AMÉRICA LATINA Y LOS ESTADOS FALLIDOS

El debilitamiento de la democracia puede traducirse en el desplome de los niveles de gobernabilidad, lo cual, en caso extremo, desemboca en el surgimiento de un Estado fallido. La publicación del Índice de estados fallidos por parte de la revista Foreign Policy y el Fund for Peace (Fondo para la Paz), donde se enumera una lista de 60 países del mundo con mayor riesgo de caer en dicha categoría, ha provocado una acalorada polémica.

La lista está encabezada por Costa de Marfil, la República Democrática del Congo, Sudán e Irak. El método usado para el estudio fue el denominado CAST methodology, que consiste en: coleccionar datos relevantes del conflicto, desarrollar una cronología completa de eventos y seleccionar datos importantes y tendencias. Luego, se utilizaron 12 indicadores económicos, sociales, políticos y militares; y se les asignaron números del uno al 10. Los indicadores tomados en cuenta fueron:

1.       Aumento de la presión demográfica;

2.       movimientos masivos de refugiados;

3.       herencia de venganza;

4.       escape masivo, crónico y sostenido de seres humanos;

5.       desarrollo económico desigual;

6.       declive severo y brusco de la economía;

7.       criminalización y deslegitimización del Estado;

8.       deterioro progresivo de los servicios públicos;

9.       violación generalizada de los derechos humanos;

10.     aparato de seguridad con un Estado dentro del Estado;

11.     ascenso de una elite excluyente e intolerante;

12.     la intervención de otros estados y de factores externos.

Entre los 20 primeros lugares, el factor común que existe es que los gobiernos han perdido el control de su territorio y el monopolio del uso de la fuerza. No se trata sólo de un problema de desarrollo, sino también –y es lo más importante—de un problema de seguridad. Según el Fund for Peace, los países en riesgo de convertirse en estados fallidos, representan una de las principales amenazas que enfrenta Estados Unidos, a diferencia de lo que sucedió en la primera mitad del siglo XX y aun durante la guerra fría.

De hecho, la Estrategia de Seguridad Nacional estadunidense concluyó que ese país, en la actualidad, '"está menos amenazado por estados con ambiciones de conquista, que por estados fracasados". Sin ir más lejos y a modo de ejemplo, Washington insiste en dar la voz de alerta sobre el riesgo de que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, exporte su "fallido modelo" político a otros países; debido a ello, Washington reitera su apoyo a los presidentes de Ecuador, Perú y Colombia.

Además varios de los vecinos de Venezuela son "estados frágiles" --en el lenguaje habitual de los análisis del Departamento de Estado, este concepto es utilizado para designar los países con riesgo de transformarse en estados fallidos-- que no tienen la riqueza petrolera de Venezuela para enfrentar sus problemas económicos y sociales.

Lo más grave de este análisis es que tan sólo unos lugares debajo de los países que encabezan el índice de estados fallidos se encuentran Haití (número 10), Colombia (14), la República Dominicana (19) y Venezuela (21). Más abajo figuran Guatemala (31), Paraguay (36), Perú (40), Ecuador (46) y Cuba (58). El informe advierte asimismo que los países latinoamericanos pueden subir próximamente en el fatal ranking, dada la ola de inestabilidad que afecta a la región.

Se hace necesario, por tanto, definir inequívocamente qué se entiende por Estado fallido o fracasado. Los estados-nación fracasan porque ya no pueden garantizar los bienes políticos a su población --seguridad, educación, salud, oportunidades económicas, un marco legal de orden y un sistema judicial, infraestructura elemental, etc.--; son incapaces de controlar sus fronteras y experimentan un crecimiento constante de la violencia criminal.

Un Estado-nación también fracasa cuando pierde la legitimidad básica. La anarquía deviene más y más en la norma. La calificación de Estado fallido se refiere, en palabras simples, al fracaso de un país en mantener una sociedad justa y viable, una sociedad donde sus ciudadanos tengan la oportunidad de que sus derechos se respeten, de que estén protegidos.

En un Estado fallido, el gobierno no tiene el control físico sobre su territorio y carece del monopolio de la fuerza. Sus instituciones son débiles o inexistentes, el debate democrático está ausente. La guerra civil por sí sola no conlleva el fracaso del Estado.

Entendido esto, no se pretende realizar aquí un análisis de caso, pero es claro que el único país que puede clasificarse como Estado fallido en América Latina es Haití. La presencia de la Misión Estabilizadora de Naciones Unidas, MINUSTAH, es un ejemplo de ello. Lo que no puede obviarse, sin embargo, es la falta de gobernabilidad que caracteriza a muchos países de la región, entendiendo por tal a la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus instituciones de gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo que para la ciudadanía es legítimo, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo mediante la obediencia de los ciudadanos.

La gobernabilidad democrática es la capacidad de un gobierno para controlar el cambio político e institucional dentro del proceso democrático. Como afirmara recientemente José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, "la falta de gobernabilidad en algunos países latinoamericanos amenaza a las democracias de la región".

La clave del problema para entender a América Latina, entonces, está en la gobernabilidad. Sin embargo, los niveles de gobernabilidad aún no son tan alarmantes como para hablar de Estados fallidos en América Latina, en el sentido de unidades políticas colapsadas, aunque si puede hablarse de lo que Peter Waldmann denomina "estados anómicos".

En palabras del autor, se dice que una situación social es anómica cuando faltan normas o reglas claras, consistentes, sancionadas y aceptadas, hasta cierto punto, por la sociedad para dirigir el comportamiento social y proporcionarle una orientación. La posibilidad de cumplir parcialmente con estas exigencias evidencia que puede haber diferentes grados y niveles de anomia social. Un Estado débil es, a pesar de todo, un Estado. Esta problemática de la gobernabilidad es una de las prioridades de los gobiernos latinoamericanos.

Vale la pena señalar que un país considerado por muchos especialistas como próximo a convertirse en Estado fallido, Bolivia, no aparece aún en la lista de Foreign Policy y el Fund for Peace, pese a que llena ampliamente los requisitos. ¿Descuido? ¿Error? ¿O quienes realizaron el estudio disponen de otra información, que no han dado a conocer?

Autor: Luis Gutiérrez Esparza.

México, Distrito Federal.

mexluis@hotmail.com

 

 

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