Rutinas sensoriales
Me despierto, me estiro,
comprobando que del otro lado de la cama no hay nadie. Es que soy búho, pero mi
marido es alondra, siempre se levanta antes que yo.
Busco mi ropa, la que dejé anoche
en el perchero, me la pongo sin apuro…
En el baño encuentro el
jabón, tan perfumado, cremoso, de esa marca que me gusta, entre otras cosas,
porque sus cajas están etiquetadas en braille.
Después pongo el agua para
el café, mientras enciendo la radio, pasando las emisoras, hasta que encuentro
la voz que busco, ese periodista de voz profunda que comenta ácidamente la
realidad.
Cuando el agua está lista,
las dos cucharadas de café, junto a las de leche y azúcar, se disuelven,
mientras gira la cucharita. Entonces me lo llevo al escritorio, con las
galletitas, seis o siete, para desayunar.
Luego hay que ordenar,
ropa, platos, ideas…
La música suena ahora, sé
que se acerca la hora del almuerzo; he oído el reloj que lo anuncia…
Tengo que preparar algo,
siempre diferente, que llene el aire y los sentidos de aromas sutiles.
A veces, cuando hierve la
sopa de verduras, o cuando la tarta está en el horno, los aromas me
transportan, me llevan a mi niñez o adolescencia, a las sopas de la abuela,
esas que ya no volveré a probar.
A veces, mientras cocino,
controlando el tiempo que requiere cada ingrediente para estar cocido, blando o
crujiente, llega mi hijo…
Suele adivinar lo que estoy
haciendo, por el aroma, por los colores que ve en la mesada, y se alegra o
entristece, según las fantasías que traía…
Entonces, su voz me cuenta
los pormenores del trabajo, de lo que ha cenado anoche, o de los artistas que
ha visto u oído.
Tiene la voz somnolienta,
el olor a tabaco en sus ropas, pero está aquí, eso es lo más importante.
Autora:
Prof. Laura S. de Ferro. Santa Fe, Argentina.
Profesora especializada en
Ciegos y disminuidos Visuales.
laurayroberto2005@funescoop.com.ar