RISA
Y AMISTAD
e
Intimé con Teodoro del modo más
improvisado e inesperado, pero sobre todo, jugándome
mi reputación de chica seria y responsable. El caso fue que el ahora amigo
Teodoro, tenía que hablar y le cogió esa tos nerviosa que nos regala la
inseguridad y el saber lo poco que cuesta “meter la pata”, delante de unos vecinos, con los que apenas se
tiene roce…
Había levantado la mano para
acogerse al turno de opiniones sobre la conveniencia o no de las próximas
derramas de nuestra Comunidad, y que favorecían a unos pocos, pero que
necesitaban las aportaciones de todos. Ante su impertinente tos, puse delante
de sus ojos, mi cajita de pastillas balsámicas. Cuando se metió una a la boca,
agradeciendo mi gesto con una sonrisa, yo, muy viperina, acerqué mis labios a
su oreja y musité: “Se me cayeron al suelo en el aseo del bar de abajo; las
recogí todas porque me costaron algo caras
—enfaticé—:
¡No se me olvidó ni una!”. Luego añadí: “Hay que procurar no desperdiciar
nada”.
Me miró asombrado y antes de que
pudiese protestar, se me escapó la carcajada más sonora que yo había soltado jamás
y él me siguió, contagiado, con sus propias carcajadas, aunque algo más
discretas.
El Presidente
nos miró algo aturdido y, con su dedo índice, nos señaló que guardáramos
silencio, y así después, conversando, participando con nuestras opiniones, se
nos hicieron “las tantas”, en
el despacho del administrador.
Regresábamos a casa, caminando y
comentando las resoluciones de nuestra convocatoria y al pasar por una animada
cafetería, acordamos entrar…
Teodoro
me espetó:
—“¿Humor inglés?”
—No. Toda mi familia es de
Cádiz. Los ingleses tienen un humor más depurado. En el sur de España somos
graciosos, pero más directos, menos diplomáticos y lo caricaturizamos todo…
—¡Ay María!, nunca hubiera imaginado que viéndote como te veo,
fueras tan amiga de las bromas. Te encuentro seria.
—Yo no soy demasiado amiga de
las bromas, pero una cosa sí que tengo clara: Si quieres relacionarte con
alguien, tienes que cambiar el “chip”, no hay manera de otro modo. Represento
una marca de ropa, y la tengo que llevar con alguna asiduidad. Esta forma de
vestir, algo clásica, también creo que influye algo en la opinión de los otros
hacia mí y es posible que me haga menos cercana.
—Pero ahora no estás trabajando…
—Si hubiera ido a casa a
cambiarme, no hubiera llegado a tiempo de la reunión, pero si salgo a dar una
vuelta, me pongo ropa más informal.
—Creo que hoy vas moderna y
elegante. Te sienta bien, por lo visto tu marca tiene de todos los gustos…
Terminamos la cervecita…, y de
nuevo en el camino, Teodoro me estuvo contando, que estaba en trámites de
divorcio de su mujer, y que de momento le habían dado a ella la custodia de sus
dos hijos. Estaba algo deprimido porque su “ex”, Pepita, lo había acusado de
malos tratos y lo había denunciado, después de haberse caído varias veces
seguidas a causa de que se había acostumbrado a tratar de paliar, todos los
pequeños problemas, con el alcohol:
“Desde que nació la niña, se
obsesionó con que yo quería a la pequeña más que a ella, porque la miraba y la
mimaba mucho y ‘a ella nada’, y
no era así. Para mí el tener una niña, fue una alegría especial, porque
nosotros éramos cuatro hermanos y mis hermanos no tenían niñas. Nosotros
teníamos un niño y de mis hermanos, yo seis sobrinos varones…”
Teodoro llevaba cinco años de
suplicio porque los continuos arranques de ira de su esposa, potenciados por el
alcohol, hacían una convivencia difícil. Sabía del bienestar de sus pequeños,
porque la “tata”, de toda la
vida de su mujer, seguía con ellos y era una buena persona y muy responsable.
Era testigo de la dependencia al alcohol de su esposa, pero, de momento, se
negaba a ir a declarar. A Teodoro le dijo su abogado, que esa actitud no era
mala del todo, ya que se veía, claramente, su encubrimiento. Sobre la
conciencia de su empleada, Teresa, caería el que Pepita, lo siguiera culpando
de haberla maltratado, cuando era él, quien ayudaba a Teresa a curarle las
lesiones de sus caídas por embriaguez.
Llegamos. Teodoro me dejó en el
umbral algo intranquila, pero pensando que su deseo de “buenas noches”, era el precursor de algo más que una amistad.
Su beso en mi mejilla,
quiso resbalar hacia mis labios.
Autora: María
Jesús Ortega Torres. Alicante, España.