusieron
una prueba...
- ¿Qué es lo que
más te gustaría tener?- le preguntaron los preocupados padres a
Raihué.
- Una caracola para escuchar en ella el
rumor del mar- contestó la joven mapuche.
El primero que llegue hasta el mar y
regrese con el pedido tendrá el amor de esta muchacha sentenciaron
unánimemente los dos hombres.
Enterados los dioses, quisieron ayudar a
los jóvenes enamorados y los convirtieron en ríos. Así fue
como, uno desde el norte y el otro desde el sur, comenzaron el largo y fatigoso
camino hacia el océano.
Pero el espíritu del viento,
ofendido porque no lo habían llamado para colaborar en esta aventura,
comenzó a susurrar al oído de Raihué:
-
¡Neuquén y Limay jamás
volverán! Las estrellas que caen al mar se convierten allí en
hermosas mujeres que seducen a los hombres y los aprisionan en el fondo del
mar. ¡Nunca los volverás a ver!
El
corazón de Raihué se llenó de angustia y dolor. Al ver
pasar el tiempo sin que sus amados regresaran, se dirigió a la orilla
del lago donde los había conocido y, extendiendo sus brazos hacia el
cielo, ofreció su vida al Dios Nguenechén a cambio de la
salvación de los jóvenes amantes.
El Dios escuchó su oración
y, compadecido de su tristeza, la convirtió en una hermosísima
planta, cuyas raíces fueron penetrando en la húmeda tierra y sus
ramas, poco a poco, fueron elevándose hacia el cielo.
Mientras tanto, los jóvenes
corrían hacia el mar, salvando mil obstáculos. El envidioso
viento voló para contarles lo sucedido. Sopló con tanta fuerza
que desvió el curso de los ríos hasta juntarlos. Cuando los vio
unidos, les dio la noticia.
Limay y Neuquén comprendieron que
Raihué había muerto de tristeza por culpa de ellos. Arrepentidos,
dejaron de lado su rencor, se abrazaron estrechamente y se vistieron de luto.
Unieron sus aguas y sus almas para no separarse nunca más. De su
unión nació el Río Negro que, en su continuo camino hacia
el mar, busca infinitamente la caracola que deseaba Raihué.
Leyenda
mapuche.
(Adaptación).
Enviado por: Patricia Mabel Zarzetti. Rosario, Santa
Fe, Argentina.