EL AÑO DEL JAGUAR.

 

Por Juan José Morales.

 

Por si usted no lo sabe, 2005 ha sido declarado oficialmente por el gobierno de México Año de la Protección y Conservación del Jaguar. Y el sitio donde

se realizó el pasado 17 de marzo la correspondiente ceremonia no pudo ser más apropiado: la Reserva de la Biósfera de Calakmul, en Campeche, que alberga

a la mayor población de jaguares del país, con quizá 200 ejemplares en un área de cuatro mil kilómetros cuadrados.

 

El jaguar, o balam como se le llama en maya —Panthera onca en la clasificación científica—, ha sido una de las principales víctimas de la deforestación

del trópico. La selva es su hábitat natural y como en ella no hay muchos animales grandes y medianos, para sobrevivir requiere vastas extensiones cubiertas

de vegetación. En una selva alta, cada jaguar requiere como territorio de caza unos diez kilómetros cuadrados. Por ello, difícilmente puede sobrevivir

cuando la arboleda se reduce a pequeños manchones aislados. Y si la selva es arrasada para abrir campos ganaderos, tiene que enfrentarse a un peligro adicional:

la persecución de los ganaderos, que lo consideran un enemigo peligroso, indeseable y nocivo porque —al no encontrar suficientes animales silvestres— de

vez en cuando ataca a un ternero.

 

Privado de su hábitat, y acosado por los cazadores, en toda su área de distribución —que originalmente abarcaba desde el suroeste de los Estados Unidos

hasta el sur de Argentina— sus poblaciones han ido disminuyendo y en no pocos lugares ha desaparecido por completo. Pero, contra lo que afirman algunos

ecologistas despistados, no se le considera amenazado de extinción sino sólo en situación de riesgo y por ello amerita protección especial. De hecho, aún

hay poblaciones de considerable magnitud en muchos sitios. A los 200 jaguares de Calakmul, por ejemplo, se suman otros 600 que según se estima tal vez

existen en la vecina Reserva de la Biósfera Maya en Guatemala, un millar más en Belice y unos 350 en distintas zonas de Chiapas. Ello da un total de más

de dos mil en la región. Hay igualmente buen número en la reserva de Sian Ka’an en Quintana Roo, en la de Balankax en el vértice sur de Yucatán y aún en

las vecindades de la zona costera oriental de este último estado, en las reservas de Ría Lagartos y Bocas de Dzilam. Ahí, por cierto, la asociación civil

Pronatura Península de Yucatán adquirió hace poco un antiguo rancho ganadero de 2 700 hectáreas, El Zapotal, para destinarlo a la protección y conservación

del jaguar y a estudios sobre él en coordinación con el Instituto de Ecología de la UNAM.

 

Desde luego, la mejor solución para proteger y conservar a tan soberbio animal —el mayor felino del continente americano— es mantener áreas naturales protegidas

lo bastante extensas y con una selva lo suficientemente densa y bien conservada para albergar un número tal de ejemplares que puedan formar una población

viable, con suficientes individuos para mantener la diversidad genética. Pero conseguir terrenos no es fácil. La situación real, que plantea una problemática

especial para la conservación del balam, es que en muchos lugares de la península todavía sobreviven ejemplares confinados en pequeñas áreas selváticas

enclavadas en zonas ganaderas o aledañas a ellas, que al no encontrar suficiente alimento en el medio natural, se ven forzados a merodear por los pastizales,

como ocurre en el noreste de Yucatán. Naturalmente a ningún ranchero le agrada que una de sus reses termine convertida en almuerzo de jaguar, y por ello

es frecuente que en cuanto aparezca alguno se organicen partidas de caza para liquidarlo.

 

Un remedio a ese problema de coexistencia entre reses y jaguares podría ser, quizá, que la autoridad pagara eventuales pérdidas a los ganaderos. Es decir,

que en caso de ataque a una cabeza de ganado, la Sagarpa o la Semarnat le cubran su valor al propietario, al precio corriente de los terneros o el ganado

en pie. Ciertamente, habría cierto papeleo burocrático y no se puede descartar la posibilidad de algún fraude, pero ni los trámites serían más complicados

ni el riesgo de engaños mayor que en los actuales programas de apoyo a la ganadería. En cuanto al costo, sería sin duda muy bajo en relación con los beneficios.

 

 

Regresar.