AMIGO DE ESPALDA NEGRA
El almanaque parecía haberse
detenido para siempre, mostrando algunos números en tonos sepia y un antiguo
reloj con agujas desvanecidas sobre la hora en que dos amigos dejaron de
comunicarse con la sinceridad de sus retinas.
Aquella tarde lluviosa, Rafael ingresó
con su lento caminar senil, pisando la soledad del living y observó con la
vista abatida que allí estaba, en el mismo lugar de siempre y firme como un
soldado, el vertical espejo. Era su longevo amigo con rasgos de humedad en la
mirada y la espalda negra. Rafael pensaba que ya no había mucho que hablar…
pero, casi murmurando, inició un diálogo con esa vieja y cansada imagen:
- Hola amigo… En mis grisáceos momentos
trato de evitarte. Pero sin embargo, hoy sucedió algo especial… percibí la
urgencia de verte, de mirarte una vez más cara a cara… Y ahora, al detenerme
ante tu mirada, he descubierto un aspecto senil, pues los pocos cabellos
entrecanos, las ligeras arrugas y los blancuzcos bigotes así lo delatan, y
además, he notado que la vida ya pesa demasiado sobre mis hombros.
- ¿Qué sucede, Rafael? Preguntó el
sorprendido reflejo- Aún conservo imágenes latentes de tu lucidez juvenil,
cuando te agitabas ansioso por salir a trabajar, o aquellos momentos arreglando
detalles que anunciaban algún gesto romántico, y tantos años felices junto a tu
esposa. ¡Cuántas satisfacciones! Recuerdo que de aquí no salías si ella, antes,
no te centraba la corbata y pasaba el fino cepillo sobre tus hombros…
- Era distinto, otra época. Ahora me
cuesta mirarte a los ojos... Verás las arrugas de este viejo pero no podrás
percibir el dolor del alma que lo ha ido consumiendo. Hasta la roca más dura se
desintegra después de tantos golpes, y ya no puedo resistir la angustia de
perder a un ser tan amado. Así es, amigo… Yo he sido como esa roca pero hoy le
rogué a Dios que se apiade de mí. Creo que me ha entendido, pues siento algunas
puntadas en mi corazón y supongo que muy pronto estaré eternamente junto a
ella...
Rafael se fue desplomando hasta quedar
inerte en el piso, con los ojos abiertos como mirando al cielo. La tormenta
envolvió la casa y los reflejos de un rayo hicieron eco en el añejo cristal,
que entristecido se partió en mil pedazos, siguiendo las huellas de un viejo y
leal amigo.
Autor: © Edgardo González. Buenos Aires,
Argentina.